viernes, 11 de enero de 2019

AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 29




Sacudió la ceniza del cigarro por la ventanilla del coche mientras observaba a Paula subiendo los escalones de la entrada del hospital. La temperatura había bajado durante las últimas horas y estaba a punto de helar, pero Paula no se había molestado en ponerse la cazadora. 


Imaginó sus pezones presionando contra el sujetador de encaje. También eran de encaje sus bragas. Diminutas tiras de satén combinadas con un exquisito encaje que se aferraba a los rincones más cálidos y secretos de su cuerpo. Había visto su ropa interior tendida en el patio el día anterior.


Y estaba enamorándose de Pedro AlfonsoPedro sería el único que deslizaría los dedos en el interior de aquellas prendas que Paula había dejado tendidas para que se secaran. Pero él no permitiría que eso ocurriera.


«Muy pronto, Paula, estaremos solos tú y yo». Pero antes tenía que terminar lo que había empezado.




AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 28




Paula intentaba concentrarse en lo que Mateo le estaba diciendo, pero no era capaz de dejar de pensar en Pedro. Era innegable la atracción que había entre ellos, pero tenía la sensación de que él siempre estaba luchando contra ella. Si no hubiera aparecido Mateo, habrían terminado el uno en los brazos del otro. Pero probablemente Pedro se habría separado de ella como lo había hecho la noche anterior, dejándola frustrada y preguntándose qué le pasaba realmente a aquel hombre. Paula sospechaba que la mujer de la fotografía tenía mucho que ver con su renuencia a involucrarse en una relación.


O quizá el problema fuera la historia de su familia. Paula nunca había imaginado que pudiera haber algo peor que no tener una familia. Pero ya no estaba tan segura.


—¿Y a qué se dedica una periodista tan atractiva como tú cuando no anda detrás de una noticia? —preguntó Mateo, cuando giraron hacia la carretera que llevaba al campo de tiro.


—Últimamente me he dedicado a ordenar los armarios de la casa en la que vivo.


—Así que mucho trabajo y poca diversión. Eso no es bueno para una mujer.


—Ya lo sé. Y me hace sentirme como una periodista aburrida.


—Quizá necesitas encontrar a una persona que lleve un poco de diversión a tu vida.


—La verdad es que no la estoy buscando.


—¿Y estás saliendo con alguien especial?


—Últimamente no tengo mucho tiempo para citas.


Mateo se detuvo en la puerta del campo de tiro.


Estaba abierta, aunque el único coche que había en su interior era el de Paula.


—No estarás interesada en Pedro Alfonso, ¿verdad?


—¿Por qué lo preguntas?


—Tengo la sensación de que hay algo entre vosotros.


—¿Y qué si lo hubiera? Pedro no está casado… —se interrumpió de pronto al recordar la fotografía—. No está casado, ¿verdad?


—No, pero no creo que enamorarse de ese tipo sea una buena idea.


Era una extraña observación, procediendo además de un compañero de trabajo.


—¿Qué tiene de malo Pedro?


—Nada… Como policía.


—¿Pero no crees que sea el tipo adecuado para una cita?


—No, para ti.


Mateo paró el coche al lado del de Paula.


—No estoy pensando en tener ninguna clase de relación con Pedro. Pero, si así fuera, ¿qué te hace pensar que no es el hombre adecuado para mí?


—Nada en especial. Creo que no funcionaría.


—¿Pedro está saliendo con alguien?


—No debería haberte dicho nada. Será mejor que lo dejemos ahí, y te agradecería que no le comentaras a Pedro la conversación que hemos mantenido. Es un buen tipo. Si quieres arriesgarte, adelante.


«Dejémoslo ahí». ¿Por qué la gente siempre decía eso después de sembrar la duda?


—Si sabes algo sobre Pedro que crees que debería saber, dímelo, Mateo. No me gustan los juegos. Pierdo incluso haciendo solitarios.


—Si haces solitarios es que pasas mucho tiempo sola, Paula.


—¿Quién es Natalia?


—¿Qué sabes de ella?


—He visto su fotografía en casa de Pedro. ¿Es alguien con quien estuvo saliendo?


—Lo era. Está muerta, Paula. Murió hace siete años. Si quieres saber algo más sobre ella, deberías preguntárselo a Pedro. Y ahora, vete directamente a casa.


—¿Por qué?


