miércoles, 12 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 40

 


Tal y como pensó Pedro le dijo que iba a pasar a ver a la esposa de su primo, y la dejó frente al cristal de la sala. Al bebé de Victor y Camila apenas se lo veía debajo de la mantita que lo cubría y el gorrito de rayas azules y amarillas que llevaba en la cabeza, pero desde luego era el más grande de todos. Había pesado casi cinco kilos, según le había dicho Pedro.


Una mujer rubia, de unos treinta años, se acercó también al cristal, y Paula se movió un poco para hacerle sitio.


–Es guapo, ¿eh? –dijo señalando hacia el bebé de Victor y Camila–. Y todo ese pelo rubio que tiene…


Paula ladeó la cabeza.


–¿Nos conocemos?


La mujer sonrió, y de pronto Paula reconoció el parecido con Pedro en sus facciones. Debía ser…


–Soy Clara, la prima de Pedro –dijo la mujer, confirmando su deducción. Te vi hablando con él cuando estaba sacando un café de la máquina. Mi hermano Victor es el padre del bebé.


Una cosa habría sido que Pedro la hubiera presentado a su familia, pero aquello resultaba, cuando menos, bastante incómodo.


–Ah, felicidades por tu nuevo sobrino, entonces.


–Gracias. Tenemos mucho que celebrar. Espero que vengas a la próxima reunión familiar –le dijo Carla mirándola a los ojos–. ¿Qué tal el viaje con Pedro y los niños? Son una monada, pero de vez en cuando también pueden ser un poco traviesos.


¿Pedro la había hablado a su familia de ella?


–Sí, bien, aunque una siempre se alegra de volver a casa, claro –respondió–. Y los gemelos ya están otra vez con su madre.


Paige asintió.


–Ya. Pamela es… –exhaló un suspiro–. En fin, Pamela es Pamela, y claro, es su madre. Pedro es un padre estupendo, y se merece tener a una buena mujer a su lado que lo quiera más que… en fin, ya sabes.


A Paula le parecía que no deberían estar hablando de aquello sin que Pedro estuviera delante.


–Bueno, yo no creo que esté en posición de juzgar… Paige se giró hacia ella y se quedó mirándola de un modo casi agresivo, como una leona que protege a sus cachorros.


–Sólo te estoy pidiendo que te portes bien con mi primo. Pamela le hizo mucho daño, y hay días en que me gustaría ir y ponerla verde, pero no lo hago porque quiero a esos niños, sean o no de nuestra sangre. Pero no querría ver que alguien vuelve a traicionarlo, así que por favor, si no vas en serio con él, te pediría que te alejaras lo antes posible de él.


¡Vaya! Paula no se había esperado aquello.


–No sé qué decir, excepto que creo que la lealtad que tienes hacia tu familia me parece admirable –murmuró.


Carla se mordió el labio, como avergonzada.


–Lo siento –se disculpó–. Debería cerrar la boca; estoy hablando de más y seguramente te estaré pareciendo muy grosera. Perdona, deben ser las hormonas: estoy embarazada. Además, es que me pongo furiosa cada vez que pienso en cómo utilizó Pamela a Pedro… y en cómo lo sigue utilizando –se le saltaron las lágrimas–. ¿Ves?


Carla sacó un pañuelo y se alejó, dejando a Paula patidifusa y confundida, pensando en lo que había dicho sobre que los niños fueran o no de su sangre. ¿Qué diablos…? ¿Significaba eso que Pamela había engañado a Pedro?


Pero si él había dicho que se habían divorciado antes incluso de que los gemelos naciesen… En fin, no era que una mujer embarazada no pudiese tener una aventura, aunque no podía imaginar… A menos que Pamela lo hubiese engañado antes de que se casasen y él no se hubiera enterado hasta más tarde.


La asaltó la horrible posibilidad de que los gemelos no fuesen en realidad hijos de Pedro. No, era imposible. Si así fuera Pedro se lo habría dicho. Además, aunque antes de conocerlo había dado por hecho que debía ser como todos esos ricos que no se preocupaban en lo más mínimo por sus hijos, había visto con sus propios ojos cómo los quería, y que trataba de pasar con ellos todo el tiempo que podía.


Además, si lo que sospechaba fuese cierto, ¿por qué no se lo iba a haber dicho? Bueno, no se conocían de hacía tanto, pero ella le había contado todo sobre su pasado. ¿Podía haberle estado ocultando él algo tan importante? Quería pensar que había malinterpretado las palabras de Carla.


En vez de elucubrar, lo mejor sería que le preguntase a Pedro cuando encontrase el momento para hacerlo. Probablemente se reirían por cómo había saltado a esas conclusiones.


