martes, 3 de marzo de 2020

LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO FINAL




—¡Está encantadora! ¡Mírala!


Paula se acurrucó en el pecho de Pedro. Los dos estaban cómodamente echados en el enorme sofá de la sala viendo la televisión. Brian y Constanza aparecían en la pantalla durante una fiesta oficial dada por AusOne para celebrar el lanzamiento de la tercera temporada de Urban Nature. El programa seguía siendo el más popular de toda Australia. A Brian se le veía tan apuesto como siempre, alto y bronceado, flirteando descaradamente con cuantas mujeres asistían al acto.


Constanza estaba espectacular, llevaba un modelo en negro de su creación. Las cámaras se la comían.


—Una noche fuimos juntas al cine —dijo Paula sonriendo—. Seguro que no esperaba convertirse en la reina de los medios.


—Es una persona extrovertida por naturaleza —dijo Pedro riendo feliz, besándola en la nuca—. Uno no se viste de esa forma si no quiere llamar la atención.


—Parece feliz.


—¿Qué te hace pensar eso? —dijo Pedro soltando una carcajada—. ¿Su adusta mirada, su gesto de amargura o la hostilidad que emana de su vestimenta?


—¡Vamos! ¡Mírales! Él no se ha apartado en todo el rato de su lado. Fíjate cómo la mira. Sólo un hombre profundamente enamorado es capaz de pasar a un segundo plano en favor de una mujer.


Pedro se apretó contra su cuerpo, y la besó otra vez en la nuca.


—Y hablando de largas esperas…


Paula pulsó una tecla del mando a distancia de la tele y las imágenes de Brian y Constanza se desvanecieron en el acto.


—¿No tienes trabajo que hacer? —le dijo ella riendo—. Vamos, señor Productor Ejecutivo, se debe usted a X-Dream Sports. Ellos sacaron al señor Alfonso del apuro, poniéndole al frente de su canal de deportes dedicado al surf.


Pedro había conseguido catapultar en poco tiempo la programación de aquel canal a lo más alto de las audiencias. Paula echó una mirada nostálgica a donde estaba apoyada en una pared del vestíbulo la vieja tabla de surf.


—Y tú me salvaste del apuro casándote conmigo —le dijo Pedro acariciándola.


Ella, jugando, luchó para desembarazarse de él entre risas.


—¡Acosador! —dijo Paula alisándose la falda y la blusa según se incorporaba del sofá.


—¡Provocadora! —dijo Pedro dirigiéndose a su estudio.


Paula abrió la puerta que unía las dos partes de la casa. Como cabía esperar, AusOne se había hecho cargo inmediatamente de la caravana tras la debacle de la noche de los premios. 


Afortunadamente, Sebastian había tenido la sensatez de sacar previamente todas las cosas de Paula, mientras ella y Pedro estaban disfrutando de su merecido viaje de novios, durante cinco días, por el mundo.


La casa de invitados constituía ahora la nueva oficina de Paula. Sensacionales diseños se amontonaban por toda la sala, decorando las paredes y los suelos. Eran los encargos que había recibido desde la publicación de aquella bochornosa historia y de la espectacular proposición de Pedro en la noche de la entrega de los premios.


Cualquier publicidad era buena publicidad, y no había causado ningún daño a la reputación de Paula como diseñadora. Gracias a Pedro. Había asumido un gran riesgo, pero había valido la pena.


Paula se sentó a su mesa de trabajo y extendió sobre el tablero una hoja de papel en blanco en busca de inspiración para nuevos diseños. 


Apenas había dibujado una línea cuando oyó que se abría la puerta a su espalda. Un instante después, sintió unas cálidas manos deslizándose por su cintura.


—¿Qué pasa con el trabajo, señor Alfonso?


—La echaba de menos, señora Alfonso.


Pedro la tomó suavemente por los brazos y la puso en pie delante de él.


—Me debo a X-Dream diez horas al día. El resto es todo para ti, cariño.


Paula sintió la oleada de emoción que sentía siempre que Pedro estaba cerca de ella.


Se estrechó entre sus brazos, deslizó la mano bajo la camisa de Pedro, y se entregó a él.




LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 48




—¡Paula! —exclamó Pedro.


—¿Qué has hecho? —le preguntó ella golpeándole de nuevo—. ¿Cómo has podido tirar tu carrera por la borda de esa manera?


—He hecho lo que tenía que hacer, Paula. Tenía que elegir, y te he elegido a ti.


—Has renunciado a toda tu carrera… —dijo ella al borde de las lágrimas—, a todo por lo que has trabajado…


—No significa nada para mí si pierdo el respeto por mí mismo.


