miércoles, 6 de mayo de 2015

SIN COMPLICACIONES: CAPITULO FINAL




–Es culpa tuya –dejé de comer Nutella del tarro y señalé a mi hermana con la cuchara–. Tú lo invitaste a comer el día de Navidad.


–Sí, en Navidad. No esperaba que te fueras a casa con él y te quedases hasta la primavera. Estaba a punto de llamar a la policía para denunciar tu desaparición. ¿Se puede saber qué habéis hecho estos cinco días?


Yo puse los ojos en blanco. Pero sonriendo.


–¿En serio? Entonces es más apasionado de lo que parece. Bien hecho, hermana.


Yo dejé de comer y me eché hacia atrás en el sofá.


–Me prometí a mí misma que no iba a sufrir más.


–¿El sexo con él te ha hecho sufrir?


–No, ha sido increíble. Pero ahora no puedo dejar de pensar en él, maldita sea.


Y no era solo el sexo lo que echaba de menos. No dejaba de recordarlo durmiendo, con esas pestañas tan largas que hacían sombra sobre sus pómulos, el pelo oscuro sobre la frente.


Pensé en las horas que habíamos estado hablando, en las cosas que le había contado y que no le había contado a nadie más.


Había descubierto que la intimidad no era solo estar desnuda con un hombre.


Asustada, me levanté de un salto.


–Se suponía que solo era sexo sin complicaciones.


–Ya, claro. Un sexo sin complicaciones que ha durado cinco días.


Empecé a pasear por el salón y luego me volví hacia mi hermana, desesperada.


–¿Qué voy a hacer? Tengo que olvidarlo y seguir adelante.


–¿Eso es lo que quieres?


–Por supuesto, claro que sí. Nada de emociones, nada de relaciones.


No le conté que temía que fuera demasiado tarde para eso, pero seguramente Raquel lo sabía ya porque me miró, suspirando.


–La buena noticia es que aún faltan seis horas para Año Nuevo, así que no te has cargado tu propósito. Puedes empezar de cero en cuanto den las doce. Tengo entradas para el Skyline. Esta noche nos vamos de fiesta.


–¿El Skyline? ¿Cómo has conseguido entradas? Las fiestas de Año Nuevo en el Skyline son legendarias.


–Conozco a mucha gente en el gimnasio –mi hermana me miró con expresión satisfecha–. Lo pasaremos en grande y te olvidarás de él.


Yo sabía que no iba a olvidarme de Pedro ni un segundo y me gustaría preguntarle si ella había olvidado al que no debe ser nombrado, pero no me atreví.


–¿Hemos quedado allí con alguien conocido?


–Con un montón de gente y tú iras con la cabeza bien alta. Y llevarás tu vestido negro favorito porque estás divina con él.


–Genial –dije yo, intentando olvidar que lo que quería era estar en el apartamento de Pedro–. Será mi primera aparición pública desde que me quedé en tetas y debería ponerme algo elegante.


Me encantaba mi vestido negro, con unos cristalitos cosidos a la tela que brillaban con la luz. Lo había encontrado rebajado en una tiendecita de segunda mano en Notting Hill. 


No habría podido comprarlo de otra forma porque era de diseño y estaba nuevo, aún tenía la etiqueta puesta. Según me contaron, la propietaria pensaba adelgazar para poder ponérselo, pero no lo había conseguido. Afortunadamente para mí.


Raquel tenía razón, era el vestido perfecto para esa noche.
Imagino que mi falta de alegría era porque iba a ver a algunos de los que me habían visto medio desnuda.


–Vamos a arreglarnos juntas como hacemos siempre y mientras lo hacemos me lo contarás todo.



Como era mi hermana y eso era lo que hacíamos, se lo conté todo: lo que había sentido, lo que sentía en aquel momento… que era un asco, si quieres que sea sincera.


Arreglarme para salir debería haber sido divertido, pero no lo fue. Raquel abrió una botella de champán que quedaba del almuerzo de Navidad, pero me recordaba tanto a Pedro


–¿Has terminado? –mi hermana se había puesto un vestido de terciopelo con redecilla a los lados y escotado en la espalda que, con su tipazo, le quedaba estupendo. El pelo rubio suelto sobre los hombros un poco despeinado, porque así resultaba más sexy, y unos tacones de vértigo con esas piernazas.


