jueves, 11 de febrero de 2016

AMANTE. CAPITULO 9





Por primera vez, Paula llegó tarde al trabajo. Solo fueron cinco minutos de retraso, pero teniendo en cuenta que siempre llegaba antes, fue todo un acontecimiento para ella.


Aquella mañana había estado más tiempo de la cuenta en la ducha. En parte, porque había dormido mal y, en parte, porque estaba muy enfadada. No se arrepentía de haberse acostado con Pedro, pero se odiaba a sí misma por haber deseado después que se quedara a desayunar, que se duchara con ella y que volvieran a hacer el amor.


Cuando llegó al despacho, se puso a trabajar; pero estaba tan alterada que no podía, así que puso música para relajarse un poco y concentrarse mejor. Al cabo de unos minutos, apartó la mirada de la pantalla del ordenador y se pegó un susto de muerte al ver al hombre que estaba en la puerta.


–¿Qué estás haciendo aquí?


–Por lo visto, asustarte –contestó Pedro con una sonrisa.


A Paula se le aceleró el pulso de inmediato.


–Si no recuerdo mal, habíamos acordado que…


–Sí, ya lo sé –la interrumpió, antes de cruzar el despacho y sentarse al otro lado de la mesa–. Pero tengo que hablar contigo.


–¿De qué?


–Ayer me malinterpretaste. A decir verdad, no vine al estadio para ver a Dion, sino para verte a ti –respondió.


–¿A mí? ¿Por qué? –preguntó con extrañeza.


–Bueno… supongo que debería habértelo dicho antes, pero las cosas se complicaron y no tuve la oportunidad.


Ella frunció el ceño, pero no dijo nada. Él se recostó en el sillón y lanzó una mirada a la ordenada mesa de Paula.


–Estoy trabajando con una organización que se dedica a ayudar a chicos conflictivos. Suelen ser adolescentes que han tenido algún problema con la ley, jóvenes que necesitan una guía e inspiración para volver al buen camino.


Paula lo dejó hablar. Era evidente que estaba allí para pedirle algo, y que no se trataba de un asunto de carácter personal.


–Cada pocos meses, organizamos un cursillo para los chicos –continuó Pedro–. Una especie de programa de educación.


–¿Y eso qué tiene que ver conmigo?


–Nos gustaría que los chicos se entrenaran con el equipo durante una semana. Los ayudaría a comprender mejor los conceptos de disciplina, dedicación y trabajo. Pero, naturalmente, necesitamos que nos deis permiso –respondió–. Y también nos gustaría que pudieran hablar con los jugadores y hacerles preguntas. Para ellos, son una fuente de inspiración. Un ejemplo a seguir.


Paula pensó que era una buena idea. De hecho, el club ya había participado en programas como ese. Incluso animaban a los propios jugadores a continuar sus estudios mientras estaban jugando y, especialmente, si sufrían alguna lesión y se veían obligados a abandonar su carrera deportiva.


Pero, a pesar de estar de acuerdo con el proyecto, Paula se sintió decepcionada y enfadada a la vez. Pedro se lo podría haber dicho el día anterior, en cualquier momento; pero se había callado y ahora tenía la impresión de que había estado jugando con ella.


–Tengo algo que te interesará –Pedro se llevó una mano al bolsillo y sacó un lápiz de memoria–. Son diapositivas y un vídeo de los últimos programas que hemos llevado a cabo. Solo dura unos minutos, y será más explicativo que cualquier cosa que te pueda decir.


Ella hizo caso omiso.


–¿Cuándo lo quieres hacer?


–La semana que viene.


Paula se quedó boquiabierta. Le sorprendió que organizara tan mal las cosas.


–Veo que lo dejas todo para el último momento –comentó con recriminación.


Él la miró a los ojos.


–No es lo que parece. Lo íbamos a hacer en otro sitio, pero surgió un problema y no está disponible –explicó.