—Se supone que tengo que asegurarme de que llegues a casa sana y salva. Así que te seguiré. Te lo digo para que no pienses que el que te sigue es el asesino.


—Gracias.


Paula se estremeció mientras salía del coche. Las imágenes de Pedro, cedieron paso a las de los dos cadáveres encontrados en la ciudad. Un policía de Prentice iba a seguirla hasta casa. 


Ella estaba segura aquella noche, ¿pero podían decir lo mismo las otras mujeres de la ciudad? ¿Se convertiría alguna de ellas en la víctima de un asesino aquella noche?


De un asesino al que nadie podía identificar. 


Nadie, excepto una mujer que tenía demasiado miedo para hablar.


—He cambiado de opinión, Mateo. No voy a ir directamente a casa. Pasaré antes por el hospital para ver a Tamara.




AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 27




La casa de Pedro estaba a unos cuatro kilómetros del lugar en el que Tamara había tenido el accidente. Estaba situada entre los árboles, a la orilla de un río, y construida con una combinación de madera de cedro y piedra del lugar.


Tenía dos plantas, pero la primera estaba ocupada casi por completo por el garaje, un almacén para un bote de pesca y la parafernalia habitual de un pescador.


Un perro labrador abandonó su siesta cuando se acercaron para correr a saludar a su dueño. 


Pedro se detuvo para darle un par de sólidas palmadas en el lomo. El perro le dio un lametazo y se volvió inmediatamente hacia Paula. Ella le tomó la cabeza entre las manos.


—Eres un perro encantador, ¿verdad? —el perro hociqueó entre sus senos—. Pero todavía no nos conocemos tanto como para llegar a un trato tan personal.


Alzó la mirada hacia Pedro.


—¿Cómo se llama?


—Brewsky.


—¿Como la cerveza?


—Sí. Apareció una noche en el porche. Y si yo no hubiera llevado unas cuantas cervezas encima, jamás le habría permitido quedarse.


—No te preocupes, Brewsky. Si el detective decide que no te quiere, siempre puedes venir a casa conmigo.


Se le ocurrió entonces que quizá no fuera mala idea tener un perro. Siempre había querido tener una mascota.


—Ponte cómoda —la invitó Pedro, señalando el estudio cuando entraron en la casa—. Voy a preparar café.


—Me gustaría pasar al baño para lavarme las manos y la cara.


—El baño está al final del pasillo. Tienes toallas limpias en el armario del lavabo.


—Gracias.


Paula encontró el baño y se quitó la sangre de la cara, se lavó las manos, se atusó ligeramente el pelo y regresó al estudio. Era una habitación muy masculina, con las paredes de madera oscura y muebles de cuero. Y podía haber parecido oscura y un tanto adusta si no hubiera sido por los enormes ventanales que ofrecían una vista del río y de los bosques.


La única decoración de las paredes eran dos trofeos de pesca. Nada de adornos. En cambio, la mesita del café estaba llena de periódicos y libros. Y en una de las estanterías había una fotografía en un marco de plata.


Paula cruzó la habitación para verla de cerca. Era la fotografía de una mujer joven, pequeña, con unos ojos muy bonitos. Tenía una melena lisa y brillante que le llegaba por los hombros, una nariz perfecta y unos labios indiscutiblemente sensuales. La fotografía llevaba una dedicatoria: Te querré siempre, Natalia.


«Te querré siempre», y era la única fotografía de la habitación. Paula se preguntó si aquella mujer continuaría formando parte de la vida de Pedro o sería una amante del pasado o una ex esposa a la que no había podido olvidar. La molestaba, aunque sabía que no tenía ninguna razón para ello. El hecho de que Pedro la hubiera besado no significaba que tuvieran ninguna clase de relación.


Pero no era tan ingenua como para no saber cuándo un hombre la encontraba atractiva. 


Había química entre Pedro y ella. Y la verdad era que no le importaría que volviera a besarla otra vez.


En medio de una oleada de crímenes y cuando el asesino se había fijado en ella, sería maravilloso poder tener a alguien en quien apoyarse.


Cuando Pedro regresó al estudio con dos tazas de café, Paula estaba frente a la chimenea, mirando la fotografía de Natalia. Lo irónico de la situación resultaba inquietante. 


Afortunadamente, Paula no hizo ninguna pregunta, porque él no estaba dispuesto a dar ninguna explicación sobre Natalia.


—Me gusta tu casa —dijo Paula—, especialmente la vista. ¿Es tuya o es alquilada?


