domingo, 23 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO FINAL





Cinco meses más tarde



Paula colgó cuidadosamente el antiguo vestido de época eduardiana en una percha y lo metió en el armario. Sonrió y acarició el suave encaje de su traje blanco, mientras recordaba el jardín, la boda, los besos y las promesas.

—Sal de ahí, señora Alfonso —la llamó Pedro desde el dormitorio—. Creía que habíamos resuelto ese asunto de la virginidad y la vergüenza. Y, además, necesito a mi mujer.

Ella sonrió recordando su noche de bodas porque, aunque no era dócil ni virgen, se había escondido en el vestidor preocupada porque el camisón que Silvia le había regalado fuera demasiado transparente. Pedro había disipado algunas de sus preocupaciones al aparecer totalmente desnudo y pedirle que se quedara en el mismo estado que él inmediatamente.

Paula salió del vestidor y sonrió a su marido, que estaba tumbado en la cama. Habían tenido algunas peleas desde que se habían casado, pero siempre se habían reconciliado antes de irse a dormir. A veces, Paula pensaba que Pedro elegía las peleas por lo mucho que le gustaban las reconciliaciones.

—Me duele el dedo pulgar —dijo Pedro.

—Lo siento. No deberías haber intentado bailar el Watusi con la señora Handelmeir.

—No era el Watusi exactamente y lo habríamos hecho bien si Bart no me hubiera pisado el pie con la silla de ruedas. Ese hombre es un peligro, no sé cómo le dieron una licencia de piloto.

—Fue en otra época —Paula le acarició el dedo y lo besó. Al mirar hacia arriba vio que la respiración de Pedro se aceleraba y que tenía la mirada fija en su corto camisón.

—Se me acaba de ocurrir que ésta es nuestra segunda noche de bodas —murmuró—, así que deberíamos aprovecharla.

—¿Cómo explicas que es la segunda?

—Porque acabamos de llegar de una segunda fiesta de boda.

Se habían casado a mediados de septiembre, cuando el jardín estaba en su última floración antes del otoño. A ella le habría gustado invitar a sus amigos de la residencia de ancianos, pero no había suficiente espacio en el jardín, así que, cuando encontraron el momento oportuno, se vistieron con sus trajes de boda e hicieron una fiesta para ellos.

—Qué buena idea has tenido —susurró Paula mientras se acurrucaba junto a Pedro en la cama—, haciendo una fiesta para todo el mundo.

—Yo no he hecho nada.

—Se me hace extraño que Joaquín se haya ido por tanto tiempo. Deberíamos llamarlo.

—Silvia cuidará de él; además, quería dejarnos solos. Recuerda que quiere que lo llames abuelo.

Joaquin Alfonso les había pedido que se mudaran a la casa. Les había dicho que quería estar allí cuando nacieran sus bisnietos. Cuando aceptaron, mandó ampliar el dormitorio principal y se mudó a otro cuarto en la punta opuesta de la casa para dejarles intimidad. Después se fue a California para hacer una larga visita.

Pedro abrazó a Paula y le besó la cabeza. Su buena suerte no dejaba de sorprenderlo. Paula tenía mucho amor que repartía con extremada generosidad. Sus padres la adoraban, su abuelo pensaba que era una santa y él estaba en el cielo. La vida que nunca pensó que le gustaría tener era en aquel momento el rasero con el que lo medía todo.

—He estado… pensando que… deberíamos comprar una furgoneta.

—¿Una furgoneta? —preguntó Paula asombrada.

—Sí, una furgoneta. La vamos a necesitar para llevar a los niños a la escuela.

—No necesitaremos una furgoneta en años. Ni siquiera estoy embarazada.

—Podrías estarlo, podríamos solucionar eso esta noche.

—Y yo que pensaba que querías que esperáramos para tener nuestra familia.

—¿Esperar a qué? —preguntó Pedro confuso.

—Es verdad, para qué esperar —susurró ella mientras bajaba su cabeza para obtener un largo y apasionado beso.

Fueron cada día más felices.





EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 59




Pedro sonrió y recibió el aplauso de sus invitados mientras recibía el micrófono. Odiaba la parte del discurso, pero quería agradecer a todos su trabajo.

—Gracias. Espero que hayan disfrutado de esta noche tanto como yo.

Se oyeron más aplausos y él movió su mirada de una mesa a otra. Un movimiento en el fondo captó su atención, una forma entre las sombras que le pareció familiar. Mientras abría la boca otra vez, la sombra se puso a la luz… y todo lo que había planeado decir se borró de su cabeza.

Paula. Llevaba los hombros al descubierto, un vestido de terciopelo azul que envolvía su cuerpo con un efecto devastador y el pelo peinado hacia atrás. Pero a Pedro no le hubiera importado que llevara uno de sus vestidos diez tallas más grandes, era lo más bonito que había visto nunca.

No se dio cuenta de que el micrófono salió volando al echarlo a un lado para apresurarse hacia ella por el pasillo. Se encontraron a mitad de éste y Pedro la apretó contra su cuerpo. El corazón de Paula latía con fuerza mientras que Pedro la besaba. Lentamente, su abrazo se hizo más reposado hasta que se separaron para mirarse con ternura y sonreír. Pedro susurró su nombre y Paula le quitó la marca que su pintalabios le había dejado en la boca.

Pedro la besó de nuevo y alrededor de ellos se oyeron risitas, al igual que suspiros de más de una mujer. Paula sabía cómo se sentían. Ella sabía lo que era desear un amor como el que había encontrado con Pedro.

—Damas y caballeros —dijo Pedro tomando a Paula por la cintura—. Algunos de mis colegas han estado comentando que desde que volví a Chicago he estado distraído. Quiero que todos sepan que ha sido por la mejor de las razones. Me gustaría presentarles a mi adorable prometida, Paula Chaves.

Paula se sonrojó por el orgullo que pudo distinguirse en su voz y lo besó de nuevo. Todavía tenían que decidir cosas sobre sus vidas o dónde vivirían, pero lo único que realmente importaba era lo mucho que se amaban. Y eso era más que suficiente.


EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 58





Paula respiró hondo para tranquilizarse mientras se maquillaba. Llegaba tarde. La cena habría terminado para cuando llegara al salón de banquetes del hotel. 

Un accidente en la autopista había retrasado varias horas su llegada. Sacó su traje de noche, se lo puso y se miró fugazmente en el espejo. No estaba mal, pero todavía no sabía cómo iba a competir con animadoras y ex miss Illinois. Sus viejas inseguridades se apoderaron de ella por un momento y tomó aire, tratando de quitárselas de encima. Amaba a Pedro y sabía que él la quería. Había visto en sus ojos cómo la deseaba y cómo sentía la necesidad de besarla. También había visto que la miraba como si fuera la cosa más hermosa del mundo. Además, Pedro nunca le habría dicho que la amaba si no fuese verdad… le habían hecho tanto daño que no se tomaría el asunto a la ligera. Debería haber recordado eso antes de enviarlo de vuelta a Chicago sin ella.

—Es a mí a quien quiere —dijo levantando la barbilla.