martes, 8 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 52

 


Sea como fuere, tenía que seguir el curso de acción que se había trazado. Era demasiado tarde para volverse atrás aunque quisiera, lo cual, y no dejaba de repetírselo, no era el caso.

—¡Pedro! ¡Paula! Esperad —gritó Pablo corriendo hacia ellos—. Quiero hablar con vosotros.

—¿Cómo te va? —preguntó Pedro.

—Bien. Realmente bien. ¿Has estado en las obras?

—Hace un par de días que no voy por allí.

—Yo he estado esta mañana. Es increíble lo que han avanzado.

Parece que vamos a liquidar muy pronto.

—¿Cuándo quieres que lo hagamos? —preguntó Pedro.

—Cuando tú quieras —respondió Pablo.

—¿Te parece bien el doce de noviembre?

—Perfecto.

—¿En serio va tan rápido? —preguntó ella.

—Como lo oyes.

—Estupendo —dijo Pedro—. Nos veremos en la liquidación.

—Claro. Sólo tengo que hacer correr la voz e inundar los periódicos de propaganda. ¿A que es emocionante, Paula?

—Sí, mucho.

Lo decía en serio. Una vez que Pedro y su consorcio pagara la primera unidad, no habría motivos para seguir dudando. Sería una prueba de que se había comprometido tanto como el banco.

—Parece que todo ha sucedido muy deprisa —comentó ella cuando su hermano se hubo ido.

—Todo depende del punto de vista con que lo mires.

Paula le miró perpleja. Él le puso el brazo sobre los hombros y la estrechó contra sí.

—Vamos a comer. Ese relámpago me ha abierto el apetito. Necesito comida de verdad.

El restaurante estaba muy concurrido y tuvieron que esperar para conseguir un reservado. Pedro trabó conversación con algunos viejos conocidos. Paula le observó mientras contaban historias de los viejos tiempos. Parecía sentirse a sus anchas, más en casa que nunca. Eso la convenció más que ninguna otra cosa. Cuando él le cogió la mano, Paula no intentó disimular. Le creía.

—Había olvidado todas esas historias —dijo Pedro cuando se sentaron.

—Eres el único. Nadie más las ha olvidado. Todo el mundo tiene algo que contar de ti.

Pedro sonrió mientras saludaba a un grupo que se iba.

—Son buena gente.

—Parece que te sorprende descubrirlo.

—Supongo que sí. No guardo muy buenos recuerdos de Lenape Bay. Creo que los he borrado deliberadamente.

—A veces es mejor olvidarse completamente del pasado.

Pedro la miró a los ojos. Sabía exactamente a lo que se refería. Paula quería hablar de lo que sucedió entre ellos, pero él aún no estaba preparado. Quizá no lo estuviera nunca. Ya habría tiempo cuando culminara su plan.

Sin embargo, no pudo evitar preguntarse lo que había sentido Paula por él en aquel entonces. Dudaba de que pudiera entenderlo si se lo explicaba. Por eso mismo debía mantenerse fiel a sus objetivos.

Se pusieron a comer. Paula se había dado cuenta de que se sentía incómodo hablando de sus sentimientos. Para ella, lo único que demostraba era que sentía unas emociones demasiado fuertes. Había esperado quince años, podía esperar un poco más.

Después de la comida, pasearon abrazados hasta la oficina. La gente, los tenderos, los saludaban sonriendo al pasar. No obstante, a Paula ya no le importaba lo que pudieran pensar.

Pedro se paró en la puerta del edificio.

—Voy a darme una vuelta por las obras. Salgamos a cenar fuera de aquí. Solos tú y yo.

—Me parece perfecto —dijo ella.

—Pásate por casa sobre las siete. He hecho algunas obras en el piso de arriba y me gustaría que me dieras tu opinión. Nos iremos después de enseñártelas.

—Bien.

Pedro le alzó la barbilla para estudiar su rostro. Su cuerpo reaccionó como una cerilla junto a una llama. Conscientes de dónde se hallaban, la empujó hasta el vestíbulo. La abrazó atrapándola contra la pared aprovechando que no había nadie. Ella le respondió echándole los brazos al cuello y amoldándose a su cuerpo. Pensó que faltaba demasiado para que se hiciera de noche. Aparentemente, el sentía lo mismo.

