lunes, 11 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 60

 

Se llevó los dedos a los botones de la blusa y se los abrió uno a uno antes de despojarse de la prenda. Llevaba puesto uno de sus nuevos sujetadores, uno que había elegido ella misma con un descaro que jamás la había poseído antes. Nunca se había sentido cómoda con su cuerpo, pero cuando se probó aquel sujetador, se había sentido increíble. El encaje de color café con leche, aplicado sobre raso negro, despertaba un lado decadente que jamás había sabido que existiera. El corte de la prenda era perfecto. Dejaba al descubierto gran parte del seno, tapando casi exclusivamente los pezones.


–¿Te gusta? –le preguntó.


Pedro deslizó los dedos sobre el encaje, haciendo que aquel breve contacto la torturara de puro placer. Estuvo a punto de tocarle el pezón y ella se echó a temblar de placer.


–Me gusta mucho –gruñó Pedro–, pero me gusta más lo que hay dentro.


Antes de que ella pudiera detenerlo, Pedro le desabrochó el sujetador y se lo quitó, para dejarla completamente desnuda a su ansiosa mirada.


–Sí… Así está mucho mejor.


Pedro se incorporó debajo de ella para agarrarle los pechos con las manos y enterrar el rostro entre ellos. Paula sintió el calor del aliento de Pedro contra la piel y echó la cabeza hacia atrás, arqueando la espalda para no ocultarle nada. Él trazó la línea de un pezón con la lengua mientras que apretaba el otro entre los dedos. Las sensaciones que ella experimentó creaban una intensidad que se dirigía al centro de su deseo. Ya no tenía sentimiento alguno de vergüenza o reparo sobre su cuerpo. En vez de eso, lo único que sentía era la abrumadora sensación de que aquello era lo correcto.


Y quería más.


De algún modo, consiguió encontrar la capacidad para agarrar la parte inferior del jersey de Pedro y comenzó a tirar de él. De mala gana, Pedro la soltó para dejar que ella lo despojara tanto del jersey como de la camisa que llevaba puestos. Paula sintió que temblaba cuando ella le arañó ligeramente los hombros y el torso.


La abrazó con fuerza y Paula contuvo el aliento al sentir la cálida piel de Pedro contra la suya. La deliciosa presión del torso contra los senos. Él le mordía delicadamente la sensible piel del cuello y hacía que ella se abrazara con fuerza a él y que le clavara las uñas como resultado del profundo deseo que había cobrado vida dentro de ella y que amenazaba con consumirla.


Pedro le cubrió el cuello y los hombros de besos y le volvió a colocar las manos una vez más sobre los senos. Le encantaba sentir los fuertes dedos de él sobre su cuerpo. Le encantaba el modo en el que él le hacía sentirse…


Le encantaba él.


Lo amaba.


Tal vez nunca podría decirle la verdad de sus sentimientos, pero podría demostrárselos con cada caricia, con cada gesto. Le colocó las manos sobre los hombros y lo empujó sobre la cama. Entonces, se tumbó encima de él. Sus labios encontraron los de él y se unieron a ellos. Las lenguas bailaban una danza sagrada de mutua adoración.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 59

 

En el breve trayecto en taxi que les separaba del hotel, Paula se peleó con sus pensamientos. Pedro se había mostrado muy atento todo el día y, una vez más, ella se había dejado llevar por la fantasía de que eran pareja. Una pareja de verdad. Necesitaba contenerse. Dejar de esperar que ocurriera lo que no podía ser. Tal vez no estuviera con él del modo que deseaba, pero aprovecharía todo lo que pudiera conseguir.


Entraron en la suite y Pedro cerró la puerta.


–¿Te apetece beber algo? –le preguntó mientras se dirigía al minibar.


–No. En realidad, sólo hay una cosa que deseo en estos momentos…


Pau se acercó a él mientras se quitaba el abrigo y lo dejaba sobre una de las sillas.


Pedro sonrió.


–¿De verdad? –replicó él. De repente, la voz se le había teñido de deseo.


–Sí y creo que tú eres el hombre que puede dármelo –bromeó mientras le recorría el torso con las manos.


Bajo el grueso jersey, Paula sintió los potentes músculos de Pedro. Le deslizó los dedos hasta los hombros antes de anudarlos detrás de su nuca y tirar de su cabeza hacia la de ella. Tanto descaro la sorprendió, pero había llegado su momento de hacerse con el control.


Le trazó la línea de la mandíbula con la punta de la lengua antes de apretar los labios contra los de él. Pedro la estrechó contra su cuerpo con todas sus fuerzas y le hizo saber sin duda alguna lo mucho que la deseaba. Dicho conocimiento le dio a Paula licencia para hacer lo que quería y disfrutó plenamente con aquel poder.


