sábado, 3 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 34

 


Por su parte, Pedro pensaba que Samuel Harding no era ningún tonto, debía reconocer que si el rancho tenía tanto éxito se lo debía a su nieta, por ser una excelente relaciones públicas.


—Puede que tu abuelo no quiera venderte la hacienda, por algún motivo que no se atreva a decirte.


—¿Cómo cuál?


—No sé. Quizá no pueda soportar que el negocio se vaya al garete y que eso te rompa el corazón.


—Lo que me rompería el corazón sería, ver el rancho en manos de otra gente —dijo Paula, furiosamente.


Pedro la observó durante un buen rato, antes de volver la mirada hacia el maravilloso paisaje.


A todo esto, Bandido se puso a dormitar con el morro puesto sobre las piernas de Alfonso. En el caso de que se quedaran dormidos, no había que temer a las serpientes. Tanto el perro como los caballos estarían alerta, por si surgía algún imprevisto.


Sin embargo, Pedro no quería dormir. El suave olor que emanaba de la presencia de Paula, le hacía recordar su propia masculinidad… ese cálido deseo que convivía con él, desde el día que la conoció.


Le volvió a acariciar el cabello.


—Debe ser caro asignarle a un único turista los cuidados de un monitor —murmuró Alfonso.


Como Paula no contestaba, pensó que se había quedado dormida.


—No es corriente que un guía se ocupe únicamente de una persona —acabó diciendo la monitora.


—¡Oh! Qué honor.


La joven se echó a reír.


—Lo normal es que cada monitor controle a dos o tres jinetes. Depende del grado de destreza de los turistas.


—Depende de la destreza, ¿eh? —comentó orgullosamente, el joven, mientras se fijaba en el pecho de Paula que ascendía y bajaba rítmicamente, con su respiración.


Deseaba verla desnuda, poder acariciar su piel y tocarle esos pechos que tanto le estaban tentando. Tenía la necesidad de manifestarle su amor, cubriéndola únicamente con su propio aliento.


La voz de Paula le hizo volver a la realidad.


—Tú mismo podrías ser un guía, porque montas muy bien a caballo.


—La verdad es que no entra dentro de mis planes —contestó Pedro, sucintamente.


—Claro. Déjame adivinarlo: los vaqueros no ganan mucho dinero, más bien todo lo contrario.


—Aun cobrando poco, debe ser muy caro contratar a tantos vaqueros.


—Así es el negocio del rancho. Lo que vendemos es recuperar la identidad romántica de la vieja América. Ofrecemos la posibilidad de pasar unos días como lo hacían los pioneros del Oeste, es decir conduciendo el ganado por las montañas, montados a caballo… Es caro, pero se trata de un lujo.


—Y además hacéis trabajar a los turistas como a cualquier vaquero… —dijo sorprendido, Pedro—. Incluso tienen que montar ellos mismos su propia tienda de campaña…


—Por supuesto. Sin embargo, los niños tienen derecho a un descuento. Los menores de catorce años sólo pagan parte de la cuota y los crios de menos de cinco no tienen que abonar ninguna cantidad. No son nuestros clientes potenciales, dado que no realizan ninguna tarea.


—Nunca he pedido que me hicierais un descuento por ser un amigo de la familia —bromeó por lo bajo, Alfonso.


—Tu tienes dinero de sobra, Pedro y no necesitas ninguna rebaja.


Al joven no le preocupaba el dinero, pero se preguntaba si podía permitirse el lujo de exponer su mente al barlovento de Paula, durante los próximos días. Ella podía ser verdaderamente peligrosa para su equilibrio mental.


—Querida, hablando de nuestra amistad… —quiso comentar. Pedro.


—¿Qué ocurre? —preguntó al instante Paula.


—Creo que no va a funcionar —dijo Alfonso, apesadumbrado.


—No veo por qué: estamos en un lugar lleno de aire puro, comiendo excelentemente y viviendo constantemente en plena naturaleza. ¿Qué necesidad tienes de practicar el sexo?


Pedro no podía creer lo que percibían sus oídos. A veces, Paula le dejaba con la boca abierta.


—No puedo seguir pensando que somos sólo amigos —dijo Pedro, sinceramente.


—Pero si estábamos de acuerdo…


—No me importa que estuviésemos de acuerdo —comentó el joven, frustradamente—. He intentado tener una relación sólo de amistad contigo, pero la verdad es que no puedo parar de pensar en ti, a lo largo del día y de la noche. También tomé la decisión de ser rastrero e intentar seducirte vilmente, pero tampoco he podido hacerlo. No eres el tipo de mujer que sugiera un comportamiento tan solapado.