—¿Por mí? —terminó Paula la frase, sintiendo que el amor afloraba a toda velocidad desde su corazón.


—No, por nosotros. No podía pedirte que te quedaras conmigo en este mundo.


—Ha sido tan…


—¿Estúpido?


—Maravilloso —dijo echándose en sus brazos y besándole.


Los focos que iluminaban el escenario se dirigieron a donde estaban, iluminándoles, bañándoles de luz.


—Paula Chaves…


Pedro, por favor… ¿Qué estás haciendo?


—He cometido un suicidio profesional antes que perderte. He declarado mi amor delante de todo el mundo. ¿De veras que no sabes lo que estoy haciendo?


Paula le miró emocionada.


—¡Di que sí, Paula! —gritó alguien del auditorio.


—Paula Chaves, ¿te casarías conmigo para darme la oportunidad de pedirte perdón por haberme comportado como un idiota?


Estaba completamente anonadada, desbordada por sus sentimientos.


—Si dices que no, me estarás condenando a una vida llena de entrevistas publicitarias.


—No —dijo ella sonriendo.


—¿No? ¿Qué quiere decir no?


Paula sonrió.


—Entonces… ¿eso es un sí?


—Sí —sonrió llena de alegría.


Empezó a sonar una música romántica y Pedro la atrajo hacia él y la besó, un beso que duró toda una eternidad.


—Nos están mirando —susurró ella.


—Me da igual —replicó él sin dejar de besarla.


—Vaya espectáculo que estamos montando.


—¿Crees que alguien se acordará ya de lo que decía el artículo?


Paula se apartó de él.


—¿Lo estás haciendo por eso?


Pedro la tomó de la mano y salió con ella por una puerta lateral.


—¡Rápido, antes de que nos encuentren!


Cruzaron las cocinas y se refugiaron en un almacén apartado ante la sorpresa de los cocineros.


—Yo te puse en esta situación,Paula —dijo Pedro—. Entendería que no quisieras saber nada más de mí.


—¿Estás loco? —dijo ella besándole—. Me ha llevado mucho tiempo cazarte.


—¿Has oído lo que he dicho?


—Todo el país lo ha oído.


—Lo digo en serio, Paula. Haré lo que sea necesario para reparar el daño que te he hecho.


—Estaba intentando localizarte cuando me encontré con Leeds.


—¿Qué pasó? —preguntó él preocupado.


—Bueno… Creo que me salió un buen discurso.


—Ésa es mi chica —dijo él—. ¿Por qué me estabas buscando?


—Para disculparme. Reaccioné de forma exagerada, no te di la menor oportunidad de explicarte. Brian me explicó cómo habías intentado protegerme a mí y a tu trabajo al mismo tiempo.


—¿En serio?


—Él mejor que nadie sabe lo corto que es el camino que conduce a la decepción y el ostracismo. Sabía lo que estabas intentando hacer. Y yo debería haberlo sabido también. Lo siento.


—Va a resultar que es tan inteligente como dijiste —apuntó Pedro, y se puso muy serio—. Siento haberte mantenido lejos de mí. He permitido que el odio me consumiera durante demasiado tiempo.


—¿Te importa contármelo? ¿Te importa compartirlo conmigo?


—Era un ser despreciable, Paula. En todos los sentidos. Cuando mi madre se marchó, mi padre lo pagó conmigo. Le recordaba a ella. Cuando era pequeño, me hablaba de una manera… muy dura, con insultos. No le bastaba con que hubiera perdido a mi madre, me amenazaba con marcharse y dejarme solo.


Pedro se aclaró la voz y reunió fuerzas para continuar.


—Así fueron las cosas durante muchos años. Cuando fui un poco más mayor, como los insultos ya no me afectaban, empezó a pegarme. Entonces fue cuando entraron en escena tus padres. Había veces en que mi padre no se daba cuenta de que pasaba varios días fuera. Me decía que no tenía remedio, que era un perdedor, un inútil.


—Oh, Pedro


—El odio que sentía por él me sostuvo. Me dio un propósito en la vida, un objetivo. Primero en el surf, y luego en los estudios, me esforcé por demostrarle que estaba equivocado. Después de vivir con él tanto tiempo, acabé entendiendo por qué mi madre le dejó. Lo que no he podido entender nunca ha sido por qué me abandonó a mí, por qué me dejó solo con él.


Paula se tapó la cara con las manos.


—Eh… No llores… Sólo te lo cuento para que sepas lo que tenía dentro de la cabeza mientras sucedía todo esto. Siempre he sentido que nada de lo que hiciera sería suficiente.


