viernes, 14 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 29




Las preguntas no importaban, ya que 
Pedro regresaría a Chicago tan pronto como algún otro miembro de la familia lo relevara en el cuidado de su abuelo y olvidaría las mangueras de entrada y salida y las discusiones sobre arte y ciencia y cuál de los dos era más importante. Olvidaría que había reído al lanzar hierbajos y beber limonada.


—Te ayudaré.

Cada uno agarró una manguera y se acercó al lecho de flores. Paula apuntaba a las violetas cuando sintió que le mojaba la espalda.

—Eres… —se giró y le mojó el pecho. —¿Eso es lo mejor que lo puedes hacer?

Él volvió a mojarla y ella salió disparada a buscar cobijo. Al poco tiempo estaban empapados de pies a cabeza y se daban caza el uno al otro ya sin sus armas. 

Paula soltó la manguera y salió corriendo. Pedro la siguió, pero ella se adelantó y estaba preparada a la orilla del arroyo cuando él apareció por el camino. Estaba arrodillada y con las manos, le lanzó agua por encima.

—Eh, está fría —
Pedro le dedicó una sonrisa diabólica antes de hacerle un placaje. Aterrizaron en una profunda y tranquila piscina que se había formado en un recodo del arroyo.

—¿Te rindes? —preguntó 
Pedro.

—Nunca —Paula le lanzó unas gotas más de agua. Entonces se estiró y flotó mientras miraba los árboles que les daban sombra. El agua estaba sorprendentemente fría a pesar del calor del día, pero Paula amó esa sensación… le gustó sentir los escalofríos en su piel y el calor que le llegaba del cuerpo de 
Pedro, que estaba flotando a su lado.

¿Amó?

Esa palabra le venía a la mente con demasiada asiduidad últimamente y se propuso no ser tonta. Amar la sensación del agua en su piel no era lo mismo que enamorarse. Además, ya había amado a 
Pedro una vez, lo que la ponía en un terreno peligroso. Pedro no creía que el amor merecía la pena a pesar de los problemas que podía causar, pero los problemas llegaban sin poder hacer nada para evitarlos. ¿Acaso no sabía que el amor hacía más felices los buenos momentos y que hacía más llevaderos los malos?

Después de un rato salieron del agua y se tumbaron en la hierba de la orilla. Paula bostezó y se puso un brazo por detrás de la cabeza.

—El profesor Alfonso sugirió que plantáramos malvarrosas al lado del cobertizo.


—También dijo que lo llamaras Joaquin.

—Lo sé, pero parece tan… —se encogió de hombros.

—¿Parece tan qué?

—No lo sé. ¿Irrespetuoso? Es el profesor, yo nunca imaginé… —se encogió de hombros otra vez.

Pedro se puso de costado y estudió la cara de Paula. Ella le estaba diciendo algo, pero él no estaba seguro de lo que podía ser. ¿Qué es lo que nunca hubiera imaginado? Él no sabía nada. Había intentado llevarla a la situación perfecta para besarla y ella se había mostrado ajena a sus esfuerzos. No era desagradable con él, aunque le decía las cosas claras. Además, tenía un excelente sentido del humor. Nunca había conocido a alguien tan intrínsecamente feliz o tan inconscientemente sexy. Era suficiente como para enloquecer a un hombre.

La mirada de 
Pedro descendió por el cuerpo de Paula, de repente, no le pareció suficiente besarla. Estaba mojada y su camiseta y su sujetador eran transparentes y las duras y rosadas aureolas de sus pechos se notaban. 

¿Qué estaba haciendo al mirarla de ese modo constantemente? Paula había caído como un ángel en la vida de su abuelo. El abuelo parecía estar mejorando gracias a ella, así que tenía que ser caballeroso y dejar de pensar como un adolescente.

Pedro arrancó una brizna de hierba y le hizo cosquillas en la barbilla a Paula. Ella abrió los ojos.

—¿Estás intentando algo, Alfonso?

—Soy un hombre, claro que estoy intentando algo.

—Hmmm.

No estaba diciendo que sí, pero tampoco que no.

—Tienes una boca preciosa —susurró él.

—Sólo es una boca.

—Eso es cuestión de opiniones —le acarició el labio inferior con el dedo y se acercó más a ella—. Yo opino que tienes la boca más maravillosa.

—Pe… 
Pedro —dijo Paula entre suaves besos—. ¿No deberíamos ir a ver la bomba?

—No, no es muy potente. Tardará más de una hora en vaciar el estanque de abajo.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 28




Aunque una brisa soplaba en el jardín, Paula se sentía incómoda por el calor provocado, en parte, por los pensamientos no deseados de un 
Pedro con el torso desnudo y en calzoncillos.


Habían pasado algunos días desde que uno de sus negocios había llegado a un punto crítico y él se había enclaustrado en su improvisada oficina. Al principio, ella se había sentido aliviada. Era la confirmación de que él era un adicto al trabajo con beneficios. Pero después había descubierto que lo echaba de menos.

