lunes, 30 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 23





Pedro cerró la puerta de la habitación tras él mientras veía a Paula deshacerse de sus tacones. Tiró de su mano para atraerla junto a él. Sus labios volvieron a encontrarse en un beso duro y necesitado al que ella respondió sin reservas.


Dejó caer un beso sobre su clavícula, lamió donde los labios habían estado, y sopló sobre la piel humedecida. Ella jadeó.


Las manos de Paula, pequeñas y delicadas, le acariciaron la espalda. Los movimientos eran lánguidos, pero excitantes. 


Ella no tenía idea del poder que tenía cada una de sus caricias.


Él situó sus grandes manos en las caderas de Paula, la guio hacia la cama y la colocó en el borde sin apartarse de ella. 


Pedro se colocó frente a ella, agachándose, balanceándose sobre los talones antes de ponerse de rodillas. Lentamente deslizó las manos a lo largo de la parte superior de sus muslos. Se detuvo en el dobladillo del vestido y lo deslizó hacia arriba. Con los pulgares incursionó debajo de las rodillas durante varios minutos antes de aplicar presión y abrirla tan ampliamente como pudo conseguir. Ante sus ojos quedó la pequeña panty de seda blanca, humedecida por la excitación de Paula. Pedro gruñó incapaz de contenerse y empezó a deslizar la prenda a través de sus piernas, descubriendo su sexo. Rosa, húmedo y brillante.


Ahora que tenía una vista directa del centro femenino más bonito que alguna vez hubiera visto, no podía evitar dirigirse hacia él. Pedro presionó un beso suave donde había estado jugando con los pulgares, justo detrás de las rodillas, luego lamió y mordisqueó un camino hacia arriba…


Un temblor sacudió Paula. Él se inclinó más cerca, respirando profundamente, captando el erótico perfume de su deseo. Su sangre se calentó y su miembro saltó presionándose contra la bragueta de su pantalón. Entonces Pedro se rindió a la necesidad que quemaba dentro de él. 


Deslizó sus labios, lamiendo el camino hasta su centro.


Ella gritó, el ronco sonido mezclándose con un gemido de éxtasis. Su excitación le cubrió la lengua y se la tragó, al instante se convirtió en adicto. Los ojos se le cerraron mientras la saboreaba. Su sabor le llenó la boca, le cubrió la garganta y le nubló el sentido.


Los dedos de Paula se enredaron en su pelo, aplicando la más excitante clase de presión. Ella lo quería justo allí, atendiendo sus necesidades. Pedro pasó la lengua por su núcleo, sin apartarse. Arremolinó la punta alrededor del clítoris, volviéndola más salvaje.


Pedro estaba hambriento de ella, y ella no podía esperar para tenerlo dentro de ella. Él penetró en su núcleo, hundiendo la lengua en su interior, rápido, más rápido, disfrutando cuando Paula jadeó su nombre, cuando su esencia le cubrió la cara, cuando la tragó y cuando sus uñas se hundieron en su cuero cabelludo, mientras sus caderas giraban y encontraban los empujes, mientras se arqueaba hacia él, se retiraba y se arqueaba de nuevo.


—¡Pedro! Sí, sí. ¡Ahí! —gritaba Paula en su desenfreno.


Cuando sintió que se tensaba, cada vez más cerca de la liberación, encajó los labios sobre el clítoris y succionó con fuerza, al mismo tiempo que conducía dos y luego tres dedos profundamente en su interior. Moviéndolos en tijera, cambió la profundidad y el ancho en un flujo constante de movimiento, y sólo cuando ella alcanzó la cima del clímax, se echó hacia atrás, ralentizando los movimientos. Sus gemidos se redujeron a incoherentes balbuceos, las caderas lo buscaron, sacudiéndose en círculo, intentando atraerlo de nuevo dentro de aquellas satinadas paredes.


—¡Pedro! Termina conmigo, por favor —le rogó.


—Quiero hacerte sentir bien.


—Y lo hago. Te lo juro.


—Pero quieres más.


—Sí. ¡Por favor!


—Muy bien. —Una zambullida despiadada de los dedos, meneándolos en forma de tijera una y otra vez, chasqueó la lengua sobre aquel brote hinchado y ella culminó con violenta fuerza, sus paredes interiores cerrándose sobre él.


