domingo, 18 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 17

 


Pedro había creído tener calada a Paula, pero después de pasar el día con ella en el pueblo, comenzaba a preguntarse si la idea que se había hecho de ella sería acertada.


El primer indicio había sido cuando había llegado a su puerta a las diez de la mañana exactas, dando por hecho que tendría por delante una espera de quince o veinte minutos mientras ella se terminaba de arreglar. Era una especie de juego que les gustaba a las mujeres pero Paula abrió la puerta vestida con unas discretas bermudas de algodón, un suéter sin mangas, unas cómodas sandalias y un sombrero de paja, lo que sin duda quería decir que estaba preparada para salir. Con la cámara de fotos colgada al cuello, la bolsa de bebé en un hombro y su hija apoyada en la cadera, parecía más una turista que una cazafortunas ansiosa por convertirse en reina.


Sus sospechas no hicieron sino crecer cuando vio el modo en que compraba, o más bien el modo en que no lo hacía. Con la intención de cuidar del rey, Tatiana había avisado a Pedro de que su padre había pedido una tarjeta de crédito para Paula con un límite completamente desorbitado. Pero después de haber estado por lo menos en una docena de tiendas de todo tipo, en las que la había visto admirar la ropa de diseño y mirar con verdadero deseo un modesto par de pendientes artesanos, solo había comprado una camiseta para su hija, una postal que quería enviarle a su mejor amiga de Los Ángeles y una novela romántica de bolsillo, un placer inconfesable, según le había explicado con una ligera sonrisa. Y todo ello lo había pagado en efectivo. La sorpresa había sido aún mayor cuando la había oído hablar con uno de los dependientes y había descubierto que hablaba su idioma con absoluta fluidez.


–No me habías dicho que hablaras varieano –le dijo al salir de la tienda.


–No me lo habías preguntado –respondió ella encogiéndose de hombros.


Tenía razón y eso le desconcertó un poco más, como el resto de cosas que estaba descubriendo de ella. Era una mujer de mundo con una amplia cultura, pero en sus ojos aparecía un deleite infantil y una enorme curiosidad cada vez que veía algo nuevo. Le hizo un millón de preguntas y su entusiasmo era tan contagioso, que incluso él empezó a ver el pueblo con otros ojos.


Era inteligente, aunque caprichosa y a veces incluso un poco voluble. Serena y elegante, pero al mismo tiempo encantadoramente torpe, pues de vez en cuando se chocaba contra el umbral de alguna puerta, con algún otro peatón o se tropezaba con sus propios pies. Pero en lugar de enfadarse, Paula se echaba a reír o pedía disculpas a quien fuera.


También tenía la interesante costumbre de decir exactamente lo que pensaba en el mismo momento en que lo pensaba, lo que hacía que a veces se pusiera en vergüenza a sí misma o otra persona.


Veinticuatro horas antes habría estado encantado de no tener que volver a verla, pero ahora, sentado frente a ella en una manta, a la sombra de un olivo junto al muelle, comiendo salchichas, queso y pan tostado, con Mia balanceándose a su lado, debía admitir que estaba experimentando una desconcertante combinación de perplejidad, desconfianza y fascinación.


–Deduzco que tenías hambre –comentó mientras la veía meterse en la boca el último trozo de queso.


–Tengo tendencia a la hipoglucemia, así que tengo que comer cinco o seis veces al día. Por suerte, tengo un metabolismo muy rápido que no me deja engordar. Un motivo más para que me odien las mujeres.


–¿Por qué habrían de odiarte?


–¿Estás de broma? ¿Una mujer con mi aspecto, que puede comer todo lo que quiera sin engordar ni un gramo? Hay gente que lo considera un delito imperdonable, como si yo pudiera controlar mi belleza o la gestión de las calorías que hace mi cuerpo. No sabes las veces que deseé ser más normal durante la adolescencia.


El hecho de que reconociera su propia belleza debería haberla hecho parecer arrogante, pero lo decía con tal desprecio, que sintió cierta lástima por ella.


–Yo pensaba que todas las mujeres deseaban ser guapas –dijo él.


–Y así es la mayoría de las veces, lo que no quieren es que otras mujeres lo sean también. No les gusta tener competencia. En el instituto yo era muy popular, así que no tenía amigos de verdad.


En su enésima caída, Mia acabó sobre la pierna de Pedro, levantó la mirada hacia él y sonrió, él no pudo evitar sonreír también. Tenía la sensación de que sería tan bella como su madre.


