viernes, 22 de abril de 2016

ILUSION: CAPITULO 23





Pedro estaba a diez metros de ella. Cinco. Dos…


Paula se incorporó y se levantó con dificultad. Él la rodeó firmemente por la cintura y la llevó a cuestas hacia la carretera. Cincuenta pares de ojos estaban fijos en su desesperada carrera hacia la salvación.


–¡Mi hombro! –se quejó ella.


–Sujétate.


No había un segundo que perder. Cesar corría hacia ellos, pero entonces miró detrás de Pedro y se puso pálido. Pedro supo lo que estaba viendo… Un torrente de agua turbia y oscura arrastrando piedras, troncos y ramas.


No había manera de escapar.


Rápidamente cambió de táctica y llevó a Pau hasta el árbol más cercano. La agarró por los muslos y la levantó tan alto como pudo.


–Agárrate a lo que sea –le ordenó.


–Ya está –gritó ella, asiéndose a una rama lo bastante gruesa para encaramarse.


Pero a Pedro no le quedó tiempo y la riada lo alcanzó de lleno. Tomó aire, cerró los ojos y se abrazó al tronco con todas sus fuerzas. El tronco le protegía la cara y el cuerpo del impacto, pero las ramas le golpeaban y laceraban los hombros, brazos y piernas.


Justo cuando los pulmones iban a estallarle, el agua descendió y pudo tomar aire.


–¡Pedro! –oyó el grito de Pau sobre su cabeza. Pero entonces el agua volvió a anegarlo, y esa vez no pudo resistirlo. El frío le entumeció los dedos y empezó a soltarse del tronco. Estaba perdido, pero al menos Pau se había salvado…


El agua volvió a retroceder y se llenó los pulmones de aire.


–Sube –lo acució Paula–. ¡Sube, Pedro!


Tenía el agua por el cuello. Abrió los ojos y vio la espuma y la broza a su alrededor. La improvisada presa había desaparecido, junto con parte de la carretera. Pero todo el mundo estaba en la orilla, lejos del peligro.


–¡Vamos, Pedro! –le gritaba Pau–. ¡Sube!


Apretó los dientes y levantó un brazo. Alcanzó una rama y se aferró con una mano congelada. La corteza se le clavó en la piel, pero consiguió sujetarse y levantó el otro brazo. Trepó con los pies por el tronco hasta encontrar un punto de apoyo. 


Se empujó con todas sus fuerzas y alcanzó una rama más alta, y otra, y otra…


Finalmente salió del agua y se dejó caer en una gruesa rama junto a Pau.


–Gracias a Dios… –susurró ella. Tenía la cara mojada y pálida y se aferraba al árbol con la mano derecha, dejando el brazo izquierdo colgando.


–Por poco.


–¿Estás bien?


–No te preocupes por mí –avanzó hacia ella–. Tienes el hombro dislocado.


–Has estado a punto de morir.


–Estoy bien.


Ella tragó saliva y empezó a tiritar. Debía de estar agonizando de dolor.


–Creo que puedo ayudarte.


–¡No me toques!


–Confía en mí.


–Enseguida vendrán a por nosotros. Cesar habrá llamado a los servicios de emergencia…


Pedro siguió avanzando hacia ella, centímetro a centímetro. 


La gente les gritaba desde la orilla, la crecida rugía a sus pies y seguía lloviendo a mares, pero Pedro solo se concentraba en Pau.


–Voy a pasar mi brazo alrededor de tu cintura –le advirtió.


–No, Pedro, por favor… –le suplicó ella, pero él lo hizo de todos modos.


–Relájate, Pau. Te sentirás mejor.


–Puedo esperar.


–Ya sé que debe de dolerte mucho.


–Estoy bien.


Él le puso la otra mano en el antebrazo del costado lastimado.


–Relájate –le susurró al oído–. Por favor, cariño, relájate y confía en mí.


–Está bien –asintió temblorosamente.


–Voy a moverte el brazo muy despacio. No haré ningún movimiento brusco –siguió hablando mientras lo hacía con la esperanza de distraerla–. Tienes razón. Enseguida vendrán a sacarnos de aquí y dentro de nada estarás en casa –le dobló el codo y le giró el antebrazo–. Seguro que Marlene habrá preparado chocolate caliente y galletas… –le enderezó con cuidado el hombro–. Espero que haya hecho sus galletas de nueces y avena –le subió lentamente el brazo al tiempo que le giraba el hombro.


