miércoles, 25 de marzo de 2015

INEVITABLE: CAPITULO 6




Paula abrió los ojos cuando los primeros rayos del sol atravesaron su ventana y dieron de lleno contra su cara. Gimió de dolor y empezó a masajear sus sienes, pero ella bien sabía que era inútil. Tenía que conseguir algún analgésico y un zumo.


El sonido del agua corriendo, dentro de su baño, la hizo ponerse alerta. Lo último que recordaba de la noche anterior era haber estado en el bar con Carolina, al tipo teniendo sexo en el baño, y luego haber estado… sí, bailando con el chico de la cafetería. Pedro.


—¿Acaso yo…? —se preguntó, como si la respuesta fuera a llegar mágicamente.


Se levantó de la cama con mucho cuidado y caminó de puntillas hasta su baño. Abrió la puerta tratando de no hacer ruido y entró. El vapor de la regadera llenaba el lugar, por lo que era difícil distinguir la silueta que estaba detrás de la cortina; pero la llave se cerró y el agua dejó de correr. Ya no tenía tiempo para salir de allí ni sitio para esconderse.


Los ganchos de la cortina hicieron un sonido tintineante cuando se abrió. Entonces un par de gritos llenaron el pequeño cuarto de baño.


—Oh por Dios, Paula —se quejó Carolina—. Me vas a matar de un susto.


—Lo siento, lo siento —respondió ella—. Te juro que pensé que…


La risa de Carolina le dio a entender que ella sabía perfectamente lo que había estado pensando.


—Olvídalo —le pidió Paula—. Seguro ayer me puse en ridículo y no querrá volver a verme.


—¿Estás segura de querer tener esta conversación en el baño? —se burló su amiga—. No tengo problemas, pero me gustaría recuperar mi ropa y tener un café.


—Sí, lo siento—se volvió a disculpar Paula haciéndose a un lado para dejarla salir.


Cuando se quedó sola en el baño abrió la llave del lavamanos y se salpicó un poco de agua en el rostro. Se miró al espejo y frunció el ceño, poco conforme con la imagen que se reflejaba.


La noche anterior no alcanzó a limpiar de su cara el maquillaje, ni a deshacerse de las pinzas que sujetaban sus rizos. Ahora su cabello parecía un nido de ave y su rostro era similar al de un mapache.


—Hermosa —dijo con ironía. Tomó una toalla limpia del armario, la colgó en un gancho y entró a la regadera para darse una ducha rápida.


Cuando terminó de asearse y lavar su cabello se envolvió en una suave y esponjosa toalla antes de volver a su habitación. Sacó un conjunto de lencería deportiva del cajón y la dejó sobre la cama, secó su cuerpo y se colocó las prendas antes de entrar en el closet para tomar unos vaqueros gastados y una playera de tela suave. Se vistió y secó su cabello con la toalla, entonces bajó para unirse a Carolina que ya la esperaba en la cocina con café recién hecho y pan tostado.


El rictus serio de su amiga hizo que su estómago se tensara. ¿Había hecho alguna estupidez? Esperaba que no.


—Suéltalo —le pidió—. Si hice algo verdaderamente vergonzoso y debo cambiar mi apariencia, además de mi número de teléfono, debo saberlo ahora.


—Deja el drama, Pau—se burló su amiga—. Ustedes dos se veían realmente geniales en la pista anoche —suspiró Carolina—. Juro que jamás había visto una pareja tan perfecta… 
—dejó la frase en suspenso—. Hasta que tú vaciaste tu estómago en sus pies y te desmayaste. Por suerte te atrapó antes de que cayeras en el charco de vómito —arrugó la nariz y fingió estremecerse ante la idea.


—¡Oh por dios! —gritó ella avergonzada y cubriéndose la cara.


—Luego él me ayudo a traerte a casa —se encogió de hombros—. Por lo que, pues, ya sabe dónde vives. Se quedó preocupado por ti—sonrió Carolina.