—Ahora lo entiendo, Pedro… Lo siento tanto…


—Nunca quise dejarte en evidencia delante de tanta gente. Sabía lo importante que era eso para ti. A Kurtz no le gustó nada que me negara a continuar. Afortunadamente, el miedo que me tiene le frenó.


—¿Miedo?


—Claro, porque sabe que soy mejor que él, que soy mejor que todos ellos.


—Dios… Me encanta la confianza que tienes en ti mismo. Y te quiero.


—No quiero que dejes de decir eso nunca.


—Te lo dije por primera vez hace nueve años.


—Hace nueve años estaba tan metido en ese mundo tan horrible que te he descrito que no hubiera sido capaz de darme cuenta de nada. Pero, a pesar de eso, me daba cuenta de lo que sentías por mí. Incluso cuando me fui, no dejé de pensar en ti.


—¿Recuerdas lo que me dijiste aquella noche? Me dijiste que nunca estarías conmigo.


Pedro cerró los ojos avergonzado.


—He recordado esas palabras todos los días desde entonces. Por eso no puedo ni imaginarme el infierno que habrás vivido tú teniendo que llevar ese pasado a cuestas. Es un verdadero milagro que te hayas convertido en un hombre tan maravilloso.


—Puedes agradecérselo a tu padre —dijo Pedro—. Y a ti.


—¿A mí?


—Estuviera donde estuviera, tu padre, Sebastian y tú erais mi punto de referencia. Puede que perdiera a mi madre, pero te encontré a ti.


—Sí, perdiste una madre, pero… Si vamos a casarnos, no olvides que vas a ganar un padre. Mi padre.


Se abrazaron y se besaron apasionadamente hasta que empezaron a temblar.


—¿Habrá alguna puerta trasera por aquí? —preguntó Paula—. No podemos volver ahí dentro.


—Estaba pensando… Me acabo de prometer con la mujer más preciosa de Australia, y estamos en las cocinas del mejor hotel de Sidney. Y como ya nadie nos espera en ninguna parte…


—¡Pedro! No he traído ropa.


—No te va a hacer falta —sonrió él—. Bueno… Quizá los zapatos sí.


—Santo cielo… —murmuró Paula sonriendo llena de deseo y de amor—. ¿Qué diría mi padre si me viera?



LUZ, CAMARA Y... BESO: CAPITULO 47






—¡Urban Nature!


Antes de que los peces gordos de la cadena se hubieran abrochado los botones de sus chaquetas, Pedro ya se había levantado y se dirigía hacia el escenario. Mientras lo hacía, pensaba que Kurtz debía de haberse quedado blanco. La regla no escrita en AusOne era que los empleados hacían el trabajo y los ejecutivos se llevaban la gloria.


Pedro subió al escenario, saludó al presentador y esperó a que cesaran los aplausos.


—Muchas gracias en nombre de AusOne y del equipo de Urban Nature. Es un placer tomar este premio en nombre de la cadena que me dio mi primera oportunidad en este negocio.


El escenario estaba expectante. Pedro se imaginó a su padre sentado en primera fila, con rostro serio, esperando a que se presentara la evidencia que demostrara que su hijo era y siempre sería un inútil.


—Si elegí un programa como éste, es porque siempre he preferido la realidad a la ficción. Sin embargo, los recientes sucesos han convertido este programa en casi un culebrón.


Alguien tosió en la penumbra del auditorio.


—Como sé que Marcos Croyden está por aquí —dijo refiriéndose al productor de una cadena rival famosa por sus melodramas y telenovelas—, quisiera decirle que no descanse un minuto hasta contratar a Diana Leeds. Esa mujer tiene un talento para la ficción que no puede seguir estando tan desaprovechado.


Volvieron a escucharse carraspeos en el auditorio.


—¿Creen que esto es todo? Pues no, no he hecho más que empezar. Esta noche, parte de mi trabajo consistía en mantener viva la idea de que Pala Chaves y Brian Maddox mantenían un tórrido romance. Es el tipo de cosas que suelen hacer las cadenas de televisión para dar publicidad a sus programas. El problema es que Paula y Brian no están enamorados. Al menos, el uno del otro. Ahí fuera, en algún lugar de los suburbios de esta ciudad, hay una dulce y asombrosa mujer sentada frente al televisor, una mujer que daría la vida por el señor Maddox. Y, bien mirado, ya lo ha hecho, aceptando permanecer en el anonimato por la sencilla razón de que no quedaría bien como acompañante de una estrella como él. Esa mujer sí está enamorada de Brian, y él ha pagado un precio muy alto intentando protegerla de los tiburones que abundan en este mundo de la televisión. Si hay justicia, espero verla el año que viene sentada a la mesa de AusOne disfrutando de la gala.