Sus ojos se posaron en una familia que había en el otro extremo, mirando por el cristal de la sala. Había un abuelo y una abuela, con sus dos nietos en brazos para que vieran a su nuevo hermanito. Los vínculos familiares eran algo que no se rompía fácilmente.


Lo había visto esa mañana, cuando había visto a Pedro hablando por el ordenador con Pamela acerca de sus hijos. Sí, se había abierto una brecha entre ellos, pero aquello que los unía no se había roto del todo, y había notado incluso una cierta ternura. Si de verdad ella le había sido infiel y Pedro seguía tratándola con cariño a pesar de todo… Paula se quedó pensativa. Daba la impresión de que había asuntos pendientes entre ellos que no habían resuelto.


Puso una mano en el cristal, sintiendo que la melancolía la invadía. Le habría gustado tanto que su familia hubiese sido una familia de verdad… Le gustaría tanto formar su propia familia… Sabía lo que era sentirse como una extraña, alienada, y no quería seguir sintiéndose así.




FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 39

 


Pedro aceleró los motores del Cessna, y el aeroplano avanzó por la superficie del agua más y más rápido hasta que finalmente se elevaron.


Le habría encantado poder pasar unos días más con Paula allí, en Carolina del Norte, y volver a hacer el amor con ella en aquel descapotable, pero no había tiempo.


Tenía que reunirse con Pamela al día siguiente para acordar el nuevo calendario de visitas. Cada vez que tenían una de esas negociaciones con sus abogados lo pasaba fatal. Le preocupaba que Pamela sacara a relucir sus dudas de que no fuera el padre biológico de los niños y que le pidiera que se hiciese una prueba de paternidad. Quería a Baltazar y a Olivia con toda su alma, y lo aterraba que resultase no ser el padre y le retirasen la custodia.


¿Por qué no podía ser la vida más sencilla? Lo único que quería era disfrutar viendo crecer a sus hijos, como cualquier padre. Igual que su prima Carla estaba haciendo con sus hijas. Igual que su primo Victor y su esposa Camila, que acababan de tener otro hijo. Aquello le recordó que ni siquiera los había llamado para felicitarlos. Tenía que pasarse a visitarlos.


Y también tendría que presentarle al resto de la familia a Paula. La familia era muy importante para él.


–Me cuesta creer todo lo que hemos hecho desde esta mañana. Nos levantamos en Florida, volamos hasta Carolina del Sur, fuimos a Carolina del Norte a almorzar, y ahora volvemos a casa de nuevo.


–Y aún te debo una cena, aunque me parece que vamos a cenar un poco tarde.


–¿Podemos tomarla desnudos?


–Siempre y cuando estemos a solas, por mí perfecto.


Paula se rió.


–Pues claro que me refería a cenar a solas. No puedo negar que me ha encantado hacerlo en el descapotable, pero no soy una exhibicionista.


–Me alegra oír eso –respondió él mirándola de un modo posesivo–, porque nunca se me ha dado bien compartir con otros lo que me gusta.


Paula bajó la vista a la falda de su vestido y la alisó con la mano.


–Te agradezco que no me miraras como a un bicho raro cuando te hice esa confidencia en el restaurante.


–¿Cómo iba a mirarte como un bicho raro? Te admiro por cómo fuiste capaz de levantarte y devolverle a la vida los golpes después de lo que pasaste –replicó él.


–Gracias. No pienso dejar que nadie más me quite nada más, ni mis padres, ni mi ex.


–Ésa es exactamente la actitud a la que me refería.


–Ya, aunque aún hay veces que tengo miedo de volver a caer –dijo ella volviendo la cabeza hacia él–. No te imaginas el poder que puede tener sobre ti algo tan insignificante como un trozo de tarta de queso. Supongo que sonará raro, pero es verdad.


–Explícamelo –le pidió él.


Paula miró al frente, al cielo cuajado de estrellas.


–A veces, cuando tengo delante un trozo de tarta de queso lo miro y recuerdo lo que era cuando me moría por comerme uno pero empezaba a pensar cuántas calorías había tomado ya ese día, y cuántos largos tendría que hacer en la piscina para quemar las calorías de ese trozo de tarta. Y luego pensaba en lo decepcionada que se sentiría mi madre si me subía a la báscula la mañana siguiente y veía que había engordado quinientos gramos.


¿Qué? ¿Su madre la pesaba cada mañana? Se esforzó por escucharla sin dejar entrever sus emociones, aunque en realidad lo que quería hacer en ese momento era ir donde estaban sus padres y… Ni siquiera sabía lo que les haría. ¿Cómo habían podido hacerle aquello?


