viernes, 29 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS:EPILOGO




Paula y Pedro estaban en la ladera de una colina, contemplando la espléndida vista de los campos labrados y los olivares. Estaban sentados sobre una manta, bajo un ciprés. Pedro sirvió un poco de vino en las copas que habían llevado en la cesta del picnic. Su pequeña villa, con sus muros de piedra, sus puertas de madera y sus baldosas pintadas a mano, se veía resplandeciente allí abajo, en el valle.


—¿De verdad te gusta nuestra casa? —le preguntó Paula.


Era una de las que ella había encontrado en Internet y la primera que habían ido a ver nada más poner el pie en Italia.


—Sí, mucho. Y muy pronto será algo más que nuestra casa. Será nuestro hogar.


Se había hecho todo en un espacio muy corto de tiempo. Se habían casado en Dallas, con la asistencia de la madre y la hermana de Pedro y de los miembros de la familia Chaves. 


Elena les había cedido amablemente su mansión para la celebración. Luego habían volado a Italia a pasar la luna de miel. Se habían pasado todo el tiempo haciendo el amor.


—¿Qué te parecen mis padres? —le preguntó ella.


—Creo que te quieren mucho, y si tu madre pudiera, nos haría repetir aquí la boda de nuevo.


—Está preparando una fiesta. No sé cómo ha podido arreglarlo todo en tan poco tiempo.


Todos los familiares y amigos de la zona estaban invitados al día siguiente por la noche a celebrar el matrimonio de Paula y Pedro en la villa donde ella se había criado.


—¿Voy a conocer a la realeza? —bromeó él.


—¿Quieres conocer a la realeza? —le preguntó ella sonriendo.


Pedro extendió la mano y le acarició el pelo.


—Me basta contigo. Tú eres mi reina.


Después de un beso fugaz, Pedro le enseñó el periódico que estaba debajo de la cesta del picnic.


—¿Qué es? —preguntó Paula.


—Míralo y lo verás.


Pedro se lo dio y ella pudo ver en la portada la foto de ellos dos besándose.


—Dijiste que querías que la viera todo el mundo —le dijo ella mirándole detenidamente para ver su reacción.


—Sí. Y no me importa nada. ¿Y a ti?


—Estoy orgullosa de ser tu esposa. Pero ¿qué pasaría si decidieses dejar a los Chaves y establecerte otra vez por tu cuenta? ¿Podría esto afectarte?


—No. Me enamoré de la mujer de la que era guardaespaldas. ¿Qué hay de malo en ello?


—Absolutamente nada —murmuró ella, acercándose a él para darle un beso.


Ella probó el vino de sus labios. Creyó estar con él en el paraíso que siempre había deseado.


—Cuando tengamos hijos, me especializaré en sistemas de seguridad on-line para los Chaves y Baltazar podrá encontrar a otra persona que se encargue de los asuntos que requieran viajar. Podemos fijar aquí nuestra residencia habitual la mayor parte del año y buscar algún sitio en Dallas para el resto del tiempo. ¿Qué te parece?


—Sé que hablamos de esperar un poco hasta tener hijos. Pero Pedro, creo que estoy preparada para ello. ¿Y tú?


—Lo deseo tanto como tú.


Pedro tomó la copa de vino que tenía ella en la mano, la dejó junto con la suya en la cesta del picnic y la besó de nuevo.


Mientras el sol de la Toscana se escondía por las colinas, Paula supo que había encontrado la vida que siempre había soñado.


Una vida con Pedro.












ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 39




Pedro no había ido muy lejos. Se había quedado esperando junto a la puerta de la suite. Si Paula y Kutras se reconciliaban, podía ser una larga espera, pero ella podía necesitarle. Podía abrir aquella puerta gritando en busca de ayuda. No podía dejarla indefensa.


No habrían pasado más de veinte minutos cuando se abrió la puerta de la suite. Pedro se sintió muy aliviado al ver a Kutras. La sombra de los celos que había estado planeando sobre él se disipó. Mikolaus Kutras no parecía tener prisa. Al ver a Pedro, se detuvo y lo miró a los ojos.