Ella guardó silencio durante unos segundos y, a continuación, dijo:
–Quiero dejar bien claro que no me voy a dejar influir por ninguna… relación personal que hayamos tenido.


–Por supuesto que no. Sin embargo, sé que tampoco les negarás a los chicos esa oportunidad por culpa de la relación personal que mantenemos –contraatacó él–. Además, entre tú y yo no hay ningún problema, ¿verdad?


Paula no respondió. Efectivamente, no había ningún problema entre ellos. Pero se sentía enormemente decepcionada.


–Por otra parte, sería bueno para las relaciones públicas del equipo –siguió Pedro–. Una forma de afianzar sus lazos con la comunidad.


–El equipo ya tiene lazos bastante estrechos con la comunidad. Participamos en muchos programas educativos –replicó ella con firmeza–. ¿No serás tú el que necesita mejorar su imagen pública?


Pedro sonrió.


–Te aseguro que en el programa no aparece el logotipo de mi empresa ni mi propia fotografía. De hecho, lo apoyo con la condición de que no se mencione que participo en él.


Paula tragó saliva. La había dejado completamente cortada.


–Obviamente, ya he hablado con Dion. A él le parece bien, pero me dijo que debía hablar contigo porque tú eres la persona que se encarga de las relaciones con los jugadores.


–Eso no es exactamente así. Yo me limitaré a informar de tu petición a la junta directiva, y será ella quien tome la decisión.


Él se echó hacia delante.


–Sin embargo, Dion afirma que tu opinión es clave en estos asuntos. Dice que, si estás de acuerdo, nos darán permiso.


Paula suspiró.


–Está bien, pero no te puedo garantizar nada. Tendrás que esperar a que revise tu propuesta y lo consulte con mis superiores.


–Lo comprendo perfectamente.


Ella se levantó de su asiento para dar a entender que la reunión había terminado. Él se dio por aludido y la siguió hasta la puerta.


–No hace falta que me acompañes al ascensor. Sé que estás muy ocupada –dijo él con ironía.


–No lo estoy tanto –replicó, desafiante.


Él volvió a sonreír.


–Paula, te aseguro que lo nuestro no ha tenido nada que ver con esos chicos. Yo no me prostituyo por nada. Ni siquiera por una buena causa –afirmó–. Lo que pasó anoche…


–Lo que pasó anoche ha terminado.


Pedro arqueó una ceja.


–¿Ah, sí? –preguntó–. ¿A quién pretendes convencer con esas palabras, Paula? ¿A mí? ¿O a ti misma?


Paula pensó que era el hombre más arrogante del mundo.


–No es necesario que contestes –continuó él–. Pero añado que me puedes invitar a cenar otra vez cuando tú quieras.


Paula se ruborizó. En parte, por su atrevimiento y, en parte, porque acertaba al suponer que lo estaba deseando. No se trataba únicamente de que ansiara sus caricias y sus besos, sino también de que se divertía mucho con él. Le gustaba tanto que, cuando estaban juntos, ni siquiera podía pensar.


–Echaré un vistazo a ese vídeo y te daré una respuesta cuando sepa algo.


Pedro sacó una tarjeta del bolsillo y se la ofreció.


–Aquí tienes mi dirección y mis números de teléfono –dijo–. Esta mañana nos despedimos tan deprisa que no tuve ocasión de dártelos.


Ella alcanzó la tarjeta y se apartó de él para evitar cualquier tipo de contacto físico. Su cercanía la estaba poniendo nerviosa.


–Muy bien. Estaremos en contacto.


Él asintió.


–Gracias por tu tiempo, Paula.


Paula le dio la espalda y apretó los dientes, frustrada. Era consciente de que no podía rechazar su petición, y él lo sabía de sobra. El club no se negaba nunca a ese tipo de peticiones; sobre todo, si estaban relacionadas con niños o jóvenes. Estaba obligada a tratar el asunto como lo habría tratado si no hubiera hecho el amor con Pedro.


