miércoles, 7 de diciembre de 2016

ENAMORAME: CAPITULO 12




Hay cosas que se fueron arraigando en mi vida en casa de los Alfonso.


Una de ellas es preparar pan casero para el desayuno, todas las mañanas. Otra es mi estadía en la casa principal, y la tercera y peor de todas… mi café de la noche con el dueño de casa.


Y es que últimamente se nos hizo costumbre compartir una taza de café cuando todos se fueron a dormir. Primero fue casualidad encontrarnos a media noche cuando uno o el otro no podía dormir. Pero con el correr de los días se fue convirtiendo en una costumbre… ambos huyendo de los fantasmas de la noche llamados “soledad”, nos fuimos refugiando en la compañía del otro.


Ya no es novedad que me vea de pijama y bata de dormir, sin maquillaje y con el pelo prolijamente despeinado.


Al principio me dio un poquitín de vergüenza que me encontrara de esa forma. Él tan elegante y meticuloso con su cuerpo y vestimenta y yo tan… tan, ¡opuesta!


Creo que su amigo y socio de la oficina, es más que eso… es un “amigo íntimo” hablan horas por teléfono y a cualquier hora, pasa por casa a cenar regularmente y es otro muy dedicado a su aspecto físico. Concepción parece una adolescente cuando André llega a la casa, se ruboriza, tartamudea y repentinamente se vuelve sumamente torpe, botando y rompiendo todo a su paso. Sin dudas está loquita por él.


Una pena, pienso con pesadumbre. Dos bellos especímenes masculinos que podrían hacer maravillas en este cuerpo necesitado de afecto.


¿Monja o lesbiana? Pienso las opciones que me quedan, y es que… cada día se ven menos hombres solteros y heterosexuales en la calle.


Por más que adoré a todas las monjitas del colegio al que fui, no dejo de pensar que la palabra monjita es igual a: vida de sacrificio, ayuno y… ¿nada de sexo?


«¿Sin comida ni sexo?»


Seguro me inclinaría a la segunda opción… mi vida no fue hecha para el sacrificio de los pecados y placeres. ¡Dios no lo permita!... ¡Qué ironía! ¿verdad?


Sé por Concepción que a Rita le molesta que no me haya mudado a la residencia del personal, pero, juro que lo intenté una y mil veces… pero Pedro Alfonso siempre tuvo una objeción. Cuando no era por la lluvia, era por los niños, o porque repentinamente el cuarto que sería el mío, estaba infestado de arañas y debían fumigarlo.


Lo que es seguro, es que llevo cuatro meses viviendo en la casa principal. Cada día que pasa me encariño más con los niños y temo que cuando me toque partir sea desgarrador. 


Incluso peor que mi repentina separación.


Son poco más de las 7.30 de la mañana cuando escucho pasos bajando de la escalera.


—Buenos días señorita Pau—saluda Alfonso gentilmente como todas las mañanas.


—Buenos días —respondo —¿desayuna aquí o en la oficina?


—Aquí por favor. Ese pan huele de maravillas.


Sonrío. Es muy gratificante cocinar y que guste.


—Pan de plátano y nuez —comento mientras paso por su lado y dejo un platito sobre el mantel individual.


Antes «en mi anterior vida» mi otra yo cocinaba prácticamente para nadie. Ricardo siempre estaba a dieta libre de carbohidratos y azucares, por lo que no probaba nada hecho por mí; su desayuno consistía en un batido de Whey protein y un par de huevos. Yo odiaba eso, pero como buena cornuda que siempre fui, lo acepté sin decir nada. En cambio, aquí es tan diferente… todos aman mi comida, los niños a la noche me preguntan qué prepararé para el desayuno y muchas veces entre los cuatro planeamos el menú.


—¿Su madre vendrá hoy señorita Pau? —consulta mi jefe.


Y yo no dejo de asombrarme por ese don que posee de retener detalles. Verdaderamente lo admiro, creo que ciertamente escucha cada uno de mis disparates.