Un ruido en las escaleras los avisó de que tenían compañía. Pedro se separó y fue hasta la entrada. Allí se detuvo para mirar por encima del hombro. Paula seguía apoyada en la pared, esperándole. Le apuntó con un dedo.

—¡Ah, pequeña! Guarda esos pensamientos para luego.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 51

 


Sin embargo, la tomó de la mano. Ella no se opuso. Optó por ignorar las miradas de curiosidad que les lanzaban a su paso. Cuando el desfile llegó a su fin, la multitud se dispersó. Paula y Pedro se entretuvieron curioseando en los puestos callejeros de la feria.

—¡Pedro! Ven aquí.

Era la señora Antonelli quien los llamaba. La mujer se inclinó y le puso a Pedro un relámpago de chocolate en la boca. Después le explicó a Paula con aire maternal.

—Le encantaban cuando era pequeño. Y también solía robarlos —añadió agitando un dedo frente a la cara de él.

Pedro se echó a reír mientras le cogía la mano que le amonestaba.

—Estaba loca por mí, señora Antonelli.

—Quita, quita —dijo ella sonriendo—. Mírale. Sigue siendo un diablillo.

—No estoy segura, señora Antonelli —respondió Paula.

—Lo había olvidado pero es cierto —dijo él—. Los robaba. La señora Antonelli salía corriendo y gritando detrás de mí y nunca me cogía.

—Naturalmente —dijo Paula.

—Era un bandido, ¿verdad?

—Lo sigues siendo.

—Anoche no te quejaste.

—Anoche era… diferente.

—¿Puedo saber por qué?

—Porque me pillaste por sorpresa.

—¿No me esperabas? —preguntó él.

—No, Pedro. No te esperaba. Forzaste la puerta para entrar en mi casa. ¿O también lo has olvidado?

—No puedo creerlo. Tumbada en el sofá, desnuda, la música suave, el fuego encendido. Me pareció que lo único que faltaba era yo.

—Eres imposible.

Pedro se echó a reír y la estrechó contra sí. Eran dos gestos que repetía muy a menudo en los últimos tiempos, reír y abrazar a Paula. Todo iba tan bien que a veces se preocupaba. Sin embargo, en sus planes no había entrado lo que estaba sintiendo por ella. Aquello era uno de los «imponderables» para los que se había considerado preparado. No lo estaba. No iba a negar que no se le había pasado por la mente seducirla. Con lo que no había contado era con ser seducido a su vez.

El problema consistía en que se lo estaba pasando condenadamente bien. No recordaba haber sido más feliz que aquella mañana, paseando por la calle principal del somnoliento pueblo costero con el amor de su juventud junto a él.

¿Qué podría ser más sencillo?

¿Qué podría ser mejor?

¿Qué podría ser más peligroso?

La noche anterior había sido el momento crucial. No se había tomado en serio a Paula y la realidad era que no había sentido el menor deseo de abandonarla al amanecer. De haber podido, la hubiera llevado a besos hasta una isla desierta donde nadie los molestara. Y en eso se incluía él mismo.

Ya casi había llegado el momento en que su «consorcio» tendría que aparecer con dinero en efectivo para la fase piloto. Puesto que tal consorcio no existía, el pago no se haría efectivo y el banco se quedaría con un agujero imposible de tapar. La culminación de sus sueños se hallaba al alcance de la mano.

Lo que no le alegraba tanto era el efecto que podía tener sobre Paula. Ella empezaba a sentir algo por Pedro. Aunque no había dicho nada, el lenguaje de su cuerpo era expresivo. Tendría que haberse sentido satisfecho por haber conseguido que se enamorara de él otra vez, pero aquella era una espada de doble filo. Se suponía que el enamoramiento no tenía que ser mutuo.

Lo era. Si la tarde en la cama de Claudio se había merecido un diez, la noche anterior se salía de las calificaciones. Pedro Alfonso se había perdido en Paula, había dejado de existir. Habían buscado algo y juntos lo habían encontrado. Era algo tan profundo, tan completo, que no recordaba haberse sentido alguna vez más deseado, más necesitado.

Bueno, sí. Hacía mucho tiempo en una cabaña en ruinas.