–Madre mía.


–Lo mismo digo –Raquel sonrió–. Imagino que el sexo sin complicaciones empezará cinco segundos después de la medianoche, ¿no? Venga, vamos, el taxi acaba de llegar.


Me habría gustado estar ilusionada por la fiesta y habría sido más fácil si el taxi no hubiese tomado el mismo camino que Pedro cuando me llevó a su apartamento el día de Navidad.


Pedro vive aquí.


–¿En Chelsea? –Raquel miró por la ventanilla–. Ahora sí que estoy impresionada.


Se habría quedado más impresionada si supiera cuánto había trabajado para llegar donde estaba y los sacrificios que había hecho por su hermana, pero no dije nada. No debía hablar de Pedro, ni siquiera debería pensar en él.


Llegamos al Skyline y tomamos el ascensor hasta el último piso. La vista de Londres desde allí era increíble y todo el mundo estaba con ganas de fiesta. Todos menos yo.


Mientras dejábamos los abrigos en el ropero, Raquel frunció el ceño.


–¿Estás bien?


–¡Genial!


Nuestros amigos ya estaban allí, haciéndonos señas. Los que no habían aceptado la invitación a la boda (porque Mauro caía mal a mucha gente) querían saber si los rumores eran ciertos. Naturalmente, al saber que era así todos desearon haber ido para darme apoyo moral. Sí, seguro.


–Eres tremenda, Paula –sonriendo, Rob me pasó un brazo por los hombros y, de repente, agradecí tener amigos. Los amigos eran como parachoques, hacían que los golpes doliesen menos.


Vi a Raquel observándome e intenté poner cara de estar pasándolo bien, pero ella sabía que no era así.


–Lo olvidarás con el tiempo –me dijo en voz baja, ofreciéndome una copa de champán–. Un día despertarás y descubrirás que ya no te duele.


–¿Eso es lo que te pasó a ti con Hernan?


Ay, Dios, había pronunciado su nombre. Llevaba cinco años sin meter la pata y de repente…


Estaba muerta.


Mi hermana iba a matarme allí mismo, en la pista de baile el día de Nochevieja.


Estaba rígida, sin saber cómo disculparme, cuando Raquel me abrazó.


–Si apareciese aquí ahora mismo ni siquiera me daría cuenta –me dijo al oído. Luego se tomó el champán de un trago. Y luego tomó otra copa y también se la bebió de un trago.


Yo estaba a punto de decir que si Hernana apareciese en ese momento ella no se daría ni cuenta porque estaría inconsciente, pero mi hermana dejó la copa vacía sobre la mesa y tomó mi mano.


–Venga, vamos a bailar.


Nos encantaba bailar juntas. Considerando lo que podía hacer con esas piernas, Raquel se mostraba muy contenida. 


La mitad de los hombres estaban pendientes de ella y algunos también me miraban a mí, pero yo me alegraba de estar bailando con mi hermana porque no estaba interesada en ninguno de ellos.


Entonces levanté la mirada y lo vi en la puerta.


Pedro Alfonso.


Él no me había visto porque estaba mirando alrededor, como buscando a alguien. Llevaba un traje de chaqueta, tal vez el Tom Ford de la boda, aunque en esta ocasión la camisa era negra. Como siempre, estaba guapísimo de morirse, más aún ahora que sabía lo que era estar con él.


Al verlo, sentí una explosión de emoción y alegría… seguida de un momento de pánico.


No podría soportar verlo con otra mujer, pero todas las cabezas se habían girado hacia la puerta porque Pedro Alfonso era la clase de hombre que eclipsaba a cualquier otro sin intentarlo siquiera.


Estaba tan alucinada que ni siquiera me di cuenta de que había dejado de bailar… hasta que Raquel me tomó del brazo para sacarme de la pista y esconderme detrás de una columna.


–Tengo que irme de aquí. Siento mucho arruinarte la noche, pero me voy a casa.