Cuando finalmente 
Pedro salió para algo más que comer, Paula no sabía si hacer que no se había dado cuenta de su ausencia o tomarle el pelo. Pero él sonrió y le propuso que se mojaran juntos.

—Lavando el estanque, por supuesto —añadió guiñando un ojo.

En realidad, el estanque era una sucesión de largos y estrechos estanques con pequeñas cascadas que descendían de uno a otro. En mejores momentos, una bomba reciclaba el agua del estanque más bajo y la subía al más alto. En ese momento era un desastre.

A Paula, limpiar un estanque verde y viscoso lleno de hojas y porquería no era una actividad que le apeteciera mucho realizar, pero Pedro tenía un plan, que consistía en trasvasar el agua con un sifón y llevar la porquería en cubos hasta la pila de composta.

—Mataremos dos pájaros de un tiro —dijo sin ningún atisbo de ilusión. 

Necesitaban un lugar donde echar la porquería y ésta ayudaría a que se descompusieran todas esas malas hierbas. Pronto tendrían un abono natural para usar en el huerto.

Pedro estaba de pie frunciendo el ceño a la bomba que había alquilado en la ferretería y mirando todos sus lados. Sus bronceados hombros parecían insensibles al sol y al calor, pensó Paula.

—¿No venía con instrucciones? —preguntó.

Él la miró mal.

—Ah, se me olvidaba que los hombres de verdad no leen instrucciones.

—Las leo cuando es necesario y para algo así no es necesario.

«Todavía no», pensó ella.

La bomba era para trasvasar el agua al sumidero y de ahí a la calle y ya había manipulado algunas mangueras para que sirvieran a aquel propósito. Paula se puso a la sombra de un árbol a ver cómo 
Pedro ponía en marcha la máquina. Era un hombre inteligente, pero muy cabezota. Había decidido que podía averiguar cómo funcionaba la bomba sin ayuda y era lo que iba a hacer.

Bueno, había recompensas en la espera. 
Pedro estaba tan concentrado que Paula podía mirarlo para disfrute de sus ojos. Paula dobló las rodillas y apoyó su barbilla en ellas. ¿Cómo había acabado pasando tiempo con Pedro Alfonso? No se hacía ilusiones, ya que sólo tenían unas pocas cosas en común y veían la vida de forma diferente. Para él, los pueblos pequeños no tenían salida. Era rico y se movía por ambición, mientras que ella llevaba una vida decente y no le importaba si alguna vez ganaba un millón de dólares. Sin mencionar el hecho de que ella apenas pegaba con su oscuro y potente atractivo.

Paula tenía un ardor y un dolor en la boca del estómago y su pecho se encogía cuando lo miraba. Sentía la hierba fresca bajo sus desnudas piernas. Estaba al tanto de cada sonido, movimiento o tacto y se debía a que 
Pedro la estaba volviendo loca.

—Despiértate —se dijo a sí misma. No podía permitirse perder el sentido por un hombre que ya le había roto el corazón una vez.

Sus besos adolescentes en el hospital se habían tornado cada vez más calientes y ella nunca olvidaría el tacto de sus duros dedos en su piel mientras él intentaba convencerla de que las buenas chicas llegaban hasta el final. La noche antes de que él regresara a casa, casi la convence. Había querido dárselo todo aquella noche.

Pedro la había convencido para que le dejara besar sus pechos, pero en lugar de un beso, le había succionado fuertemente uno de los pezones mientras jugaba con su lengua. Paula casi se muere del impacto… y del placer.

—Creo que funciona así —gritó 
Pedro devolviéndola al presente. El calor se le subió por el cuello. Gracias a Dios que no podía leerle la mente, hubiera sido humillante que supiera la forma en que lo recordaba todavía.

—Sólo tengo que insertar el extremo de esto en el agua y encenderlo. ¡Tachan! —exclamó mientras lo ponía en marcha.

Las burbujas hicieron espuma que salió disparada por los aires y 
Pedro saltó hacia atrás para no llenarse de agua maloliente. Paula se reía.

—Jo —
Pedro le dio una patada a la bomba para apagarla y miró el equipo—. He puesto al revés las conexiones. La manguera por donde entra el agua está en el lugar donde tendría que estar la manguera que saca el agua.

Mientras trataba con las salidas y las entradas, Paula suspiró. Probablemente 
Pedro no recordaba sus besos de adolescentes de la misma forma que ella… o cómo había actuado cuando había regresado al colegio, como si ella no existiera. Aunque había un nuevo capitán en el equipo de fútbol, él había mantenido la cabeza alta, retando a la gente a que se comportara como si nada hubiera cambiado. Paula se había convertido, otra vez, en la chica invisible y las lágrimas que había derramado por las noches, no tenían ningún sentido, al igual que los besos que él le había dado.

