martes, 14 de julio de 2020

UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 26




Nada había cambiado y, sin embargo, nada era igual. Mientras Pedro le miraba el hermoso rostro, ella tenía los ojos cerrados y los labios henchidos por sus besos.


Cuando él bajó la cabeza para volver a besarla, oyó que su teléfono móvil comenzaba a sonarle en el bolsillo.


Lo sacó y lo miró. Al ver que era su asistente, lanzó una maldición. Sin duda lo llamaba sobre el contrato de Sidney.


—Perdona, pero tengo que atender esta llamada.


Paula sonrió y asintió.


—No importa —susurró—. Yo… echaré un vistazo por el mercado hasta que tú hayas terminado —añadió, señalando el mercadillo junto al que se encontraban.


—Quédate donde Kefalas pueda verte.


—Está bien —dijo, aunque no le gustaba sentirse vigilada por el guardaespaldas.


Pedro la observó mientras ella se dirigía al mercado. Era bella y natural. Y lo amaba. Se lo había confesado.


—Alfonso —indicó, tras contestar por fin la llamada.


—Creo que podemos dar el negocio de Sidney por concluido —le anunció su asistente—. La junta acaba de votar a favor de la venta.


—Bien —afirmó, aunque en realidad no estaba prestando mucha atención a lo que su asistente le decía. No dejaba de observar a su hermosa esposa recorriendo el mercado. Parecía tan feliz. Estaba a punto de colgar cuando, de repente, dijo:
—Haz que Miguel Barr investigue a la señora Alfonso.


—¿Cómo?


—Haz que averigüe cómo murió su padre para ver si hay alguna razón que lo pudiera relacionar conmigo.


Cuando Pedro colgó el teléfono, miró de nuevo a Paula. Había cambiado mucho, y no sólo en su apariencia. Su rostro, que antes solía estar pálido, estaba comenzando a broncearse con el sol.


Antes había pensado en utilizar la amnesia en su contra. Jamás se habría imaginado que su inocencia y calidez lo afectarían de esa manera. Se sentía completamente abrumado por su ternura, por su amor…


Se había quedado completamente anonadado por el hecho de que ella aceptara tan fácilmente su culpa por una traición que ni siquiera podía recordar. Había elegido creerle a él. Confiar en él, cuando lo único que él había hecho había sido mentirle, engañarla y castigarla.


Aquello era suficiente para poner a cualquier hombre de rodillas.




UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 25



El coche se detuvo. En silencio. Pedro bajó del coche y abrió la puerta. Al mirar al exterior, Paula vio un restaurante francés muy elegante.


—¿Esta es tu idea de salir a desayunar?


—Era tu restaurante favorito de Atenas. 


En el interior, los acompañaron como siempre a la mejor mesa. El elegante restaurante resultaba gélido y frío por el aire acondicionado.


Había muchos camareros, pero ningún cliente.


—Veo que este sitio no es muy popular los domingos por la mañana.


—He reservado toda la sala.


—¿Por qué?


—Quería que estuvieras cómoda. ¿Qué quieres tomar?


Con un suspiro, Paula abrió el menú. Estaba escrito en inglés y francés. Una vez más, pensó que el restaurante carecía de personalidad y que resultaba demasiado frío.


Por fin, un camarero se les acercó y anotó lo que iban a tomar.


Cuando se marchó, un camarero diferente les llevó las bebidas. Paula tomó un poco de zumo de naranja y luego se apoyó sobre la mesa.


—Está bien, Pedro. Dime cuál es la verdadera razón de que estemos aquí.


—El pasado verano, estuve a punto de perder mi negocio —dijo él, mirándola muy fijamente—. Se robó un documento de mi casa que sugería que yo podría estar engañando a mis accionistas y estafándoles una gran cantidad de dinero. Por supuesto, eso no era cierto, pero fue un golpe para mi reputación.


—¡Eso es terrible! ¿Descubriste quién lo hizo?


—Sí.


—¡Espero que lo metieras en la cárcel!


—Ese no es mi estilo —comentó Pedro después de tomar un sorbo de café.


—¿Y qué tiene eso que ver conmigo y con este restaurante?


—Este es el último lugar en el que te vi antes de tu accidente, Paula.


Ella frunció el ceño.


—¿Justo antes de que me marchara para el entierro de mi padrastro?


—Te marchaste mucho antes de eso. Casi tres meses antes.


—No lo comprendo…


—¿Reconoces esta mesa?


—No. ¿Acaso debería reconocerla?


—La última vez que te vi, estabas sentada aquí con Luis Skinner. Desayunando con él unas pocas horas después de hacer el amor conmigo.


—¿Qué?