–Las chicas se sentían intimidadas por mí. Cuando por fin se daban cuenta de que no era ninguna esnob y empezaba a entablar relación con gente, llegaba el momento en el que mi padre volvía a trasladarnos y tenía que empezar de nuevo en otra escuela.


–¿Os mudabais a menudo?


–Por lo menos una vez al año. Mi padre es militar.


Le costaba creerlo. La había imaginado en un barrio residencial, con una madre guapa y superficial y un padre ejecutivo que la malcriaba. Parecía que se había equivocado en muchas cosas.


–¿En cuántos lugares has vivido? –le preguntó.


–En demasiados. Mi padre viajaba mucho. Vivimos en Alemania, Bulgaria, Israel, Japón e Italia y, dentro de Estados Unidos, en once bases de ocho estados diferentes. Todo eso antes de cumplir los diecisiete años. En el fondo creo que todos esos traslados no eran más que una manera de afrontar la muerte de mi madre.


Le sorprendió que también hubiera perdido a su madre.


–¿Cuándo murió?


–Cuando yo tenía cinco años. De una simple gripe.


La muerte de su madre, la injusticia que suponía, lo había dejado envuelto en una nube negra de la que sentía que nunca podría salir. Sin embargo Paula parecía tener siempre una actitud positiva.


–Solo tenía veintiséis años –siguió contándole.


–Era muy joven.


–Fue muy inesperado. Fue empeorando cada vez más y cuando fue al médico para que le dieran algún tratamiento, resultó que tenía neumonía. Mi padre estaba destinado en el Golfo Pérsico. Creo que nunca se ha perdonado el no haber estado con ella.



NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 16

 


Una vez fijado el plan, Pedro asintió y salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí. Paula se sentó en el suelo junto a su hija, que ya se había cansado de levantarse y caerse y estaba ahora tumbada boca arriba, mordiendo un sonajero.


Le inquietaba la idea de pasar tanto tiempo a solas con Pedro, pero no parecía que tuviese otra opción porque no quería herir los sentimientos de Gabriel, ni parecer la mala de la película. La parte positiva era que quizá al ver que Pedro la aceptaba, también el personal de servicio se mostrara más amable con ella.


En ese momento sonó el teléfono y Paula fue corriendo a responder con la esperanza de que fuera Gabriel.


Era su amiga Jessica.


–¿Cómo fue el vuelo?


–Una pesadilla. Mia casi no durmió –miró con ternura a su hija, que seguía babeando sobre la manta–. Pero ahora parece que ya está bastante adaptada.


–¿Qué tal Gabriel? ¿Se alegró mucho de verte?


Paula titubeó antes de decir nada. No quería mentir a su amiga, pero tenía miedo de que si le contaba la verdad no hiciera sino aumentar sus dudas. Pero, si no podía hablar con su mejor amiga, ¿con quién iba a hablar?


–Ha habido un pequeño cambio de planes –le explicó lo sucedido–. Sé lo que debes de estar pensando.


–Sí, ya sabes que tenía mis dudas sobre este viaje, pero confío en ti y quiero pensar que sabes qué es lo mejor para Mia y para ti.


–¿Aunque no estés de acuerdo?


–No puedo evitar preocuparme por ti y no quiero ni pensar en que te quedes allí a vivir, pero al final lo que yo piense no importa. ¿Qué piensas hacer hasta que vuelva Gabriel? –le preguntó Jessy.


–Su hijo se ha ofrecido a hacer de guía –solo con decirlo se le encogía el estómago.


–¿Es tan guapo en persona como en las fotos que me enseñaste?


–En una escala de uno a diez, tiene por lo menos un quince.


–Entonces, si las cosas no salen bien con Gabriel… –le dijo bromeando.


–No sé si te he dicho que también es un estúpido y que me odia. Aunque no puedo decir que no lo comprenda –admitió–. Gabriel quiere que nos llevemos bien, pero yo me conformo con que deje de odiarme.


–Paula, eres una de las personas más amables, consideradas y buenas que conozco. ¿Cómo no vas a gustarle?


El problema era que a veces era demasiado amable y demasiado considerada, hasta el punto de dejar que los demás le pasasen por encima. Y Pedro parecía de los que podría aprovecharse de algo así.


O quizá solo estuviese un poco paranoica.


–Es muy… intenso –le dijo a Jessy–. Cuando entra en una habitación es… Intimida un poco.


–Bueno, es que es un príncipe.


–Gabriel es el rey y nunca he tenido esa sensación con él.


–No te lo tomes a mal, pero quizá Gabriel al ser mayor, es más bien… como una figura paterna.