–Ojalá te hubiera conocido entonces para haber podido ayudarte.


Ella esbozó una débil sonrisa, puso una mano sobre su brazo y se lo apretó suavemente para darle las gracias.


De pronto a Pedro se le ocurrió dónde podía llevar a Paula.


–¿Sabes qué? –le dijo–. Creo que vamos a hacer otra parada antes de que te lleve a casa.


De todos los sitios a los que Paula había pensado que Pedro podría llevarla, el último que se le habría ocurrido era un hospital.


Cuando aterrizaron Pedro le dijo que quería ir a ver al hijo recién nacido de su primo Victor. A Paula se le había subido el corazón a la garganta al oír eso. ¡Un recién nacido!


Se notó las manos frías y sudorosas cuando se frotó los brazos con ellas. ¿Le estaba entrando pánico porque iban a ver a un recién nacido, o porque los hospitales le recordaban a la clínica en la que había estado ingresada? En ese momento tenía las emociones tan a flor de piel que no habría sabido responder a esa pregunta.


Se estaba comportando como una tonta. Ella ni siquiera iba a entrar; entraría Pedro solo y ella se quedaría esperándolo. Además probablemente no estarían allí mucho tiempo, y en cuanto estuvieran fuera del edificio sus fosas nasales quedarían libres de ese penetrante olor a antiséptico que flotaba en el ambiente.





FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 38

 


El cuerpo de su vestido había quedado arremolinado en torno a su cintura. Se desabrochó el sujetador, pero no apartó las copas. Al mirar a Pedro a los ojos vio en ellos deseo, pasión… y ternura. Sus grandes manos empujaron suavemente las de ella, y apartó las copas, dejando al descubierto sus pechos. Luego comenzó a acariciarlos del modo más sensual posible, y Paula se arqueó hacia él mientras sus manos se aferraban a la cinturilla de su pantalón y echaba la cabeza hacia atrás. El calor del sol sobre su piel desnuda era tan agradable como los besos y las caricias de Pedro.


Luego las manos de Pedro tomaron el dobladillo de la falda y la levantó muy despacio hasta dejar al descubierto las braguitas amarillas de encaje que llevaba y el ombligo. No pudo resistirse a acariciarlo mientras la besaba, y cuando deslizó un dedo dentro de sus braguitas, entre sus piernas, la encontró húmeda y dispuesta.


Paula se notaba temblorosa, pero Pedro le pasó un brazo por la cintura para sujetarla. Ella le desabrochó la camisa, la abrió, y se regaló la vista con su torso bronceado antes de recorrerlo con sus manos.


Inspiró profundamente, y sus fosas nasales se llenaron con el aroma del mar y del cuero de la tapicería del coche. Aquella mezcla era como un potente afrodisíaco.


–Quizá deberíamos pasarnos atrás para tener más sitio –apuntó.


–O podríamos quedarnos aquí y dejar el asiento de atrás para luego –propuso él.


A Paula le pareció una buena idea y casi ronroneó cuando le pasó una pierna por encima para colocarse a horcajadas sobre él. El volante detrás de ella no hacía sino mantenerla apretada contra él. Le desabrochó los pantalones, y como por arte de magia apareció un preservativo en la mano de Pedro. No sabía cómo ni cuándo había llegado allí, pero tampoco le importaba. Tan sólo se sentía agradecida por que fuera tan previsor.


Le rodeó el cuello con los brazos, y Pedro le puso las manos en la cintura para hacerla descender muy despacio sobre él. Paula sintió cómo su miembro la penetraba y se movía dentro de ella. ¿O era ella la que se estaba moviendo? Fuera como fuera las deliciosas sensaciones que la sacudían, como las olas del mar, iban in crescendo. Era todo tan erótico: el blando cuero del asiento que cedía bajo el peso de sus rodillas, el roce de los pantalones de Pedro bajo sus muslos…


Y luego estaba el impresionante paisaje que los rodeaba, el océano extendiéndose ante sus ojos, el cielo azul…


Pedro enredó las manos en sus cabellos mientras le decía jadeante cuánto la deseaba. Sus palabras la excitaron aún más, y Paula se dio cuenta de que ya no le importaba si tenía o no el control. Estaban compartiendo aquel momento, aquella experiencia tan increíble. Pronto, demasiado pronto, alcanzó el clímax y a su grito de placer le siguió el de él. El eco entrelazó sus voces en medio del rugir del océano, y Paula se derrumbó sobre el pecho de él, los dos sudorosos y sin aliento. Perfecto… había sido perfecto, se dijo Paula cerrando los ojos.