Paula dejó caer su frente contra la mesa varias veces mientras la risa de su amiga se hacía sentir.


—Lo de ustedes anoche fue…. —suspiró ella—. ¡Por dios! Querías verlo y lo llamaste, pero tenías el número mal; entonces él aparece y ¡puf! —chilla emocionada—. ¡Se veían tan geniales juntos!


—¿Puedes dejar de repetir eso? —le pidió a su amiga—. Seguro él también pensó que era genial… Hasta que vacié mi estómago sobre sus zapatos —bufó Paula.


—Bueno, eso no fue tan genial —admitió Caro—. Pero todo lo demás fue bastante sexy —enarcó las cejas con comicidad.


—No creo que vuelva a verlo —respondió la escritora resignada—. No corregí el número y, además, nos iremos de viaje. Y será lo mejor porque no creo que la vergüenza me deje mirarle a la cara.


—Ese encuentro era inevitable, querida amiga —le advirtió Carolina—. Y entre ustedes no se ha dicho aún la última palabra. Ahora apura ese café… iremos a mi casa para que pueda cambiarme y luego vamos a la agencia de viajes.


—Bien —aceptó Pau—. Pero sigo pensando que estás equivocada respecto a lo de Pedro.


—Si quieres insistir en eso, eres libre de hacerlo; pero pocas veces me equivoco en esas cosas.


—Cuando no se trata de ti —se burló Paula.


—Exacto —admitió Carolina—. Cuando no se trata de mí.



*****


Pedro estaba en su apartamento con su hermano Mauricio tomando el desayuno cuando sonó la alerta de un nuevo correo electrónico en su smartphone.


—Anoche desapareciste del bar —comentó Mauricio mientras tomaba un sorbo de su café—. Cuando me deshice de Lisa ya no estabas.


—Surgió algo —respondió Pedro sin querer dar detalles, y para cortar la conversación se metió un trozo de pan en la boca.


—¿Si? —se burló su hermano—. ¿Surgió algo o surgió alguien?


La mirada de advertencia que recibió Mauricio fue tan fría que podría congelar el infierno, pero esa clase de respuestas ya no le afectaban; decidió tomarse el asunto con humor y seguir fastidiando a su hermano mayor.


—Entonces doctor —le dijo—. Te irás a ese crucero para olvidarte de tus pacientes achacosos y de tu hermano el descarriado...


—No empieces, Mauricio —respondió Pedro—. Deja de comportarte como un adolescente. Ya es hora de que le pongas algo de seriedad a tu vida.


—El polvo con Lisa en el baño del bar fue algo bastante serio —dijo él encogiéndose de hombros—. Hasta tuvimos una espectadora —sonrió.


Pedro abrió los ojos como platos y se ahogó con el zumo que estaba tomando. Su rostro se tornó rojo brillante y no dejaba de toser. Trató de relajarse y llevar algo de oxígeno a sus pulmones, y cuando logró superar el episodio enfrentó a Mauricio


—¡Debes estar bromeando! Uno de estos días vas a hacer que te arresten —le advirtió.


—Y tú pagarás la fianza, ¿no es así?


—Imbécil —dijo Pedro rindiéndose a la risa—. Te lo digo en serio... trata de no meterte en problemas mientras no estoy.


—Lo tengo —asintió Mauricio—. No incendiar tu casa, no meterme en problemas… ¿Algo más para agregar a la lista, jefe?


—¿Seguro que no quieres venir? —preguntó su hermano preocupado—. Todavía puedo arreglarlo con la agencia. Sé que tu ruptura con Layla fue muy dura, pero no tienes que quedarte y actuar como un idiota para llamar su atención. Tienes que superarlo.


—Pensé que eras cirujano, no psicólogo. De cualquier modo, aunque Layla es un asunto superado en mi vida, creo que tienes razón; necesito unos días lejos de toda esta mierda. Sin mujeres locas corriendo tras de mi para pedir cosas que no puedo dar.


—¿Un anillo de compromiso, por ejemplo? —se burló Pedro.


