viernes, 15 de junio de 2018

THE GAME SHOW: CAPITULO 29




Pedro la miró alejarse y se dio cuenta de que la cámara los apuntaba con una luz roja encendida. ¿Estaría funcionando ese cacharro? Pedro miró el reloj. Eran las doce y veinte. Al parecer, su día sin testigos había terminado. Pedro se preguntó qué habrían presenciado esos testigos.


—¿Qué pasa? —le preguntó Paula cuando volvió al cabo de un par de minutos.


—Me parece que las cámaras han vuelto a grabar.


Paula abrió los ojos de par en par y miró al sofá antes de mirar a la cámara.


—No pensarás que…


—Es difícil saberlo.


Paula intentó encontrarle la parte positiva.


—Menos mal que no hemos ido demasiado lejos.


—No te preocupes. Estoy seguro de que no usarán esa escena —la tranquilizó Pedro.


—¿Qué dirá Raul? No estábamos comportándonos como adversarios precisamente.


—Mañana lo sabremos.


A él no le importaba su situación en el programa sino que le hubieran estropeado ese momento. 


Ya ninguno de los dos se encontraría cómodo hablando de su relación. Tendría que esperar. 


Además, quería que fuera un momento perfecto.


—Será mejor que me vaya. ¿Me acompañas a la puerta? —le preguntó él.


Ella descorrió todos los pestillos y Pedro la sacó al pasillo. El beso fue fugaz pero demoledor y la dejó con las piernas temblorosas y la respiración entrecortada.


—Piensa en mí esta noche —casi le ordenó Pedro.


Él se fue y Paula volvió a su apartamento, apagó las luces y se puso una camiseta de Pedro en vez del pijama. Luego, se metió en la cama e hizo lo que él le había pedido.


Cuando Paula fue a la reunión diaria con Raul, se sintió como si estuviera yendo al despacho del director del colegio. 


Sylvia también estaba allí. Iba de un lado a otro y tenía cara de pocos amigos. Al otro extremo de la mesa de reuniones, unos abogados con gesto malhumorado hojeaban unos papeles.


—No estoy muy contenta —espetó Sylvia—. El programa pasó por alto que actuarais como colaboradores cuando fuiste a jugar al golf con el director general de Electrodomésticos Boeke —Sylvia dio un tono grave a su voz—. Hemos pasado por alto que los dos os hayáis mostrado extraordinariamente cariñosos en más de una ocasión, pero lo de anoche no puede pasarse por alto.


Sylvia encendió el ordenador portátil y le dio la vuelta para que Pedro y Paula pudieran ver la pantalla.


Paula quiso morirse al verse retorciéndose con Pedro en el sofá.


—No lo emitirán por televisión, ¿verdad? —preguntó Pedro con un tono más enfadado que preocupado.


Sylvia arqueó una ceja.



—Imposible. Es más, no se emitirá nada. Creo que os dejamos muy claro cuáles eran las normas del programa. Los dos firmasteis unas declaraciones en las que os comprometíais a seguirlas. No lo habéis hecho y estáis descalificados.


—¿Los dos? —preguntó Paula.


—No he visto que te resistieras mucho, Paula. Nuestros abogados tienen unos documentos para que los firméis.


—Los abogados de Danbury's querrán verlos —replicó Pedro.


—Muy bien. Estoy segura de que ellos confirmarán que son inapelables y que absuelven al programa de cualquier responsabilidad.


Pedro hizo un gesto con la cabeza y se levantó.


—Entonces, la reunión ha terminado.


Sylvia salió seguida por sus abogados.


—Lo siento —Raul le ofreció la mano y señaló a Paula con la barbilla—. Y suerte…


Paula pensó que el baile de Cenicienta ya había terminado oficialmente.


—Yo necesitaba el dinero —Paula estaba de pie en medio de la sala vacía—. Si no ganaba, por lo menos necesitaba la emisión. Me he tomado un trimestre sin ir a clase.