Él salió del despacho y ella lo maldijo para sus adentros. No había sido sincero con ella. Se había callado una información importante, y ahora tenía la impresión de que la había manipulado para conseguir lo que quería.


Dejó el lápiz de memoria en la mesa y se sentó para enviar los mensajes oportunos. Iba a recomendar la petición de Pedro, pero solo porque no tenía motivo alguno para negarse y porque Dion ya le había dado el visto bueno.


Además, el equipo de rugby no tenía más compromisos a corto plazo que un par de partidos amistosos.


Sin embargo, no tenía la menor intención de estar cerca de él durante la duración del cursillo. Se quedaría en el despacho y pondría en orden los archivos o se buscaría cualquier otra ocupación. Lo que fuera, con tal de no verlo.






AMANTE. CAPITULO 8





La luz del sol forzó a Paula a abrir los ojos. Pero no movió ni un músculo. Tenía agujetas en todo el cuerpo, aunque eso no impidió que se excitara al pensar en lo sucedido. Pedro había estado maravilloso.


Sin embargo, frunció el ceño e intentó controlar sus impulsos. Se había prometido a sí misma que solo iba a ser una relación de una noche. Por muy satisfactoria que hubiera sido, no habría repetición. Pedro Alfonso no estaba hecho para ella. Era un hombre rico y famoso; un hombre de los que no se quedaban con nadie demasiado tiempo. Una bomba que, como todas las bombas, estallaba y no dejaba nada después.


–Te estabas riendo en sueños, ¿sabes?


Ella se estremeció al oír su voz.


–¿En serio? Será que soñaba algo divertido.


–Supongo que sí.


Paula pensó que afrontaría el asunto del mismo modo, como si hubiera sido un sueño. De lo contrario, corría el riesgo de abrasarse con el deseo que sentía. Y no estaba dispuesta a cometer ese error.


Se giró hacia él, lo miró a los ojos y sintió una súbita tensión. 


Estaba muy guapo. Con el pelo revuelto y la cara sin afeitar, era la quintaesencia del amante perfecto.


–Será mejor que me vaya.


–¿Te vas a ir? Es muy temprano –dijo él.


Ella se levantó de la cama, alcanzó una bata y se la puso.


–Tengo cosas que hacer. Aún no ha empezado la temporada de rugby, pero esta es una época de mucho trabajo siempre.


Él sonrió, se puso de lado y se apoyó en un codo.


–Entonces, ¿no quieres desayunar conmigo?


–Es una idea tentadora, pero no puedo –contestó–. Lo siento.


–¿No puedes hoy? ¿O no vas a poder ningún día?


Paula respiró hondo y le devolvió la mirada.


–Ningún día.


Pedro no cambió de posición. Siguió tumbado como una gloriosa escultura de bronce.


–Ah, así que te quieres librar de mí… Tirarme por la borda, sin más.


Ella arrugó la nariz.


–No es para tanto, Pedro.


–No me digas que te arrepientes de lo que hemos hecho.


Paula parpadeó y sacó fuerzas de flaqueza para fingir algo parecido a una sonrisa.


–No, no me arrepiento de lo que ha pasado. No me arrepiento en absoluto. Ha sido maravilloso, pero…


–Pero solo iba a ser una noche.


Ella asintió.


–Es lo que acordamos –dijo.


–Y te quieres atener al plan.


–Exacto.


–¿Por algún motivo en concreto?


A Paula le sorprendió su insistencia. ¿Sería posible que se sintiera decepcionado? Fuera como fuera, volvió a la cama y se sentó en el borde.


Pedro, lo de anoche fue como tomar un postre que está increíblemente bueno. Uno de esos postres tentadores y deliciosos que resultan pesados si comes más de la cuenta –respondió–. Es mejor que no nos pasemos.


Él se la quedó mirando en silencio y ella intentó no admirar su cuerpo desnudo, por miedo a lo que pudiera pasar.