Mauricio enarcó una ceja ante el tono sarcástico de su hermano.


—Tú búrlate, señor "estoy casado con la medicina"; pero cuando aparezca una mujer demandando más tiempo del que tienes, o alguna mierda parecida, no hagas drama.


—En algún momento tienes que sentar cabeza, hermanito.


—Sí, pero ese momento no es ahora —replicó el aludido—. Ahora cuéntame de la misteriosa emergencia que te sacó del bar anoche.


—Ayer conocí a una chica en la cafetería que está cerca del hospital y le dejé mi teléfono, entonces…


—Te llamó mientras estabas en el bar y saliste corriendo tras ella —sentenció Mauricio.


—No… ella estaba en el bar.


—Entonces, ¿saliste a esconderte? Si no es así, entonces no entiendo…


—Estaba bailando con ella, entonces se sintió mal y…


—Y salió Súper Doctor al rescate —Pedro se burló de su hermano interrumpiendo cada vez que intentaba terminar su relato.


—¿Puedes, por el amor de Dios, dejar de interrumpirme para decir tonterías? —bufó Pedro
—. Ella se puso bastante mal, así que ayudé a Carolina a llevarla a casa.


—¿Carolina? —preguntó Mauricio con incredulidad—. ¿Carolina James?, nuestra Carolina ¿quieres decir?¿Ella estaba en el bar anoche? —Mauricio se puso súbitamente nervioso.


—Sí, la misma —respondió Pedro a su hermano ignorando su extraña inquietud—. Nuestra vecina estaba allí anoche con esta chica, que resultó ser amiga suya.


—Pues mira que es un mundo pequeño.


—Sí, tan pequeño como tu sentido común…


—No empieces.


—Tú empezaste, yo solo continúo —sentenció Pedro antes de dar un sorbo a su café y levantarse de la mesa—. Ahora en serio, ¿vendrás? Para ir a la agencia y hacer los arreglos.


—Iré —aceptó Mauricio.


—Bien —asintió su hermano—. Entonces pongámonos en marcha.


—Algún día deberás dejar de tratarme como tu hijo —sugirió el más joven de los Alfonso.


—Sí —asintió Pedro—. El día que dejes de comportarte como un niño tonto que necesita que lo rescaten.





INEVITABLE: CAPITULO 5




Curioso lugar para ver uno, pensó Paula


Cuando finalmente se reunieron, tuvo un vistazo del resto de su cuerpo. Y de su cara.


El mundo no podía ser tan pequeño, ¿verdad?


Paula, déjame presentarte a....


—Pedro —completó ella.


—¿Ustedes dos se conocen? —preguntó Carolina, alternando la mirada entre Pedro y su amiga—. No me digas que él... —se centró en Paula entonces—. ¡Oh por Dios! ¿Es él?


—¿Él? —preguntó Pedro sonriendo—. ¿Me perdí de algo?


—De nada, tesoro. Paula me contó que un chico le dejó su teléfono esta mañana mientras tomaba su café —explicó Carolina—.¿Fuiste tú? ¿No es cierto?


Pedro asintió sin dejar de mirar a Paula ni de sonreír.


—¿Entonces qué demonios le sucede a tu teléfono? —le dijo Carolina, provocando que Pedro se girara a mirarla—. Te llamó y no atendiste.


Él frunció el ceño y sacó su celular del bolsillo de sus vaqueros. Miró la pantalla pero no había notificaciones.


—No recibí ninguna llamada —respondió Pedro mostrándole su celular a su amiga—. Estuve de guardia en el hospital, con el teléfono encendido; puedo asegurarte que no recibí ninguna llamada.


—¿Podrían dejar de hablar como si yo no estuviese aquí? —se quejó Paula y ambos voltearon a mirarla—. Gracias.


—Lo siento —se disculpó él.


—Está bien.


—Si no fue a ti —dijo Carolina señalando a Pedro—. Entonces... ¿a quién llamaste? —le preguntó a su amiga.