Soltó un grito rasgado, fuerte y alto. Eso le gustó y se deleitó con la idea de ser él quien la había llevado a ese punto.


La desesperación aumentó de forma crítica, y tuvo que apartar los dedos de ella y sujetar sus muslos para mantenerse estable y evitar romper la cremallera y hundirse en casa. Se quedó así hasta que Paula se calmó. Por fin su cuerpo se relajó y su frente brillaba por la fina capa de sudor.


Ella jadeaba entrecortadamente y tenía las marcas de sus dientes en el labio inferior donde se había mordido.


Cuando su somnolienta mirada encontró la suya, Pedro se llevó los dedos a la boca y lamió su excitación. No podía conseguir suficiente de ella y no creía que alguna vez pudiera conseguirlo.


—Quítate la ropa —susurró ella—. Por favor. Déjame tenerte ahora.


Él se puso de pie y se quitó la chaqueta sin dejar de mirarla.


Se aflojó el nudo de la corbata y se la quitó, fue soltando los botones de su camisa, revelando su pecho fuerte y bien formado.


—Ven —lo llamó. Su voz fue poco más que un gemido.


Él fue hacia ella, se subió en la cama apoyándose en sus rodillas y tendió su mano al frente para tirar de ella, la impulsó hacia el frente para que cayera también en sus rodillas y deslizó sus manos por la espalda de Paula hasta localizar el cierre del vestido. Lo bajó completamente mientras ella peleaba con las cremalleras de los puños. 


Luego tiró del dobladillo, llevándolo hacia arriba hasta sacar el vestido por su cabeza. Paula extendió sus brazos hacia arriba para facilitarle el trabajo y cuando la tuvo libre de la prenda, Pedro la lanzó a un lado de la cama.


Él la tomó por la nuca, aferrándola para besarla. Cuando ella respondió llevando sus brazos hacia él, Pedro aprovechó bajar sus manos, recorriendo su columna con la punta de los dedos, hasta alcanzar y abrir el broche de su brasier. Bajó la prenda por los hombros hasta que cayó entre ellos, entonces sus manos recorrieron la piel desnuda de Paula hasta encontrarse con sus pechos. Los acarició con reverencia, haciéndola temblar de deseo.


Ella enterró las manos en el cabello de Pedro mientras su cuerpo buscaba más contacto. Pedro deslizó sus manos por los costados hasta sus piernas, tirando de ellas para envolverlas alrededor de sus caderas mientras caía con ella sobre el colchón. La furiosa erección del doctor se presionó entonces contra la carne sensibilizada de Paula, que jadeó al sentirlo grande y duro contra su entrada.


—Te necesito… dentro… ahora —dijo ella con un tono apremiante y necesitado.


Mordisqueándose el labio inferior, Paula bajó la mano y abrió la cremallera. Las yemas de sus dedos rozaron la húmeda punta de la polla de Pedro, que se extendía mucho más allá de la cinturilla del pantalón


—No llevas ropa interior —dijo sorprendida mientras buscaba su mirada. En sus ojos un hambre cruda y primitiva se dibujaba, dejándola sin aliento. Se sentía hermosa. Él la hacía sentir de ese modo.


Pedro se separó un poco y terminó de quitar sus pantalones, empujándolos al piso de una patada. Entonces se volvió a cernir sobre ella apoyándose en sus antebrazos. Paula buscó sus labios con ansias, entregándose al placer de sus caricias y él igualaba su ímpetu.


Paula gimió cuando sintió el pene de Pedro presionar contra su entrada húmeda y resbaladiza. Sus caderas parecían tener vida propia y salían a su encuentro. Ella nunca se había sentido tan desesperada.


—¿Estás mojada para mí? —susurró Pedro mientras lamía la piel de su cuello.


Hubo un latido de vacilación, pero era algo que Paula no podía negar. Entonces ella susurró tímidamente:
—Lo estoy.


Él lo sabía. Podía sentirlo, sin embargo la admisión lo encendía. Esa lujuriosa renuncia salpicada con un indicio de reserva… era una combinación sensual. Pedro sentía el calor y la humedad emanar de su canal y…


—Un condón… necesitamos —gimió deteniendo las caderas de Paula con sus manos.


