miércoles, 1 de julio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 55




19 de diciembre


A la mañana siguiente ya había dejado de llover, pero persistía el cielo nublado y las bajas temperaturas. Paula se resentía de un dolor de espalda. Por fortuna, al día siguiente tenía otra cita con el médico. En el poco tiempo que llevaba allí, Pedro había sido testigo de que cada vez se cansaba con mayor facilidad, aunque nunca había visto a nadie con tanta energía mental como ella. Aquella mañana había estado al teléfono por lo menos durante una hora entera, dictando cartas a su secretaria, y ese momento estaba trabajando con su ordenador portátil.


Paseaba inquieto por la casa, intentando no molestar a Florencia Shelby mientras limpiaba las habitaciones. Mateo estaba fuera, reparando unas tablas del alero antes de empezar a pintar. Todo el mundo estaba ocupado en su tarea. Los envidiaba: él, en cambio, se estaba hundiendo en unas arenas movedizas sin poder avanzar un solo paso. Dos mujeres unidas por la amistad y por una niña nonata. Una de ellas estaba muerta. La otra había sobrevivido a tres atentados contra su vida en cuestión de dos semanas.


¿Pero cuál era el motivo? ¿La herencia? No había nada que heredar. ¿Un negocio que había ido mal? No había habido ningún negocio. ¿Un triángulo amoroso? No. ¿Despecho, rencor? Tampoco. Pero tenía que existir un móvil.


Fue a la cocina, se sirvió una taza de café y se reunió en el salón con Florencia, que estaba limpiando el polvo de los muebles.


—Es usted toda una experta, señora Shelby. Creía que tardaría por lo menos una semana en limpiar una casa tan grande, y la ha dejado limpia y reluciente en apenas un par de horas.


—Llevo haciendo esto toda la vida en las casas de Orange Beach, chico. Aunque nunca limpio los apartamentos de alquiler. Los turistas que vienen a la playa son demasiado desastrados, pero una familia que vive en su propia casa es diferente.


—Supongo que llevará en Orange Beach toda la vida.


—Me trasladé aquí con mi marido y mi hijo cuando Leonardo cumplió cuatro años —le dijo mientras limpiaba una de las mesas—.Y ahora ya tiene veintiocho. Durante este tiempo, he visto algunos cambios. Por ejemplo: he visto crecer los apartamentos como champiñones en un campo después de unos cuantos días de lluvia. Y he visto a gente que tenía una mísera propiedad en la playa pasar de pobre a rica en lo que canta un gallo.


—Entonces debió de haber conocido a Juana Brewster.


—Claro. Solo que entonces la conocía como Juana Sellers. Me afectó mucho su muerte. Una nunca sabe… menos mal que sus padres ya no estaban vivos para soportar aquello. Era la niña de los ojos de su madre. Johana Sellers siempre estaba hablando de ella.


—Tengo entendido que estaban muy unidas.


—Más unidas que nadie. Yo conocía muy bien a la familia Sellers. El padre de Juana era un hombre bueno y tranquilo. Y guapísimo. 
Probablemente por eso Johana no se separaba nunca de él. Johana era guapa, pero no tanto.


—Paula me dijo que no asistió ningún pariente de Juana al funeral.


—No sé gran cosa de la familia de Johana. Era de un pueblo pequeño, de Ohio, me parece. Pero Leandro Sellers sí que tenía familia, al menos una cuñada y un sobrino, y supongo que tendría un hermano por alguna parte, aunque yo nunca lo vi. Creo que abandonó a su familia. La cuñada estuvo viviendo durante un tiempo en Canal Road. Hace años que se fueron. Ni siquiera me acuerdo de sus nombres. Leandro se crio aquí, en Orange Beach. Todo el mundo lo conocía.


—Dicen que lo crio su padre. Sin madre.


—Yo nunca oí eso, pero no me extraña. Sé que a Johana su suegro la sacaba de quicio, y que jamás lo dejó entrar en su casa.


—¿Le dijo alguna vez lo que le hizo?


—Decía que era un maldito traidor: nunca fue más explícita. Creo que se puso del lado de su marido contra ella, pero eso fue hace años, después de que yo me viniera aquí. En aquel entonces ni siquiera limpiaba casas. Solo la oí mencionar su nombre unas cuantas veces después del hecho. Una mujer puede llegar a ser muy vengativa… ¡pobre del que se atreva a cruzarse en su camino!


Florencia siguió charlando, hablando de docenas de personas de las que Pedro nunca había oído hablar, pero nada parecía encajar con el eslabón que estaba buscando. Se disculpó y salió a pasear un poco. Lo que necesitaba era un hecho más. Una sola pista.



A TODO RIESGO: CAPITULO 54





Pedro cortó la comunicación y fue a buscar a Paula. La encontró en el salón familiar, hojeando una revista, y nada más verla el corazón le dio un vuelco en el pecho. Había tomado una ducha mientras él trabajaba. Con el pelo húmedo y peinado hacia atrás tenía un aspecto fresco y sano, pero sus ojeras y el gesto tenso de sus labios evidenciaban la dura prueba que estaba soportando.


—Hace unos minutos he recibido una llamada de mi supervisor —le dijo, con las manos en los bolsillos de los vaqueros.


—Qué raro, un domingo por la noche… ¿malas noticias?


—Sí y no. Te dije que un laboratorio estaba revisando los materiales encontrados en el lugar de la explosión.


—¿Y han encontrado algo?


—El informe no ofrece ninguna conclusión.