Su cuerpo entero vibraba de necesidad hacia él. Paula se moría de ganas por sentir la piel de Pedro contra la suya. De mala gana, se separó de él, aunque sólo para agarrarle la mano y tirar de él hacia el dormitorio, donde lo empujó sin muchos miramientos sobre la lujosa cama. No tardó en reunirse con él y comenzó a besarlo de nuevo, en aquella ocasión aspirando con fuerza el labio inferior hacia el interior de su boca y acariciándoselo con la lengua. Pedro gruñó de placer mientras apartaba la blusa que ella llevaba puesta y comenzaba a acariciarle la espalda antes de deslizarle las manos por la piel para agarrarle el trasero y apretarlo contra su propio cuerpo.


Una corriente eléctrica de sensaciones la empujó a flexionarse contra él, contra la firme columna de su deseo. Ansiosa por repetir las sensaciones, Paula se abrió de piernas y se incorporó, dejando que fuera la entrepierna el único vínculo con el cuerpo de Pedro. Entonces, lo miró y sonrió.


Él le agarró los muslos y la hizo moverse encima de él.


–Me estás matando –susurró.


–Lo sé… ¿No te parece genial? –bromeó ella.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 58

 


Pedro conocía el lugar que más le gustaría. El pequeño e íntimo restaurante griego que él frecuentaba en la zona de los teatros era la solución perfecta para lo que ella quería y lo que él deseaba. No era caro, era informal y Pedro sabía que ella disfrutaría del ambiente, por no mencionar la deliciosa comida. Sin embargo, cuando estuvieron sentados y estaban disfrutando de los entrantes, Pedro vio que ella estaba empezando a sentirse muy cansada.


–¿No me dirás que estás cansada? –bromeó.


–Han pasado tantas cosas hoy. Tantas primeras veces. De verdad, no tienes ni idea.


No. Era cierto. Había muchas cosas de Paula que él no sabía y tanto que ella también desconocía sobre él, detalles que podrían ser necesarios para ayudarlos a superar una cena con la familia de Pedro.


–¿Te apetece que charlemos un poco? –sugirió.


–Claro. ¿De qué quieres hablar?


–De mañana por la noche.


–Ah, sí. Claro –dijo ella irguiéndose con gesto incómodo en la silla–. Sé que dijiste que tan sólo tenía que ser yo, pero, ¿de verdad crees que lo haré bien? Estoy segura de que no me parezco en nada a tus otras no…


–Lo harás bien –le interrumpió él. No quería pensar siquiera en las demás mujeres cuando estaba con ella–. No será en absoluto diferente del trabajo. Si nos mantenemos tan cerca de la verdad como sea posible. Nos conocimos en el baile en febrero, tuvimos una relación discreta hasta que nuestros sentimientos nos superaron y nos dejamos llevar. Mi padre trabaja en las finanzas, pero es un romántico incurable. Estará encantado de ver que me he comprometido.


–¿Y tu pasado? Ya sabes. Colegios, aficiones, cosas que debería saber sobre ti…


–Dado que no hace tanto tiempo que nos conocemos, creo que se sentirán satisfechos con lo que ya sabes de mí. Después de todo, se supone que tenemos el resto de nuestras vidas para conocer nuestros mutuos secretos.


Paula hizo girar el vaso sobre la mesa.


–¿No te preocupa que los estemos mintiendo?


Pedro se tensó.


–Me preocupa tener que hacerlo –dijo fríamente.


Paula extendió una mano y se la colocó sobre el muslo debajo de la mesa.


–Lo siento. No quería enojarte.


Él colocó la mano encima de la de ella antes de hablar.


–No estoy enojado contigo, sino con la situación. Me estás ayudando y te lo agradezco –susurró–. Mira, sé que no nos hemos embarcado en esto de la manera más amistosa o agradable, pero tú no eres feliz, ¿verdad?


–No. Estoy bien. De verdad. Te agradezco que te pensaras lo de Facundo. Sólo siento que la situación llegara a ese punto, pero sobre el modo en el que lo nuestro se ha desarrollado, bueno, yo preferiría pensar que eso es algo diferente a lo que nos ha unido –dijo. Durante un instante, pareció muy triste, pero luego lo miró con calidez–. ¿Podemos volver ahora al hotel?


Pedro sintió un calor que se le extendía por todo el cuerpo al interpretar aquella mirada. Continuarían su conversación más tarde. Mucho más tarde.