Entonces, Pedro le puso una mano en el cuello y la inclinó hacia él.Paula no se resistió. A fin de cuentas, iba a ser la última vez. Era lógico que le quisiera dar un beso de despedida. Pero, cuando sintió sus labios y su lengua, se sintió tan dominada por la pasión que la voluntad le flaqueó de repente y se dejó llevar.


Momentos después, él rompió el contacto y dijo con una sonrisa:
–¿Estás segura de que no quieres más postre?


Ella se obligó a recuperar el aplomo.


–A veces, hay que dejar las cosas como están.


Pedro la observó y sacudió la cabeza.


–Tienes mucha fuerza de voluntad, ¿sabes? ¿Qué te ha hecho tan fuerte?


–Nada particularmente interesante –Paula se levantó de la cama y se alejó un poco–. Pero, cuando tomo una decisión, la mantengo.


–Sí, ya lo veo…


Paula salió del dormitorio a toda prisa, por temor a que Pedro adivinara sus verdaderos sentimientos. Ardía en deseos de hacerle el amor otra vez, pero le aterraba la posibilidad de dedicar demasiado tiempo y esfuerzo a otro hombre que no le podría dar lo que necesitaba. Ya lo había hecho una vez y se había arrepentido. Era mejor que lo olvidara y siguiera adelante con su vida.


Ya había preparado café cuando Pedro se presentó en la cocina. Se había vestido, pero seguía con el pelo revuelto. 


Paula alcanzó la cafetera y dijo:
–¿Quieres tomar algo antes de irte?


Él sonrió.


–No, gracias. No quiero que pierdas el tiempo por mi culpa. Has dicho que estabas muy ocupada.


Ella asintió, contenta de que le pusiera las cosas tan fáciles.


–En ese caso, gracias por la cena y por todo lo demás.


–De nada. Me lo he pasado muy bien.


Paula se ruborizó a su pesar.


–No se lo contarás a nadie, ¿verdad? –dijo con preocupación.


–Por supuesto que no. Lo que ha pasado se quedará entre nosotros.


–Excelente –dijo, nerviosa–. En fin, gracias de nuevo.


Pedro la volvió a mirar con humor y salió de la cocina. 


Segundos después, Paula oyó el sonido de la puerta al cerrarse. Aún llevaba la cafetera en la mano. Y se sintió súbita y terriblemente vacía.



***


Pedro subió al coche y arrancó con una sonrisa en los labios que enseguida se convirtió en carcajada. Llevaba diez minutos conteniendo la risa. Era obvio que Paula no estaba acostumbrada a las relaciones de una sola noche, porque había demostrado una timidez tan encantadora como divertida. Y, a pesar de que había manifestado su deseo de no volver a acostarse con él, también era evidente que lo deseaba con toda su alma.


Como él a ella.


En general, Pedro nunca estaba más de uno o dos días con la misma mujer; pero Paula le gustaba de verdad, y no iba a permitir que diera por terminada su relación. Lo de aquella noche había sido un simple calentamiento antes del combate, que duraría bastante más de diez asaltos.


El teléfono móvil le empezó a sonar. Él miró el número de la pantalla y se sintió culpable. Era Andres. Pedro le había dicho que se verían por la tarde y que, para entonces, ya tendría una solución para su problema; pero Paula había trastocado sus planes y, sencillamente, se había olvidado de todo lo demás.


Al llegar al edificio donde vivía, aparcó, subió a su ático y se dirigió al cuarto de baño. Mientras se duchaba, empezó a trazar un plan para solucionar lo de Paula y el asunto de Andres, el motivo por el que había ido originalmente al estadio de los Silver Knights. Estaba seguro de que su encantadora amante estaría de acuerdo en colaborar en un proyecto tan desinteresado. Y con un poco de suerte, él mataría dos pájaros de un tiro.






AMANTE. CAPITULO 7




Paula jamás habría creído que la sangre pudiera hervir en las venas, pero tenía la sensación de que su sangre estaba haciendo exactamente eso.


–La atracción sexual es algo increíble, ¿no crees? –dijo en voz baja.