—Supongo que eso no significará que solamente fue un trágico accidente, como al principio habían pensado las autoridades locales…


—No, solo significa que si fue una bomba, fue colocada estratégicamente y tenía la suficiente potencia para destruir cualquier prueba.


—Casi me alegro de no tener esa certeza. Me resulta más fácil aceptar que Juana murió en un accidente, y que no fue deliberadamente asesinada. Además, aunque Marcos Caraway fuera responsable de esa explosión, no tiene por qué estar detrás de los atentados que he sufrido yo.


—Todavía no puedo descartar del todo que la explosión y los atentados contra tu vida no estén relacionados.


—Yo también he pensado sobre eso, Pedro. Constantemente. No tenemos una sola evidencia a favor de esa hipótesis. Incluso tu superior debe de pensar eso, porque si no fuera así no estaría dispuesto a cerrar el caso y a sacar al FBI del asunto.


Sabía que Paula le estaba pidiendo respuestas claras y precisas, pero no podía dárselas. 


Resolver crímenes dependía tanto de la intuición, y de las corazonadas, como de los hechos probados.


—¿Qué es lo que quieres de mí, Pedro? Ya te he contado cada detalle de mi vida.


—Háblame de Juana.


—Era la persona más dulce del mundo. Todo el mundo que la conocía la admiraba, no solo por su buen carácter, sino por la manera que tenía de soportar las complicaciones de la diabetes sin quejarse. No tenía enemigos.


—Durante los últimos años tuvisteis muy poco contacto. Tal vez sucedió algo que tú no sabías.


—Desde que acepté su propuesta del bebé, hablábamos por lo menos vez una vez a la semana.


—Ya, pero… ¿y antes? Antes de que se casara con Benjamin. ¿Alguna vez te habló de algún amante que pudiera estar molesto por su relación con Benjamin?


—Estuvieron casados durante tres años. Nadie podría alimentar ese rencor durante tanto tiempo.


—No te creas —no pensaba contarle las habituales historias de horror de hombres desquiciados por el despecho y el rencor, que esperaban durante años hasta consumar su venganza. Los resultados eran demasiado horribles para poder explicarlos con palabras. 


Aun así, la mayoría de las personas sobrevivían a la ruptura de sus relaciones sin padecer serios trastornos por ello.


—¿Y una aventura? ¿Juana te mencionó alguna, quizá algún compañero de trabajo que se sintiera atraído por ella?


—Estaba enamorada de Benjamin casi desde su primera cita. Hablaba constantemente de él. De él y de la familia numerosa que querían formar. Qué ironía.


—¿No le quedaba ningún pariente?


—Ninguno, que yo sepa. Y si lo tenía, no debía de ser lo suficientemente cercano para asistir al funeral. Y desde luego nadie que diera un paso adelante para ofrecerse a hacerse cargo de su bebé cuando naciera.


Se dijo que Paula tenía razón. No había motivo alguno para pensar que todo aquello pudiera estar relacionado con Juana y con su bebé, pero aun así no podía dejar de sospecharlo. Era una corazonada. Tal vez porque si abandonaba aquella hipótesis, ya no le quedaría ninguna a la que aferrarse.


Pero si Juana había sido el objetivo de aquella explosión, entonces su asesino podía haber descubierto la existencia del bebé de la misma manera que lo había hecho Pedro. Una información conseguida a través de una de las vecinas. El allanamiento de una clínica y el acceso a sus archivos, llevándose unas cuantas drogas para simular que se trataba de un robo.


O tal vez todo había sido una coincidencia. Las respuestas estaban ahí: solo tenía que encontrarlas. Y rápido. Antes de que el asesino atacara de nuevo. Le había prometido a Paula que la mantendría a salvo… pero las apuestas estaban a favor de aquel loco.



A TODO RIESGO: CAPITULO 53




Pedro tenía la mirada clavada en la pantalla de su ordenador portátil, repasando columnas de datos y gráficos. Después de encender la chimenea del salón había pasado la última hora revisando toda la información de que disponía, y seguía sin tener una sola pista de la identidad del agresor de Paula.


El asesino volvería. Eso era prácticamente lo único de lo que estaba seguro. De eso y del hecho de que se estaba enamorando locamente de Paula Chaves, aunque no la comprendía muy bien. Todo indicaba que se moriría de dolor ante la perspectiva de entregar al bebé en adopción, pero aun así estaba decidida a hacerlo. Él no era ningún experto en esos asuntos, pero sabía que podría ser una madre magnífica. Y cualquier hombre sería infinitamente afortunado de tenerla como esposa. De pronto el pitido del móvil interrumpió sus reflexiones. Era Lucas Powell, con noticias frescas.


—Acabamos de revisar la mitad de los nombres que nos diste. Mateo ha sido arrestado un par de veces por conducir borracho y por consumo de sustancias prohibidas. Nada más. Y todo eso hace más de tres años. ¿Cuál es su conexión con Paula?


—Realmente no tiene ninguna conexión. Está haciendo unas obras en su casa y quería conocer sus antecedentes.


—Entonces tendrás que borrarlo de tu lista de sospechosos. Respecto a los otros nombres, no he encontrado nada relevante.


—¿Cómo es que estás trabajando un domingo por la noche?


—Bueno, Bety está fuera y el tiempo es demasiado malo como para hacer otra cosa que no sea trabajar. Así que me vine a la oficina.


—Aquí es lo mismo. No ha parado de llover desde la mañana. Me alegro de que me hayas dado los resultados, aunque no sean de gran ayuda.


—Algo ha habido de positivo. Acaban de llamarme del laboratorio que estaba analizando los materiales recogidos en el escenario de la explosión.