—No estoy de acuerdo, Pedro. Puedes intentar seducirme perfectamente.


—No me lo digas dos veces…


Paula alzó la barbilla orgullosamente. La verdad es que más que seducirla, habría que gobernarla, teniendo en cuenta lo fuerte que era su carácter.


—De acuerdo. No puedo seducirte… Pero, una relación ardiente y sin complicaciones te sentaría muy bien —le ofreció Alfonso—. Te puedo garantizar que iba a ser realmente apasionada.


—Lo siento, pero no me interesan los ligues pasajeros.


—No me estoy refiriendo a eso —dijo Pedro, respirando con dificultad.


Los ojos de Paula mostraban la batalla que estaba teniendo lugar en su alma: por una parte el cuerpo le indicaba un camino, pero su cerebro le conducía por la senda opuesta.


—Por mucho que durara varios meses, mi relación contigo seguiría siendo pasajera —murmuró Paula, testarudamente.


—No lo creo —respondió Pedro, pensando que hacer el amor con ella podía ser una de las sensaciones más intensas y especiales de su vida—. Por favor, querida, dame una oportunidad. Yo sé que te sientes atraída por mí; además has trabajado tan duro para alcanzar tus metas personales, que no has tenido tiempo de disfrutar de los placeres de la vida. Te lo digo, por experiencia. Deberíamos aprender a relajarnos mutuamente.


La joven respondió airadamente:

—No sabes lo que me estás pidiendo.


—Pero… —Alfonso prefirió callarse.


Los hombres y las mujeres tenían una visión del sexo bien distinta. Tenía que admitir que los varones eran mucho menos exigentes a la hora de elegir a una compañera.


Pedro se quedó pensando que no tenía la más mínima idea de lo que buscaban las mujeres en una relación sentimental. Le sorprendió la idea de que, quizá, no tenía mucho que ofrecerle a Paula, más allá del sexo.


—¿Por qué para ti, tiene que ser todo para siempre? —preguntó Alfonso desesperado. Nunca había deseado tanto a alguien, como deseaba a Paula. ¡Ella era tan distinta a las mujeres que solía frecuentar! Paula no era calculadora; era honesta y voluntariosa.


—Es que soy así —dijo la vaquera, mordiéndose el labio y devolviéndole la mirada a su acompañante.



FARSANTES: CAPÍTULO 33

 


En efecto, esa conquista incipiente por parte de Pedro le hacía pensar que era la primera vez que lo pasaba bien en compañía de un hombre. Otras veces, en cuanto había hablado del rancho, sus acompañantes habían dejado de verla por considerarla poco femenina.


Pedro eso no parecía importarle. Lo que quería era mantener relaciones sexuales con ella, por el simple hecho de que la deseaba enormemente.


Como le había dicho su abuela en alguna ocasión, ése era el mejor piropo que le podían decir a una mujer. Pero lo que dijo a continuación, era que si se trataba de una mujer respetable, no debía ni por un momento dejarse llevar por las circunstancias.


La abuela podía ser muy práctica, pero no tenía a Pedro Alfonso a escasos centímetros…


—¿Paula, estás bien? Parecías estar a millones de kilómetros —dijo Pedro, preocupado.


—Estoy bien, gracias. Si te parece, podemos comer aquí.


Unos minutos después, ataron a los caballos a un árbol y se pusieron a contemplar el paisaje. Era maravilloso: se veían colinas, bosques y rocas. El azul del cielo hacía vibrar a los jóvenes, de pura intensidad.


—Adoro este sitio —murmuró Paula—. Se trata del punto más alto de toda la propiedad y del más bello.


Pedro descubrió a un águila volando por las alturas, disfrutando plenamente de la libertad. De pronto, el ave soltó un grito que impactó a Alfonso. En efecto, el joven se sentía más distendido y apenas recordaba el estrés que había padecido en los últimos meses de su vida.


—¿Qué te parece el sitio, Pedro?


—Tienes razón, es magnífico.


—No suelo traer aquí a los turistas. Es mi lugar preferido.


Esa confesión hizo que Pedro creciera por lo menos diez centímetros más. ¡Paula había querido compartir con él aquel lugar tan especial!


A continuación, inspeccionaron bien la zona para comprobar que no había serpientes de cascabel. Extendieron la manta sobre la hierba y notaron con alegría, que corría un poco de brisa.