—Kefalas te seguía para protegerte. Aquel día, yo tenía una cita a la que no podía faltar. Él me telefoneó y lo dejé todo. Vine corriendo aquí a pedirte una explicación. Trataste de quitarle importancia.


—Por eso querías que bailara con él… Fue una trampa.


—Quena que recordaras que me habías traicionado.


—¡Eso no es cierto!


—Desapareciste de la ciudad. A la mañana siguiente, me desperté y vi el nombre de mi empresa en todos los periódicos de la ciudad. Mi teléfono comenzó a sonar incesantemente. Eran llamadas de periodistas y de accionistas furiosos. Skinner le dio ese documento a la prensa, pero quien lo robó de mi casa… fuiste tú.


—¡Yo!


—He estado esperando que lo recordaras todo. Te he llevado a todos los sitios para conseguir que recordaras algo, para que pudieras explicarme por qué.


De repente, ella lo comprendió todo.


—Y no sólo eso. Querías castigarme. Llevas queriendo hacerlo desde el día en el que me encontraste en Londres. Querías venganza…


—Justicia.


—Entonces, descubriste que estaba embarazada y eso lo cambió todo, ¿verdad?
Decidiste que debías casarte conmigo porque yo estaba esperando un hijo tuyo. Nunca me amaste. Lo único que querías era hacerme daño.


—Me pasé meses tratando de encontrarte antes de que reaparecieras en el entierro de tu padrastro. Eres una mujer rica, Paula, por lo que no me traicionaste por dinero. Debiste hacerlo por amor. Estás enamorada de Luis Skinner. Esa debe de ser la única explicación.


—Yo jamás podría amar a ese hombre —afirmó.


—Entonces, ¿por qué? ¿Por qué lo hiciste?


—No lo sé…


—¿Acaso fue por odio? ¿Ofendí alguna vez a un amigo tuyo? ¿Le hice daño a alguna persona a la que apreciaras? ¿Por qué? ¿Por qué me entregaste tu virginidad para luego traicionarme?


—No lo sé… pero, si hice eso, lo siento.


—¿Y ya está? ¿Admites tu culpa?


—No recuerdo este restaurante. No recuerdo haberte traicionado. Ni siquiera me imagino haciendo algo tan horrible —susurró. Los ojos se le habían llenado de lágrimas—, pero sabía que tenías que tener alguna razón de peso para odiarme. Si tú dices que yo te traicioné, te creo.
Debo de haberlo hecho, pero no sé por qué ni te puedo ofrecer excusa alguna. Lo único que puedo hacer es decirte que lo siento. Que lo siento mucho.


Pedro la miraba fijamente, sin moverse. Sin decir nada.


—Debes de odiarme —añadió ella, suavemente.


—No. No eres tú a la que odio.


—Entonces, ¿a quién?


—Pensé que te acordarías de Skinner si lo volvías a ver. Estaba seguro de que recordarías que habías estado enamorada de él.


—¿De él? ¡No! Si dices que te traicioné, te creo, pero no por ese hombre. No. ¡Nunca!


Paula vio la sorpresa reflejada en el rostro de Pedro. Empezaba a tener dudas.


—¿Cómo puedes estar tan segura?


—¡Es horrible!


—Tal vez no siempre pensaras eso. Has cambiado mucho desde el accidente, Paula.


Ella se mordió los labios y se miró.


—¿Acaso te resultaba más atractiva antes?


Inesperadamente, él extendió la mano sobre la mesa y la colocó encima de la de ella.


—No. Entonces, eras fría y egoísta. Sólo estabas pendiente de ti misma. Ahora… ahora eres completamente diferente. Te preocupas por otras personas. Eres cariñosa, amable y sexy. He hecho todo lo posible por no desearte, Paula. He intentado que no me importes, pero he fracasado.


Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas. 


Respiró profundamente.


—Te amo, Pedro —susurró—. Fuera lo que fuera lo que sentí por ti el verano pasado… ahora estoy enamorada de ti.


La mano de él comenzó a temblar sobre la de ella. Comenzó a retirarla, pero ella se lo impidió.


—Y lo siento —añadió. Entonces, se llevó la mano a la mejilla y le dio un beso—Perdóname…


Sintió que Pedro comenzaba a temblar, pero, en vez de apartar la mano, tomó una de las de ella entre las dos suyas. Entonces, se aclaró la garganta y miró a su alrededor.


—Vayamos a desayunar a otro sitio.


Paula lo miró y el corazón se le llenó de alegría. 


De repente, supo que todo iba a salir bien. Se secó las lágrimas de los ojos y asintió.


Sin soltarle la mano, Pedro dejó un montón de billetes encima de la mesa.


Entonces, la sacó al exterior.


Comenzaron a andar por la calle, de la mano. 