Ella abrió los ojos desmesuradamente al comprender lo que estaban a punto de hacer. Sin protección.


Mierda, se reprendió mentalmente.


—Vuelvo en un minuto —le pidió saltando de la cama y arrastrando sus pantalones. Se los puso en tiempo record y salió de la habitación.


—Wow, eso estuvo cerca —suspiró Paula cuando se quedó sola. Cerró los ojos y apretó las piernas reviviendo el placer que había recibido unos minutos antes… y deseó más. Pedro había sido un amante atento y considerado. 
Concentrado en complacerla. Venerándola con sus manos y con su boca… Sergio nunca había hecho eso por ella. Se sintió bien. Más que bien. Se sintió increíble.


Pedro regresó a la habitación con las manos ocultas tras su espalda y una amplia sonrisa. Paula arqueó una ceja en su dirección mientras buscaba algo para cubrir su cuerpo.


—Por favor, no te cubras… no me niegues la visión de tu cuerpo —le suplicó él.


—¿Y qué es lo que traes ahí? —preguntó ella para distraerse de su repentino ataque de pudor.


La sonrisa de Pedro se hizo más amplia y puso a la vista una caja de condones a estrenar.


—¿Fuiste así hasta la farmacia del barco? ¿Tan rápido?


—No… la tomé prestada de la habitación de Mauricio. Es una emergencia y la repondré apenas tenga oportunidad —prometió—. Pero ahora olvídate de eso… ¿Dónde quedamos? —preguntó.


—Me parece que ya nos habíamos desecho de ese —respondió ella señalando su pantalón.


Pedro asintió y llevó sus manos hasta la cinturilla del pantalón. Sin despegar su mirada de la de Paula lo dejó caer, entonces empezó a caminar hacia ella. La escritora se quedó boquiabierta al ver libre la erección de Pedro. Grande, hinchada, larga, con una punta redondeada que ya estaba húmeda. Él se subió a la cama y llegó a la posición que estaba ocupando antes.


Paula se inclinó para besarlo y lo empujó suavemente apoyando las manos en su pecho. Él se dejó caer de espaldas y lentamente, Paula se movió por su cuerpo hasta que su boca estuvo al mismo nivel que el miembro de Pedro.


A él se le cortó el aliento, y la habitación quedó en silencio de nuevo.


—Deja que me ocupe de ti —le pidió ella con la voz ronca.
Y, dicho aquello, lo tomó en su boca, completamente, deslizándose hasta abajo y sintiendo cómo le rozaba la garganta. Era una sensación extraña, pero a ella le gustaba.


El gruñó entre la agonía y el placer, y enterró las manos en el pelo de Paula.


Paula. No….


¿No qué?, pensó él. ¿Que no pare? ¿Que no siga?


Arriba, abajo, arriba... Ella se movía por instinto.


—No... no... Ah, por Dios, Paula. No pares, Por favor, no pares.


Nunca nadie le había suplicado nada. Sergio siempre le daba órdenes, la trataba como si no mereciera nada y, tonta de ella, había permitido eso porque estaba enamorada. Ella disfrutó de su poder sobre Pedro, de la necesidad que él irradiaba. Era suyo. Aunque solo fuera por aquella noche.


Paula continuó moviéndose hacia arriba y hacia abajo, mientras giraba la lengua y acariciaba cada centímetro de piel que encontraba. Tomó los pesados sacos de sus testículos. Él se arqueó. Todos los músculos de su cuerpo estaban tensos. Ella podía sentir el zumbido de la pasión en su sangre. Y quería más. Tenía que conseguir más.


—He cambiado de opinión, Paula. Para. ¡Para!


Sin piedad, ella continuó deslizándose hacia arriba y pasando la lengua por la punta hinchada. Succionó, mordisqueó con suavidad. Lo lamía y chupaba como si se tratara de una piruletas, pero el sabor de Pedro era mejor… le gustaba mucho más.


—Voy a... ¡Paula!


Pedro rugió su hombre mientras el clímax se apoderaba de él. Derramó su simiente cálida en la boca de Paula y ella tragó hasta la última gota e incluso lamió los pequeños restos, sabiendo que a él le complacería.