La música seguía sonando a todo volumen y mi hermana movía los labios, pero yo no podía descifrar una sola palabra. Poniendo los ojos en blanco, Raquel me llevó a la terraza donde todo el mundo se había reunido para ver los fuegos artificiales que empezarían a medianoche.


–Respira.


–Voy a llamar a un taxi.


–No vas a irte.


–Tengo que hacerlo.


–¿Por qué?


–Porque… porque no podría soportar verlo con otra mujer. No quiero ni imaginarlo siquiera.


–¿Y eso no te dice nada?


–Pues claro que sí. ¡Dice que me he cargado mi propósito para el nuevo año antes de que den las doce!


–Tal vez deberías olvidarte de ese propósito.


Pensé en el dolor y la agonía que iba con todas las relaciones. En la esperanza y la terrible desilusión.


–No pienso volver a pasar por eso.


–¿Por qué? Has estado cinco días en la cama con ese hombre. Cinco días. Lo has pasado en grande, le has contado cosas y él te ha escuchado, algo que no hacía Mauro. Le gustas, Paula.


–Ha venido aquí a ligar.


–Está buscándote –insistió mi hermana–. Ese hombre tan guapo está buscándote por toda la sala y tú no vas a esconderte.


–Meteré la pata. Mira lo que pasó con Mauro.


–Mauro era un imbécil –dijo Raquel–. Salías con él porque… francamente, no sé por qué salías con él. Las dos sabemos que se nos dan fatal las relaciones, pero Mauro no era para ti y Pedro sí. Hay algo entre vosotros dos. No lo tires por la ventana.


–Seguramente no está buscándome a mí. Me marcho y si me quieres me dejarás ir –hice una mueca de dolor cuando mi hermana apretó mi brazo. En serio, si la policía se quedaba algún día sin grilletes podrían utilizar a Raquel.


–Te quiero y por eso no voy a dejar que te marches. No voy a dejar que te cargues esta relación.


–Es que me da miedo.


–Ya lo veo, pero no pasa nada por tener miedo mientras lo hagas de todas formas.


Pensé en decirle que ella no lo había hecho desde que el que no puede ser nombrado le rompió el corazón, pero decidí que mencionar su nombre dos veces en una noche después de cinco años de silencio era un riesgo demasiado grande. Además, aquel era mi pánico y no quería compartirlo.


–Seguro que me romperá el corazón.


–Puede que no.


Nunca había visto a mi hermana tan seria.


–¿Qué te ha pasado? ¿No dijiste que mi propósito para el nuevo año era buena idea?


–Eso fue antes de verte con él –Raquel sonrió–. Si huyes de Pedro Alfonso es que estás mal de la cabeza, cariño.


Yo acababa de emitir un sonido que era algo entre un sollozo y una risita cuando vi a Pedro en la puerta, con esos ojazos oscuros clavados en mi cara. No miraba a nadie más y eso que había docenas de mujeres esperanzadas.


Raquel soltó mi muñeca y mi sangre hizo un bailecito de alegría, aliviada por fin al poder fluir sin ser interrumpida.


–Perdona, pero esta canción me encanta –murmuró, pasando a mi lado con una sonrisa en los labios.


Pedro la saludó con la cabeza, sin dejar de mirarme.


No podía esconderme en ningún sitio. Estaba atrapada en la terraza y temblando. Había dejado de nevar, pero hacía un frío horrible.



Pedro se quitó la chaqueta y la colocó sobre mis hombros.


–Pensé que te haría falta una chaqueta.


Se me hizo un nudo en el estómago al notar su calor. Me daba pánico que supiera lo que sentía. Solo tenía que ser sexo y yo me había saltado las reglas. Me sentía como un caracol sin su protector caparazón, expuesta y esperando que me aplastase una pesada bota.


–¿Qué haces aquí?


–He venido a buscarte –respondió Pedro, aparentemente seguro de sí mismo–. Hay cosas que necesito decirte. 
Preferiblemente antes de que el reloj dé la medianoche.


–¿Por qué? ¿Tu Ferrari se convierte en una calabaza a medianoche?


