sábado, 13 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 14

 

La tienda de regalos no fue la única parte del parque que Paula vio durante su primera semana. La gente se mostraba amable con ella los primeros días, dado que una hermosa joven llegada de la ciudad ya era novedad suficiente sin pasearse por allí con un teléfono con GPS integrado, con un uniforme azul oscuro que recordaba al de la policía y tomando notas allá donde iba.


Al cuarto día sus compañeros ya estaban cansados de que vigilara todas sus operaciones y de sus recomendaciones sobre posibles cambios para mejorar la seguridad, pero les resultaba más fácil obedecer sin más.


Aunque no fueron todo éxitos. Julian se negó a instalar un circuito cerrado de televisión en la zona de admisiones, y argumentó que algunos de sus huéspedes apreciaban la confidencialidad que ofrecía el parque.


El drama de aquel día no resultó ser demasiado difícil. Mientras hacía una de sus rondas arbitrarias por la verja del perímetro descubrió un agujero en la parte trasera del parque, junto a una serie de embalses cristalinos y profundos. Sin duda sería obra de los lugareños, que se colaban para robar los suculentos crustáceos que vivían en los embalses, o niños que quisieran refrescarse bañándose. Salvo que los niños no tendrían vehículos y sin embargo había huellas de neumáticos a lo largo de un camino de acceso en desuso.


—Hola, Simone —saludó a la ayudante administrativa al entrar en el despacho de Julián, situado a pocas puertas del armario de las escobas que ella llamaba su despacho—. Voy a salir a reparar la verja y me llevaré el último rollo de alambre. ¿Te importa pedir más en Garretson's?


Simone levantó la cabeza de su pila de cosas por hacer y murmuró:

—Claro. ¿Qué más da otro jefe más encargándome tareas?


—¿Va todo bien, Simone?


—No —contestó la secretaria—. No es culpa tuya. Sé que tienes un trabajo que hacer. Es solo que mi carga de trabajo se ha duplicado esta semana con tu incorporación y la reaparición del señor Alfonso.


—Creo que te vendría bien una pausa para el café —contestó Paula con una sonrisa—. Vamos. Te prepararé uno.


Simone murmuró algo, salió de detrás de su escritorio y la siguió hasta la cocina.


—Hablo en serio, Paula. No había visto al señor Alfonso hacía un año hasta el día que llegaste tú para la entrevista. Y luego el lunes por la mañana llego y me encuentro una lista de cosas por hacer de dos páginas.


—¿Un año? —preguntó Paula mientras servía el café—. ¿En serio?


—Tú no lo sabes porque eres nueva —contestó Simone con tono de conspiración—, pero Pedro Alfonso es un hombre misterioso por aquí. Nadie salvo Julian trata con él. Así que ahora os tengo a Julián y a ti dándome trabajo y al señor Alfonso merodeando en la sombra durante el día y husmeando en la oficina por la noche. Es inquietante.


Paula se puso alerta. ¿Pedro trabajaba solo por la noche? ¿En qué?


—Entiendo que eres nueva y todo eso —continuó la secretaria—, pero todos tenemos una primera semana, y no sé por qué le parece necesario allanarte el camino a ti en particular.


¿Allanarle el camino?


—Lo siento —dijo Simone—. Eso ha sonado cruel. No se trata de ti. Solo desearía que, ya que va a involucrarse tanto en el trabajo de alguien, pensara un poco en el mío.


—No lo comprendo —dijo Paula—. ¿El trabajo de quién está haciendo?


—El tuyo. Al menos parte.


—¿Qué?


—Viene por las noches, Paula. Trabaja en la seguridad del parque. Creí que lo sabías.


—¿Cómo iba a saberlo?


—Imaginamos que era algo que tú hacías. Ya sabes, en la ciudad.


—Incluso en la ciudad, yo no espiaría a mi jefe —dijo ella. «A no ser que tuviera una buena razón»—. No me extraña que la gente se mantenga alejada de mí.