Cuando se incorporó, Pedro todavía estaba duro. La visión hizo que los músculos de su vagina se contrajeran. Él estaba jadeando y luchando por llevar un poco de oxígeno a sus pulmones, con los ojos cerrados y la boca abierta con un gesto de absoluta satisfacción. Yo he hecho esto, pensó ella con orgullo. Nunca se había sentido más poderosa y nunca había sido testigo de una visión más erótica. Su propia necesidad aumentó tanto que escaló su cuerpo, llevando su mano hacia donde había dejado la caja de condones. 


Rompió el precinto y sacó un envoltorio plateado del interior de la caja. Rasgó el empaque con los dientes y empezó a poner el preservativo con las manos temblorosas sobre la erección de Pedro.


Él guio las manos de Paula hasta que cubrió completamente su falo. La escritora sonrió mordiéndose el labio inferior y se sentó a horcajadas sobre Pedro. Estaba muy húmeda. Él siguió atento cada uno de sus movimientos.


—Te necesito dentro de mí —dijo Paula mientras él se aferraba con las manos a sus caderas.


Él empujó profundo y seguro, llenándola y gimieron al unísono. Paula estaba apretada, más apretada que un puño, y lo sabía por qué la estiraba. Sabía que era demasiado grande para un cuerpo tan delgado, pero eso no le detuvo de moverla arriba y abajo, arriba y abajo desde la raíz del pene hasta la misma punta.


Paula estaba tan mojada que el deslizamiento fue suave. 


Ella se inclinó hacia adelante, necesitando sentir más de él. 


Sus pezones le rasparon se frotaban contra el pecho de Pedro, creando una fricción deliciosa. Fricción que le lanzó ramalazos de placer por todo el cuerpo.


Estaba completamente consumido el uno por el otro. Pedro estaba en todas partes… en su boca, bajo su cuerpo, deslizándose dentro y fuera de ella, una y otra vez… sus piernas la envolvían, las manos masajeaban sus pechos, apretando sus pezones y haciéndolos rodar entre sus dedos, incluso el fino vello que salpicaba la piel de Pedro actuaba como estimulante, bailando sobre su piel y haciéndole cosquillas.


—¡Pedro! ¡Oh, Pedro!


Su nombre en sus labios lo deshizo, total y completamente. 


Bombeó en ella más duro. Ella buscó nuevamente sus labios y sus lenguas se enfrentaron con la misma fuerza que lo hacían sus cuerpos.


Él quería correrse desesperadamente, pero no, no antes de que ella tuviera su orgasmo. Metió la mano entre sus cuerpos y rodeó su clítoris con el pulgar, y eso fue todo lo que ella necesitó.


Un grito resonó en la habitación, haciéndose eco a su alrededor, ordeñándolo con sus paredes internas. Él la siguió en su camino al clímax. Rugió y gimió, atrapado en las increíbles sensaciones, sin importarle nada más.


Ella se desplomó sobre su pecho. Él se movió sobre su costado sin abandonar el cuerpo de Paula. Ella acomodó su rostro en el hueco de su cuello y enredó sus piernas entre las suyas.


Paula dejó escapar un pequeño suspiro satisfecho que hizo sonreír a Pedro y él bajó sus ojos hacia su rostro. Su expresión satisfecha lo complació. Se quedó mirándola mientras su respiración se fue haciendo constante. Ella abrió los ojos y le regaló una sonrisa brillante.


—Eso estuvo increíble —dijo ella, sonrojándose inmediatamente.


—¿Te gustó? —le preguntó Pedro arqueando una ceja—. Porque no hemos hecho más que empezar.


—¿Empezar? —respondió Paula sorprendida.


—Nena, quiero poseerte de todas las maneras en que sea posible —le dijo él, acariciándole el cuello con la nariz, mientras salía de su cuerpo para deshacerse del condón usado y colocarse uno nuevo.





INEVITABLE: CAPITULO 22





Pedro y Paula caminan por la cubierta del barco hasta llegar al restaurant donde tenían la reservación. El maître verificó el nombre en la lista y los acompañó hasta su mesa. Un camarero colocó una jarra de agua y un par de copas mientras el maître se encargaba de recitar las especialidades de la casa y mostrarles la carta de vinos. 


Luego se retiró, encargando al camarero que lo había acompañado para que se encargara de atender las necesidades de la pareja el resto de la noche.