Quería hacerlo reír, pero me miraba muy serio.


–Estaba a punto de pedirte que salieras conmigo cuando empezaste a salir con Mauro.


El ruido de la gente y el estruendo de la música desaparecieron como por ensalmo.


–¿En serio?


–Estaba a punto de cruzar la sala para hablar contigo, pero no fui lo bastante rápido. Y por eso tuve que sufrir viéndote con Mauro durante diez largos meses. Y tuve que ver lo mal que lo pasabas cuando Mauro se acostó con tu amiga –Pedro apretó los labios, claramente enfadado–. Verte con él era como ver un accidente de coche a cámara lenta. Yo solo quería empujarte para que no sufrieras el golpe.


Pedro


–Mauro te restaba valor siempre que podía. Esa noche, en el restaurante, cuando te hizo quedar mal delante de todos… –su voz estaba cargada de rabia y me pregunté cómo podía haber pensado que era un hombre frío. Conmigo era todo lo contrario.


–No le gustaba que hablase de mi trabajo. Le parecía aburrido, especialmente si estábamos con gente.


–Mauro te veía como una amenaza. Quería estar con alguien que lo hiciera sentir importante, no con alguien mejor que él. Te hacía quedar mal y, en lugar de protestar, tú se lo permitías. Él hizo que dejaras de ser tú misma.


Era cierto.


–Pero eso fue culpa mía. Estaba intentando que la relación funcionase.


–¿Cómo va a funcionar una relación si dos personas no se gustan tal como son? ¿Qué clase de relación es esa?


También tenía razón en eso.


–Me sorprendió que fueras testigo en su boda.


–¿Por qué crees que lo hice,Paula? Mauro y yo apenas habíamos hablado desde la noche que se emborrachó y yo tuve que llevarte a casa.


–¿Entonces por qué…?


–Acepté porque me dijo que tú serías una de las damas de honor. Al principio no lo creí. No podía creer que te hubieran pedido que fueras dama de honor en la boda y que tú hubieras aceptado.


Yo carraspeé, incómoda.


–¿Temías que metiese la pata?


–No, me preocupaba que lo pasaras mal –respondió él–. Sabía que necesitarías que alguien cuidase de ti. Estaba allí por ti.


–¿Por mí? –logré preguntar, con un nudo en la garganta.


–Me has preguntado por qué acepté ser testigo en la boda de Mauro y fue por eso. Por ti.


–Pero no dejabas de mirarme durante la ceremonia y pensé que te parecía mal que estuviera allí.


–Dio… –Pedro se pasó las manos por el pelo, exasperado–. Te miraba para comprobar que estabas bien. ¿No te diste cuenta? Temía que estuvieras destrozada.


–Lo que acabó destrozado fue mi vestido.


–Debo admitir que no había esperado algo tan literal –dijo Pedro, con los ojos brillantes–. Parecías tan asustada que solo quería sacarte de allí.


–Vi el vídeo en YouTube antes de que desapareciera –le confesé.


–Alguien tenía que grabarlo, por supuesto. Pero nadie va a descargárselo, no te preocupes.


–¿Tú has hecho que desaparezca?


Pedro pasó un dedo por su labio inferior, en plan mafioso.


–Podemos llamarlo intimidación legal.


Se me doblaron las piernas de alivio, francamente.


–Te lo agradezco mucho, pero me dijiste que siempre tomo malas decisiones.


–Salir con Mauro fue una mala decisión. Aceptar ser dama de honor en su boda fue aún peor.


De repente, empecé a verlo todo como lo veía Raquel.


–Siempre estabas ahí cuando necesitaba que alguien me echase una mano. Me ofreciste tu chaqueta, me llevaste a casa cuando Mauro estaba borracho, me diste múltiples orgasmos cuando pensé que me iba a morir de frustración.


–Quiero mucho más que un agradecimiento –cuando Pedro tomó mi cara entre las manos mi corazón latía con tal fuerza que pensé que la gente podría escucharlo por encima de la música.


–¿De verdad?