Pedro le volvió a pasar un dedo por los labios.


–Eres preciosa.


Ella sacudió la cabeza, pensando que lo decía sin sentirlo.


–No quiero frases hechas, Pedro. Solo la verdad.


Él entrecerró los ojos, pero sonrió.


–Es la verdad. Eres preciosa –insistió–. Te he deseado desde que te vi en ese pasillo.


Paula se sintió halagada. Y cuando Pedro se acercó un poco más, se puso nerviosa. Esta vez no se iban a dar un beso impulsivo e inesperado, sino absolutamente premeditado.


De repente, no se creyó capaz de seguir adelante. Tragó saliva e intentó sobreponerse a la confusión y las dudas que la embargaban. ¿No estaría cometiendo una locura? 


Con Pedro, todo parecía muy fácil. Pero quizá no lo fuera.


Él notó su tensión y se empezó a preocupar.


–¿Estás bien, Paula?


Ella guardó silencio, así que él añadió:
–No es la primera vez que haces esto, ¿verdad?


Paula pensó que, desde luego, no era la primera vez que se iba a acostar con un hombre. Pero era la primera vez que se iba acostar con uno tan deprisa.


–Claro que no –respondió–. Será que he perdido la práctica…


–Bueno, no hace falta que hagamos el amor de inmediato. Podemos jugar un poco… y, por supuesto, si quieres que me detenga, me detendré.


Paula no quería que se detuviera, pero agradeció su actitud caballerosa.


–No, no… Quiero pasármelo bien –acertó a decir–. He estado muy alterada desde que nos besamos. Esto de estar tan cerca y tan lejos del placer al mismo tiempo es desesperante. Pero deseo que lo hagamos. Lo deseo de verdad.


Pedro rio con dulzura.


–¿Y qué quieres que haga yo, concretamente?


–Todo –respondió ella, cansada de disimular su excitación.


Él la miró de nuevo. El humor de sus ojos se había transformado en el hambre de un depredador. Justo lo que Paula necesitaba, porque había despertado su parte animal y quería la parte animal de Pedro.


La respiración se le aceleró, y el pulso también.


Entonces, él bajó la cabeza con una sonrisa cálida y le dio un beso en los labios. Durante un par de segundos, dio la impresión de que solo buscaba un contacto leve y sutil; pero, de repente, perdió el control y asaltó su boca sin contemplaciones.


Paula respondió del mismo modo, ofreciéndole la misma pasión que le había dado en el pasillo del vestuario. Estaba demasiado excitada para contenerse. Y habría seguido así si no se hubiera quedado sin aliento.


–¿Ya te has cansado? –preguntó él con ironía.


–Oh, no… Me he apartado un momento porque necesito respirar –respondió–. Además, me besas de tal forma que tengo miedo de alcanzar el orgasmo…


Pedro soltó una carcajada.


–¿No era lo que querías?


–Sí, pero no tan deprisa…


Sin dejar de reír, Pedro cerró los brazos alrededor de su cuerpo y se apretó contra ella.


–Está bien, te haré una promesa –dijo–. No te tocaré por debajo de la cintura hasta dentro de media hora.


Ella le puso las manos en el pecho y lo miró con horror.


–¿Por qué me miras así? –preguntó Pedro.


–¿Qué quieres decir con eso de que no me tocarás hasta dentro de media hora? ¿Qué vas a hacer? ¿Poner una alarma o algo así? ¿Crees que esto se puede planificar?


Pedro se inclinó y ella sintió su aliento en la cara.


–No, en modo alguno. Solo quería decir que me tomaré las cosas con calma, para volverte loca de deseo.


–Pero ya estoy loca de deseo…


Ella ladeó la cabeza y él la miró con picardía.


–¿No decías que querías pasártelo bien? Entonces, relájate y déjate llevar. Lo pasarás mejor si dejas el asunto en mis manos.