—Lo siento.


—No es culpa tuya, Pedro —Paula sonrió tímidamente—. Yo estoy quejándome cuando tú estás en la misma situación. Danbury's podía haber sacado mucho partido de la emisión.


—Yo no me arrepiento de nada, ¿y tú?


—No.


Pedro miró el reloj.


—Será mejor que vuelva al trabajo.


—¿A qué trabajo? —le preguntó Paula.


—Al que había empezado hoy. Me gusta terminar lo que empiezo —la tomó de la mano y fueron juntos hasta el ascensor—. Esta noche saldremos a cenar. Yo invito, ya que volvemos a nuestras vidas y he recuperado mi cuenta corriente —le apretó la mano y se la besó.


Se abrieron las puertas del ascensor y Pedro entró.


—Me parece que tenemos que hablar de algunas cosas —añadió Pedro antes de que se cerraran las puertas.


Paula se dio la vuelta y casi se dio de bruces con Celina Matherly.


—Perdón.


Celina no dijo nada, pero la miró de arriba abajo. 


Paula tuvo muy claro que la había evaluado bastante negativamente. Su expresión indicaba que no podía entender que Pedro la prefiriera. 


Sin embargo, sonrió casi amistosamente.


—Eres Paula, ¿verdad?


—Sí —contestó ella con recelo por tanta amabilidad.


—Había venido para dejar algunas cosas de Pedro. Espero que no te importe si las dejo en su… en tu despacho —soltó una risita casi infantil.


—No me importa.


—Supongo que Pedro te habrá contado que hemos roto. ¿Te ha dicho por qué?


—No es de mi incumbencia.


Paula fue a pasar de largo, pero Celina le puso la mano en el hombro.


—De mujer a mujer, sinceramente, ¿hay algo entre vosotros?


—Eso no es de tu incumbencia.


—Es posible —Celina se encogió de hombros—. No estaba con la oreja detrás de la puerta, pero he oído parte de vuestra conversación. Me ha parecido que tenía que advertirte de que Pedro empieza con mucho ímpetu, pero luego no aguanta.


—No quisiera ofenderte, pero no sé qué te importa eso a ti.


—Tienes razón, no es de mi incumbencia. Es que… olvídalo. Seguro que su… historial en otras ciudades no te interesa. A mí me preocupó cuando lo conocí. La verdad es que yo estaba a punto de romper con él, pero se adelantó. Hay ciertas cosas que no pueden pasarse por alto aunque se sea tan guapo y rico como él.


Celina empezó a marcharse y Paula sabía que estaba provocándola, pero aun así no pudo contenerse.


—¿Qué es eso que tienes tantas ganas de contarme?


—He oído que pasó algo parecido en otro centro de la cadena Danbury's donde trabajó Pedro.


—Celina, ya no estamos en el instituto. ¿Por qué no dejas de andarte con rodeos y lo sueltas de una vez?


Celina entrecerró los ojos, pero su tono siguió siendo amable.


—No eres la primera. En el pasado ya tuvo relaciones con subordinadas. A todas las ha colocado bien y discretamente.


A Paula no le importaba que la calificaran de subordinada, pero tenía que reconocer que le había picado la curiosidad. 


Aunque la réplica no lo demostrara.


—El pasado de Pedro es asunto suyo.


—Seguramente tengas razón, pero a lo mejor te interesa saber que Danbury's tiene normas contra el acoso sexual.


—¿Acoso sexual…? ¿De qué estás hablando?


—De que podrías conseguir que lo echaran. Salir con una subordinada podría considerarse acoso sexual si genera un entorno laboral hostil —se acercó un poco más a Paula—. Es un consejo de amiga, de mujer a mujer. Consíguete un buen abogado y no tendrás que trabajar nunca más.


—Pero yo llevo las riendas en este asunto —replicó Paula, que estaba tan atónita que fue incapaz de poner a Celina en su sitio.