Ella ahogó un gemido de dolor cuando el hombro volvió a estar en su sitio.


–Ya está –le dijo Pedro–. ¿Cómo te sientes?


–Mucho mejor –respondió ella entre jadeos.


Él cedió al impulso y la besó en la cabeza.


–Estupendo.


–Me has salvado la vida.


–Has trepado a un árbol con un hombro dislocado. Yo solo te he dado un empujoncito.


–¿Pedro? –lo llamó Cesar desde abajo, tan cerca del árbol como podía sin que lo arrastrara la crecida–. ¿Estáis bien?


–Sí, pero Pau necesita que la vea un médico.


–¿Qué le ha pasado?


–Se ha lastimado el hombro, nada más.


–Estás sangrando –observó Pau.


Pedro se miró el cuerpo. Tenía las mangas y los pantalones desgarrados y varios cortes profundos.


–No es grave. Soy un tipo duro.


–Lo eres –corroboró ella. ¿Dónde has aprendido a arreglar un hombro dislocado?


Él dudó en decírselo.


–En un vídeo de Youtube.


–La próxima vez quizá deberías ver un vídeo de neurocirugía, ya que aprendes tan rápido.


Pedro le gustó que estuviera bromeando.


–¿Por si me va mal en los negocios?


–¿Qué negocios?


Pedro se cambió de postura para estar más cómodo en la rama.


–¿Puedo confiar en que mantendrás el secreto?


–Sí, puedes.


–¿No se lo dirás a la prensa como hizo Conrad?


–Nunca hablo con la prensa. Aunque quizá deberíamos contarles esto… ¡Eh, Cesar!


–¿Qué quieres? –le preguntó su primo desde abajo.


–Que nos saques una foto.


Incluso desde tan lejos Pedro vio la sonrisa de Cesar.


–Ya tenemos bastantes fotos.


–Una foto de este momento debería complacer a Conrad . Intenta parecer exultante por haberme salvado la vida.


–Estoy exultante por haberte salvado la boda.


––Háblame de ese negocio tuyo.


–Está bien, pero es confidencial. Luis, Andres y yo estamos pensando en comprar el Sagittarius. –La sorpresa de Paula era evidente.


–¿Vas a dirigir un hotel?


–Los tres.


–Pero… Quiero decir… Lo de Luis puedo entenderlo, pero ¿Andres? ¿Y tú?


–Me abruma tu confianza.


–Sabes a lo que me refiero. No tienes experiencia dirigiendo hoteles.


Él frunció el ceño.


–No estás siendo muy amable con el hombre que acaba de salvarte la vida…


–En serio, Pedro. Con Chaves Media no hiciste lo mismo. Te pasaste años aprendiendo los entresijos de la empresa.


–Y ahora aprenderé lo que haya que aprender sobre el negocio hotelero. Seguramente habrá algún vídeo en Youtube.


–¿Vas a usar el dinero de J.D.?


–Sí, pero aún no he decidido cómo. Estoy pensado en abrir un fondo fiduciario, usar el dinero como un préstamo participativo y donar los beneficios a una obra benéfica.


–¿Por qué no comprar acciones simplemente?


–Porque sería jugar sucio, igual que hizo tu padre conmigo. Yo jamás habría aceptado formar parte de algo así.


De lejos llegó el sonido de las sirenas, y por la carretera aparecieron las luces parpadeantes.


–Parece que ha llegado la caballería –dijo Pau–. Espero que hayan traído una barca.





ILUSION: CAPITULO 22





Pedro se quedó maravillado por la solidaridad que mostraban los rancheros de Cheyenne en un momento de crisis. Había al menos cincuenta personas bajo la lluvia, y llevaban horas trabajando. Hombres, mujeres y jóvenes se alineaban en la orilla, llenando sacos de una camioneta y pasándoselos en una cadena humana hasta el tramo del camino que discurría paralelo al arroyo.


Pedro estaba con Andres y Cesar al final de la cadena, apilando los sacos más grandes en la base de la barrera, mientras Paula estaba con un pequeño grupo río arriba, terminando la capa superior. Parecía exhausta y tenía el chubasquero pegado al cuerpo, con la capucha hacia atrás y el pelo cayéndole por el pálido rostro. Pedro quiso ir hacia ella, levantarla en brazos y llevarla a algún lugar cálido y seco, pero sabía que ella no abandonaría su puesto.


