viernes, 27 de noviembre de 2020

VENGANZA: CAPITULO 9

 


Una vez en su habitación, Paula puso agua a calentar, parpadeando para controlar las lágrimas. Se sentía enferma y necesitaba una taza de tila para calmar los nervios.


No podía quedarse allí.


Se iría de Strathmos al día siguiente… aunque eso significara romper el contrato. No podía seguir viendo a Pedro Alfonso.


Nunca se le había ocurrido pensar que se derretiría bajo sus caricias. Pero Pedro era un playboy. Nadie sabía eso mejor que ella.


¿Cómo se había metido en aquel lío? Angustiada, Paula se pasó una mano por el pelo.


Tenía que controlarse, analizar lo que había pasado para intentar entenderlo. Sí, muy bien, ella lo había provocado. De forma intencionada. Pero no había esperado que Pedro reaccionase de forma tan fiera.


Sí, era mucho más peligroso de lo que había pensado.


¿Por qué lo había provocado? ¿Qué había esperado conseguir con eso? ¿Quería demostrarle que no era la mujer que él pensaba que era?


Si era así, había fracasado miserablemente.


Suspirando, echó una bolsita de té en la taza y se dejó caer en el sofá. La foto que había sobre la mesa parecía reírse de ella. Sí, una familia modelo. Mamá y papá flanqueando a una joven sonriente, Mariana, y de fondo, un precioso rosal. Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. Ojalá ella tuviera el sentido común de su madre…


Mirando el reloj, comprobó que en Nueva Zelanda sería por la mañana, de modo que tomó el teléfono y marcó el número de su casa.


—¿Dígame?


—Soy yo, mamá.


—Cariño, cuánto me alegro de que llames. Estaba muy preocupada por ti.


—Debería haber llamado antes, ya lo sé. Pero tú sabes que tenía que venir, mamá.


—Sí —suspiró su madre, resignada—. Lo sé, hija. ¿Ha servido de algo?


Su psicóloga la había ayudado a convencer a sus padres. Tenía que cerrar aquella etapa de su vida, y ésa era la razón del viaje a Strathmos: cerrar por fin una etapa.


—No lo sé, mamá. Estoy muy confusa. A veces creo que voy a perder la cabeza.


Pero al día siguiente todo aquello terminaría. Se iría de la isla y no volvería a ver a Pedro Alfonso nunca más. Era lo mejor, aunque eso significara que nunca sabría la verdad.


—¿Cómo está papá?


—Bien.


—Quiero decir, ¿cómo está llevando mi viaje a Strathmos? Estaba muy disgustado cuando me fui.


Su madre dejó escapar un suspiro.


—Está preocupado. Ese viaje ha reabierto las heridas de la muerte de tu hermana. Tiene miedo de lo que pueda pasarte.


—Dile que estoy bien y que le quiero.


—Ha vuelto a hacer terapia. El médico dice que ya ha pasado lo peor de la depresión. Para él, como para ti, lo más terrible fue saber por qué había muerto Mariana.


Paula volvió a mirar la foto de su hermana gemela como buscando respuestas. Mariana había muerto infeliz y perdida. Pero nadie sabía por qué. Sólo Pedro Alfonso. Y hasta que sus padres y ella no supieran la verdad no podrían vivir en paz.


Y por eso no podía mandarlo al infierno y darse la vuelta. No podía irse de Strathmos.


—Cariño, vuelve a casa.


—No puedo. Tengo que averiguar qué le pasó a Mariana. Sólo así podremos seguir adelante con nuestras vidas.


—Paula, tu hermana no querría que sufrieras así.


—Lo sé, pero tengo que entender qué le pasó… qué le hizo ese canalla y por qué reaccionó ella como lo hizo. Papá y tú también tenéis que saberlo.


—Ni tu padre ni yo queremos que te mezcles con ese hombre. Es muy rico, muy poderoso. Podría hacerte daño.


Como le hizo daño a Mariana.


Paula sabía lo que su madre estaba pensando.


—¿Has hablado con él? ¿Te ha dicho algo?


Paula no quería confesar que no le había preguntado nada sobre la muerte de Mariana. Y mucho menos que le había dejado creer que era su hermana.


—No, antes tenía que saber qué clase de hombre era.


—¿Y qué clase de hombre es?


—No sé… es difícil de explicar.


Atractivo, apasionado. Irresistible.


—Paula, ten cuidado. Tú no eres Mariana. Meterse en líos era su especialidad, pero no la tuya. Tú siempre has sido la más sensata.