—Sí señor, es que quiere ver a los niños. Al parecer le prometió a Sara algo y la pequeña no ha parado de preguntar por ella.


—Déjele mis saludos si no la veo.


—Serán dados.


Deposito el café a un lado del pan de plátano y nuez, tal como sé que le gusta en las mañanas… grande, negro y fuerte.


—Recuerde que la semana próxima tenemos fecha para la última conciliación por su divorcio.


Dejo de moverme. Cada vez que escucho algo referente al pasado es como que me tiraran un balde de agua helada en la cabeza.


—No me presentaré señor. Me han asesorado y resulta que si no me presento a la audiencia el trámite saldrá más rápido.


—¿Me está siendo infiel con otro abogado señorita Pau?


Pone en esa oración todo el encanto y sensualidad que le queda tan bien, y que hace aflojar el elástico de mis calzones a pesar de todo.


—Un pelín solamente —. Respondo sonriente.


—Recuerde que mis servicios son muy exclusivos señorita, y resulta que yo no comparto… ¡jamás comparto!


No sé por qué, pero noto algún mensaje encriptado en lo que acaba de decir… “yo no comparto”


«Ojalá fuera lo que estás pensando mujer»


—Sigue sin querer reclamar lo que le corresponde.


—No quiero nada de lo que antes me perteneció, ni siquiera un dólar. ¡Nada! Todo eso era de la antigua Pau, la nueva comenzará de cero, ahorrando hasta el último centavo, hasta que logre abrir su nueva tienda.


—No quiero que se marche —suelta de pronto clavando sus penetrantes ojos en mí. Para mi asombro su declaración me deja por las nubes.


—¿Disculpe?


—Que no quiero dejarla partir nunca.


—En verdad me siento muy halagada señor Alfonso, pero ambos sabemos que esta situación es temporal y que tarde o temprano llegará a su fin.


—Eso lo veremos —responde altanero y no dejo de sentirlo como una amenaza —quizás en un tiempo se enamore de mí y no quiera marcharse. Es más… ¿me llama poderosamente la atención que aún no haya sucedido? no es raro que el personal femenino se fije en mí.


No estoy segura si está bromeando o no, porque no logro encontrar rastro de humor en su comentario y de un momento a otro comienzo a preocuparme.


«¿Será o no?»


—Lástima que ya no creo en el amor —confieso —y dudo que algún día logre enamorarme nuevamente.


—Quizás no llegó la persona indicada, para tan compleja tarea.


—Quizás… pero dudo llegue.


—Yo podría ser esa persona señorita Pau.


Dejo de respirar y temo que mis piernas se aflojen de un momento a otro.


Por tercera vez en la vida quedo muda. La transmisión cerebro boca está fallando y mi vista permanece clavada en la descarada y seductora mirada de Alfonso.


—Pues… ¡Enamórame, si puedes! —suelto para mi asombro y horror.


No solo lo tuteo, sino que lo provoco.


—Acepto el desafío señorita Pau. Que tenga buen día —. Comenta con una fascinante sonrisa lobuna, mientras deja la taza de café sobre el plato en el que se hallaba el pan. 


Rápidamente se pone de pie y sale de la cocina directo a su coche.


«¿Lo desafié?»






ENAMORAME: CAPITULO 11





Dejo a la misteriosa señorita Pau frente a un antiguo edificio céntrico.


Me encuentro sumamente intrigado. ¿Por qué razón no quiso contarme adónde iría? Por su atuendo calculo que, a un gimnasio, aunque ahora dudo respecto de eso, cuando en la fachada del viejo edificio, puedo leer un cartel que dice: “Dance Fusión Escuela de dramatización corporal”


Juro que lo intenté, pero no pude.


Intente marcharme a casa sin pensar en nada más. Pero no pude. Dicen que la curiosidad mató al gato, tan solo espero no ser ese gato chusmeta que fisgonea donde no lo llaman.