—Es mía. Cuando me vine a Georgia estaba buscando un lugar para alejarme de todo, y éste me pareció ideal. Pero probablemente termine yéndome a vivir más cerca del trabajo.


—¿Tienes familia en Georgia?


—No, ya no. Razón que me pareció más que suficiente para volver.


—Por lo que dices no debes de tener muy buena relación con tu familia.


—¿Has oído hablar de las familias disfuncionales? La mía es el prototipo.


—Pero seguro que tienes algún buen recuerdo de tu vida familiar.


—Sí, había noches en las que mi padrastro no gritaba.


Pedro no sabía por qué estaba hablando de su familia. Normalmente no lo hacía. Pero el pasado había dejado de afectarlo como antes. 


Sobretodo desde que RJ. estaba en prisión.


—¿Tienes hermanos?


—Un hermanastro, pero no lo supe hasta que él cumplió dieciséis años. Yo tenía once.


—¿Cómo te enteraste?


—Mi padrastro era su padre. Cuando mi hermanastro nació, mi padre decidió que no le gustaban las responsabilidades, así que dejó a su esposa y a su hijo. Su mujer también decidió que no quería asumir la carga, así que lo abandonó. RJ. tenía ocho meses cuando lo mandaron a un orfanato situado al norte de Georgia.


—Pobrecillo… ¿Y te llevaste bien con tu hermanastro cuando al final os conocisteis?


—Eso depende de a lo que le llames llevarse bien. Él me utilizaba como chivo expiatorio. Solía amenazar a mi madre cuando no le daba dinero para drogas. Cosa que ocurría de forma casi continuada porque mi madre también necesitaba dinero para comprarse sus propias drogas.


—¿Y qué ha sido de RJ.?


—Una noche entró a robar en una tienda de licores. No era la primera vez, estoy seguro. Pero en aquella ocasión, lo sorprendió un policía antes de que hubiera podido huir y RJ. disparó y lo mató. Supongo que ahora te arrepentirás de haberme preguntado por mi familia.


—Es una historia terrible.


—Y probablemente lo que te he contado sea lo mejor que puedo decirte de ella.


—¿RJ. está en la cárcel?


—Sí, condenado a cadena perpetua. Ése fue mi primer caso cuando me hice policía.


—Me sorprende que te dieran un caso relacionado con un miembro de tu familia.


—Esa es una larga historia —que además le hacía revivir más recuerdos de los que podía manejar aquella noche—. Pero ahora hablemos de algo más agradable.


Se hizo entre ellos un silencio que cada vez resultaba más embarazoso. Sobretodo porque ninguno de los temas que tenían en común era especialmente agradable. Se habían conocido por culpa de un crimen y todo lo que había habido entre ellos estaba relacionado con la actividad de un asesino. Todo, excepto el beso que habían compartido y los niveles de excitación que parecían remontar vuelo en cuanto estaban cerca.


Pero tenía que permanecer frío y concentrarse en el verdadero motivo por el que la había invitado a su casa. Tenía que convencerla para que se mantuviera constantemente en guardia y no intentara hacer nada por sí misma. Al menos ésas eran las razones por las que se decía a sí mismo que estaba allí. Aunque, desde que la había visto en su casa, veía los motivos mucho menos claros.


Porque Pedro quería que Paula estuviera segura, a salvo. Pero también quería arrastrarla hasta el sofá de cuero y estrecharla entre sus brazos. Quería hundir las manos en su pelo, y besarla en los labios. Y quería…


Quería hacer el amor con ella, pero no se atrevía. Las relaciones sentimentales eran como un lenguaje desconocido para él. Nunca había visto ninguna relación desarrollándose de forma normal, y la única relación de la que había disfrutado había terminado antes de que pudiera siquiera pensar en ello.


—¿En qué estás pensando, Pedro? Sé que quieres decirme algo.


—Estaba pensando en lo bien que te sienta ese color.


—Eso no es cierto. Estabas pensando en algo mucho más serio. Cuando algo te afecta, siempre tensas los labios.


—Parece que me conoces bien —dejó su taza sobre la mesita del café—. Me preocupa que pienses que estás capacitada para hacer algo que impida que ese asesino actúe otra vez.


—Está intentando ponerse en contacto conmigo, Pedro. Eso no puedes negarlo.


—Es un lunático que se ha obsesionado contigo. Y ésa no es una situación que se pueda arreglar con una conversación entre vosotros. No sabemos qué es lo que lo conduce a la locura.