—Oh, no. No me refería a eso. Todos estamos intentando conocerte lo mejor que podemos.


—¿He empezado un poco fuerte?


—Fuerte no. Solo…


¿Insistente? ¿Fisgona? ¿Decidida? Le habían llamado esas cosas muchas veces.


—Dios, lo siento —dijo Simone—. Estoy liándolo todo. Que más da, es el campo, ¿sabes? A la gente le gusta saber todo sobre ti. Y tú eres un poco reservada, nada más. La gente aquí ya está sensibilizada con eso por el señor Alfonso, así que…


Paula se relajó. No era la primera vez que le hacían esa crítica. Había una manera eficaz de poner fin al cotilleo. Satisfacer la curiosidad.


—¿Qué querrías saber de mí?


—¿Puedo preguntar?


—Adelante. No tengo nada que ocultar —mentira. Se apoyó en la encimera y se obligó a relajarse—. Tres preguntas.


Simone dejó la taza en el fregadero y se volvió hacia ella.


—¿Por qué abandonaste la ciudad?


—Había… alguien… de quien quería alejarme. Y ésta me pareció distancia suficiente. Y además no me gustaban algunos de los chicos con los que se relacionaba mi hijo.


—Pregunta número dos. ¿De qué conoces al señor Alfonso?


—¿Qué te hace pensar que lo conozco?


Simone se rio.


—Emerge de su bosque por primera vez en un año justo el día que tú apareces para la entrevista. Entonces te contrata, sin haber tomado una sola decisión empresarial desde que llegó Julian. Luego te ayuda con la mudanza…


¿Cómo sabían todas esas cosas? ¿Acaso las zarigüeyas del bosque tenían un blog?


—… y, finalmente, los dos tenéis una química suficiente para provocar un incendio. Eso no surge de la noche a la mañana.


Paula negó con la cabeza.


—Tú nos viste juntos durante unos veinte segundos después de la entrevista, Simone.


—Podía sentir la tensión en la sala. Las vibraciones entre ambos eran lo más cercano a la acción que yo había visto en mucho tiempo.


—La única tensión que sentiste fue la irritación. Él estaba enfadado porque había dejado en evidencia su sistema de seguridad. Y me contrató por la misma razón. Además, si no ha salido en tanto tiempo, ¿dónde se suponía que iba a conocerlo?


—Oh, sí que sale, pero no con nosotros. Al parecer va a la ciudad un par de veces al año para… ya sabes…


—¿Para?


Simone abrió la boca y volvió a cerrarla mientras se sonrojaba.


—Vamos a ver si lo he entendido —dijo Paula—. La gente de aquí cree que conozco a Pedro Alfonso de la ciudad, donde a veces va a ligar.


Simone se sonrojó aún más.


—Eh…


—¿Y el hecho de que me contrata demuestra que los dos somos pareja? Claro, no olvidemos la química explosiva que surge cuando estamos juntos. No podemos quitarnos las manos de encima. Y supongo que también es el padre de mi hijo, ¿verdad? ¡Tienes que estar de broma! Para que lo sepas, Simone, el padre de mi hijo no es Pedro Alfonso. No nos conocíamos. No somos amantes. No me está ayudando con mi trabajo. Y no hay química. Ni siquiera le caigo especialmente bien. ¿Puedo ser más clara?


—Te creo —dijo Simone tras retroceder un par de pasos—. Lo siento si he sacado una conclusión equivocada.


Paula simplemente asintió.


—No querría que la gente dijera cosas sobre ti que no son ciertas.


—Pero… es cierto que se encarga de la seguridad por las noches. Es lo único que hace. En eso no me equivoco.


—Entonces lo hablaré con él —contestó Paula.


Simone asintió y se dirigió hacia la puerta. En el último momento asomó la cabeza de nuevo.


—¿Y qué me dices de la química, Paula? En eso tampoco me equivoco —se encogió de hombros antes de desaparecer—. Perdona.





CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 13

 


Tal vez aquella mujer fuese una profesional de la vigilancia, pero era patética a la hora de disimular sus pensamientos. Él estaba entrenado para interpretar las reacciones de la gente, su vida había dependido de ellos durante años, pero Pedro Alfonso era un libro especialmente abierto.


Y en aquel momento el libro se había abierto por la página «lárgate de aquí».


Al ver al joven Lisandro corriendo por su camino se había acordado de otro niño, en otra época, y su instinto protector se había activado. Era como saborear brevemente algo que había aceptado que nunca experimentaría.


Pero llevarlo a casa había sido algo más que la oportunidad de sentirse como un padre durante cinco segundos. Había sido la oportunidad de ver a Paula Chaves en su hábitat natural.


Puso en marcha el coche. De pronto sintió la necesidad de no regresar a su escondite, donde le esperaban los libros, la música y el bosque. No se había ocupado del parque en diez meses y odiaba la idea de que Paula lo juzgara basándose en lo que encontrara cuando fuese a trabajar el lunes por la mañana.


Bajó la ventanilla cuando pasó por su lado y levantó la mano para despedirse.


—Te veo el lunes, Paula.


Ella se llevó las manos a las caderas y contestó:

—Creí que no te involucrabas en las operaciones.


Pedro se preguntó si sabría lo sexy que estaba allí de pie, en el porche de su antigua residencia familiar. Probablemente no lo supiera, de lo contrario no estaría desperdiciándolo en él. Había dejado muy claro lo poco que le gustaba el ejército y, por asociación, él. Aunque él se sentía de una forma parecida. Se bajó las gafas de sol y le devolvió la mirada.


—Normalmente no lo hago —contestó antes de acelerar el coche.


Ella se encogió en su espejo retrovisor hasta que tomó la curva.


Cuando llegó a la salida que conducía a su casa, siguió conduciendo. Tenía el resto de la noche del sábado y todo el domingo para ponerse al día de todo lo que había sucedido en WildSprings mientras él había estado ausente.


Para cuando llegara el lunes por la mañana, quería estar al tanto de todo lo que ocurría en su negocio.


Probablemente tuviese que haberlo hecho tiempo atrás y estuviera ligeramente relacionado con la belleza de pelo oscuro que ahora vivía en la casa de sus padres.


Probablemente.



CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 12

 


La mirada recelosa de Pedro debía de ser igual a la de ella mientras bajaban las escaleras para el segundo viaje. Sin duda lo había enfadado al resaltar todos los fallos de seguridad de su retiro natural, pero por suerte parecía haber puesto las necesidades de su negocio por delante de su enorme ego al contratarla. Otro rasgo militar. El cuerpo del ejército antes que uno mismo, siempre.


De hecho era el cuerpo del ejército antes que todo lo demás, incluyendo familia, esposas, novias… e hijas tristes y solitarias.


En el salón, Pedro rechazó su ayuda, levantó el segundo tanque y lo subió por la escalera con mucha más facilidad que cuando lo habían hecho juntos. Paula lo siguió con una base de aluminio para los tanques en cada mano, haciendo un esfuerzo por ignorar el modo en que sus músculos se movían bajo la camiseta.


Finalmente los tres tanques estuvieron arriba e incluso el GI Joe resoplaba ligeramente por el esfuerzo. Paula intentó visualizar cómo habría podido conseguirlo ella sola. Le habría llevado horas, pero Pedro lo había hecho en menos de cinco minutos. La afrenta a su orgullo femenino y la manera en que su cuerpo traicionero respondía a las feromonas que él expulsaba con el sudor la enfadó aún más.


—Gracias por tu ayuda —dijo cuando regresaron abajo—. No debería entretenerte más. Estoy segura de que tendrás cosas que hacer hoy — añadió mientras abría la malla metálica de la puerta.


Nada de sutilezas.


Pedro la miró fijamente y se apoyó cómodamente en el quicio.


—Nada que no pueda hacer mañana.


