Paula agradecía todos los días a su buena estrella el haber podido encontrar a Solange. Aquella mujer regordeta y morena no sólo era una vendedora nata, sino también una amiga. La conoció el mismo día en que abrió la tienda y la otra entró a preguntarle si necesitaba ayuda. La contrató al segundo. Lo que contribuía todavía más a mejorar su relación era el hecho de que Solange tenía un hijo un año mayor que Olivia.
Cuando Paula necesitaba salir, ella podía hacerse cargo de la pequeña.
—¿Quieres una taza de café? —le preguntó.
—No. Creo que voy a abrir la tienda.
—Ah, siéntate. Todavía es temprano.
Solange sonrió y se sentó a la mesa.
—¿Podrás arreglártelas sola un rato esta mañana? —preguntó Paula.
—Por supuesto.
—Tengo que ir a Harrison a comprarle unos zapatos a Olivia.
La niña aplaudió.
—Estupendo. A lo mejor vemos a Papá Noel.
—A lo mejor —dijo su madre, retirándole el plato vacío de cereales—. Ve a buscar el cepillo para peinarte.
La niña se acercó a la puerta y luego se volvió hacia ella con la cara muy seria.
—Mamá, papá no vendrá para Navidad, ¿verdad?
Paula sintió un nudo en la garganta.
—No, cariño, no vendrá. Ya lo sabes —repuso con cierta dureza.
Paula dejó caer la cabeza, pero un segundo después miró sonriente a Solange.
—¿Podrá venir Melina a mi casa a recoger su regalo?
—Por supuesto —asintió la mujer, sonriente—. Y luego puedes venir tú a la nuestra a recoger el tuyo.
Paula tragó el nudo que tenía en la garganta.
—Eso suena muy divertido. Pero vete ya a buscar el cepillo.
—Está algo confusa —dijo Solange, cuando la pequeña salió de la estancia.
—Más de lo que tú te crees.
—Echa de menos a su padre.
—Sí, así es.
—¿Hay alguna posibilidad de que volváis a juntaros?
Paula la miró con ojos llorosos.
—No.
Se hizo un silencio. Solange carraspeó un poco y dijo:
—Nunca me has dicho nada y no te lo he preguntado, pero como amiga que os quiere a las dos, me gustaría saber qué te pasó con tu ex.
Paula se apoyó contra la mesa y suprimió un escalofrío.
—Escucha… olvida que te lo he preguntado.
—No, no importa. Quiero que lo sepas. Después de un divorcio largo y difícil, empezaba a recuperarme cuando mi ex secuestró a Paula y la sacó del estado. Ella tenía dos años.
—¡Oh, Dios! ¡Qué horror!
—Utilicé mis ahorros para contratar a un detective privado que terminó por encontrarlos. El padre de Paula fue detenido en el acto y condenado a una pena de cárcel —continuo Paula, con voz casi inaudible—. En cuanto pude, hice las maletas y me vine aquí. Ya conoces el resto.
Solange pareció que iba a decir algo, pero no lo hizo. Terminó su café y luego la miró.
—No todos los hombres son como tu ex marido, ¿sabes?
Su amiga respiró hondo y se esforzó por sonreír.
—Probablemente no, pero soy demasiado cobarde para comprobarlo.
Solange sonrió.
—No se puede trabajar siempre; hay que divertirse alguna vez. Tú tienes mucho que ofrecerle a un hombre. Guillermo quiere que salgas con un amigo de su trabajo.
—Dale las gracias a tu marido, pero no me interesa.
—Bueno, no es Pedro Alfonso, desde luego —prosiguió Solange, ignorando su comentario—, pero no está mal.
Paula metió la mano en el bolsillo y tocó el sobre con la mano. Tenía que acordarse de enviárselo por correo.
—Hablando de ese cliente, ¿cuántas veces ha estado en la tienda?
—Sólo un par de ellas.
—No puedo imaginar por qué viene aquí.
Su amiga frunció los labios.
—Creo que está solo. En la ciudad se dice que solía ser un guardabosques que combatía fuegos y ahora, nadie sabe por qué, pero vive como un recluso porque odia a la gente —hizo una mueca—. De lo último soy testigo. Cuando le presté el libro, me miró con una mueca en la cara que me recordó a un oso viejo que tuviera una pata herida.
Paula se echó a reír.
—Me gustaría haberlo visto.
—No, no lo creo.
—Mamá, ¿qué es lo que te hace tanta gracia? —preguntó Olivia desde el umbral.
—Nada, cariño. Son cosas de adultos.
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