Al cabo de unos instantes apareció Bandido, reclamando su comida. Cuando todo estuvo listo, se dedicaron a comer con apetito, mientras Paula le contaba a su acompañante historias del rancho. Tenía un gran sentido del humor describiendo a todo tipo de turistas que habían pasado por la hacienda. Además, tenía una visión muy clara de como tenía que funcionar el negocio para que fuera un éxito.


Pedro estaba muy impresionado. Por muy excéntrica que pudiese ser, su acompañante sería sin duda una buena empresaria.


—¿Dónde vamos ahora? —preguntó Pedro, cuando ya habían terminado de comer, sintiendo un ligero sopor de sobremesa. No era de extrañar, teniendo en cuenta lo poco que había dormido la noche anterior.


—Continuaremos la marcha por allí —dijo Paula, indicando con el dedo el punto hacia el cual se iban a dirigir.


Estaba tumbada boca arriba sobre la manta del picnic, con los ojos cerrados. Pedro descansaba con la cabeza apoyada en el codo, observando cómo sus pechos se asomaban por la camisa desabrochada. Alfonso se preguntaba si su monitora era consciente de que se le veía el sujetador de encaje, a través del cual se adivinaba un oscuro pezón.


—¿Paula, hay que desplazar al ganado rápidamente, o no tenemos prisa?


—Si te refieres a que si podemos dormir una siesta, estás equivocado.


—No soy el único que está adormilado —se quejó Pedro.


—Pero si sólo estoy dejando reposar la comida…


—No me estás respondiendo: ¿vamos a guiar al ganado, o no?


—Mmm… —se desperezó lánguidamente, la vaquera—. El abuelo está haciendo de Celestina con nosotros. Las vacas pueden estar en estos pastos, por lo menos una semana más.


—¿Y por qué tiene que meterse tu abuelo en nuestra relación?


—¿Recuerdas aquellos «cariño», y «mi monitora particular», que me atribuiste el día de nuestra llegada? Pues, ¿Qué esperabas que hiciera Samuel Harding?


—Si yo fuera tu abuelo, no me fiaría ni un pelo de mí —dijo Alfonso, con sinceridad.


—Pero si para tener nietos primero hay que tener hijos… Además, el abuelo confía exclusivamente en mí y no en ti —dijo Paula, secamente.


—Pues, la verdad es que me había parecido un hombre inteligente.


—Y lo es. Está encantado con tu llegada porque te considera un hombre capaz de hacerme olvidar el rancho o de compartirlo conmigo. En cualquier caso, no quiere dejármelo a mí. El pobre, no entiende a las mujeres. El rancho entero se habría ido a pique si no hubiera sido por mi abuela.


Aunque las palabras de Paula eran duras, el tono que empleaba para pronunciarlas era suave y en cierto modo divertido.




FARSANTES: CAPÍTULO 32

 


Después de haber subido durante mucho tiempo por la montaña, los jinetes llegaron al punto más elevado de la propiedad. Desde allí, era posible apreciar el rancho en toda su extensión. A partir de ese momento, su tarea iba a consistir en mover el ganado hacia otros prados más jugosos, con el fin de dejar que la tierra se recuperase y conseguir un equilibrio sostenible entre las distintas zonas de la hacienda.


Pedro pareció darse cuenta de que la mejor forma de seducir a Paula consistía en seguir hablando de la hacienda.


—Paula ¿tu familia se ha visto involucrada en las viejas pugnas entre pastores y vaqueros?


En aquel momento, el caballo de Paula se puso nervioso. Tenía más brío que las monturas de los turistas.


—Sí, chico, ya sé que te apetece galopar libremente, pero debes portarte bien.


Eso mismo se lo podría haber dicho la vaquera a sí misma. Tenía la necesidad de huir de Alfonso y, sin embargo, no podía separarse de él puesto que era su protegido. La verdad, era que Pedro se manejaba muy bien solo. Montaba a caballo como si lo hiciera a diario, sin la tensión propia de otros turistas.


Era lógico: Pedro Alfonso siempre hacía las cosas de modo adecuado.


—¿Qué me decías de las ovejas y las vacas? —preguntó Paula, intentando recuperar el hilo de la conversación.


—Te preguntaba si los Hardings han luchado alguna vez contra los pastores de ovejas. Creo que la guerra que se traían entre manos en el salvaje Oeste, era muy conflictiva.


—A ver, déjame pensar… Por lo que me han contado, un tío lejano murió de un tiro que le propinó un jugador de póker tramposo, justo detrás de uno de los establos.