—Te prometo que no cometeré ninguna irresponsabilidad.


—Eso no es bastante. Tu idea de la responsabilidad y la mía son completamente diferentes. Tú piensas como una periodista. Yo pienso como un policía.


—¿Y qué ocurrirá si vuelve a matar, Pedro? ¿No crees que si un encuentro con él puede impedir una nueva muerte merecería la pena correr el riesgo?


—En el caso de que él sugiriera un encuentro, hablaremos sobre ello. Pero toda la cuestión será controlada por la policía, no por ti.


—Supongo que no crees que soy tan tonta como para hacer las cosas de otra manera, ¿no?


—Sí, lo creo. Bastaría con que él te dijera que de esa manera puedes salvar una vida. Así que prométeme que no harás nada por tu cuenta.


—De acuerdo, Pedro, te lo prometo. Al menos por ahora.


—Muy bien.


Probablemente Paula pensaba que la estaba controlando demasiado. Y era cierto, pero no podía explicarle todo lo que le estaba ocurriendo. No podía decirle que al saber que estaba siendo acosada por un psicópata, habían vuelto a él todos los recuerdos del pasado y no era capaz de enfrentarse otra vez a tanto dolor.


Los últimos rayos del sol de la tarde dibujaban sombras en el rostro de Paula. Pedro estiró el brazo en el respaldo del sofá. Paula se sentó a su lado, justo en el hueco de su brazo, e inclinó el rostro hacia él.


—Nadie se había preocupado nunca por mí. Y la verdad es que me gusta.


—Me alegro.


Quería besarla. Se moría de ganas de besarla. 


E iba a hacerlo.


Pero estaba a punto de rozar sus labios cuando sonó el maldito timbre de la puerta.


Brewsky ladró y corrió hacia la puerta de la calle. Pedro reprimió una maldición.


No podían haber elegido un momento peor. En otras circunstancias, habría ignorado a aquella visita inesperada, pero no podía hacerlo en medio de una oleada de crímenes.


—Iré a ver quién es y ahora mismo vuelvo.


Pero Paula no esperó en el estudio. Pedro oyó sus pasos tras él mientras abría la puerta. Y si Mateo intentó disimular la sorpresa que le produjo verlos juntos, su esfuerzo no salió muy bien parado. Pero Pedro no estaba dispuesto a dar ninguna explicación.


—¿Qué ha pasado?


—Es un asunto de trabajo —contestó Mateo.


Evidentemente, era un comentario dirigido a Paula.


—Discúlpanos un momento, Paula —le dijo entonces Pedro, y salió, cerrando la puerta tras él.


—Han encontrado la camioneta que probablemente chocó contra el coche de Tamara Mitchell.


—¿Dónde?


—En los bosques que bordean la autopista cinco. Estaba ardiendo. Un conductor ha llamado a la policía al ver la columna de humo.


—¿Está muy deteriorada?


—Prácticamente destrozada. Creo que deberías acercarte por allí.


—¿Te importa acercar a Paula hasta su coche? Está en el campo de tiro.


—No, claro que no.


—Y asegúrate de que llegue a casa sana y salva.


Mateo sonrió de oreja a oreja.


—De eso también me ocuparé.




AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 26




Paula se metió en el coche de Pedro con la convicción de que lo que le había ocurrido a Tamara no había sido un accidente. El asesino se había enterado de que había hablado con ella y había entrado en acción. Pero era imposible que estuviera en el restaurante. En ese caso, Tamara lo habría sabido y no le habría dicho a Paula una sola palabra.


Pero podía tener espías. Paula pensó en la gente que había en el Catfish Shack. Nadie parecía sospechoso. Pero de alguna manera, el asesino se había enterado de que Tamara había hablado, de que había descrito al posible asesino.


Paula decidió comentárselo a Pedro en cuanto tuviera oportunidad.


En aquel momento, Pedro estaba al teléfono dando órdenes, haciendo preguntas y al parecer, hablando con el policía que estaba en el lugar en el que se había producido el accidente. 


Paula medio escuchaba, pero tenía la mente entumecida, y por motivos que no acertaba a entender, volvía continuamente a aquel lugar frío y húmedo que la perseguía en sus pesadillas. La iglesia. Las escaleras. Y la sensación de estar siendo tragada por una criatura oscura y hambrienta.