Lo peor de todo era que ni siquiera había aprendido la lección y se había casado con otro deportista de éxito. ¿Tan inteligente era si había cometido el mismo error dos veces? No es que Pedro tuviera las mismas inseguridades que Butch, pero, ciertamente, tenía sus demonios.

—¡Así! —dijo Pedro.

Encendió la bomba de nuevo y se pudo oír el ruido del motor. La manguera para sacar el agua se tensó y al poner los dedos en ella, Paula sintió cómo vibraba.

—Victoria —declaró 
Pedro mientras se ponía al lado de Paula y observaba su reino con una sonrisa de satisfacción— Somos buenos, ¿verdad?

¿Era ése el verdadero 
Pedro? ¿El niño entusiasta dentro del hombre con defectos, manías y también cosas buenas mezcladas? ¿O era una ilusión y todavía era el severo y poco amistoso hombre que había visto, al principio, cuando había ido a devolver el cuadro de su abuelo?

—Debería regar las flores —comentó Paula, cansada de hacerse preguntas que no tenían respuesta.



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 27




Paula se estiró antes de sentarse a la mesa con sus cuadernos y su lupa. Le dolían los brazos y los hombros por las dos mañanas de trabajo físico al que no estaba acostumbrada, aunque también era satisfactorio. Para su sorpresa, trabajar con las manos, ensuciarse y sudar tenía su recompensa incluso más allá de intentar ayudar al profesor Alfonso. Y sin olvidar a Pedro.


También disfrutaba trabajando codo con codo con el nieto del profesor. Sentía una debilidad por ese tipo de hombres, aunque habían demostrado no ser fieles o de confianza, pero no tenía que ser un problema si no le dejaba llegar a ella.

Escuchó que Pedro hablaba por teléfono en un tono autoritario. Algo había sucedido que no le gustaba y estaba regañando a alguien. Paula recordó cómo Pedro había llevado consigo el móvil mientras trabajaba en el jardín y los sustos que le había dado todas las veces que había sonado. Lo peor era que cuando recibía una llamada no se acordaba de nada más.

Levantó uno de los paquetes envuelto en una polvorienta manta y cuidadosamente desató la cuerda que lo mantenía atado. Un momento después estaba sobrecogida por las pinturas que había encontrado, un paisaje de Alfred Sisley y un retrato de Mary Cassatt. La luz del paisaje atrapó su mirada, aunque el retrato era igual de imponente. Era una madre con un niño y estaba pintado con tanta ternura que el amor entre ellos era palpable.

Pedro —gritó entusiasmada y sin pensar en nada más que en lo que acababa de descubrir.

Unos segundos después él apareció. Parecía preocupado.

—¿Qué pasa?

—Nada. Es… mira. Un Cassatt y un Sisley.

Echó un vistazo a los cuadros y arqueó las cejas.

—¿Tienen mucho valor?
Tenía que haberlo sabido. ¿Cuántas veces tenían que recordarle que 
Pedro no era el tipo de hombre que apreciara las mismas cosas que ella? Él era como su ex marido.

—¿Por qué me molesto? Por lo que a mí respecta, su valor es incalculable. Pero sí, valen mucho. Incluso editaron un sello de correos en honor de Mary Cassatt.

—No te enfades —dijo Pedro.

—No me enfado. Es que no entiendo por qué tienes que ponerle precio a todo.

—No lo hago. Pero es que el arte son sólo cuadros y cosas, no es ciencia. No cambia el mundo o algo así. Quiero decir, ¿no preferirías llegar a París en unas horas antes que tomar un lento barco? ¿No son las líneas aéreas trasatlánticas mejores que un cuadro colgado en una pared?

—No. El arte es la razón por la que yo iría a París. Y la exposición al arte es lo que alimenta la imaginación y fomenta las nuevas ideas. Apuesto a que a Orville y Wilbur nunca se les hubiera ocurrido volar sin imaginación. Eso no puedes discutirlo.

—Puedo discutir cualquier cosa.

Paula tuvo la sensación de que 
Pedro, en realidad, estaba de acuerdo con ella, pero quería entretenerse un rato y hacerle perder los estribos.

—Leonardo da Vinci diseñó máquinas voladoras, trajes de buceo y todo tipo de cosas.

—Sí, pero él en realidad no era un artista, era un científico.

—Incluso tú sabes que Leonardo es uno de los mejores artistas de todos los tiempos.

—Sin duda es uno de los mejores pensadores —comenzó 
Pedro, pero entonces, se inclinó hacia los cuadros—. Éstos solían estar colgados en la habitación de mis abuelos. El abuelo puso éste en la habitación del hospital cuando la abuela estaba enferma —dijo señalando el paisaje—. Y éste… él siempre decía que le recordaba a mi abuela y mi padre cuando era pequeño. Por eso los puso en el desván. No era porque estuviera senil, sino porque verlos le dolía demasiado. ¿Puede esa clase de amor valer la pena de todo lo que está pasando?

—Sí —dijo Paula inmediatamente.

—Lo dudo mucho.