—Y bien, señorita Chaves —dijo Pedro cuando se quedaron finalmente solos—. ¿Por qué no me hablas de ti?


—No hay mucho que contar… —respondió ella encogiéndose de hombros—. Soy escritora, igual que Caro, vivo en Los Ángeles… la cafetería donde te conocí es mi favorita, allí me senté a escribir mi primera novela.


—Pasaste mucho tiempo allí, ¿no?


—Sí —asintió Paula tomando un sorbo de agua—. ¿Y tú?


—Bueno, yo no empecé a escribir mi novela allí —dijo él haciéndola reír—. Soy médico y mi consulta está en el hospital que está a unos minutos de esa cafetería, por lo que también la visito mucho.


—Es extraño que no te haya visto hasta ese día.


—Sí, es raro… y… ¿siempre has vivido en Los Ángeles?


—No, en realidad soy de Costa Mesa. Me mudé después de publicar mi primer libro… mi editorial está en la ciudad, así que es más fácil estando cerca. Es decir… más cerca.


—¿Y cómo conociste a Carolina? —le preguntó, y en ese momento llegó el camarero con sus platos y el vino que habían seleccionado.


—La conocí en un evento de la editorial… —respondió ella, suspendiendo la última palabra mientras esperaba que el camarero terminaba de servir las bebidas y se alejaba de la mesa—. Cuando publicaron mi primer libro organizaron este evento, una firma de libros… allí nos conocimos. Recuerdo que al principio me caía muy mal, pero luego nos hicimos muy amigas. Incluso a mi familia le cae muy… casi la han adoptado como un miembro más.


Se hizo un pequeño silencio mientras empezaban a disfrutar de sus platos. Pescado fresco con puré de batata para Paula y pechugas bañadas en manzana para Pedro.


—¿Y es muy grande tu familia? —preguntó él retomando la conversación.


—Soy la menor de cuatro hermanos —respondió ella después de tomar un bocado de su plato—. Nos criamos en el mismo barrio con mis abuelos, tíos y primos —la nostalgia teñía su voz pero sonreía—. Es una locura cuando nos reunimos en acción de gracias o navidad —se carcajea—. ¿Y tú? ¿También creciste en una familia numerosa?


—No tan grande —dice Pedro antes de tomar un sorbo de vino—. Solo están mis padres, mis tíos Vince y Grace, mis primos James y Samantha, mi hermano y yo. Tampoco estamos todos en la misma ciudad… mis padres están en San Diego, mis tíos y primo viven en Nueva Orleans, de mi prima no he sabido nada este año… la última vez estaba en algún lugar de Europa que ahora no recuerdo…


—Y tu hermano y tú viven en Los Ángeles —completó Paula tomando también un sorbo de vino—. No parecen muy unidos —dijo pensativamente—. Quiero decir que…


—Lo somos —se carcajeó Pedro—. No lo parece, pero realmente somos muy unidos. Todos salvo Sam… ella es una bala perdida… está en esa edad extraña en que quiere seguir siendo adolescente y vivir sin preocupaciones. El tío Vince se lo permite y ella se aprovecha. Todos los demás nos reunimos en las fiestas, nos llamamos por teléfono o intercambiamos correos.


El camarero se acercó nuevamente a la mesa para servir sus ensaladas de pasta y rúcula fresca, retirar los platos vacíos y rellenar sus copas.


—Siempre hemos vivido en Los Ángeles. Mis padres no se mudaron a San Diego hasta hace cinco años… fue lo más lejos que pudieron soportar, aunque su idea era irse al campo.


—¿Demasiado protectores? —preguntó Paula tras un bocado de ensalada y un sorbo de vino.


—Solo un poco —se burló Pedro.


Terminaron de cenar y caminaron intercambiando anécdotas familiares hasta llegar al bar donde se presentaría la banda de Jazz. Disfrutaron del espectáculo y del buen ambiente del lugar, tomaron unas cuantas bebidas y Paula ya sentía como si se conocían desde siempre.


Salieron del bar haciéndose bromas el uno al otro. Ya estaban un poco achispados mientras caminaban por la cubierta del barco.


—El hombre que estaba en tu casa el otro día, ¿es tu novio? —preguntó Pedro de repente.


Paula se detuvo y se volvió para mirarlo. Se sintió un poco mareada, por lo que se aferró a la baranda.