Aflojo el nudo de mi corbata, me la quito del cuello y la guardo en la guantera. Desciendo del coche con la sensación de culpa quemando mi piel.


Estoy invadiendo el espacio personal de una de mis empleadas y sé por los mil demonios, que eso está ¡mal!


«¡Muy mal!» Acota mi subconsciente.


¡Shhh silencio!


Envuelvo con la gabardina mi cuerpo, para protegerme del frío y de la ira de la señorita Pau, si me pesca infraganti. 


Subo la escalinata de la entrada y traspaso la portería.


La música me guía. No necesito más. Camino siguiendo la sensual melodía que se escucha y finalmente la veo.


«¿Zapatos rojos?» al parecer sufro un pequeño ACV cuando veo a la hermosa señorita Pau menear su curvilíneo cuerpo, junto a un musculoso y joven moreno.


«¡Mierda señorita Pau!» ¿Pero qué pretende con esto?... ¡Matarme!


Giro, y otro giro… vuelta y con la rodilla entre sus piernas el moreno la deja caer hacia atrás. Su melena se mueve al son de la melodía, y con esos ajustados pantalones puedo ver a la perfección el redondo culo que Dios le dio.


«Dios bendito de los culos respingones… ¡Gracias!»


Una dolorosa erección me dice que no estoy en el lugar correcto. Por ese motivo me niego a seguir mirando y obligo a mi cuerpo a salir de allí cuanto antes. Giro sobre mis talones, acomodo mi entrepierna y me dispongo a abandonar el lugar cuando una molesta voz a mi espalda, me increpa…


—¿Me estaba espiando?


Freno y cierro mis ojos implorando alguna ayuda divina. Al menos mi abrigo cubrirá mi amplificada entrepierna.


«Algo es algo» Pienso.


Giro y la veo.


Divina, furiosa, y lista para el ataque. Piel sudorosa. Sus pechos suben y bajan mientras intenta calmar su respiración. 


Y con el cabello alborotado sensualmente a un lado, me hace pensar que en ese estado se vería, si un día la cogiera sobre la mesa de mi escritorio, y le diera duro, hasta que los libros de la biblioteca cayeran al suelo.


—No —. Respondo intentando parecer convincente —Solo la estaba buscando.


—¿Para qué? —pregunta altanera mientras camina hasta mí.


«Piensa Alfonso piensa»


—Sucede que, quería preguntarle si gusta que la pase a buscar en una hora aproximadamente. Justo tuve el llamado de un cliente y debo pasar por su expediente a mi oficina. Si desea, puedo recogerla de paso y llevarla a casa.


Entrecierra los ojos y ladea la cabeza. Me está analizando y eso me preocupa. Soy bueno mintiendo, después de todo ¡soy abogado! Pero esta mujer es mucho para mí, zarandea mi eje como pocas y puedo sentirlo. Finalmente, y tras un incómodo silencio que pareció eterno, deja escapar una sonrisa.


—Se lo agradezco señor Alfonso, pero luego de cada clase vamos por unas bebidas todos juntos. No se preocupe que mi compañero Ramiro me llevará.


«Puto Ramiro»


Asiento en silencio y dando media vuelta me marcho del lugar. Con un gusto a bilis en la boca que me ahoga y la pija tan dura que temo por la costosa tela de mi pantalón.


Me marcho.


Solo y como el puto acosador que soy, subo al coche y pienso un plan. Solo que no puedo poner ninguno en práctica.


«¡Es una empleada, estúpido!» Me grito. No puedo espiar y mandar sobre ella. Mientras cumpla con su trabajo… el cual lleva a la perfección, tendré que guardar mis manías para alguien más.


Es media noche cuando al fin escucho la puerta de la cocina abrirse.


La señorita Pau ingresa en silencio.


Aún no me vio, por lo que puedo contemplarla por unos segundos sin sentirme un fisgón de mierda.