—¿Estás bien?


La voz de Pedro y la mano que posó sobre su brazo devolvieron a Paula al presente. Se tensó y volvió el rostro hacia él.


—Probablemente todo lo bien que voy a poder estar durante una buena temporada.


—Las noticias no son del todo malas. Tamara está herida y ha perdido una gran cantidad de sangre, pero está consciente.


—¿Qué ha causado el accidente?


—Al parecer, los exámenes preliminares indican que ha perdido el control del coche y se ha salido de la carretera.


—Pues los exámenes se equivocan, Pedro. Ha vuelto a ser él. Sabe que Tamara ha hablado conmigo y ha intentado matarla. El hombre que describió Tamara tiene que ser el asesino.


—Estás llegando a conclusiones precipitadas.


—Estoy diciendo lo que es obvio. Piensa en ello, Pedro. Tamara habla conmigo y menos de una hora después alguien intenta matarla. O por lo menos intenta asustarla para que guarde silencio.


—No sabemos por qué se ha salido de la carretera. Esa carretera está llena de curvas, basta tomar una a más velocidad de lo debido para terminar cayendo montaña abajo.


—Tamara hace ese recorrido todos los días. ¿Pero qué te ha dicho el policía que está con ella? Supongo que le habrá preguntado a Tamara por lo que ha pasado.


—Ha dicho que Tamara sólo quiere hablar contigo.


Había dos coches de policía en el lugar del accidente cuando llegaron. Al fondo de la montaña, se veía un coche gris con las cuatro ruedas hacia arriba. Tamara estaba tumbada en la hierba, a pocos metros de distancia.


En el instante en el que Pedro paró el coche, Paula salió y corrió hacia abajo, sin saber qué podía hacer para ayudar, pero desesperada por decirle a Tamara que no la había traicionado. 


Cuando llegó a su lado, Tamara estaba mortalmente quieta, con el pelo empapado en sangre y los ojos cerrados. El policía que estaba agachado a su lado se levantó y se separó ligeramente de ella.


—La ambulancia ya está en camino.


Paula se arrodilló al lado de Tamara y le tomó la mano. La tenía más fría incluso que en el restaurante, a pesar de que el policía había arropado a la joven con su propia cazadora. 


Tenía un corte profundo desde la parte de atrás de la oreja derecha hasta la frente. Aquella parecía ser la peor de las heridas, o al menos la más sangrienta, pero tenía muchos más cortes y arañazos en el rostro y los brazos y la pierna derecha la tenía retorcida de forma grotesca.


—Tamara —le dijo Paula suavemente—, soy Paula Chaves, la periodista.


Tamara abrió los ojos y volvió a cerrarlos otra vez.


—Yo no tengo la culpa de esto. Tienes que confiar en mí.


Tamara no dio ninguna muestra de haberla oído, pero Paula estaba prácticamente segura de que sabía lo que le había dicho.


—Intenta asentir si no eres capaz de hablar, 
Tamara, pero necesito saber la verdad. ¿Alguien te obligó a salirte de la carretera?


—Por favor…


La voz de Tamara era tan débil que Paula tuvo que acercar la oreja a su boca.


—¿Qué ocurre, Tamara?


—Por favor, no le digas a nadie… Que te he hablado de ese hombre.


—No te preocupes, Tamara. Estás a salvo. La policía se asegurará de que no te ocurra nada. Esa bestia no volverá a hacerte daño.


Tamara gimió y levantó el brazo unos centímetros antes de dejarlo caer de nuevo al suelo.


—Avisa… A mi madre.


—Lo haré, Tamara, te lo prometo. Iré ahora mismo a verla. Pero dime una cosa más. ¿Ha sido el mismo hombre del que me has hablado el que te ha sacado de la carretera?


—Yo… No sé nada.


En aquel momento llegó la ambulancia y los enfermeros corrieron hacia ellos. Pedro se acercó a Paula y la hizo levantarse.


—Lo has intentado. Ya no puedes hacer nada más.


—Yo soy la culpable de esto, Pedro.


Pedro le pasó el brazo por los hombros.


—Sácate eso de la cabeza inmediatamente. Como empieces a pensar así, no durarás ni un año como periodista. Tú no has hecho nada malo.


Que se lo dijeran a Tamara. Paula comenzó a caminar hacia el coche, pero entonces se dio cuenta de que el suyo continuaba en el campo de tiro. Su espíritu de periodista volvió a ponerse en funcionamiento y garabateó algunas notas mientras metían a Tamara en la ambulancia.