—¿Sergio? Es mi ex —le aclaró—. Terminamos la relación hace dos meses, pero parece que su memoria empezó a fallarle hace unos días y empezó a aparecerse en todos lados.


—Suena como un imbécil —tanteó él.


—Oh sí, es un imbécil total… el día que terminamos pretendió hacerme sentir responsable del fracaso de la relación, cuando en realidad estaba viéndose con otra —se carcajeó ella—. ¿Puedes creer este tipo? Fue mi novio desde la secundaria… yo siempre pensé que terminaríamos casados, viviendo en una casa con cerca blanca en los suburbios, criando niños y siendo felices. Pero esos finales son solo para las películas o para mis novelas. Novelas que, por cierto, ahora no puedo escribir.


—Todas las personas merecen tener lo que sueñan, Paula —respondió Pedro—. Y… ¿Cómo es eso de que ahora no puedes escribir? ¿Es que todavía sientes algo por él? ¿Por tu exnovio?


—No —admitió ella—. Por mucho tiempo creí que lo amaba. Pero ahora entiendo que el amor es otra cosa. Pero desde que terminamos no he podido escribir nada decente… es como si se hubiese robado mi mojo.


Pedro sonrió asimilando sus palabras y se concentró en la parte que más curiosidad le causaba.


—¿Y qué es el amor para ti?


—Es confianza, respeto. Desearse todos los días como el aire para respirar. Cuidar al otro. Es… todo


—¿Y ahora mismo hay algo que desees tanto como al aire para respirar? —quiso saber Pedro mientras sostenía su rostro entre las manos


—Tú —reconoció inconscientemente.


Pedro abrió los ojos como platos sorprendido por la confesión. Ella tuvo una reacción similar cuando comprendió lo que había dicho. El rostro de Paula pasó de un rosa pálido a un rojo encendido antes de que apartara la mirada.


—No me hagas caso. Olvida que lo he dicho.


—No puedo hacer eso —dijo Pedro, y le pasó un dedo por la mejilla.


Paula se estremeció. Movió el rostro contra su mano como un gatito buscando mimos.


—Te deseo, Paula —dijo con un gruñido de satisfacción. Pegó su cuerpo al de ella, acercando tentativamente su rostro al cuello de Paula para inhalar su aroma. Al instante, su excitación creció—. Tú también me deseas.


—Yo… yo…


—No lo niegues, preciosa, solo déjate llevar.


Ella tragó saliva antes de asentir. Pedro acarició los labios de Paula con los suyos, contorneándolos con su lengua como pidiendo permiso para entrar. El contacto fue suave al principio, hasta que sus lenguas se tocaron y empezaron a danzar juntas, haciendo el beso más salvaje, frenético…


Pedro creyó que nunca iba a tener suficiente de ella. No podía dejar de besarla. Torció la cabeza, tratando de profundizar el contacto, moviendo la lengua más rápido, tomando su boca de la manera en la que él quería tomar su cuerpo.


Paula no ofreció ninguna queja. Todo el tiempo se frotaron uno contra el otro, sintiendo como la temperatura se elevaba y el oxígeno escapaba de sus pulmones.


—Sí —gimió, y claramente a ella le gustaba su fervor—. Pedro… Tienes que… detenerte… No te detengas… por favor para. ¡Pedro!


No habría un alto. Él lo sabía. No había forma que abandonara el paraíso, porque allí era donde se sentía Pedro en ese momento. Presionó cada vez más duro, bebiéndose sus gemidos y sintiendo que todo lo que estaba a su alrededor dejaba de existir.


—Pedro… para... por favor —esa palabra de nuevo—. Para —las manos de ella le tiraron del pelo, forzándole a levantar la cabeza—. Te deseo —dijo Paula con la voz entrecortada—, pero no aquí. En alguna otra parte. En algún lugar privado.





INEVITABLE: CAPITULO 21





El resto de la tarde Paula la pasó concentrada en su manuscrito. Ordenando escenas que había escrito por separado, describiendo a sus personajes y haciendo notas.


Cuando terminó con eso tenía unas diez mil palabras escritas y eso la hizo sonreír. Pero también notó que estaba anocheciendo y se había olvidado de cenar.