—Es usted un hombre muy afortunado.


Después de esa declaración enigmática, el magnate griego se encaminó al vestíbulo, entró en el ascensor y desapareció de su vista.




****


—¿Paula? —exclamó Pedro, entrando en la suite.


Paula tomó las sandalias color turquesa que tenía en el armario y las metió en la maleta junto con sus otras cosas. El equipaje estaba listo. Ya era hora de irse. Había podido conseguir una plaza para el último vuelo de la noche. Ya no tenía nada que hacer allí, tan sólo despedirse de Pedro.


Pedro volvió a llamar con los nudillos.


—Adelante —le dijo ella, sin saber exactamente lo que iba a decirle—. He reservado una plaza para el vuelo de Nueva York de esta noche —añadió mientras movía a uno y otro lado las cosas de su maleta para tener así las manos ocupadas.


—Pensé que no te ibas a ir hasta pasado mañana.


—He cambiado de planes. Pensé que sería mejor para los dos si me iba hoy.


Él se acercó lentamente, como si temiera que ella pudiera echar a correr.


—No estuviste mucho tiempo con Kutras.


—No.


Pedro se pasó la mano por el pelo.


—Estuve esperando fuera por si me necesitabas.


¿Cómo se suponía que ella debía tomarse eso?


¿Como una muestra más de lo bien que cumplía con su trabajo? ¿O como si él de verdad se preocupase por ella?


—No te necesitaba, Pedro. Hay cosas que una mujer debe resolver por sí misma.


—Kutras me dijo algo al salir.


—¿Qué te dijo? —le preguntó ella mirándole a los ojos.


—Me dijo que soy un hombre muy afortunado.
¿Puedes decirme por qué?


Ella no era tonta. No era una ingenua. Pero creía en los sueños. Y quería que su sueño se hiciera realidad. Así que le abrió su corazón.


—Creo que Miko se dio cuenta de la situación, de mis sentimientos. Te amo, Pedro. No puedo marcharme sin decírtelo. Sé que tú no quieres oír estas palabras, pero no puedo negar la verdad. Es por eso por lo que me voy. Me duele mucho estar a tu lado y tener que verte sólo como mi guardaespaldas.


Paula seguía, mientras hablaba, con la mano puesta en la cremallera de la maleta. Pedro llegó hasta ella y le tomó las manos entre las suyas. Le acarició las palmas de las manos con los pulgares.


—Encontré el regalo —dijo muy suavemente—. Pero no quiero ninguna muestra de agradecimiento. Te quiero a ti... para siempre. Antes de que entrases en mi vida, me sentía atrapado en el pasado. Me consideraba un tipo duro y preparado para afrontar cualquier cosa, pero no estaba preparado para alguien como tú. Tú me rescataste del pasado para traerme al presente.
Luché contra ello con todas mis fuerzas. Pero cuando vi esta mañana a Kutras entrando por esa puerta, comprendí que una parte de mí moriría si te reconciliases con él. Al principio pensé que sólo eran celos. Pero no era eso. Era el amor que siento por ti. Te amo, Paula—dijo tomándole la mano—. Quiero que seas mi esposa. Quiero tener hijos contigo. Quiero pasar el resto de mi vida contigo.


Paula estaba llorando. Tenía un nudo en la garganta que le impedía hablar. Pedro la amaba. Era verdad. Él la amaba.


—¿Soy un hombre afortunado, Paula? —dijo él tomándola en sus brazos—. ¿Quieres casarte conmigo?


—¡Sí, sí, me casaré contigo! —respondió ella radiante de alegría, pasando los brazos alrededor de su cuello.


Habían compartido muchos besos, pero éste estaba lleno de promesas, lleno de amor, de anhelos, de ternura y de la pasión que compartirían toda su vida.


—Vamos a tener que pensar en cómo queremos plantear nuestro futuro.


—Yo quiero tener niños.


—Antes necesitaremos pasar un poco de tiempo juntos —dijo él con una sonrisa—. Así podremos practicar.


Ella se echó a reír y apoyó la cabeza sobre su pecho. Luego se dio cuenta de que tenían algunos asuntos pendientes.