Su madre tenía razón. Mariana siempre había sido una irresponsable. Llevarse su pasaporte y su tarjeta de crédito a Strathmos y asumir su identidad sólo había sido una de sus bromas. Una broma trágica, al final.


«Oh, Mariana, ¿qué pasó?».


Paula no podía dejar de pensar en su familiaridad con aquel hombre, Jean-Paul. Y tampoco podía dejar de recordar el calor de los labios de Pedro, la emoción de sentir aquel cuerpo tan masculino apretado contra el suyo…


¿Cómo iba a darle una lección si le temblaban las piernas cada vez que se acercaba?


¿Y cómo iba a mirarlo a la cara después de lo que había pasado?


Paula cerró los ojos. ¿Cómo podía haberse dejado besar y tocar por el hombre que había destruido a su hermana?



VENGANZA: CAPITULO 8

 

Cuando salieron a la calle, Pedro seguía furioso. En silencio, caminaba por el paseo con Paula a su lado, sus tacones repiqueteando sobre el suelo de baldosas.


—Siento lo que ha pasado.


Él se encogió de hombros.


—Tenía que ocurrir tarde o temprano. Y sólo es una cuestión de tiempo que vuelva a ocurrir otra vez.


—¿Qué quieres decir?


—Que otro hombre resurgirá de las cenizas de tu pasado.


—Pero yo no lo recuerdo —protestó Paula.


—¿Y tampoco recuerdas a los otros? Pobres. Casi me dan pena.


Sin embargo, Pedro debía admitir que le satisfacía que no recordase al francés. Especialmente después de lo que pasó…


—Yo sí recuerdo a Jean-Paul Moreau. Lo vi con mis propios ojos y puedo darte detalles de cómo estabas sentada a horcajadas sobre él, tus rodillas en sus caderas, tus pechos saltando arriba y abajo, las sábanas de satén, mis sábanas de satén, arrugadas a vuestro alrededor. Tu piel desnuda como una perla…


—¡Cállate! No quiero oír nada de eso —lo interrumpió Paula.


—Si te digo lo que vi, lo que sigo viendo claramente, quizá eso te ayude a recordar —Pedro sabía que su amargura era evidente, pero quería hacerle daño. Humillarla como ella lo había humillado—. ¿Cuántos hombres como Jean-Paul ha habido en tu vida? ¿Hombres que no recuerdas?


Paula sintió un escalofrío.


—Dime, ¿cuántos más?


—No lo sé. ¡Y deja de hacerme preguntas como si tuvieras algún derecho a hacerlas! —replicó ella—. Te estás comportando como un neandertal.


—¡Un neandertal! ¿Un neandertal?


—Sí, exactamente. Como un gorila…


Pedro clavó los dedos en sus hombros.


—Así que soy un gorila…


Sin decir nada más, inclinó la cabeza y buscó sus labios, hambriento. Acariciaba el interior de su boca con la lengua y un extraño anhelo empezó a crecer dentro de Paula. El deseo que Pedro había encendido con el primer beso volvió con toda su fuerza. ¿Qué le estaba pasando?


Pero Pedro estaba excitado, y eso la hizo sentir cierta euforia. Sus caderas parecían haber desarrollado vida propia y se movían, haciendo círculos, buscándolo.


El ardiente aliento masculino quemaba su boca y empezaron a temblarle las rodillas.


Paula, nerviosa, dio un paso atrás, los tacones de sus zapatos clavándose en la hierba. Pedro la siguió, sus muslos moviéndose contra ella como en una danza erótica, sus bocas devorándose…


El tronco de un árbol detuvo a Paula, pero no a Pedro. Escondidos entre las ramas, siguió besándola, enredando los dedos en su pelo. Sus pechos se hinchaban con las caricias masculinas, los pezones marcándose bajo la tela del vestido.


Cuando Pedro por fin levantó la cabeza, Paula gimió una protesta. En el silencio de la noche, el sonido de sus jadeos era oscuro, ronco, desconocido. El puso las manos a su espalda para soltar las tiras del escote halter y descubrir sus pechos, acariciándolos con manos ardientes, apretando sus pezones con los dedos… Paula se arqueó, tensa al sentir una tormenta de lava ardiente bajos su braguitas.


Poniéndose de puntillas, se frotó contra él, concentrándose en su zona más sensible, la parte que más lo excitaba aunque hubiera un pedazo de tela separándolos. Pero enseguida Pedro separó las piernas para que lo que había bajo el pantalón se colocara justo entre las suyas.