Deja las llaves en el gancho que se encuentra a un lado de la entrada, y se quita su abrigo. De espaldas me deleita con esas nalgas tan perfectas que tiene, me gustaría tenerlas en mis manos para saber cuán maleables son. Finjo que estoy trabajando. Tengo el ordenador encendido, mis gafas puestas y una taza de café en la mano, cuando finalmente me ve.


—Señor Alfonso —comenta sorprendida de verme —¿trabajando a esta hora?


Dejo escapar todo mi encanto en una sonrisa y asiento en silencio.


—¿Desea algo para tomar? –ofrece.


—Tengo café, gracias. Pero si quiere acepto su compañía, deseo hablarle de un asunto.


Duda por un momento. La casa está en silencio y la cocina en penumbra, apenas con un par de spots encendidos, nos encontramos en medio de un halo de intimidad.


—Tome asiento señorita Pau—solicito, indicando el taburete que se encuentra frente por frente a mí.


Obedece en silencio. «Eso me encanta»


—Usted dirá.


—Quiero hablarle de su esposo.


—Ex esposo —corrige.


—Técnicamente es su esposo, por el momento y mientras no tenga los papeles del divorcio firmados, aún son marido y mujer.


Refriega sus ojos con ambas manos, este es un tema que le disgusta… ¡y mucho! Pero no hay que sacarle “el culo a la jeringa” … «Diría mi abuela» Y no dejo de pensar en la señorita Pau con sus pechos presionados contra la mesa y su trasero expuesto para mí “jeringa”.


Toso y aclaro mi garganta.


Sus ojos están pequeños. Posiblemente por el cansancio o porque haya bebido algo de alcohol. Apoya los codos en la mesada y con sus manos sostiene su frente.


—¿Estuvo bebiendo señorita Pau?


—Algo —responde jocosa, y yo estoy aferrando al tigre que vive en mí y quiere saltar sobre ella para arrastrarla a su cama y reclamarla como propia.


Me pongo de pie y cargo la cafetera con una capsula. A mi espalda dejo a la bella mujer de ojos grandes y color miel, en silencio.


Vuelvo con un jarro de humeante café y lo deposito frente a ella. En el movimiento rozo intencionalmente su brazo, y para mi asombro ella no se inmuta.


¡Qué mierda! «Pienso» Si a cualquiera de mis empleadas, tanto las que trabajan en mi casa, como las de la oficina, les hiciera eso, ¡estarían jadeando! No es que sea un vanidoso, pero puedo ver y escuchar los comentarios que hacen las mujeres a mi espalda.


Agradece el café y da un largo sorbo. Luego cierra los ojos y lo huele. Mi polla se pone tan dura como un mástil y me prometo no mirar ni pensar en sus tetas, las cuales sobresalen exuberantes en su escote. ¡No mirar tetas, no mirar tetas, no mirar sus tetas! Repito en mi cabeza una y otra vez como si fuera un mantra.


—¿De qué quería hablarme señor Alfonso?


—De sus tetas legales —respondo.


Cierro los ojos y automáticamente me quiero volar los sesos a patadas.


—¿Disculpe? —responde irguiendo la columna en clara posición defensiva.


—Temas —aclaro nuevamente la garganta y temo me haya puesto rojo de la vergüenza —quiero hablar de sus t.e.m.a.s legales —repito lentamente aterrado de cometer el mismo exabrupto.


—De acuerdo.


No emite comentarios sobre mi “error” y da otro trago a su café.


Me aflojo y respiro aliviado.


«¡Puto acto fallido!»


—Señorita Pau, según pudimos averiguar con mi socio, usted y su esposo contaban con un amplio patrimonio. Un departamento en una de las zonas más costosas de la ciudad. También una casa de playa y un automóvil Mercedes Benz clase S el cual usa habitualmente el señor Dalmao, cuyo precio en el mercado es de unos doscientos cincuenta mil dólares. ¿Es correcto?


—Sí señor.


—Y exceptuando el departamento en el cual vivían, el resto de los bienes fueron adquiridos con posterioridad a su unión conyugal. ¿Correcto?


—Aham.