—Yo marqué el número que él me dio —aseguró Paula, y para respaldar sus palabras sacó la servilleta de su cartera y se la tendió a Carolina—. Tú estabas ahí, tú lo viste.


Ella vio que el número era correcto. Si Paula le hubiese mostrado la servilleta antes y ella hubiese visto el número...


—Déjame ver tu teléfono, Pau —pidió Carolina.


Paula frunció el ceño, pero le entregó el aparato. No sabía qué se traía su amiga, después de todo Pedro estaba ahí. Cruzó los brazos sobre el pecho y arqueó una ceja en actitud desafiante. Su mala cara no tenía que ver con el circo que Carolina había montado, sino con el que había escuchado en el baño y la había dejado tensa. Resolver misterios en un bar no encajaba con su concepto de "liberar tensión" precisamente, aunque...


—Está mal —dijo él cuando se inclinó sobre el hombro de Carolina para espiar la pantalla del celular—. El número que marcaste está mal… Estoy bastante seguro que el mío termina en 2, no en 5.


Paula bufó y Carolina rompió a reír. La escena no podía ser más ridícula, pensó ella. En ese momento empezó a sonar una canción lenta que a Paula le gustaba. La línea de bajo y la percusión retumbaban en su pecho, haciendo que su concentración se desviara por momentos. Imágenes fugaces de parejas caminando hacia la improvisada pista de baile la atrajeron, y su vista se fue tras ellas a la deriva, hasta que una voz masculina la trajo de vuelta a la realidad.


—¿Quieres bailar? —le preguntó él, acercándose para susurrarle al oído.


Ella tragó con fuerza, apretó los muslos y lo miró a los ojos. Pedro le hizo un guiño y luego volteó hacia Carolina, que veía la escena con la boca abierta.


—Claro, claro... por mí no hay problema —les dijo mientras le quitaba la cartera a Paula y la empujaba hacia él—. Vayan.


Pedro esperó con paciencia por la respuesta de Paula mientras la canción sonaba. Cada vez más fuerte y más sexy. Ella asintió, le arrebató la bebida a su amiga y se la tomó de un trago, entonces se dejó guiar a la pista, cerrando los ojos ante la sensación de una mano cálida en la parte baja de su espalda y llenando su mente con imágenes de un cuerpo fuerte contra el de ella. Sobre el de ella...


Ok, ¿de dónde vino eso?, pensó.


Mientras se movían al compás de la música, Paula empezó a fijarse en las parejas a su alrededor. En sus gestos. En la complicidad. En la forma íntima que se rozaban al moverse. 


Su cerebro empezó a darle forma a las historias de cada una. Era un ejercicio tonto que hacía para entrar en calor cada vez que iba a escribir, por eso le gustaba hacer sus primeros capítulos en lugares públicos, como cafeterías o parques.


El cuerpo de Pedro estaba tan cerca del suyo que su cerebro simplemente se apagó. Se dejó guiar por él y se entregó a las sensaciones de sus manos afianzadas sobre sus caderas mientras bailaban. Paula sentía que su cuerpo respondía naturalmente a él, anticipando sus movimientos. Sus ojos subieron, vagando por su pecho, hasta encontrarse su mirada. Profunda y decidida. Se preguntó lo que se sentiría llegar al orgasmo mirando esos ojos. Estaba segura de que eso estaría totalmente en otro nivel.


Repentinamente su mundo empezó a tambalearse. Él se acercaba a ella y casi podía sentir su aliento contra su cara.


¿Iba a besarla?, pensó Paula. Descubrió que la idea no le molestaba.


Él se acercaba cada vez más mientras en los altavoces alguien gritaba que era radioactivo. 


Era irónico que en ese momento ella sintiera que iba a hacer combustión espontánea en plena pista.


—¿Estás bien? —le preguntó Pedro.


Ella lucía un poco verde, pensó él. Pero quizás fuera por las luces del bar. Tenía que confirmarlo, así que su modo doctor entró en funcionamiento. Ella lo miraba fijamente pero parecía no haber entendido su pregunta.