Pedro reanudó la tarea, asegurándose de que la base de la barrera fuese sólida. Al levantar otra vez la mirada vio que Paula se había alejado un poco y que estaba comprobando por su cuenta la barrera mientras los otros ya regresaban.


Recordó que la mujer a la que había conocido en un evento social y al frente de una empresa había pasado gran parte de su vida en un rancho. Estaba acostumbrada al trabajo físico. Pedro dejó de preocuparse por ella y empezó a sentirse impresionado.


Cesar le aferró de repente el brazo.


–¿Has oído eso? –gritó, llamando también la atención de Andres.


Pedro prestó atención y la sangre se le heló en las venas al escuchar el rugido procedente del arroyo.


–¡Atrás! ¡Rápido! –les gritó Cesar a todos–. ¡Salid del cauce! ¡Vamos!


Andres y Pedro echaron a correr por la orilla, repitiendo la orden de Cesar. El ruido era cada vez más fuerte y Pedro vio la riada de agua y escombros avanzando hacia ellos.


–¡Pau!


Era la que estaba más lejos. Un recodo del arroyo y un grupo de árboles le impedían salir del cauce. Estaba corriendo hacia él.


–¡Vete! –le gritó, indicándole que se pusiera a salvo–. Ya llego.


Pero la riada se acercaba por detrás. No podría escapar a tiempo.


–¡Corre! –la acució, lanzándose hacia ella a toda velocidad.


Entonces ella tropezó, cayó sobre las rocas y a Pedro se le detuvo el corazón.


–¡Pau!



ILUSION: CAPITULO 21





Los truenos despertaron a Paula de un sueño irregular. La lluvia golpeaba con fuerza el tejado y entraba por la ventana abierta. Paula se levantó a cerrarla y acabó con la camiseta y el pantalón corto empapados.


Los relámpagos iluminaban las colinas y el rancho. Sabía que su primo Cesar y los vaqueros estarían trabajando allí fuera, asegurándose de que los animales estuvieran bien. La luz podía irse en cualquier momento, pero el rancho disponía de generadores de emergencia.


Se sacudió las gotas de lluvia de los dedos y miró el anillo de Pedro. Había pensado en quitárselo antes de acostarse, pero se le había olvidado. Lo tocó justo cuando otro relámpago arrancaba un destello del diamante y el subsiguiente trueno retumbaba en toda la casa.


Estaba furiosa con Pedro por meter las narices en Chaves Media. Peor todavía, sus sugerencias demostraban una completa falta de confianza hacia ella. ¿Acaso no recordaba que ella había llevado las riendas de la empresa mientras su padre aún vivía?


Durante la conversación mantenida con Noah se había percatado de que los ejecutivos más veteranos no confiaban en ella. La habían aceptado mientras J.D. estaba vivo, asumiendo que vetaba sus decisiones desde la sombra. 


Pero tras su regreso al frente de la empresa, ya sin la presencia de su padre, no la miraban con buenos ojos.


Alguien llamó a la puerta.


–¿Pau? –era la voz de Tamara.


–Pasa.


–¿A ti también te ha despertado la tormenta?


–Sí.


Tamara entró con una expresión preocupada mientras otro relámpago iluminaba el cielo.


–¿Corremos peligro?


–Claro que no –la tranquilizó Paula–. Estas tormentas son frecuentes por aquí. El mayor peligro lo corre el ganado, pero Cesar y los vaqueros se encargarán de todo.


Tamara se sentó en la cama sobre sus pies descalzos. Paula volvió a la cama y apoyó la almohada contra el cabecero de madera.


–¿Cómo te ha ido con Pedro?


–Como era de prever. Él cree tener razón y yo creo que se equivoca.


–¿Habéis hablado de vuestro compromiso de mentira?


Paula negó con la cabeza.


–Hemos hablado casi exclusivamente de Chaves Media y de lo que según él debería hacer yo. No puede evitar meter las narices en los asuntos de la empresa, pero yo no necesito sus consejos.


–Creo que intenta ayudar.


–¿De parte de quién estás?