Diez minutos antes no quería estar allí. Y ahora quería instalarse. Paula tomó aliento y sacó la artillería pesada.


—Casi he terminado con el salón. Después viene mi dormitorio. A no ser que estés ansioso por desempaquetar cajas de lencería…


Sus palabras tuvieron el efecto deseado. Pedro se apartó lentamente de la puerta y sacó las llaves del coche del bolsillo delantero. Paula miró por la ventana y vio un utilitario destartalado a lo lejos. Como si no hubiera querido incomodarla aparcando más cerca.


No necesitaba un vehículo para incomodarla. Solo tenerlo en la casa había hecho que perdiera la compostura. No era su intención teñir otra casa con la presencia militar.


Demasiado tarde.


—Me gustaría decir «te veo en el trabajo», pero por alguna razón no creo que te vea.


Él negó con la cabeza.


—Normalmente no me involucro mucho en las operaciones de WildSprings. Tengo personal para eso.


El recordatorio nada sutil de que ella formaba parte de su personal no le pasó desapercibido. Paula se estiró y dijo:

—Gracias por su ayuda, señor Alfonso.


Al pie de las escaleras, Pedro se fijó en su ceño fruncido. Así que habían vuelto a ser el señor Alfonso y la señorita Chaves. Aún tenía que pronunciar su nombre. Se volvió hacia su utilitario.


Probablemente fuese su culpa. Se sentía incómodo por haber entrado en su casa en un primer momento, pero cuando había colocado las manos en sus caderas, sus dedos habían sido casi como las alas del águila que tenía tatuada en la espalda. En aquel momento dos facetas de él habían entrado en conflicto; la faceta desconfiada y suspicaz que se lo tomaba como un recordatorio para no acercarse demasiado, y la faceta de exmilitar que pensaba que aquel tatuaje era la cosa más sexy que había visto en tres años. Para cuando había logrado controlar sus emociones, ella ya estaba lanzándole dagas con aquellos maravillosos ojos.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 11

 

Paula contempló las cajas que quedaban y su mirada recayó sobre los tres terráriums de Lisandro. Su pelotón de ranas arbóreas descansaba temporalmente en un tanque, pero sabía que al niño le encantaría meterlas en sus alojamientos habituales. Ver a las cinco ranas instaladas era la manera más rápida de conseguir que Lisandro se instalara, y subir sesenta kilos de cristal por dos tramos de escaleras ella sola no aparecía en su lista de actividades favoritas.


—Si me ayudas con los terráriums para las ranas de L, te lo agradecería.


—¿Tiene ranas? —preguntó él, y se acercó a los tanques para verlas.


—Desde que tenía seis años.


—Eso es bastante peculiar para un niño.


—Él es bastante peculiar… para ser un niño.


Cargaron y subieron el primer tanque por las escaleras, tambaleándose como dos bailarines torpes, hasta que finalmente entraron en la habitación de Lisandro, situada en el ático. Allí dejaron el tanque con cuidado.


La habitación era ideal para un niño con una imaginación desbordante.


La enorme ventana daba a una hondonada plagada de árboles situada detrás de la casa como un cuadro viviente. Además había espacio de sobra entre las vigas para colgar pósters, y una pared entera para colocar los terráriums de Lisandro.


Por suerte el niño no era aún lo suficientemente alto para golpearse la cabeza con el techo abuhardillado. Paula recordaba vagamente que el hombre que lo había engendrado era también de estatura normal. De hecho era normal en todos los aspectos, por eso no podía recordar gran cosa sobre él nueve años después de la noche que había cambiado su vida para siempre. Si hubiera sido un gigante, como Pedro Alfonso, era probable que Lisandro ya tuviese un chichón en la frente.


Tomó aliento.


Vio que Pedro se fijaba en las maquetas de ciencia ficción, en los pósters de reptiles y en las montañas de libros que esperaban una estantería en la que ser colocados.


—Has hecho un buen trabajo aquí —dijo—. Parece…


¿Otra vez la reticencia? Si no quería hablar con ella, ¿por qué se empeñaba en comenzar conversaciones?