La miro molesto.


—“Aham” no señorita Pau… si le pregunto “¿correcto?” debe responder de igual forma.


—¿A qué quiere llegar con esto señor Alfonso? —pregunta la atrevida.


—Quiero que entienda, que fue una tonta haciéndole tan fácil la vida al canalla de su esposo. El hombre le es infiel, le arrebata todo, la deja en la calle de la noche a la mañana y usted… ¡como si nada! ¿Sabe que vive en el que antes era su “hogar” con su nueva mujer?


—Puedo suponerlo —responde molesta al tiempo que se pone de pie —y le agradeceré no se inmiscuya en donde nadie lo llamó. Esa es mi vida, mis problemas y mis decisiones. Agradezco su buena voluntad “abogadil” pero la respuesta es NO.


—¿Abogadil?... ¡esa palabra ni siquiera existe!


Ella se larga a reír y es el sonido más hermoso y afrodisíaco que escuché en el último tiempo. Para mi sorpresa yo también me hecho a reír y ella repite “abogadil” tentada.


Sin obedecer a mi “deber” como jefe, me pongo de pie y rodeo la mesa. Mi risa ha cesado y mi objetivo se encuentra pacífico a pocos metros de distancia.


Llego hasta ella y giro el taburete donde se encuentra sentada Pau y lentamente muevo a un lado el sedoso y brillante cabello rojizo que me impide ver su hermoso
rostro.


«Es todo o nada» pienso. Luego de esto no valen los arrepentimientos Alfonso.


Retiro su cabellera y descubro su hermoso rostro… ¡esperen!


¿Llorando?...


«¡Corten!»


Pero, ¿cómo puede estar llorando si hace cinco segundos se encontraba muerta de risa?


«Mujeres» me grita mi otro yo, de brazos cruzados negando con la cabeza. Ese “yo” que tiene un sentido del humor sumamente ácido y es un tanto machista.


—Perdón señor Alfonso —dice sorbiendo sus mocos —creo que estoy hormonal, es que debe de estar por llegar mi período.


«¿Período?»


Hago memoria y no logro recordar a ninguna mujer hablar de su período con tanta naturalidad, como lo hace ella.


—No se preocupe… la entiendo —miento. ¡Claro que no logro entender la naturaleza femenina! En un momento ríe y al segundo, llora.


—Gracias por preocuparse por mí, señor Alfonso—. Me da un pequeño beso en la mejilla, luego pasa por mi costado y se marcha.


La atrevida se marcha dejándome así.


Caliente.


Miro la hora en mi reloj y son casi las dos de la mañana, pienso que tendré que tomar una ducha fría, muy fría, para calmar al dragón que la maldita despertó.


—Papito.


Escucho a mi espalda. Mi pequeña se encuentra de pie, en mitad de la escalera que comunica los dormitorios.


Camino a ella y la tomo en brazos.


—¿Qué pasó cielo?


—Tuve una pesadilla —susurra bajito, y luego acurruca su cabecita en mi cuello.


—Cuéntale a papi ¿qué soñaste cariño? —pronuncio mientras subo la escalera rumbo a mi dormitorio.


—Lo mismo de siempre pa… el osito de goma gigante que quiere entrar por la ventana para llevarse a Bobby. ¿Puedo dormir en tu cama?


—¿Otra vez? —tercer día consecutivo de la semana.


—Tengo miedo de estar solita, y tu cama es tan cómoda papito.


«Chantaje en su máxima expresión» pienso.


—Vamos cachorra a la cama de papi.


—¡Yupi! —grita feliz mientras salta y se acomoda en mi lugar.


Una vez en la cama, con mi pequeña niña recostada en brazos pienso en la señorita Pau.


Pienso no, ¡divago!


Que se sentirá tener a la señorita Pau en mis brazos… aquí en mi cama, descansando luego de un lujurioso encuentro. 


¿Será lo mismo?... quiero decir, ¿sentiré el mismo cosquilleo que me produce verla ajena a mi sentir?