Pedro le acarició la espalda y le arrancó un escalofrío de placer, que creció en intensidad cuando le llevó las manos a los senos y le acarició los pezones. Paula gimió, encantada. 


Ya no le preocupaba quién tenía el control de la situación.


–¿Sabes una cosa? Olvida lo que he dicho sobre lo de no ir demasiado deprisa –declaró, casi sin aire–. No sé en qué estaba pensando… Haz lo que quieras.


Ella le puso las manos en la cara y se frotó contra él
–Media hora, Paula –dijo–. Veremos si lo puedes soportar.


Pedro le dedicó una sonrisa tan masculina que Paula supo que se había metido en un buen lío, aunque también en un lío de lo más placentero. Treinta seguros después, ya no lo soportaba más. Cambiaba el ritmo y la intensidad de sus besos; la tocaba con suavidad. Quería que la tocara en todas partes; sobre todo, dentro.


Le desabrochó los botones superiores del vestido y le apartó la prenda. Luego, la besó en el cuello y descendió lentamente hasta los pechos, que mordió con suavidad por encima del sostén.Paula cerró los ojos. De repente, sus pezones estaban tan sensibles que, cada vez que Pedro los succionaba o acariciaba con la lengua, sentía una descarga eléctrica en las entrañas.


Había dicho que no la tocaría por debajo de la cintura hasta media hora después y, aunque solo habían pasado diez minutos, ya la tenía al borde del orgasmo.


–Oh, no… –dijo ella al sentir la primera oleada.


–Déjate llevar –susurró él.


Paula llegó al clímax. Era la primera vez que llegaba de ese modo. Pero aún no había recuperado el aliento cuando se dio cuenta de que su cuerpo quería más, de que necesitaba estar desnuda, de que necesitaba que la tomara.


Frotó la pelvis contra él y abrió los ojos. Ya no se contentaba con sus caricias. Quería llenar el vacío de su interior y disfrutar del cuerpo de Pedro. Además, no había nada que se lo impidiera. Nada salvo su propia timidez. Así que le llevó las manos a la cintura, le sacó la camisa de los pantalones y le tocó los músculos del estómago.


–¿Qué estás haciendo? –preguntó él.


Paula sonrió con sensualidad. Ella también tenía poder sobre él; también lo podía volver loco de deseo.


–Te has comprometido a no tocarme abajo durante media hora, pero yo no me he comprometido a nada. Te puedo tocar donde quiera y cuando quiera.


Tras acariciarlo entre las piernas, sonrió y le empezó a desabrochar los pantalones. Pedro no la detuvo, pero la miró con asombro. Paula se vio reflejada en sus pupilas, que se habían dilatado, y se sintió inmensamente satisfecha.


–¿Qué ocurre, Pedro? ¿Te estoy asustando?


Paula le desabrochó la camisa y se la quitó. Después, admiró su pecho y le acarició los hombros con suavidad.


–¿Te gusta lo que ves? –preguntó él con voz ronca.


–Sí. Tienes un cuerpo precioso.


Era verdad. Obviamente, Pedro pasaba mucho tiempo en el gimnasio. Sus músculos estaban mejor definidos que los de algunos jugadores del equipo.


–Tienes todo lo que quiero… –Paula siguió hablando y le llevó una mano a la entrepierna –. Incluso más aún.


Él se puso tenso.


–Ten cuidado con lo que haces –susurró–. Me estás excitando.


Paula le frotó suavemente el sexo.


–Lo siento, pero has dicho que no irás más lejos durante media hora.


Él sonrió.


–Sí, eso he dicho. Y te estás buscando un buen lío.


–Lo sé.


Paula le dio un beso en el cuello, asaltó su boca durante unos segundos y, a continuación, le bajó las manos por los costados y le quitó los pantalones y los calzoncillos. Se sentía completamente liberada. Toda su atención estaba concentrada en el maravilloso cuerpo de Pedro y en el placer que sentía al tocarlo.


–¿Paula?


–¿Sí?


–Ya ha pasado la media hora.