–De la tuya, al cien por cien. Tan solo me preguntaba qué razones tendría para hacerlo.


–Lo hizo por impulso. ¿Sabes cuántas veces he querido llamarlo en los últimos seis meses para decirle que estaba loco? –no pudo evitar una sonrisa al recordarlo–. Seguía teniendo a mis espías dentro de la empresa, aunque no estuviera al mando. Me revelaron que Pedro estaba adquiriendo la cadena británica y luego la australiana. Se gastó un montón de dinero de la compañía en muy poco tiempo.


Un relámpago iluminó la estancia, seguido de un trueno que hizo retumbar las paredes. Se oyeron pisadas en la escalera y en la planta baja, y voces que llegaban desde el vestíbulo.


–¿Se equivocó? –le preguntó Tamara.


–¿Mmm?


–¿Se equivocó Pedro al comprar esas cadenas.


–Eso creía entonces. Y me sigue preocupando. Pero así están las cosas, para bien o para mal. Ahora tenemos esas cadenas y debemos sacarles el mayor partido posible.


–¿Crees que Pedro pensaba a largo plazo?


–Lo que creo es que tiene una ambición enorme y ni siquiera Chaves Media era lo bastante grande para él. Por eso intentó expandirla.


–Creo que le gustas.


–¿Cómo dices?


–He visto cómo te miraba esta noche. Creo que aún se siente atraído por ti.


–Físicamente, tal vez –igual que le pasaba a ella con él.


–¿Ha vuelto a besarte?


Paula titubeó.


–¿Pau?


–Sí.


–¿Cuándo? ¿Dónde?


–En el patio. Anoche.


–¿Te gustó?


Paula agachó la cabeza y soltó un suspiro de derrota.


–Siempre me gusta.


–¿Cuántas veces te ha besado ya?


–Dos. Tres… Cuatro, si cuentas el beso de la tienda.


Tamara se inclinó hacia ella.


–¿Besos castos o apasionados?


Paula levantó la mirada. No quería seguir mintiendo.


–Apasionados –Tamara arqueó las cejas–. Sobre todo anoche. Fueron decenas, cientos de besos… Imposible contarlos.


–¿Cientos? –exclamó Tamara.


–Lo hicimos –le sentaba bien confesarlo.


Tamara parpadeó con asombro.


–¿Anoche?


–Sí.


Tamara abrió la boca y volvió a cerrarla mientras los truenos retumbaban amenazadoramente.


–Lo sé, lo sé –dijo Paula–. Fue una estupidez monumental.


–Estoy anonadada.


–También lo estaba yo.


–Pero… ¿cómo…?


–Soy débil –confesó Paula–. Él es un hombre muy sexy, y había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien me abrazó. Todo fue tan sencillo, tan familiar, tan… maravilloso –apretó los puños con frustración.


–¿Y ahora qué?


–Ahora nada. Los dos estamos de acuerdo en olvidarlo.


–¿Y cómo lo llevas?


–No muy bien –admitió Paula–. No me enamoré de él por ser un cretino. Es un buen tipo. Tal vez no pudimos superar los obstáculos, pero las circunstancias eran extraordinarias. Y en el fondo no creo que él se equivocara tanto.


Tamara se estiró bocabajo en el borde de la cama y se apoyó en los codos.


–¿Alguna vez piensas en la reconciliación de verdad?


–No. Nunca. Han pasado muchas cosas, Tamy. Yo le… –tragó saliva, temiendo echarse a llorar–. Le defraudé. Jamás podrá perdonarme.


–Quizá deberías…


–¡No! –negó vehemente con la cabeza–. He perdido mi oportunidad con Pedro. Ahora tengo que concentrarme en Chaves Media y nada más. No voy a engañarme con falsas esperanzas ni vanas ilusiones.


–Bueno –murmuró Tamara de mala gana.


En ese momento llamaron a la puerta.


–¿Paula? –era Andres.


–Pasa.


Andres abrió la puerta.


–Acabo de hablar con Pedro. Me ha dicho que te diga que van a levantar un dique de sacos de arena en el arroyo Williams.


Paula se levantó inmediatamente de la cama.


–¿Temen que se desborde e inunde la carretera?


Andres asintió.


–¿Qué hacemos? –preguntó Tamara.


–Ir a echar una mano.