—¿Las riendas? —Celina se rió con todas sus ganas—. Eso será en Hollywood. Si eres inteligente y creo que lo eres, seguirás mi consejo. El idilio terminará con el programa. Tienes dos hijas. Asegúrate de que sacas algo en limpio de todo esto. Lo que el programa te ofrece si ganas es el chocolate del loro si lo comparas con lo que un buen abogado puede proporcionarte. Danbury's tiene unos bolsillos muy profundos. Piénsatelo.


La puerta se cerró y en el aire quedó flotando su sonrisa felina.


Evidentemente, Celina no sabía que Pedro y Paula estaban descalificados del programa o lo habría utilizado como argumento. Era una mujer mezquina. Aparte de su innegable belleza, Paula se preguntó qué habría visto Pedro en ella.


Paula se dio la vuelta y se encontró con Lottie. La mujer la miró con frialdad.


—El señor Boeke está al teléfono. He pensado que no querría perderse esta llamada.


—Gracias, Lottie —le dijo Paula con una sonrisa.


Sin embargo, la mujer mantuvo una expresión distante. 


Estaba claro que había escuchado la conversación. Sin embargo, Paula no tenía ni tiempo ni ganas de explicarle el asunto. No le importaba lo que pasara entre Pedro y ella.


Levantó la barbilla y fue a atender la llamada.



THE GAME SHOW: CAPITULO 28




Dos horas más tarde, cuando James Bond ya había salvado al mundo libre y seducido a un par de mujeres impresionantes, Paula y Pedro se quedaron sentados en el sofá en medio de la penumbra de la sala.


—Por cierto, ¿qué puedes decirme del nuevo peinado de Macarena? —le preguntó Paula.


—Lo has notado, ¿no?


—Sería muy difícil no notarlo.


—Ya. Macarena quería ponerse un sombrero hasta que volviera a crecerle el pelo, pero la convencí para que fuera sincera —Pedro se encogió de hombros—. La verdad es que me convenció ella para que yo fuera sincero.


—¿Y bien?


—Bueno, en el periódico hay un anuncio de Barbie y la niña…


—Quiere una Barbie —le interrumpió Paula.


—Falta poco para Navidad.


—No quiere sólo a Barbie. También quiere a Ken y toda la casa. Quiere una familia. Yo no puedo dársela —susurró Paula.


—¿Estás segura?


La atrajo hacia sí y la besó. Pedro se dijo que sería un beso leve, pero la oyó suspirar y supo que estaba perdido. De una manera u otra habían conseguido que las cosas no se precipitaran desde que a ella se le cayó la toalla en el cuarto de baño. Sin embargo, en ese momento nada podía contener el anhelo. Pedro sentía una pasión tan ardiente que le sorprendió que no se dispararan las alarmas contra incendios.


—Llevo mucho tiempo deseando hacer esto —susurró él mientras cambiaba de posición para que los dos se tumbaran en el sofá—. Desde que te vi en el almacén con esos vaqueros ceñidos.


—No podemos hacerlo —afirmó Paula, aunque le dio otro beso.


—Tienes razón, es un disparate. Tenemos que parar.


Pedro pasó los dedos por debajo del borde de la camiseta de Paula.


Paula le paró las manos.


—¿Qué pasa con Celina?


—Celina ya no existe. Rompí con ella el otro día.


—¿Por qué?


Pedro se rió.


—Estoy tumbado encima de ti y ¿me lo preguntas?


—Yo no juego con el amor, Pedro —le dijo Paula con gesto serio—. Tampoco mantengo relaciones sexuales esporádicas. Tengo demasiadas responsabilidades como para hacerlo.


Pedro no sabía si besarla o matarla. 


¿Realmente pensaba que él sólo quería un revolcón?