Entonces lo había llamado amor, ahora no quería pensarlo. De cualquier modo, el placer de su venganza se disipaba en lo que se refería a Paula y no estaba seguro de lo que quedaba en su lugar. Unas emociones con las que no había tenido que enfrentarse en mucho tiempo subían burbujeando a la superficie.

Se daba cuenta de que no había hecho planes para después de su desquite con Lenape Bay. El futuro era un gran interrogante. No tenía ni idea de lo que iba a hacer con Paula o con los sentimientos que ella había hecho renacer y estaba mortalmente asustado.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 50

 


La tribuna estaba enfrente de una iglesia al otro lado del pueblo. Al verlos llegar, Pablo les hizo señas frenéticas de que ocuparan los asientos que tenía reservados.

La multitud empezaba a impacientarse. Todas las fuerzas vivas de Lenape Bay los contemplaron mientras subían los escalones. Paula se preguntó lo que pensarían de ellos. ¿Sabían que eran amantes? Se riñó mentalmente. Tenía que dejar de sentirse avergonzada cada vez que pensaba en su relación con Pedro, porque mantenían una relación. Le gustara o no, no podían andar escondiéndose. De todas maneras, después del beso en Main Street toda la ciudad debía estar al cabo de la calle.

Paula se dirigió a los asistentes abandonando el discurso que tenía preparado y resumiendo los cambios que se habían producido en Lenape Bay durante el año anterior. Incluso se las arregló para mencionar el proyecto de Maiden Point cuando enumeró los atractivos y los logros del pueblo.

Su actitud había cambiado. Estaba empezando a aplicar el «si no puedes con tu enemigo, únete a él». Había un sentimiento de entusiasmo general hacia la nueva urbanización. Tenía que reconocer que la ciudad había revivido desde que Pedro había vuelto. Quizá su hermano tuviera razón y fuera cierto que había cambiado. Tenía que olvidar su hostilidad y el pasado. Al fin y al cabo todo el mundo cometía errores, pero tenía derecho a rehacer su vida.

Quince años era mucho tiempo para que no cambiara una persona. Pedro ya no era un chiquillo impulsivo y su madurez se demostraba en la manera en que se vestía y hablaba con la gente. Tenía un aire de dominio del que había carecido de adolescente. Pero seguía siendo un enigma. Se preguntó si sería capaz de hacer el amor con ella durante toda la noche y mentirle durante el día. ¿Tan buen actor era?

Cuando le llegó a Pedro el turno de hablar, sus miradas se cruzaron. Paula sintió que se le detenía el corazón, tantos sentimientos había en aquella mirada.

Pedro hizo un discurso lleno de promesas y optimismo de cara al futuro. Renovó su compromiso con el pueblo, pero Paula sentía que se estaba dirigiendo a ella en particular. Las emociones le contrajeron el estómago viéndole encandilar a los asistentes. Se le formó un nudo en la garganta y los ojos se le llenaron de lágrimas.

Le amaba. Que Dios la ayudara pero era la verdad.

Quizá nunca había dejado de amarle. Quizá todos aquellos años no fueran más que un disfraz, una mentira para convencerse a sí misma de que estaba satisfecha con su vida. Sacó un pañuelo y se secó los ojos. No era el momento de rumiar el pasado. Era el comienzo de una nueva vida y ella estaba más que preparada para darle la bienvenida con los brazos abiertos.

El aplauso que siguió a la intervención de Pedro fue demoledor. Debido al entusiasmo de la multitud, los organizadores suprimieron el resto de los discursos y, sin más dilaciones, dio comienzo el desfile. Paula y Pedro se pusieron a la cabeza y comenzaron a andar hacia el centro del pueblo. Pedro parecía pasárselo en grande. Paula se lo comentó y aprovechó para felicitarle por su discurso.

—¿Nunca te has planteado meterte en política?

—¿No me digas que estás preocupada por tu empleo?

—Puede que tenga que preocuparme si te quedas.

—¿Todavía no estás convencida?

Paula, tras dudarlo un momento, hizo un gesto negativo. Pedro se inclinó para susurrarle al oído.

—Si después de lo que pasó anoche no…

Pedro… —le advirtió ella.

—De acuerdo —dijo riéndose—. No te pondré en evidencia delante de tus conciudadanos, alcaldesa Wallace.