Paula echó la cabeza hacia atrás y siguió frotándose, frotándose hasta que supo que estaba al borde del precipicio. Pedro seguía apretando sus pezones casi con furia y, al notar las embestidas de su lengua, Paula sintió que una corriente eléctrica la recorría de la cabeza a los pies.


Excitada como nunca, dejó escapar un gemido casi inaudible. El punto más sensible de su anatomía encendido como una hoguera cuando empezaron las convulsiones…


Tuvo que apoyarse en el tronco del árbol, mareada y exhausta, su pulso latiendo furiosamente. Las piernas no la sostenían y, si el árbol no la hubiera sujetado, habría caído al suelo.


Pedro levantó la cabeza y apartó la mano de sus pechos, su expresión indescifrable.


—Quizá esto te haya ayudado a recordar.


Cómo lo odiaba. Al oír esas palabras, Paula intentó abrocharse las tiras del vestido, pero le temblaban las manos y, por fin, con un murmullo de impaciencia, tuvo que hacerlo Pedro.


Paula buscaba desesperadamente algo que decir para romper el silencio. ¿Pero qué podía decirle a un hombre que le había dado tal placer sin molestarse en quitarle el vestido o las braguitas siquiera? Y ella, a pesar de odiarlo, había dejado que hiciera lo que quisiera…


Paula tembló, avergonzada de sí misma.


Decirse que lo despreciaba no servía de nada. Había dejado que la tocase, ella misma se había frotado contra él sin vergüenza alguna… no quería ni pensarlo.


Vestido de los pies a la cabeza, Pedro la había tocado con los dedos y la boca y le había dado más placer del que recordaba haber sentido nunca.


Paula quería salir corriendo. Esconderse en alguna parte.


—Iré sola a mi habitación. No tienes por qué acompañarme.


—No, prefiero acompañarte —la voz de Pedro era más fría que el invierno—. Cuanto antes termine tu contrato y te vayas de Strathmos, mejor para los dos.


—Me iré mañana. Y déjame en paz. No quiero tu compañía.



VENGANZA: CAPITULO 7

 


Paula miró al hombre, atónita.


La respuesta de Pedro era lo último que esperaba oír. Pero, a juzgar por su expresión, era la verdad.


No podía ser. Pedro debía de estar equivocado.


Pero antes de que pudiera discutírselo, el fuerte aroma de una colonia masculina la envolvió.


—Chérie, estás más guapa que nunca.


—Hola… Jean-Paul.


—Pensé que no querías saludarme. Me alegra saber que recuerdas a los viejos amigos.


A su lado, Pedro emitió una especie de bufido, pero Paula lo fulminó con la mirada. No quería contarle a Jean-Paul nada sobre su amnesia.


Al menos, todavía no.


Pero encontrarse frente a frente con el hombre que Pedro decía había sido su amante la había dejado sorprendida. Aunque detestaba a Pedro Alfonso, él no tenía razones para mentir sobre su pasado. Y ella tenía que saber más.


Jean-Paul puso un fajo de billetes sobre la mesa y le hizo una seña a la crupier. Y cuando ella le entregó las fichas, empujó un montoncito hacia Paula.


—Para ti, chérie.


La sonrisa de Jean-Paul era desconcertantemente íntima. La sonrisa de un hombre que conocía muy bien a una mujer.


—Gracias, pero ya tengo suficientes. Y vamos a tomar una copa…


Jean-Paul la miró de arriba abajo, una mirada explícita.


—Chérie, tú nunca has tenido suficiente. Venga, apuesta por mí.


—¡Ya está bien! —exclamó Pedro, pasándole un brazo por la cintura con gesto posesivo. Tanto que casi le hacía daño—. Paula no quiere sus fichas.


—Chérie, no te dejes engañar. Alfonso es el mismo hombre que era hace tres años. El trabajo siempre será su primera amante. ¿Eso será suficiente para ti esta vez o irás corriendo a buscarme…?


—¡He dicho que ya está bien! Ha ido demasiado lejos, Moreau. Si vuelvo a verte al lado de Paula, lo echaré de la isla. ¿Me ha entendido?


Jean-Paul se limitó a sonreír.


—Tranquilo. No significa nada… nunca ha significado nada.


Lo último que Paula quería era una escena en medio del casino. Las dos mujeres estaban mirándolos y algunos clientes se habían vuelto al oír voces…


—Pedro…


—Mantenga las distancias, se lo advierto. Ya se lo dije una vez: yo no comparto a mis mujeres —insistió Pedro—. Vamos, Paula


Sin mirar a Jean-Paul, Paula bajó del taburete en el que estaba sentada.


«Mis mujeres». ¿Qué había querido decir con eso? ¿Seguía considerándola suya?