—Pero eso no tiene nada que ver con las pugnas entre pastores.


—Pues no. Como te decía, mi tío detestaba a los estafadores. Sin embargo, le gustaba demasiado beber whisky y no tenía muy buena puntería con su revólver.


—Realmente, no se trataba de una buena combinación.


—Tú mismo lo has dicho. En cuanto a la guerra entre pastores y vaqueros, los rancheros se vieron involucrados en muchas ocasiones.


—¿Fue tan importante?


—Sí. Las ovejas pueden pacer en cualquier lugar y su paso devasta enormes praderas dañándolas seriamente, contrariamente a lo que hace el ganado vacuno.


—¿En vuestro rancho tenéis ovejas?


—No. Un antepasado que luchó contra el pastoreo, maldijo a todo descendiente que criara ovejas, amenazándole con la muerte inminente por un rayo.


—¡Se trataba de un hombre con fuertes convicciones! —exclamó Pedro alcanzándola y dándole un tirón a la trenza que recogía su bella melena.


—Somos una familia de luchadores —respondió Paula, criticando los avances de Alfonso, pero con un ápice de permisividad.




FARSANTES: CAPÍTULO 31

 


Pedro respiró el aire puro y sonrió apaciblemente. El paseo era una auténtica maravilla: el cielo estaba azul y su caballo cabalgaba obedientemente. Después de subir por una cuesta bastante empinada, Alfonso acarició el oscuro cuello de su montura y le propinó varias palmaditas de agradecimiento. En efecto, el equino se había adaptado muy bien a su nuevo jinete, que no montaba desde hacía tiempo.


A lo lejos, apareció Bandido jugando por aquí y corriendo por allá. Parecía como si estuviese sonriendo a su vez, de pura alegría.


—¡Esto es precioso! —le comentó el jinete a Paula, que iba cabalgando a su lado.


El sol iluminaba la cara de Paula, y daba la impresión de que refulgía con rayos de oro. Sus cabellos flotaban en libertad y parecían reflejar los colores del fuego. A todo esto, llevaba el sombrero colgando por la espalda.


Pedro no podía evitar observar tanta belleza y asociarla con la presencia de la guía. En efecto, Paula estaba guapísima montando su propio caballo, como si ambos fueran un todo.


Tenía tanta experiencia, que daba gusto verla manejar al equino con las riendas, apreciando a cada instante cualquier fallo o cambio de humor por parte del animal.


De repente, Pedro confesó:

—No entiendo como me he resistido con tanta insistencia, a venir por aquí. Verdaderamente, es un lugar magnífico para pasar las vacaciones.


—¿El gran Pedro Alfonso está reconociendo un error? —preguntó burlonamente, Paula.


—Yo no he dicho nunca que fuese el gran Pedro.


—Ah, ¿no?


—Claro que no. Pero sin embargo, podríamos llegar a ser una gran pareja en la cama…


—Creí que habíamos zanjado ese asunto para siempre —dijo Paula, impacientemente.


—Sin embargo, todavía colea un poco —comprobó Pedro, ligeramente fastidiado.


Las mejillas de la monitora se habían sonrojado… Una persona que trabajase en un rancho conocía las leyes de la naturaleza a fondo. A pesar de ello, Paula conservaba aún cierta inocencia, que resultaba realmente encantadora.


—¿Recuerdas nuestro pacto, Pedro? íbamos a ser amigos, nada más.


—Sí, claro.


La verdad era que apenas había podido dormir, pensando en lo difícil que sería tener una relación sentimental al margen del sexo, entre un hombre y una mujer. En efecto, sus planes para seducirla ya no tenían sentido. Ella se habría puesto a enumerar las mil y una diferencias que existían entre los dos. De hecho, para él, elegir a Paula como pareja era como tirarse por un abismo. Pero no podía evitar reconocer la naturaleza de sus sentimientos hacia la joven.


—¿Qué tipo de actividades hacen los turistas además de dirigir al ganado? —quiso saber Pedro, interesándose por la marcha del rancho.


—Existen todo tipo de tareas que se pueden realizar, pero hay unas que son más apetecibles que otras. Por ejemplo, en primavera se procede a castrar y a marcar a los terneros. ¿Te apetecería venir a verlo?


—No, gracias. Tienes un sentido del humor un poco escabroso. La castración me parece algo demasiado fuerte para ser contemplado como un espectáculo.


—¿Te sientes amenazado? —preguntó Paula, sonriendo.