Para Paula, el mundo seguía girando con fuerza a su alrededor pero se las arregló para asentir y sonrió con lo que pretendía fuera su cara más sexy.


—¿Segura? —insistió él.


—Sí —respondió simplemente.


Él se acercó aún más.


¿Es que acaso eso era posible?, pensó ella. Pero los pensamientos de Pedro estaban lejos de esa línea en ese momento. Entonces el calor aumentó, los movimientos de la tierra adquirieron velocidad y no había suficiente oxígeno en el planeta para ella.


Entonces el mundo dejó de existir.




INEVITABLE: CAPITULO 4





Pedro salió de la cafetería con su vaso térmico recargado, igual que sus energías. Nunca imaginó que buscar refuerzos en la cafeína le llevaría a conocer a una chica tan guapa. 


Porque Paula Chaves era realmente muy guapa, sí señor. Era alta, delgada y de rasgos delicados. Su cabello rubio y rizado había estado recogido en una coleta holgada, sus brillantes ojos azules semiocultos tras unos lentes de montura gruesa y la mueca de sus labios carnosos… él había deseado besar esos labios.


Quizás él parecía un idiota con la salida que había hecho, pero no tenía tiempo para quedarse a socializar, así que le dejó su teléfono antes de correr al hospital para completar su turno. El último antes de sus merecidas vacaciones.


Cuando llegó al hospital todavía sonreía. Pasó junto al mostrador de las enfermeras, recogió su bata y su carpeta, y luego volvió a su consultorio. Revisó su reloj y se preparó para el resto de la jornada.


—Voy a necesitar algo más fuerte que el café cuando esto termine —susurró. Entonces llamó a la enfermera de guardia y le pidió pasar al próximo paciente.


Era hora de volver al trabajo.



*****


El resto de la tarde pasó bastante rápido para Paula. El clima había refrescado y, pensó, no había razón para quedarse en casa si no podía escribir. Se preparó para salir con su amiga Carolina James, quien decía que una mujer siempre podía encontrar inspiración en un bar. 


Se conocían desde hace un par de años, ambas trabajaban con la misma editorial por lo que terminaron formando una especie de equipo de apoyo; pero desde el rompimiento con Sergio, Paula había declinado todas sus invitaciones. Sin embargo decidió darle una oportunidad esta vez.


Alta y delgada, Carolina tenía un sutil encanto juvenil a pesar de estar próxima a los treinta. 


Su cabellera rojiza caía libre hasta la mitad de la espalda en un desorden perfectamente planificado. Cuando la vio llegar, abrió ampliamente sus expresivos ojos verdes e hizo una mueca con la boca. Ella sabía que algo le ocurría.


Entraron juntas, sin hacer fila y caminaron directamente a la barra. No habían pasado ni cinco minutos cuando empezó a correr el licor.


Animada por los tragos, Paula le hizo a su amiga un resumen sobre su bloqueo post-Sergio, la propuesta de su editora y el encuentro con el hombre de la cafetería.


—¿Qué harás? —preguntó Carolina, dejando su copa vacía y haciendo señas al barman para que la reemplazara, cuando Paula terminó de contarle—. Tienes que pasar esa patética página de tu vida llamada “Sergio Carter” y disfrutar de tu juventud. Además, quién dice que este Dios de la cafetería no pueda ser tu nuevo muso —sugirió.


Sergio nunca fue santo de su devoción, y siempre había manifestado abiertamente su
aversión por ese idiota, pero Paula nunca le había hecho caso.


—¿Muso? ¿Siquiera existe esa palabra? —se burló ella—. Y no es un Dios, Caro… solo es otro tipo que va por allí dándole su número a todas las chicas que conoce.