¡Basta!


Apago la luz de la lámpara. Beso la cabecita de mi pequeña y me duermo.




ENAMORAME: CAPITULO 10





Como el famoso juego, mi vida fue cobrando lentamente estructura. Y los bloques que consideraba rotos o perdidos, fueron reapareciendo.


Adopté el hogar de los Alfonso como propio, y pese a que hace solo dos semanas que vivo aquí, no puedo evitar que brote un pequeño sentido de propiedad por los niños.


Aún no estoy segura si es mi instinto maternal el que quiere protegerlos, o será la falta de su propia madre, la que logra hacer que aflore ese sentimiento. Pero la realidad es que me encariñé tanto con esos pilluelos que, no solo soy la cocinera, sino que, en parte niñera también.


Alfonso trabaja mucho y prácticamente no lo veo, gracias a Dios. Es que me encuentro más cómoda cuando él no está en la casa.


Pienso que es un hombre bien raro… me observa todo el tiempo con una extraña expresión en el rostro y una vez lo pesqué olfateando mi cabello.


«Qué vergüenza» recuerdo con pesar. ¡Que tu propio jefe te encuentre olor feo en el cabello! No le conté a nadie el suceso, pero ahora tengo por norma, lavarme el pelo con doble shampoo.


La verdad es un hermoso ejemplar masculino. «Lástima que sea gay» aunque dudo que se fijara en mí, si hubiese sido heterosexual, él es un atlético y elegante hombre y yo una simple cocinera, sencilla y con olor a frito en su cabello. Aún no confirmo lo de su sexualidad, pero puedo darme cuenta.


No solo me huele en cuanto puede, sino que me preguntó en varias ocasiones. qué marca de crema corporal uso. Ya lo imagino usando Victoria Secret de Vainilla y Coco.


A las siete, dejo la cena en el horno lista para calentar, y la mesa pronta. Únicamente resta servir, tarea de la cual se encarga Rita. Ella es la única que no me recibió con tanta amabilidad. Es joven, bonita, y se esmera mucho frente a Alfonso. Creo que tiene el complejo de Cenicienta y espera que el príncipe azul la rescate.


Lista la cena, marcho al centro a tomar mis amadas clases de salsa. Estas son mi escape de la realidad, mi gozo y placer. Bailando olvido quién soy, qué hago, o que me acaba de pasar por encima un tsunami llamado “matrimonio fallido”.


Nadie, salvo los niños, sabe que concurro a tomar clases de salsa. Únicamente los pequeños son los que conocen a la verdadera Pau. A ellos no puedo ocultarles nada. Son mis consentidos, y tiernamente me están conquistando a pasos agigantados.


Subo a mi camioneta y presiono el mando a distancia para abrir el portón de entrada de la casa. Son poco más de las seis de la tarde y mi clase espera. Encamino la camioneta en dirección a la salida, cuando repentinamente, el foco de un auto ingresando me deja ciega por un momento.


El señor Alfonso ha llegado a casa. Y debo retroceder para que él pueda ingresar su coche.


Lo hago. Comienzo a dar marcha atrás hasta que escucho el estallido de uno de mis neumáticos.


«¡Mierda!»


Apago el motor y bajo de la camioneta molesta conmigo misma. Rodeo el vehículo hasta la parte trasera donde veo la rueda pinchada conuna roca del cantero de flores y todas las flores aplastadas.«Auch» ¡me matará!


Giro rápidamente para ver si el señor Alfonso puede entrar de todas formas con su coche, cuando mi cuerpo, choca contra algo.


Mejor dicho, ¡contra alguien!


Casi me caigo del susto y Alfonso me atrapa por los antebrazos. Tenerlo cerca me preocupa, su perfume, porte y belleza me altera… ¡mucho!


Sosteniendo mis brazos me aleja lo suficiente para ver mi atuendo.


Calzas de lycra negra, calentadores de piernas del mismo color, zapatillas fucsia, y chaqueta de deporte.