–Te deseo, Paula. A ti –sus ojos estaban clavados en los míos–. No una versión de ti que haya creado porque es la que me conviene, sino a ti, a la auténtica Paula. A la Paula que vi la primera noche, la inteligente, la que sabe de motores y cohetes y quiere un puesto en la NASA. La Paula que es capaz de hacer sumas imposibles de memoria, la que adora las llamas y haría cualquier cosa por su hermana. La Paula en la que he pensado cada noche durante veinte meses, tres semanas y un día.


Yo no podía respirar.


Pedro


–La Paula que aparece en la boda de su ex porque es demasiado orgullosa como para decirle que es un canalla. La Paula que le hace la cera a un pavo y la que busca el vibrador El Pedro en Internet…


–Bueno, ya está bien –colorada hasta la raíz del pelo miré alrededor, pero la gente estaba demasiado ocupada pasándolo en grande como para fijarse en nosotros. En cualquier caso, ya había tenido suficientes humillaciones públicas por un año, así que tiré de su mano para llevarlo tras la columna–. Mi propósito para el nuevo año era tener sexo sin complicaciones. Solo sexo con hombres guapísimos que no me importasen nada.


–Lo sé, pero aún no estamos en el nuevo año –su boca estaba tan cerca de la mía–. Aún tienes cinco minutos para cambiar de opinión. Hazlo, Paula.


Yo lo miré y lo que vi en sus ojos hizo que me marease.


–¿Qué sugieres? Y no pienso dejar el chocolate ni el alcohol, te lo advierto.


–¿Qué tal dejar las relaciones con hombres que quieren que seas alguien que no eres? –Pedro hablaba en voz baja, mirándome con ternura–. ¿Qué tal si empiezas el nuevo año siendo tú misma? ¿Qué tal si volvemos a mi casa y empezamos el nuevo año como vamos a continuarlo… en la cama, en el jacuzzi, juntos?


Era como si alguien me hubiese dado una patada en las rodillas; estuve a punto de caerme al suelo.


Todo el mundo estaba en la terraza, esperando que el Big Ben diese las doce. Raquel, que estaba esperando el inicio de la cuenta atrás con nuestros amigos, me sonrió. Y yo sabía lo que estaba pensando: que sería una idiota si le diese la espalda a algo tan bueno.


Y yo estaba de acuerdo con ella.


Así que miré a Pedro y le eché los brazos al cuello.


–Estos últimos cinco días han sido los mejores de mi vida.


Empezaron a sonar las campanadas del Big Ben y la gente empezó a contar, pero yo seguía mirándole a los ojos. 


Aquello parecía mucho más que el comienzo de un nuevo año.


–Para mí también –susurró él.


–¿Tendré acceso permanente a tu Tom Ford?


–De todas formas, siempre la llevas puesta.


Después de una última campanada oímos gritos y luego una explosión de fuegos artificiales que iluminó todo el cielo de Londres.


Pedro me besó, lenta y profundamente, provocando más fuegos artificiales dentro de mí hasta que, por fin, levantó la cabeza.


–¿Cuál es tu propósito para el nuevo año?


Por primera vez en mucho tiempo, me sentía yo misma. De verdad. Me di cuenta de que aquella era mi vida y podía vivirla como quisiera. No tenía que ser otra persona. Era la dueña de mis sueños y podía sentirme emocionada por mi futuro. Y quería que Pedro fuese parte de ese futuro.


Así que sonreí de oreja a oreja.


–Vamos a tu apartamento y te lo demostraré.




FIN






SIN COMPLICACIONES: CAPITULO 12




No salimos del apartamento en cinco días. Pasamos la mayor parte del tiempo en la cama, pero también hablando y riendo mientras intercambiábamos anécdotas de nuestra vida.


Le conté la vez que construí un cohete en la cocina e hice un agujero en el techo. Él me contó que había destrozado los baños del colegio usando sodio que había robado en el laboratorio.


Aún no podía creer que aquel hombre serio, reservado y frío fuese el mismo Pedro que estaba a mi lado y quería saber más. Su grupo de música favorito, su bebida favorita, el país que más le gustaba…


–Cuéntame cuál fue tu momento más embarazoso.