Pedro no perdió el tiempo. La tumbó en el suelo, se puso sobre ella y la miró a los ojos, apoyado en los brazos.


Paula separó las piernas, encantada.


–¿Quieres que me lo tome con calma? –preguntó él.


–No –contestó.


–¿Estás segura? Porque te voy a hacer mía, y te voy a hacer lo que quiera.


–Pero tú también serás mío –replicó–. Para darme placer.


–Como quieras…


Pedro se apartó lo justo para desabrocharle el resto de los botones del vestido y quitárselo. Después, le desabrochó el sostén, lo dejó a un lado y le bajó poco a poco las braguitas, mientras admiraba su cuerpo desnudo. Era verdaderamente preciosa. Sus ojos verdes se habían clavado en él con tanta energía que la erección se le volvió casi dolorosa. Nunca había estado con una mujer tan hambrienta de sexo. Tan necesitada de placer.


Paula le acarició entonces el pecho y le lamió un pezón. 


Pedro se quedó sorprendido por la descarga eléctrica que sintió, mucho más fuerte de lo esperado. Luego, la apartó de él, cerró la boca sobre uno de sus senos y se lo empezó a succionar. Ahora era su turno. El turno de probarla, de devorarla, de tomarla –Oh, Paula… –dijo contra sus pechos.


Ella soltó un gemido y arqueó la cadera en un gesto que ya no era de invitación, sino de exigencia. Le estaba pidiendo que la penetrara. Y ni Pedro tenía fuerzas para negárselo ni, por otra parte, quería negárselo.


Tras prestar unos segundos más de atención a sus senos, le separó las piernas, inclinó la cabeza y empezó a lamer. Paula gritó. Él se aferró a sus caderas y siguió adelante, ayudándose con los dedos.


Pedro no tuvo piedad con sus caricias. Ardía en deseos de conocer sus secretos, de descifrar el oscuro enigma de aquella mujer tan increíblemente apasionada que ocultaba su verdadero carácter a los demás y se lo ofrecía a él, por algún motivo.


Paula se retorcía entre gemidos, incapaz de hacer nada salvo dejarse llevar. Pedro le regaló un orgasmo y, acto seguido, otro. Sin embargo, no era suficiente. Paula sentía un vacío que solo se podía llenar cuando él la penetrara, así que cerró las manos sobre su cintura y apretó el pubis contra él, para exigírselo.


–Será mejor que te pongas un preservativo –acertó a decir.


Pedro se puso de rodillas, alcanzó la cartera que llevaba en el bolsillo de los pantalones y sacó lo que buscaba. Paula aguardó, impaciente, pero no tuvo que esperar demasiado. 


Un momento después, se puso sobre ella, la miró a los ojos y entró en su cuerpo con una acometida que le arrancó un suspiro de alivio y satisfacción.


Encantada, se mordió el labio y rio con suavidad.


–No te pares –dijo él–. Adoro el sonido de tu risa.


Pedro se empezó a mover. Paula deseaba cerrar los ojos, pero los dejó abiertos porque no quería perderse nada y se sumó a su ritmo, sintiéndose más deseada, más querida y más libre que en toda su vida. Era una sensación maravillosa. Los movimientos de Pedro eran enérgicos y apasionados, pero también tiernos. Se entregaba a ella por completo y lograba que ella se entregara del mismo modo.


Fue una experiencia tan larga como satisfactoria. De vez en cuando, él cambiaba de posición o variaba el ritmo para darle más placer. Paula se sumaba entonces a su juego, empujada por sus instintos femeninos, y le arrancaba otro beso, una caricia, ansiando que perdiera el control y se dejara llevar.


Y juntos, ardieron de placer.


La mente de Paula se quedó en blanco durante el clímax, cuando tuvo la impresión de que el tiempo se había detenido. Quizás gimió, quizás gritó; pero ni siquiera se dio cuenta. Lo único que le importaba era aquel momento increíble que, al final, le dejó una sensación de felicidad y satisfacción completas.