—¿Qué vamos a hacer con la fotografía?


—¿Te refieres a la foto en que estamos besándonos? Que la publiquen donde quieran. No me importa nada. Quiero que todo el mundo sepa que te amo.


—¡Demuéstrame cuánto! —dijo ella.


Él la levantó en sus brazos y la llevó a la cama.


—Lo haré encantado. Y luego nos iremos a resolver los papeles de nuestro matrimonio.


Paula, llena de amor, le acarició con ternura.


—¿Quiere usted, Pedro Alfonso, ser mi guardaespaldas para toda la vida?


Él le besó el pulgar.


—Prometo cuidarte y amarte eternamente.


Cuando Pedro la dejó suavemente sobre la cama y se tendió luego a su lado, Paula se apretó contra él pensando que sus sueños estaban a punto de hacerse realidad.










ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 38




A Paula le temblaban las manos mientras contemplaba al hombre que había cambiado su vida.


—Hola, Miko —le dijo ella, orgullosa de sí misma al comprobar que no le había temblado la voz.


Él se acercó con intención de darle un abrazo, pero ella dio un paso atrás.


—¿Qué te pasa? ¿No te gustó la pulsera que te envié? Veo que no la llevas puesta.


—La devolví a tu dirección de Londres.


—No he vuelto por allí. Pero no entiendo por qué la devolviste. ¿No ves que estoy tratando de hacer las paces contigo?


—Nuestra reconciliación es ya imposible.


—Vamos, Paula, no seas niña. Las relaciones entre los hombres y las mujeres están siempre sujetas a estos vaivenes.


—¿Vaivenes? No me tomes por tonta, Miko. Somos dos personas que pensamos de forma muy diferente.


—¿De qué pensamientos hablas? Lo pasamos muy bien juntos. Todo podría volver a ser como antes.


—No. Tú sólo quieres que vuelva contigo para satisfacer tu orgullo. Luego me volverías a dejar por alguna otra que encontrases. No me gusta ese tipo de relación. No me interesa. El día que decida comprometerme con un hombre, será para compartir nuestras vidas, nuestros sueños y nuestras ideas, para crear un proyecto de vida común. La fidelidad, la lealtad y la amistad son la base de toda buena relación. Me cautivaste cuando te conocí, pero luego fue una experiencia muy amarga. He aprendido la lección.


—Creo que has estado demasiado tiempo en Dallas —dijo él, echándose a reír.


—El lugar es lo de menos. Es mi perspectiva la que ha cambiado. Hay muchas cosas que han cambiado. Ahora sé lo que quiero hacer con mi vida.


—Tienes todo lo que puedas desear.


—Tal vez pensara así antes, pero ahora lo veo muy diferente. Estoy tratando de averiguar qué puede llenar mi vida. Estoy tratando de imaginar qué es el amor.


Se hizo un prolongado silencio entre ambos.


—¿Todas esas cosas que dices tienen relación con el hombre que vi al entrar? ¿Crees que le amas?


Podía negarlo, pero, ¿qué sentido tendría? Sólo diciendo la verdad podría sentirse libre.


—Sí.


—Estás cometiendo un error. ¿Podría acaso darte él algo que yo no tenga? Desayunar con caviar en mi yate por la mañana, ver la puesta de sol en los Alpes al anochecer...


—Quiero tener hijos y un marido cariñoso para el yo sea lo más importante.


—Tú estás soñando —dijo él con desdén.


—Tal vez. Pero espero que sea un sueño que pueda hacerse realidad algún día.


—Bueno… Si alguien puede encontrar lo que está buscando, ésa eres tú —le dijo con una triste sonrisa.


Luego salió de la habitación sin mirar atrás.


Paula se derrumbó en el sofá, satisfecha de haber tenido la fortaleza de hablar a Miko como lo había hecho. Pero tenía que terminar de preparar el equipaje.


Tal vez podría conseguir un vuelo para esa misma noche. 


Permanecer allí con Pedro, el hombre al que amaba, sabiendo que él no la amaba, le producía una herida cada vez más profunda en el corazón.