Miró la hora y vio que tenía tiempo de tomar algo rápido en algún sitio, por lo que salió a buscar a Carolina pero su amiga no estaba en la habitación. Paula se extrañó porque no la había sentido salir, pero se encogió de hombros y lo dejó estar. Seguramente estaba aburrida, pensó.


Salió del camarote y caminó hacia el pub que visitó más temprano con Carolina. Entró y se sentó en una mesa apartada. Pidió un emparedado de pollo y una gaseosa, y cuando se lo sirvieron empezó a mordisquearlo lentamente mientas divagaba. Poco a poco el local se fue vaciando, y ella aún tenía la mitad de su comida sin tocar. Le dijo al camarero que envolviera la otra mitad del sándwich para llevárselo a su amiga, tomó la lata de refresco y salió de allí.


Cuando entró en el camarote no notó nada fuera de lo común, salvo que la puerta de Carolina ahora estaba cerrada con seguro. Tal vez regresó mientras estuve fuera, se dijo.


Metió la mitad de sándwich en el refrigerador pequeño que tenían en el minibar del camarote y entró en su habitación.


Paula cambió su ropa por un pijama de franela y se metió a la cama. Se cubrió con las sábanas y apagó las luces con el interruptor que estaba a un lado del cabecero. Cerró los ojos y con un profundo suspiro empezó a rendirse al sueño pero…


Pum. Pum. Pum.


Golpes, suspiros y gemidos empezaron a llenar el antes silencioso ambiente.


—Maldita sea, Carolina —resopló la escritora.


Irse a otro sitio a dormir no era una opción, así que hizo algo que le solía funcionar en la universidad. Tomó su iPod y sus audífonos, buscó música ruidosa y se perdió en ella.


—Será una noche muy larga —se dijo.


Al amanecer Paula no quería abandonar la cama. Le costó mucho quedarse dormida con la música sonando fuerte en sus oídos, pero los gritos de los Beastie Boys eran preferibles a los de Carolina teniendo sexo Dios sabe con quién.


A regañadientes se levantó, estirando los brazos para desperezarse. Se calzó sus pantuflas, que estaban junto a la cama, y caminó hacia el baño. Paula se salpicó un poco de agua del grifo en la cara y aprovechó para lavarse los dientes. Se recogió el cabello en una coleta y salió para cambiarse de ropa.


La escritora cambió su pijama por unos vaqueros holgados de cintura baja, una camiseta blanca de Edward Scissorhands y unas zapatillas Converse. Hoy el barco haría su primera parada en la Costa Maya y según el folleto recorrerían las pirámides. Así que estaría preparada, con ropa cómoda y fresca, para la aventura del día.


Paula no sabía si su amiga se había levantado ya, o si su amante de turno seguiría con ella. Recordó cómo se sentía Carolina después de que Mauricio se disculpara por decirle que la amaba, lo mucho que había llorado. La pena le había durado poco. Paula envidió eso. Por lo general, cuando se sentía defraudada por algo se echaba a morir como si fuera el fin del mundo. Pero no Carolina. A menos que…


—¿Será él? —se preguntó entre risas.


Pero no se quedó a averiguarlo. En lugar de eso fue por algo de desayunar y por una cámara fotográfica en la tienda de electrónica del barco, porque cuando buscó la suya en casa antes de salir no la encontró.


Paula se reunió en la cubierta con el resto de los pasajeros que se apuntó a la visita guiada. Bajaron del barco y en el puerto estaba un autobús esperándolos para ir a las Ruinas de Chacchoben. El trayecto fue de casi una hora, pero el animado ambiente, las risas y canciones de los demás pasajeros hicieron que Paula se sintiera a gusto.


Cuando llegaron, la escritora se quedó sin aliento. La majestuosidad de las estructuras, así como la sensación de intemporalidad de aquel lugar cautivaron a Paula. Levantó la cámara que colgaba de su cuello y empezó a tomar fotografías. Siguió al guía que iba relatando datos sobre la cultura maya, los edificios, sacrificios que solían realizar y su estilo de vida, mientras ella continuaba capturando instantáneas.


Paula se encontró con su amiga Carolina cuando el grupo en el que iba regresó al puerto. Juntas tomaron el almuerzo en un hermoso restaurant local donde tuvieron algunos inconvenientes para comunicarse con el camarero. Las amigas terminaron de comer y tomaron varias bebidas, caminaron y se hicieron fotografías juntas. Fue un día especial y diferente para ambas, así que cuando regresaron al barco estaban muy animadas y alegres.