—Yo tampoco juego con el amor. En cuanto a lo que ha pasado entre nosotros y lo que pasará en el futuro, es algo más que esporádico. No es una cuestión de hormonas; es una cuestión de chispa. Creo que podría ser mucho más. ¿Hace falta que te lo deletree?


—Me encantaría.


—Yo…


—¡Mamá, mamá!


Los gritos de Chloe interrumpieron lo que ella había esperado que fuera una declaración de amor.


Paula esbozó una sonrisa forzada.


—Esa niña es un poco inoportuna —susurró Pedro con la frente apoyada en la de ella.


Pedro se levantó y alargó una mano para ayudar a Paula.


—Volveré dentro de un minuto —prometió ella.


Pedro la abrazó cuando pasó al lado de él.


—Tarda lo que quieras, mis sentimientos no van a cambiar.



THE GAME SHOW: CAPITULO 27




Pedro dio vueltas por la casa durante casi toda la tarde hasta que dejó de fingir que no había otro sitio donde prefería estar. Se dijo que sólo quería saber qué tal estaba Maca. Se montó en el coche y se puso a tararear una canción. Tardó un poco en reconocerla, pero se rió al darse cuenta de que era la canción de La bella y la bestia.


Eran las cinco de la tarde y Paula no se había apartado ni un segundo del lado de Macarena, aunque la niña no necesitaba tanta vigilancia. 


Estaba obsesionada con que pudiera pasarle cualquier cosa. Cuando le dijo a Pedro que le había salvado la vida, lo dijo en serio.


—¿Podemos cenar una pizza? —le preguntó Maca.


Paula sabía que no entraba en el presupuesto, pero estaba dispuesta a darle ese capricho.


—¿De pimiento y beicon?


—De pimiento y doble de queso —negoció su hija.


—De acuerdo… —concedió Paula.


Cuando a los treinta minutos sonó el timbre de la puerta, Paula la abrió con un billete de veinte dólares en la mano. Se encontró con Pedro, que estaba más apetecible que cualquier pizza de Chicago. Pedro esbozó una sonrisa que le alteró el pulso.


—No hace falta que me pagues. Es una visita desinteresada.


—¿Qué haces aquí? —le preguntó Paula, que casi ni podía contener la sonrisa.


—¡Pedro! —exclamó Macarena mientras se abalanzaba sobre él y le abrazaba por la cintura.


Pedro se alegró de no tener que contestar a la pregunta de Paula. Se agachó sin salir de su asombro por la efusividad de la niña, que solía ser muy reservada.


—Eh… Maca. ¿Qué tal estás?


Ella se encogió de hombros tranquilamente.


—Estoy bien.


—Casi me matas del susto y, ¿sólo estás bien?


Pedro le hizo unas cosquillas y se la acercó un poco.


—A mí me parece que estás mejor que bien.


—Te quiero, Pedro —declaró la niña solemnemente.


Las miradas de Pedro y Paula se encontraron. 


Ella tenía los ojos brillantes por las lágrimas. Pedro sabía que Macarena lo había dicho de corazón y el suyo le dio un vuelco.


—Yo también te quiero.


Pedro se dijo que las quería a todas. Durante los últimos seis años había evitado por todos los medios cualquier cosa que se pareciera remotamente a ese sentimiento, pero tenía que reconocer que se había enamorado, no de una mujer, sino de tres.


Habían comido pizza y habían visto unos vídeos que Pedro había alquilado en un videoclub. 


Cuando, por fin, las niñas se quedaron dormidas, Pedro y Paula las llevaron a su cuarto.


—Hay que ver… —comentó Paula con un suspiro—. Ayer estaba en el hospital y hoy consigue agotarme con su energía.


—Los niños son increíbles —corroboró Pedro.


—Desde luego.


—¿Te apetecen unas palomitas y otra película?


—A lo mejor me convences. ¿Qué película es?


—Vive y deja morir. Arlene me ha dicho que te encantan las películas de James Bond.


—Me la imagino…