Sacude su cabeza como si estuviera aclarando sus ideas y comenta...


—¿Adónde se dirige señorita Pau?


—Debo ir a un lugar señor.


—Eso lo puedo suponer, ya que estaba saliendo en este momento, pero mi pregunta es únicamente para saber a qué dirección se dirigía. Porque con la goma pinchada no lo podrá hacer por sí misma. Si gusta ¿yo puedo llevarla?


—No se preocupe, tomaré un taxi.


—¿Es una cita?


—¿Disculpe? —no entiendo por qué tanto interrogatorio. Si es o no una cita… ¡no es de su incumbencia!


—No se preocupe señor Alfonso—reitero con ímpetu, no es que quiera faltarle el respeto, pero tampoco haré el papel de tonta —de veras, yo puedo sola—reitero.


—Es que ¡no me preocupo!... solo quiero ayudar.


Y así sin más… toma mi mano y soy guiada a su coche. 


Abre la puerta del acompañante y me ayuda a entrar.


Como una autómata obedezco y tomo asiento. Rodea el coche y entra.


El estar en su coche me produce escalofríos. Todo de él me intimida, y estar solos en un lugar tan pequeño produce cosquillas en mi panza.


Creo que debe ser por el tiempo que llevo sin sexo.


Lo cual digamos son unos, ciento ochenta y siete días.


«Auch»


Ya siento como mi vagina se va llenando de telas de araña y comienza a cerrarse lentamente. Intuyo que el día que esté con otro hombre yo seré virgen nuevamente.


O lo peor de todo, que este sea mi fin y en mi lápida se pueda leer.



“Aquí yace Paula Chaves.
Buena hija y cariñosa hermana.
Amante de la buena cocina,
llegó a su fin sin una alegría en cincuenta y cuatro años.”


Seguramente luego de eso me santifiquen como Santa Paula.


¡Pero no lo permitiré!


¡No!


En cuanto esté lista, comenzaré a tener citas nuevamente.


—¿Me escucha?


—¿Qué?


—Se puede saber en qué está pensando?... llevo rato hablándole.


—Disculpe —respondo con pesar. Mi soñadora imaginación me hace ausentar del mundo, y al parecer mi jefe me estaba hablando.


—Pregunté la dirección de donde tiene que ir.


Se la digo y emprendemos viaje en silencio. Y tras unos diez minutos llegamos.


Agradezco y con una sonrisa me dispongo a salir del coche, cuando su mano en mi brazo me detiene.


—¿Cómo piensa volver a casa?


«¿A casa?»


—Tomaré un taxi o alguien me llevará. Muchas gracias nuevamente.


Parece contrariado cuando suelta mi brazo y para mi alivio soy liberada. Respiro una gran bocanada del frío aire y camino al edificio sin mirar atrás. Por alguna extraña razón Alfonso me altera, lo cual me llama poderosamente la atención. Tengo amigos gays y ninguno me trastorna en lo más mínimo, pero, ¡este hombre sí! Hay algo en él, que no me gusta… «Intuición femenina» Debo estar atenta para descubrirlo.


—Bienvenida perraca —grita Susana… mi profesora y amiga.


—Hola lagarta —respondo y nos damos un gran abrazo.


—¿Qué tal tu nueva vida, niña? ¿Ya estás usando uniforme de cocinerita sexy?


Tomo asiento en una esquina del salón para ponerme mis zapatos de baile.


Todos ya se encuentran estirando y la música suena ya dispuesta para que comience la clase.


—¡Hoy mambo niños y niñas! —grita Susana y todos tomamos nuestros lugares frente al espejo.


Una versión en ritmo de salsa, de la canción Mambo Italiano, comienza a sonar.


La tenemos más que ensayada, por lo que nos ponemos a bailar al ritmo de la sensual melodía. Mi compañero de hoy es Ramiro, el moreno de espalda cuadrada se mueve para el deleite, sus caderas parecen tener vida propia, y me gira y levanta sin dificultad alguna.