—Déjame creer que este galán no es un idiota como tu ex, y que si te dio su número es porque le interesas en serio —respondió su amiga—. Hazme caso, llámalo… para ser una escritora de romance te has vuelto bastante cínica —Caro agitó su cabeza mientras sonreía—. Si las cosas no resultan con este tipo, entonces te vas a ese crucero que dijo Vicky. Unos días de vacaciones te harán bien. Si quieres yo podría acompañarte —sugirió.


—Eso sería genial —dijo Paula—. Un poco de tiempo de chicas antes de volver al trabajo.


—Bien, ¿cuándo nos vamos? —quiso saber Carolina, pero luego se encogió de hombros y dijo—: No importa, ya nos ocuparemos de eso; pero llamarás a ese bombón y lo invitarás a salir. Ahora.


Paula pensó en esa posibilidad. Si bien no estaba borracha, tampoco estaba en control. Lo último que quería era darle una mala impresión a Pedro.


Sí, claro, como si se tratara de algo serio.


—¿Estás loca? —Negó Paula—. No puedo.


—Quizás un poco —admitió—. Pero esa locura, que mi editora llama “imaginación” es lo que paga las facturas, así que confía en mí. Llámalo. Puedes hacerlo.


A veces Carolina podía ser muy persuasiva, tanto que ya Paula tenía su celular en una mano y la servilleta con el número de Pedro en la otra. Con dedos temblorosos marcó el número y se llevó el aparato al oído. Escuchó un tono. Luego otro. Y otro. Pero nadie atendió la llamada.


—No responde —anunció—. Debe ser una señal, ¿no?


—Sí, tal vez —respondió Carolina —. Para buscar a alguien más que le pueda aportar algo de emoción a la noche y te llene de pensamientos sucios para la próxima novela. Tienes que soltarte, chica.


Paula arqueó una ceja de forma inquisitiva hacia su amiga.


—No me mires así —le pidió ella—. Sigo pensando que ese Dios de la cafetería puede ser algo especial.


—Seguro —asintió Paula dando un último trago a su bebida antes de decir—. Vuelvo en un momento. Debo ir al baño.


Se levantó de su asiento y caminó hacia los servicios. Una considerable fila de mujeres aguardaba para entrar, pero la vejiga de Paula difícilmente soportaría la espera. Ella echó un vistazo al baño de caballeros. Vacío. No se permitió ni un segundo para pensar, simplemente se fue alejando de la fila hasta que entró al baño y aseguró la puerta. Corrió hacia uno de los cubículos mientras iba soltando los botones de su pantalón y maniobraba para sacar un poco de papel higiénico de su cartera.


Unos segundos después el ruido de la puerta rompió su momento privado, indicándole que no estaba sola. Paula maldijo su suerte y se quedó en completo silencio mientras su cuerpo aliviaba su necesidad. La de orinar, porque ciertamente otras necesidades no estaban siendo aliviadas en un futuro inmediato.


—Esto será rápido —dijo una voz masculina teñida de advertencia—. Y no será suave.
No puede ser, pensó Paula.


—No lo quiero suave, cariño —ronroneó una voz femenina, bastante desagradable si le preguntaban.


Es curioso, pensó Paula, como ciertos sonidos se magnifican cuando no estás mirando la acción. El de una cremallera al abrirse, el de la tela de las bragas al ser rasgadas, el golpe sordo de un vestido al caer al suelo, un jadeo muy silencioso al ser penetrada, un murmullo de apreciación con la voz entrecortada, la fricción de dos cuerpos encontrándose una y otra vez, la respiración acelerándose y haciéndose superficial, los suspiros anhelantes cuando te acercas al borde, el golpe de piel contra piel ganando velocidad, más suspiros y jadeos, el rugido ahogado contra la piel del otro cuando alcanzas la liberación... en fin. Creo que queda claro el punto.


La cuestión es que Paula desde su lugar escuchó como aquella pareja tenía su momento de agonía en el baño de caballeros y, no sabría decir si se debía al prolongado tiempo de sequía que llevaba o si realmente las cosas habían estado salvajes allí. Pero cuando escuchó la puerta cerrarse, ella deseó correr y obtener su propia ración.