Entre el pesado silencio, se oyeron las carcajadas de Brian. Era una risa llena de aprobación y de gratitud.


—Constanza—continuó Pedro mirando a la cámara directamente—. Por lo que me toca en lo que esta cadena ha hecho contigo, te pido disculpas públicamente. Espero que puedas llegar a perdonarme. Y a ti, Brian, sólo decirte que todos, y yo el primero, deberíamos aprender un par de lecciones sobre la lealtad y el amor siguiendo tu ejemplo.


Hizo una pausa.


—¿Y Paula Chaves? Bueno, sí, ella también está enamorada. De mí. O, al menos, eso espero, porque yo estoy absolutamente loco por ella —la multitud se echó a reír—. Es cierto que la conozco desde hace mucho tiempo, pero les voy a contar algo que no habrán podido leer en los periódicos de hoy. Paula Chaves no se acostó conmigo para conseguir el papel en este programa. De hecho, hizo todo lo que pudo para no participar en él. Yo la manipulé para que aceptara, igual que la convencí para que representara esta pantomima con Brian Maddox. Tendré que vivir el resto de mi vida con ello. Paula Chaves también hizo todo lo que pudo para no tener nada que ver conmigo, pero me salí con la mía.


Entre las oscuras siluetas del auditorio, Pedro reconoció la de una mujer al fondo de la sala. La habría reconocido entre millones de mujeres.


—Paula… Cada vez que sonríes, nace un árbol en alguna parte. Cuando estás triste, el océano se congela. Estás unida a la naturaleza. Y yo estoy tan unido a ti que no puedo imaginarme la vida sin ti.


Todas las mujeres del auditorio suspiraron.


—Aunque prometí protegerte, te he hecho mucho daño últimamente. Prometo hacer todo lo posible para que me perdones, para arreglarlo. Si el odio del pasado no me hubiera cegado, me hubiera dado cuenta antes del brillo celestial que irradias. He dejado ya atrás a las personas que no significan nada para mí. Ahora sólo quiero estar con aquéllas a quienes amo. Te mereces el lugar que has ocupado en este programa porque tienes un talento único, porque tienes una integridad incorruptible, porque el público se contagia de tu pasión por las cosas. Lo único que no te mereces es lo que has tenido que pasar hoy. Por defender a un amigo y ayudarme a mí has sido juzgada y ejecutada en público.


Pedro recorrió los ojos de todos los presentes lentamente.


—Gracias de nuevo a todos los espectadores que han visto nuestro programa. Espero que, a partir de hoy, sigan estando ahí, pero no para enterarse del último escándalo, sino para que podamos ofrecerles más programas como éste. Y, a los aquí presentes, quisiera que se pusieran en el lugar de una joven muchacha del sur que vino aquí con toda la ilusión y fue crucificada en aras de los índices de audiencia y de la publicidad. Recuerden esta noche, porque el siguiente podría ser cualquiera de ustedes. Muchas gracias.


Los aplausos empezaron tímidamente, pero a medida que Pedro bajaba las escaleras del escenario, crecieron en intensidad hasta convertirse en ensordecedores.


Pero a Pedro sólo le importaba cómo llegar lo antes posible hasta la mujer que le observaba desde el fondo de la sala.


Pero antes, se detuvo un momento en la mesa de AusOne para saludar a Brian y decirle algo a Kurtz.


—¡Me despido! —exclamó.


—No hace falta —replicó Kurtz—. ¡Estás despedido!


Cuando se dio la vuelta, un hombre se acercó directamente a él y le dio una tarjeta. Pedro la leyó. X-Dream Sports, la mayor cadena de deportes de Australia.


—Deduzco que está abierto a ofertas, ¿no, señor Alfonso?


Pedro asintió y se guardó la tarjeta en el bolsillo de la chaqueta, saludó al hombre y siguió su camino hacia el fondo de la sala mientras todo el mundo le seguía con la mirada. Se sentía otra vez como en su juventud, como cuando galopaba a lomos de una ola hacia la felicidad.


Cuando llegó, todos reconocieron a la mujer que le estaba esperando.


Eran el centro de atención.


Pero a él le daba igual. Por primera vez en su vida, lo único que le importaba era la mujer que tenía delante.


Paula levantó la mano y… le dio un puñetazo en el brazo.


Un puñetazo con todas sus fuerzas.