Él se tumbó de lado, esbozando una sonrisa.


–Una vez fui a una boda donde la dama de honor salió despedida de su vestido…


Riendo, lo empujé y me coloqué sobre él, mi melena cubriéndonos a los dos.


–Si eso no hubiera pasado, no estaríamos aquí.


–Sí estaríamos aquí –murmuró él, acariciando mi pelo–. Pero yo pensaba dar el paso después de la boda, no durante. Iba a convencerte para que llorases sobre mi hombro.


–Yo no soy llorona –murmuré, bajando la cabeza para besarlo en los labios–. Eres tan sexy. Di algo en italiano.


Pizza Marguerita.


Solté una carcajada, pero lo absurdo era que Pedro conseguía que hasta eso sonara sexy.


Mi móvil sonó en ese momento, pero no le hice caso.


–Di algo más.


–Il mio vestito è strappato.


–¿Qué significa?


–Mi vestido se ha roto.


Y yo seguía riendo. Riendo en la cama con un hombre del que quería saber mucho más. Quería saberlo todo y, por fin, alargué una mano para leer el mensaje de Raquel: Cinco días en la cama con el mismo hombre no es sexo sin complicaciones.


Entonces dejé de reír y pensé, asustada, que no debería querer saber nada más. El sexo sin complicaciones debería ser exactamente eso, sexo, pero en los últimos cinco días
Pedro y yo habíamos formado un lazo.


Y yo estaba metida en un buen lío.





SIN COMPLICACIONES: CAPITULO 11






En cuanto desperté supe que era muy tarde. El sol entraba por la ventana, reflejándose en el río y creando un millón de diminutos diamantes.


Me puse de lado y vi que la cama estaba vacía, pero entonces me llegó un delicioso olor a beicon.


Sintiéndome como una ladrona, entré en el vestidor y tomé una de sus perfectas camisas blancas, que me tapaba el trasero y las manos. La remangué un poco y, pasándome los dedos por el pelo, seguí el olor del beicon.


Pedro estaba de espaldas, pero se dio la vuelta en cuanto entré en la cocina. Solo llevaba unos vaqueros y cuando miré su torso me pregunté cómo podía querer llevarlo a la cama otra vez después de las horas que habíamos pasado en ella. Tal vez porque no se había afeitado y la sombra de barba le daba un aspecto de pirata irresistible.


No se me daba bien la conversación matinal e hice un gesto hacia la puerta, consciente de que estaba desnuda bajo la camisa.


–Seguramente debería marcharme.


–¿Por qué?


–Imagino que tendrás cosas que hacer.


–Sí, tengo cosas que hacer –Pedro le dio la vuelta al beicon–. Y pienso hacerlas contigo.


–Ah –murmuré yo, con el estómago encogido. Una noche con él no me había curado de nada y me encontré admirando sus hombros y su atlético cuerpo. Era el hombre más sexy que había conocido nunca.


–A menos que Raquel te necesite para algo.


–Raquel trabaja hoy. El día de Navidad es el único día del año que no entrena, pero al menos debería enviarle un mensaje.


Apartando los ojos de tanto músculo, volví al salón. La luz que entraba por las ventanas reflejaba las pulidas superficies de madera y cristal. Fuera, el cielo era de un perfecto azul invernal y un tímido sol brillaba sobre las aguas del río.


Envié un mensaje a mi hermana dándole las gracias por el “regalo” de Navidad, que no tenía intención de devolver, y luego me quedé un momento mirando por la ventana, pensando en la noche anterior.


–¿Café?


Cuando me di la vuelta, Pedro había dejado dos platos sobre la mesa y estaba ofreciéndome una taza.


–Gracias. Me encanta mirar el río.


–A mí también, por eso elegí este apartamento. ¿Tienes hambre?


–Sí, mucha –respondí. No había comido nada más que el pavo y desde entonces había hecho mucho ejercicio–. Así que además sabes cocinar.


–He estado años cocinando para mi hermana y sigue viva –Pedro me ofreció un plato de huevos revueltos y beicon que llevé hasta una mesa de cristal frente a la ventana.


