Durante los últimos días, cuando había pensado en no tenerlo cerca, en no ver su sonrisa ni sentir sus abrazos, Paula se había sentido vacía por dentro.
Pero sabía que lo superaría. No tenía elección.
–No he tenido hijos, pero considero a Pedro como si fuese hijo mío.
–Y él tiene mucha suerte de tenerla. Quiero que sepa que no tengo intención de hacerle daño.
–A veces hacemos daño a los demás aunque no queramos.
Paula estaba de acuerdo. Estaba segura de que su madre no había pretendido hacerle daño, pero se lo había hecho.
Elisa debió de creerla, porque sonrió y le dijo:
–¿Quiere que le enseñe yo la casa mientras vuelve Pedro?
–Me encantaría. Y gracias por las flores. ¿Son del jardín?
–Sí –respondió Elisa orgullosa–. Siempre me han encantado. Aunque, con los años, cada vez me cuesta más cuidarlas. Me duelen las rodillas al agacharme.
–Son preciosas –comentó Paula–. Algunas tienen colores que no había visto nunca antes.
–Vamos a verlas –le dijo Elisa, agarrándola del brazo.
Paula no sabía por qué, pero le parecía importante que el ama de llaves la aceptase. En realidad, era una tontería, porque después de aquel fin de semana no volvería a verla.
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Eran las nueve y media cuando Pedro y Claudio terminaron de trabajar en el despacho que había encima de los establos.
–Siento haberte entretenido tanto –se disculpó Claudio mientras Pedro cerraba el ordenador.
–Lo primero es el rancho –contestó este–. Ya lo sabes.
–La verdad es que tengo ganas de que vuelvas.
Los últimos meses no habían sido sencillos para Claudio que, a pesar de llevar cinco años trabajando en el rancho, no tenía experiencia como capataz. Pero la noche que Pedro había sorprendido a Mauro, el anterior capataz, con Alicia, le había dicho que hiciese las maletas y se marchase para siempre. Y Claudio le había parecido el mejor sustituto.
–Sé que has tenido mucha presión y quiero que sepas que has hecho muy buen trabajo –le dijo.
–Lo que Mauro te hizo… –comentó Claudio–. No debería contártelo, pero la noche que lo despediste, varios hombres lo siguieron hasta el pueblo y le dieron una buena lección.
Pedro hizo una mueca, sabía que tenía varios expresidiarios entre sus hombres, pero eran hombres leales. A él no le gustaba la violencia, pero no le extrañaba que hubiesen reaccionado así.
–Haré como si no lo supiera.
–Solo lo hicieron porque te respetan y porque, aunque todos sospechábamos lo que estaba pasando, ninguno te lo dijimos y después nos sentimos mal.
–Si te sirve de consuelo, no os habría creído. Me tenía atontado.
–Paula es muy guapa.
Pedro no pudo evitar sonreír.
–Sí.
Cada vez estaba más convencido de que no quería que su relación se terminase después de la gala. Sabía que una relación a distancia no sería fácil, pero ya se les ocurriría algo.
Eso, si Paula lo perdonaba por haberle mentido, claro.
–Me quedé muy sorprendido cuando me dijiste que ibas a traerla –añadió Claudio–. Hablamos bastante y no me habías dicho que estabas saliendo con nadie.
–Es que la conocí el viernes pasado.
Claudio arqueó las cejas.
–Llevo cinco años y medio trabajando aquí y, contando a Alicia, sólo has traído a tres mujeres. Así que Paula debe de ser muy especial.
–Nunca había conocido a nadie igual.
–Entonces, deberías decirle quién eres. No soy un experto, pero creo que una relación basada en mentiras tiene pocas probabilidades de salir bien.
–Lo tendré en mente –le contestó Pedro–. Ahora, tengo que volver con ella.
–Lo sé, vete –le dijo Claudio–. Por cierto, te sienta bien la barba. Deberías dejártela cuando volvieses.
–Qué gracia, Elisa me ha dicho que si no me la afeito en cuanto salga a la luz toda la verdad, me la afeitará ella con una navaja.
Claudio se echó a reír porque la creía capaz.
–Vete. Yo cerraré el despacho.
Pedro tomó el botellín de cerveza vacío y fue hacia la casa. Era completamente de noche. Había querido dar un paseo con Paula, pero ya no podría hacerlo hasta el día siguiente. Al menos, como los documentos y las yeguas estaban preparados, no tendría que levantarse al amanecer. También esperaba que la compra se realizase pronto y poder disfrutar del día con Paula cuanto antes. Entró en la casa e iba a subir al dormitorio cuando oyó voces en la cocina.
Se acercó y apoyó la oreja en la puerta. Elisa y Paula estaban hablando y riendo, y parecía que se llevaban bien.
Así que tenía tiempo para prepararle una sorpresa a Paula.
Sabía que esta jamás se creería que su jefe le dejaría utilizar su cama, pero seguro que no le parecía tan mal que usasen su bañera.
La que se va a armar cuando Pau descubra la mentira de Pedro.
ResponderBorrarEspero que Pedro se decida a decir la verdad pronto...
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