Paula miró su teléfono con rabia y suspiró.


—Si tan solo contestaras la llamada yo... —empezó a decir en voz baja, pero luego negó con la cabeza.


Realmente no se sentía capaz de abordar a un hombre por solo un poco de sexo sin compromiso. Ella no era esa clase de chica, o al menos eso le gustaba pensar. Pero ella solo había tenido un novio en toda su vida, y suficiente alcohol corría por su sistema, así que podría tener tiempo de cambiar un poco las cosas ¿no?


Se levantó de la letrina decidida a escapar de allí antes de que alguien regresara. Ajustó sus pantalones, quitó el pestillo de la puerta y abrió. Echó un vistazo para asegurarse de que la salida estuviese libre y echó a correr. Pero al hacerlo se estrelló contra el costado de un hombre. De uno muy grande. En más de un sentido.


—¡Mierda! —exclamó cuando tuvo una visión completa de la pared humana que bloqueó su salida.


—Lo han llamado de muchas maneras —se burló el hombre sin mirarla a la cara—. Pero te puedo asegurar que nunca le han dicho así.


En la cara del desconocido se dibujó una media sonrisa. Su cuerpo estaba ligeramente iluminado por la luz blanca de las lámparas, mientras su mano sostenía su pene frente al urinario. Ella lo miró de arriba abajo y sintió como su boca se secaba. Su cabello cobrizo con reflejos ligeros rubios estaba en puntas, quizás debido a la acción reciente. A través del espejo Paula vio sus ojos azules y su mirada ligeramente divertida, los pómulos altos y su mandíbula cincelada, salpicada de una calculada barba de pocos días. Los labios hinchados del hombre se arquearon completamente, mostrando una dentadura perfecta. Paula sintió que su cuerpo se derretía.


—¿Vas a quedarte mirando? —le preguntó enfrentando su mirada a través del espejo—. Porque me gustaría terminar esto a solas —dijo, asintiendo hacia su pene.


—Ehmm, sí... digo, no —Paula se reprendió por el ligero temblor en su voz—. Yo solo... me iré. Lo siento.


Cuando salió finalmente del baño le pareció escuchar la risa ronca de aquel desconocido.


—Genial —se dijo mientras agitaba la cabeza para despejarse.


Caminó directo a la barra con la intención de despedirse de Carolina y volver a casa. El ligero sopor que tenía debido al alcohol había desaparecido totalmente. Ahora estaba lúcida. Y demasiado consciente de su cuerpo, si le preguntaban. Necesitaba sexo, y lo necesitaba rápido.


Para cuando llegó junto a su amiga, ella se encontraba con un hombre y hablaba animadamente con él. Consideró hacer una salida limpia del bar y mentalmente se aseguró de tener todas sus cosas. Cartera, llaves, celular...


Paula, ahí estás —gritó Carolina—. Acércate para que pueda presentarte.


—Lo siento Caro, tengo que irme —le respondió, alzando la voz para hacerse oír.


Carolina se levantó y caminó hacia ella con una expresión que asustaba. Bueno, no era tan terrible. Solo un ceño fruncido y una mueca en la boca, pero Paula empezó a temblar.


—No te irás —le aseguró—. Vendrás conmigo de regreso a la barra, saludarás y serás simpática con mis amigos, y además te permitirás disfrutar de la vida por esta noche. Si mañana quieres seguir revolcándote en tu autocompasión, te dejaré en paz... al menos hasta que salgamos en ese crucero, porque entonces me aseguraré que te diviertas. Aunque tenga que emborracharte para que lo hagas.


Hasta ese momento, Paula no había visto al misterioso acompañante de Carolina. Pero en cuanto se acercaron a la barra ella no pudo evitar detallarlo detenidamente. Cerca del metro noventa de estatura, espalda ancha y formidable trasero enfundado en vaqueros desgastados. Llevaba una camiseta de un equipo de béisbol y en su brazo colgaba lo que parecía ser una bata blanca. ¿Un médico, quizás?