Cada vez que cruzaban una calle, él la protegía con su cuerpo. De repente, Paula estuvo segura de que felicidad la estaba esperando a la vuelta de cada esquina.


—Siento haber hecho peligrar tu fortuna —dijo ella. 


Pedro la miró sorprendido.


Entonces, la tomó entre sus brazos con una repentina sonrisa en los labios. Le hacía parecer tan guapo, que la dejaba sin aliento.


—Trataste de arruinarme, pero, al final, la prensa terminó por revelar mi integridad. En estos momentos, mi empresa vale más que nunca.


—Entonces, en realidad, deberías darme las gracias.


Pedro la estrechó contra su cuerpo. De repente, todo quedó en un segundo plano. Los ojos de él se oscurecieron. Comenzó a acariciarle el rostro.


—Gracias…


Mientras bajaba la boca hasta encontrarse con la de ella para besarla profundamente, ella comprendió que lo amaría para siempre…




UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 24




Acurrucada entre los fuertes brazos de Pedro, Paula no habría querido despertarse. Se había apretado contra su pecho desnudo, gozando con la calidez que emanaba de su piel. Se sentía protegida. Segura. Amada. Había muchas cosas sobre él que aún no comprendía, pero, a pesar de todo, volvía a enamorarse de él.


Satisfecha y feliz, se había relajado con los latidos de su corazón.


Poco a poco, se fueron haciendo más fuertes, como el sonido de los pesados pasos que resonaban al unísono sobre un suelo de piedra.


De repente, sintió mucho frío. A su alrededor, veía rostros borrosos.


Vio claramente el de su madre, llorando. Se aferraba a Paula y lloraba desconsoladamente mientras observaban el ataúd de su padre sobre los hombros de unos hombres. Paula agarró con fuerza las manos de su madre para no perderla a ella también. En apenas una semana, había perdido a su padre, además de su hogar, su fortuna y su reputación.


Todo era culpa de ese hombre. Él había destruido a su padre con todas sus mentiras. Los había destruido a todos sin piedad.


Vio que su madre extendía los brazos hacia el ataúd completamente cubierta por un velo negro mientras el ataúd de su amado esposo era bajado a la tierra, como si tuviera la intención de enterrarse también en aquella fría tumba…


—¡No! —gritó Paula—. ¡Por favor!


—¡Paula!


De repente, sintió los fuertes brazos de un hombre a su alrededor.


Una voz ansiosa trataba de sacarla de su sopor.


—Despierta, despierta…


Con un grito, Paula abrió los ojos y vio el rostro de Pedro.


—¿Qué? ¿De qué se trata?


—Estabas gritando —le dijo él mientras le acariciaba suavemente el rostro—. ¿Estabas soñando?


—Estaba recordando el entierro de mi padre…


Lo apartó de su lado y se puso de pie. Entonces, se dio cuenta de que estaba completamente desnuda. Recordó la noche que habían pasado juntos, lo feliz que había sido durmiendo entre sus brazos…


Respiró profundamente para tranquilizarse y se apartó el cabello del rostro.


—Voy a darme una ducha —dijo—. Sola —añadió, antes de que él pudiera sugerir acompañarla.


—Está bien…


Paula se dio una rápida ducha para tratar de quitar el dolor que aquel sueño le había producido. Se vistió rápidamente con una camiseta de color rosa, una falda blanca v unas sandalias. Mientras se cepillaba el cabello, se miró en el espejo.


Llevaba días tratando de recordar su pasado y en aquel momento…


¿Y si no le gustaba lo que averiguaba?


—¿Tienes hambre? —le preguntó Pedro cuando regresó al dormitorio—. ¿Desayunamos?


—De acuerdo —respondió, con cuidado de no tocarlo. Necesitaba salir de allí, donde, tras encontrar la máxima felicidad, se había visto asaltada por el dolor.


Tomaron el ascensor para bajar al vestíbulo. Tomaron el Bentley, pero mantuvieron las distancias en su interior. ¿Cómo habían podido cambiar las cosas tanto entre ellos después de lo ocurrido la noche anterior?


—¿Qué más es lo que no recuerdo? —susurró—. ¿Y si es algo aún peor?


—¿Qué podría ser peor?


—¿Qué le ocurrió a mi padre?


Pedro frunció el ceño.


—No sé qué fue lo que le ocurrió a tu padre. Jamás hablamos de tu familia.


—¿Nunca? ¿Durante todo el tiempo que estuvimos juntos?


—No.


—¿Cómo es eso posible?


—No hablamos del pasado.


—¿Nunca?


—No.


—¿De qué hablamos entonces?


—No hablábamos. Tan sólo hacíamos el amor.


Paula sintió un escalofrió. ¿Nunca habían hablado de nada? ¿Acaso su relación se basaba sólo en el sexo?