—En absoluto.


—Entonces es que eres un tipo duro…




FARSANTES: CAPÍTULO 30

 


La vaquera se quedó sumida en un profundo silencio, con la mano apoyada en la barbilla, mientras que Pedro dejaba de comer unos segundos.


Era extraño, porque Paula no sólo era temperamental y alegre como un campo repleto de amapolas; también tenía momentos de magia y misterio, que realzaban más aún su carácter tan personal.


—La vida en el rancho ha cambiado mucho en un siglo. Ahora contamos con máquinas y nuevas tecnologías para hacer más fácil la vida de los trabajadores. Pero esto no impide que cada invierno las condiciones de vida sean muy duras. Es como si la madre naturaleza entablara un pulso con los habitantes del rancho.


—Pensé que sólo vivías aquí en verano —dijo Pedro, con curiosidad.


—No siempre. El año siguiente a mi licenciatura, estuve aquí durante un año. Fue el invierno más frío del siglo. Mi abuelo estaba encantado, porque pensó que la dureza del clima me disuadiría y me haría abandonar la intención de comprar el rancho.


—Pero, las bajas temperaturas del invierno no consiguieron que abandonaras tus propósitos —dijo Pedro, automáticamente.


Era evidente que Paula Chaves estaba hecha de una pasta muy especial. Aunque la madre naturaleza la retara, ella sabía salir del paso airosamente.


—¡Claro que no! —dijo Paula, alegremente—. Me gusta cuidar a los animales y estar en contacto con la tierra. Ése es uno de los principales encantos de los ranchos para turistas. Es algo tan primario…


Pedro casi se atraganta. No había nada primario en Paula, aunque ella insistiera en ello. Al revés, le hacía ser más fascinante todavía.


—Más vale que termines pronto tu desayuno —le recomendó la vaquera, que había comido bien pero sin excesos—. Hoy va a ser un día muy largo. Tenemos que llevar al ganado hacia el noroeste de la propiedad, para que las reses pasten en aquellos prados frescos y abundantes. La abuela está preparándonos la comida. Seremos los únicos vaqueros, o sea que tenemos por delante una dura jornada. Mañana me contarás qué te han parecido las ocho horas que vamos a pasar sobre nuestras monturas…


—No te preocupes. Sobreviviré —respondió Pedro, lacónicamente.


—Nos vemos en el establo dentro de veinte minutos. Ensillaremos los caballos rápidamente y luego nos marcharemos.


Pedro se la quedó mirando, mientras se alejaba con Bandido tras sus talones, saludando a los turistas que iban a comenzar su desayuno. Ya se había aprendido los nombres de los nuevos turistas, y se paraba a charlar animadamente con los que repetían su estancia, un año más.


El olfato para los negocios de Pedro se puso en estado de alerta. En efecto, si las cosas iban bien en el rancho era, no sólo por las actividades que se llevaban a cabo para distraer a los turistas. Lo más importante era la cordialidad con que eran tratados y el interés del personal para que disfrutaran plenamente y se divirtieran de verdad. Eso hacía que muchos de ellos quisieran repetir su estancia un año más.


Si funcionaban así, no era porque Paula fuera una consumada mujer de negocios, sino porque era muy simpática y sabía cómo tratar a la gente para que se encontrase a gusto.


De pronto, Pedro derramó un poco de café sobre la mesa donde estaba comiendo. Inmediatamente después, Hernan se acercó para limpiarlo, y le dijo:

—No se te ocurra hacerle daño a Paula. Ten en cuenta que te estaré vigilando… —dijo el viejo, frunciendo el ceño.


—No se preocupe —contestó Alfonso, sonriendo abiertamente.


—Yo también fui joven una vez y reconozco tu forma de mirarla. Y no voy a dejar que un lechuguino finolis como tú, vaya a propasarse con nuestra Paula.


«Cielos, tendría que haberme dado cuenta de que en un lugar como éste, mi actitud hacia Paula iba a ser advertida con mucha más facilidad», pensó Pedro.


—No se preocupe, no voy a lastimarla —dijo Alfonso al cocinero.


A continuación, Pedro se dedicó a terminar el desayuno a toda prisa: si no estaba listo en veinte minutos, su monitora se marcharía sin él. Y la excursión podía dar pie a cierta intimidad, de la que no podría disfrutar en el rancho…


Su propósito no era muy original, pero es que desde que Pedro vio a Paula por primera vez, no había podido deshacerse de su afán por poseerla.