–Si yo tuviera esta vista desde mi casa no iría a trabajar.


–¿No trabajas esta semana?


–Oficialmente, mi departamento cierra hasta el dos de enero, pero eso no evita que reciba cientos de correos a diario.


–¿Te sigue gustando tu trabajo? –Pedro se sentó frente a mí y, de repente, el paisaje tenía una seria competencia. Tomé el tenedor, pensando cautamente la respuesta. Gracias a Mauro, estaba programada para no hablar de mi trabajo.


–Sí, me sigue gustando.


–Recuerdo lo emocionada que estabas cuando conseguiste el ascenso.


Y yo recordaba que él había sido el único que me había hecho preguntas al respecto.


–Sigo emocionada y la gente con la que trabajo es… –no terminé la frase, pensando que seguramente solo estaba siendo amable. Pero entonces me di cuenta de que estaba mirándome, no mirando el reloj o por encima de mi hombro como solía hacer Mauro. Me encontré contándole lo que hacía y cuanto más hablaba, más entusiasmo sentía. Hasta que me di cuenta de que había terminado los huevos revueltos y Pedro debía estar muriéndose de aburrimiento–. Ay, perdona.


–¿Por qué? Es la primera vez que te veo mostrar entusiasmo desde la noche que te conocí.


No parecía aburrido sino interesado y me hizo un par de preguntas que demostraban que era tan listo como guapo.


–Me alegro de que todo te vaya bien. ¿Entonces aún no te ha secuestrado los de la NASA?


Yo me puse colorada al pensar en la aburrida cena en la que todo el mundo hablaba de sus sueños y yo confesé que quería trabajar para la NASA. Mauro se había reído de mí (creo que sus palabras exactas fueron: “Apollo Paula, que Dios nos ayude”). Para algunos hombres, los más torpes, no era muy femenino estar interesada en satélites o cohetes espaciales (aunque, francamente, desde mi ardiente encuentro con Pedro en la boda yo no he pensado en nada más que en cohetes y explosiones… y no de las que te enseña el profesor de física).


–Bueno, cuéntame la historia del tatuaje.


Pedro tomó un sorbo de café, pensativo.


–Nos mudamos de Sicilia a Londres cuando yo tenía diez años. Entonces hablaba mal el idioma y… en fin, digamos que el colegio era una pesadilla para mí, así que decidí saltármelo.


–¿En serio? Pensé que habrías sido el primero de la clase.


–Eso llegó después. Entonces estaba descontrolado.


Yo miré el tatuaje en el bíceps.


–¿Por eso te lo hiciste?


–Hice eso y otras cosas. Tenía dieciséis años cuando mi padre murió y Chiara tuvo que ir a una casa de acogida. Yo intenté convencer a los Servicios Sociales de que era su única familia y teníamos que estar juntos. Pero, por supuesto, nadie me hizo caso.


Yo había sentido lo mismo cuando mis padres intentaron separarme de mi hermana.


–¿Y qué hiciste?


–Me hice mayor. Trabajé en todo lo que pude para recuperar a Chiara. Me hice abogado para ganar dinero y aprender a litigar –Pedro sonreía, como riéndose de sí mismo–. Estudié sin descanso y conseguí una beca para la universidad. Era una especie de experimento social: un chico con cerebro, pero sin dinero y decidieron probar suerte.


–No debió ser fácil.


–Lo que no fue fácil fue ver a mi hermana en una casa de acogida, pero eran buena gente y nos ayudaron mucho.


–Y lo conseguiste. Lograste hacerte cargo de tu hermana –dije yo, comparándolo mentalmente con mi padre, que nos había dejado–. Lo hiciste muy bien, Pedro. Chiara es una chica segura de sí misma, alegre y simpática. Y te adora.


Además, todo eso explicaba el lazo de cariño y respeto que había visto entre ellos.


–No fue fácil dejar que se fuera a vivir con unos amigos.


–La independencia es buena para todo el mundo. Y me alegro de que la dejases ir o ahora no estaríamos solos.


Nuestros ojos se encontraron y, de repente, Pedro se levantó para tirar de mí.


–Pues vamos a aprovecharlo.