—… muy distinta a cuando era mi habitación.


La cara de Lisandro se iluminó al oír eso.


—¿Ésta era tu habitación? ¡Genial!


—Yo crecí en este ático. Luego viví en la casa durante los dos últimos años mientras construía mi casa al otro lado del valle. Cuando regresé del… —entonces pareció contenerse— del extranjero. Siempre preferí la vista desde esta habitación.


La imagen de Pedro estirado bajo aquel techo abuhardillado en una calurosa noche de verano, envuelto solo con la luz de la luna, puso a Paula de mal humor. Y además se había construido su propia casa… «Parece un GI Joe».


—¿Perdón? —el brillo en su mirada indicaba que tal vez lo hubiese dicho en voz alta.


—Deberíamos ir a por el siguiente tanque —contestó ella.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 10

 

Mudarse de casa iba en contra de todo lo que siempre había deseado para su hijo. Sacarlo de la escuela y arrastrarlo a trescientos kilómetros de distancia, en mitad del bosque. Pero la oportunidad de alejarlo de aquel vecindario podrido en el que vivían, y de su abuelo, le había parecido demasiado buena para dejarla pasar. Incluso aunque aquello le trajese recuerdos incómodos de cuando se mudaba de una base a otra.


—¿Has encontrado el aire acondicionado? —la mirada escéptica que dirigió a su apariencia hizo que la pregunta fuese redundante.


¿Tenían aire acondicionado? Habría sido bueno saberlo dos horas antes. Paula se estiró y se pasó una mano por el pelo empapado en sudor.


—En realidad no tenía tanto calor como para ponerme a buscarlo —mentirosa—. ¿Dónde está el control?


Pedro se levantó de la silla y cruzó el salón hasta la pequeña puerta situada bajo las escaleras; el almacén que Paula había designado para todas esas cajas de embalar. Abrió la puerta y se agachó en el interior.


Luego salió con un control remoto en la mano.


—Lo instalé aquí para que no estuviera a la vista.


—¿Tú pusiste el sistema de aire acondicionado?


Pedro apuntó con el mando al dispositivo colocado en el techo, y que Paula pensaba que era el detector de incendios, y apretó un botón. Como por arte de magia, comenzó a sonar un ligero ruido por toda la casa y el aire frío comenzó a salir por las rendijas.


—¡Increíble! ¡Aire acondicionado! —gritó Lisandro desde el piso de arriba.


—Gracias. Tengo la sensación de que nos salvará la vida cuando estemos en pleno verano —agarró el mando y lo devolvió a su escondite bajo las escaleras. Se agachó hacia delante y buscó el soporte en la penumbra.


—Está en la pared de enfrente —dijo él por encima de su hombro.


Paula retrocedió y observó el panel situado junto a la puerta, pero golpeó accidentalmente un par de troncos de árbol. Las piernas de Pedro. La agarró por las caderas para evitar que se cayera y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Masculló una disculpa y luego estudió los controles del aire acondicionado intensamente para darles a sus mejillas tiempo para enfriarse.


Otro gran momento en las primeras impresiones. Retroceder y chocarse con los muslos de su jefe.


No necesitaba la experiencia sexual para saber lo que debía de haberle parecido desde su perspectiva. Había una sombra nueva en su expresión.


Paula sintió un vuelco en el estómago. Tal vez le hubiera visto el tatuaje…


Tiró del top hacia abajo y tragó saliva al sentir sus críticas silenciosas.


El pitido del hervidor le proporcionó la vía de escape perfecta. Atravesó la cocina y sirvió dos cafés mientras pensaba en algo que decir. No estaba inspirada.


—¿Necesitas que te eche una mano moviendo cosas? ¿Colchones? ¿Muebles grandes? —preguntó él. Parecía un ofrecimiento sincero, aun así sonaba molesto de estar haciéndolo. Como si sus labios actuasen contra su voluntad.