El asesino no quería que Tamara hablara, ¿pero por qué le había hecho salirse de la carretera en vez de degollarla, como había hecho con Sally y con Ruby? De esa forma se habría asegurado de que no hablara. ¿O lo habría hecho solamente para asustarla?


¿Y dónde estaría en aquel momento el asesino? ¿Cerca de allí? ¿Observando a Tamara mientras se la llevaban en la ambulancia? ¿Vigilando todos los movimientos de la policía? Un escalofrío la hizo estremecerse. Estuviera o no cerca el asesino, estaba convencida de que todavía no había acabado ni con Tamara ni con ella.


Pedro se inclinó contra el respaldo, cansado y con un dolor palpitante en la sien. Aquel caso le estaba robando el sueño y la salud.


Para sorpresa de nadie, las sospechas de Paula estaban fundadas. Aquel no había sido un accidente por simple distracción del conductor. 


Las marcas en las ruedas y en la pintura del coche indicaban que la joven había sido sacada deliberadamente de la carretera. Y unos minutos después de haberle ofrecido a Paula una descripción del posible asesino.


Y después de aquello, Paula estaba convencida de que todo había sido culpa suya. Tendría que intentar hacerla entrar en razón antes de que aquel maniaco consiguiera hacerla participar de su lógica mortal. Paula era suficientemente vulnerable e inocente como para pensar que podría manejarlo.


Y las certezas de ese tipo podrían llevarla a la muerte.


Pedro recorrió la zona con la mirada y vio a Paula recostada contra el coche, tomando notas. 


Tenía manchas de sangre en el jersey, y también alguna en la cara. Pero no parecía haberse dado cuenta. Podía no parecer suficientemente dura como para ser periodista, pero era valiente, de eso estaba seguro. Y además…


No, ya no estaba seguro de nada más. Sólo sabía que aquella mujer había conseguido metérsele bajo la piel. Incluso en aquel momento, cuando estaba a metros de distancia y sin prestarle la menor atención.


—¿Algo más? —preguntó Mateo en cuanto estuvo al lado de Pedro.


—¿Has avisado a la policía local y a la del estado para que intenten localizar un coche negro con restos de pintura gris?


—Sí, y también a todos los talleres de la zona. En cuanto localicen a algún sospechoso me avisarán.


—¿Y qué se sabe de la familia de la herida?
—Hemos localizado a la madre de Tamara Mitchell, pero ya se había enterado de la noticia por la prensa. Ahora está en el hospital.


—Estupendo. Quiero que haya un policía de guardia en la puerta de la habitación de Tamara. Si ese tipo pretendía asesinarla, no quiero que pueda rematar la faena en el hospital.


—En cuanto le hayan estabilizado las constantes vitales, la llevarán al hospital de Atlanta.


—Entonces tendremos que hablar con el departamento de policía de Atlanta.


—¿Y piensas comentarles que crees que esto puede tener relación con los dos asesinatos?


—Me gustaría mantenerlo en secreto, pero a la larga se sabrá.


—¿Y qué me dices de la periodista del Times? —preguntó Mateo, señalando a Paula con la cabeza.


—¿Qué pasa con ella?


—¿Quieres que me la lleve en el coche?


—No, de eso ya me ocuparé yo.


—No te estarás enamorando de esa periodista, ¿verdad?


—¿Bromeas? —contestó Pedro, evitando mentir directamente—. Pero esa periodista tiene un nombre. Se llama Paula Chaves.


—Vaya, así que te gusta… Pero no es tu tipo, Pedro. Será mejor que dejes a esas chicas jóvenes y ardientes para tipos experimentados como yo.


—Otra chica ardiente más y morirás antes de los cuarenta.


—Sí, pero qué manera de morir.


Paula alzó la mirada al ver que Pedro se acercaba.


—Salgamos de aquí —le dijo a Paula.


—Sí, mejor. Tengo que recuperar mi coche.


—He pensado que podríamos pasar antes por mi casa, tomar un café y hablar.


—¿Por tu casa? Debo de haber oído mal. ¿El detective Pedro Alfonso acaba de invitar a una periodista a su casa?


—Sí, pero no se lo cuentes a nadie. Arruinaría mi reputación.


—Será noticia de portada.


—Entonces será mejor que te ofrezca algún escándalo sobre el que escribir.