–Jessy, ya tengo bastante figura paterna con mi padre.


–Siempre dices que es tan crítico contigo que hace que te sientas un fracaso.


No podía negarlo, como tampoco podía negar que la amabilidad y los detalles de Gabriel hacían que se sintiera especial, pero no buscaba otro padre en él. Más bien al contrario. En el pasado siempre le habían atraído los hombres que intentaban controlarla o dominarla. Ahora lo que buscaba era un compañero, alguien con quien relacionarse de igual a igual.


Quizá lo que más le molestaba de Pedro, además de que la odiara, era que se parecía mucho al tipo de hombres con los que siempre había salido.


–No me fío de Pedro –le confesó a su amiga–. Desde el momento en que salí del avión me dejó muy claro que no le gustaba, y sin embargo de pronto, un par de horas más tarde, se ofrece a hacerme de guía. Dice que lo hace por su padre, pero no sé si creérmelo. Si realmente quisiese hacer feliz a su padre, ¿no habría sido un poco más amable conmigo desde el principio?


–¿Crees que va a intentar separarte de Gabriel?


–La verdad es que ya no sé qué pensar –lo único que sabía era que había algo en Pedro que no le gustaba, pero no tenía más remedio que estar con él hasta que volviera Gabriel.


–Yo tengo buenas noticias –anunció Jessy–. Guillermo me ha invitado a acompañarle a Arkansas a la fiesta de aniversario de sus padres. Quiere que conozca a su familia.


–Y vas a ir, ¿verdad?


–Me encantaría. ¿Sabes el tiempo que hace que un hombre no quiere presentarme a su familia? Lo que ocurre es que viven en un lugar muy apartado con muy poca cobertura telefónica y me preocupa que si me necesitas…


–Jessy, estoy bien. En el peor de los casos, podría llamar a mi padre –aunque para eso tendría que ocurrir algo realmente horrible.


–¿Estás segura? Estoy preocupada por ti.


–Pues no lo estés. Puedo enfrentarme sola al príncipe Pedro.


Solo esperaba que fuera cierto.





NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 15

 


Su relación con Gabriel no era ningún error. Si quería que conociese mejor a su hijo, lo haría, aunque no se fiase demasiado de Pedro. Se limitaría a ser como era y, con un poco de suerte, Pedro acabaría aceptándola.


–Entonces supongo que no tengo alternativa –le dijo.


Pedro frunció el ceño como si le hubiera ofendido la respuesta.


–Si la idea de pasar unos días conmigo te resulta tan desagradable…


–¡No! –lo interrumpió de inmediato–. No es eso lo que quería decir. En realidad quiero que nos conozcamos mejor, Pedro, pero no quiero que te sientas obligado a hacerlo. Me imagino lo incómodo que debe de ser para ti y lo doloroso que fue perder a tu madre. Por lo que me ha contado tu padre, era una mujer extraordinaria. Yo no pretendo sustituirla. Solo quiero que Gabriel sea feliz y creo que es más fácil que lo sea si tú y yo nos llevamos bien. O al menos conseguimos no ser enemigos.


–Estoy dispuesto a admitir que es posible que me haya apresurado al juzgarte –afirmó él–. Y, para que lo sepas, mi padre no me está obligando a hacer nada. Podría haberle dicho que no, pero sé que es importante para él.


No era una disculpa, pero sí era un buen comienzo. Paula esperaba que lo estuviera diciendo de corazón y que no tuviera ningún motivo oculto para ser amable con ella.


–En ese caso, será un honor que seas mi guía.


–¿Entonces hay tregua? –preguntó, tendiéndole una mano y dando un paso hacia ella.


Dios, qué bien olía. Le daban ganas de hundir la cara en su cuello y sumergirse en aquel aroma.


No, no, no le daban ganas de nada. Y no quería sentir la chispa que sintió cuando le estrechó la mano, ni el escalofrío que le provocó el roce de su dedo pulgar en el dorso de la mano.


¿Cómo era posible sentir esas cosas por un hombre que ni siquiera le caía bien?


–Mi padre me ha pedido que mañana os lleve a conocer el pueblo. Si hay algo en concreto que quieras hacer o algún lugar que quieras visitar, dímelo y lo organizaré todo.


Lo cierto era que le habría encantado pasarse una semana tumbada junto a la piscina, pero sabía que Gabriel quería que conociese su país para que pudiese decidir si quería vivir allí.


–Si se me ocurre algo, te lo diré.


–Muy bien. Estaos preparadas mañana a las diez.


–Cuenta con ello.