—Ahora vamos a arreglarte para tu cita —aplaudió Carolina mientras abordaban nuevamente el barco.


—Estoy nerviosa —confesó Paula sonrojándose hasta las orejas.


—¡Oh! ¡Qué genial! —celebró su amiga—. Vas a tener una noche maravillosa, cariño. Vas a divertirte y no vas a regresar a tu habitación sin, por lo menos, un beso. Y con “por lo menos” quiero decir que puedes ir a por todas si es lo que el cuerpo te pide.


—Es nuestra primera cita.


—Y ya no tienes dieciséis años.


Entre risas, Paula se preparó para su cita con la ayuda de Carolina. Después de un baño iniciaron el ritual de peinado y maquillaje. Carolina le aplicó barniz de uña negro en manos y pies. Mientras se secaban las uñas de su amiga, su amiga se dedicó a arreglar su cabello. Decidió alisárselo y ondular las puntas para darle un poco de volumen. Cuando tuvo listo el cabello, pasó algún rato trabajando el maquillaje de Paula


Ojos ahumados, un poco de rubor y un gloss color rosa para sus labios. Se veía estupenda.


—Bien, ya estás casi lista —dijo Carolina dándole espacio a Paula para que se viera en el espejo mientras iba por la ropa.


Un sencillo vestido de cuello redondo y falda tubular por encima de las rodillas, blanco con estampado de leopardo y cremalleras expuestas en los puños. Para completar el atuendo, unos stilettos negros cruzados al frente y con correas en los tobillos.


Cuando Paula estuvo lista ambas chicas salieron a esperar en la sala. Carolina se echó en el sofá con una soda entre las manos, alcanzó el mando a distancia del televisor y empezó a pasar los canales para encontrar algo en que entretenerse.Paula, en cambio, empezó a caminar de un lugar a otro.


—¿Podrías, por favor, sentarte? —le pidió su amiga—. Vas a abrir una zanja en el piso, y te recuerdo que estamos en un barco —se burló.


—Tonta —bufó Paula ocultando una sonrisa.


—Impaciente —respondió Carolina.


Unos golpes en la puerta hicieron saltar a la escritora, haciendo que Carolina sonriera más ampliamente.


—Espera en la habitación y sales cuando te llame, ¿ok? —le susurró, entonces caminó hacia la puerta.


—Hola Paula… tiempo sin verte —se burló Carolina—. ¿A qué debo el honor de tu visita?


—¿Por qué me parece que estás disfrutando esto? —respondió Pedro sonriendo, acercándose a saludarla con un beso en la mejilla—. Vine por Paula, pero eso ya lo sabías.


Carolina se carcajea y lo hace pasar a la sala de estar. Le señala el sofá y lo invita a sentarse.


—Ya la llamo —dice dejándolo por un momento para ir a tocar la puerta de la habitación—. Pau, te buscan —alza la voz para llamar a su amiga.


Paula sale de la habitación y le da una mirada a su amiga para transmitirle lo nerviosa que se siente. Carolina le da un guiño y un apretón cariñoso en el hombro para transmitirle confianza. Cuando llegan a la sala de estar, Pedro se levanta y dedica a Paula una amplia sonrisa.


—Te ves hermosa —dice —. Bueno, tú eres hermosa, pero hoy te ves especialmente atractiva —aclara.


—Y bien, doctor Alfonso… ¿dónde piensas llevar a mi chica? —Carolina interrumpe el momento para bromear con su actitud maternal.


—Iremos a cenar, y luego a ver una banda de Jazz que me recomendaron —responde sin dejar de ver a Paula.


—¿A qué hora piensas traerla a casa? —sigue Carolina con su papel de madre.


—Ya fue suficiente de eso, Caro —se queja la escritora—. ¿Nos vamos? —le pregunta a Pedro.


Él asiente. Paula empieza a caminar hacia la puerta y Pedro la sigue. Carolina va tras ellos sin dejar de reír. Cuando salen, ella los despide con la mano.


—Que se diviertan, chicos —les dice alzando la voz cuando se han alejado por el pasillo.