jueves, 16 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 46

 

El día pasó en una nebulosa. Paula fue a trabajar pronto para continuar redactando la propuesta que quería presentarle a Lara cuando volviera. Tenía numerosas ideas y por primera vez en su vida estaba ansiosa por llevar a cabo un proyecto y continuarlo hasta el final.


Al final de la tarde empezaron a llegar los primeros clientes, que ya eran habituales. Pedro llegó al anochecer, se acodó en un extremo de la barra y pidió un whisky.


Paula sintió su mirada clavada en ella, siguiendo cada uno de sus movimientos mientras atendía a los clientes, recogía vasos y charlaba con Isabel.


Parecía cansado y no pudo evitar preguntarse qué estaría pensando. Finalmente no pudo aguantar más, fue hasta él, lo tomó de la mano y lo condujo hasta el despacho. Tras indicarle que se sentara en el sofá, cerró la puerta con llave y volvió hacia él con los labios fruncidos en un gesto coqueto que no dejaba lugar a dudas. Al llegar delante, metió las manos por debajo de la falda y se quitó las bragas y se desabrochó la camisa para dejar a la vista el sujetador. Luego, sin mediar palabra, se sentó a horcajadas sobre él, acariciándole el rostro.


Él deslizó las manos por debajo de su falda.


–Me encanta que actúes así –dijo, y empezó a acariciarla–. Adoro tus jadeos y tus gemidos. 


–Deja que entre en ti –jadeó él, mirándola con expresión ardiente–. Necesito entrar en ti ahora mismo.


Ella le puso un preservativo, lo introdujo en su interior y empezó a mecerse lentamente mientras lo observaba. Cuando su mirada se nubló y la sensación se intensificó, aceleró el ritmo, contrayendo sus músculos para arrastrarlo con ella y anular su entendimiento, hasta que la atrapó con fuerza y hundió los dedos en su cabello y gimió su nombre al tiempo que alzaba las caderas para ir al encuentro de las de ella en un ritmo frenético que acompañó con un profundo beso. Y finalmente Paula sintió que estallaba en su interior.


–Deberías ir a casa a dormir –susurró ella entonces–. Mañana tienes mucho trabajo.


–No me iré sin ti.


Volvieron a casa en silencio. Se ducharon juntos y se acostaron para hacer el amor hasta el amanecer. Paula permaneció desvelada pero a gusto. Él la sujetaba contra su costado, profundamente dormido. De pronto abrió los ojos, la miró, miró el despertador y exclamó:

–¡Me he quedado dormido!




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 45

 

Pedro se levantó temprano y ella lo observó afeitarse y ducharse desde la cama. No habló y Paula supo que estaba concentrando en el caso que tenía que defender en el juzgado. Se vistió con un traje oscuro y camisa blanca. El apasionado y divertido amante de la noche desapareció tras un personaje solemne y serio.


Entonces la sorprendió volviéndose con una amplia sonrisa.


–Ven conmigo. Quiero enseñarte mi lugar de trabajo.


–¿Por qué? –preguntó ella, desconcertada.


–¿Por qué no? Te sentará bien el paseo.


Paula se levantó y trató de ignorar el brillo de deseo que vio en los ojos de Pedro mientras se vestía. Pedro sonrió:

–Siempre vas sin ropa interior.


–No, pero ya que te obedezco tengo que hacer algo que me haga sentir que un poco rebelde.


–Me lo imagino –dijo él, sonriendo.


Cuando entraron en el bufete Paula se sintió intimidada y pensó que todo el mundo la observaba.


–Pensarán que soy uno de tus clientes –comentó, avergonzándose de su aspecto desaliñado.


–Probablemente –respondió él, distraído.


Y sin más, le retiró el cabello de la cara, la aproximó hacia sí y le dio un beso apasionado.


–Ya no lo creen –dijo. Paula vio varios pares de ojos fijos en ellos con expresión sorprendida.


Pedro sonrió y fue junto a su equipo.


Paula dio media vuelta y casi chocó con Sara, que le dedicó una sonrisa falsa. Había sido testigo del beso.



NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 44

 

Te cuesta desconectar del trabajo


Cuando Paula volvió, Pedro estaba leyendo en el sofá.


–¿Has cenado? –preguntó él.


Paula negó con la cabeza y, al ver que la cocina estaba inmaculada, comentó:

–No, y tú tampoco.


–Pidamos una pizza –dijo él. Pero en lugar de tomar el teléfono, tiró de Paula, la abrazó y la besó–. A no ser que quieras otra cosa… –dijo, insinuante.


–Quiero gozar contigo y hacerte gozar –dijo ella–. Llama por la pizza. Ahora mismo vengo.


Pedro se fijó al instante en el sombrero de vaquero que llevaba en la mano cuando volvió.


–¿Pretendes que me vista de vaquero? –preguntó con una sonrisa de oreja a oreja.


–No. Soy yo quien va a montar –dijo ella.


–Pues sube a mi grupa, pequeña. Este pura sangre está deseando que lo domes.


–Te equivocas, prefiero que seas salvaje –Paula caminó hacia él con un provocativo movimiento de caderas–. ¿Alguna vez te has dejado llevar de verdad y perder el control?


–Creía haberlo hecho ayer por la noche.


–No fue bastante. ¿Alguna vez te has entregado tanto que has dejado de pensar?


–Si estuviera pensando no estaría aquí.


Paula sonrió porque sentía lo mismo.


–Baila conmigo –dijo. Él la tomó como si bailaran un vals y la hizo girar con destreza, pero Paula se separó de él y le reprendió con el dedo como si fuera un niño–. Sigues queriendo tener el control, Pedro, y voy a hacer que lo pierdas.


–Tú tampoco sabes ceder el control, Paula. Estás demasiado ocupada buscando respuestas agudas y siendo sarcástica. No quieres que nadie se acerque demasiado a ti. ¿Alguna vez cedes el control? ¿Alguna vez dejas de pensar? –dijo él, devolviéndole las preguntas.


–Cuando bailo.


–Muy bien. Entonces, baila para mí –dijo él con una sonrisa pícara.


Paula pasó la noche en brazos de Pedro, relajada, segura. El destino le había servido una copa envenenada proporcionándole el bienestar con un hombre que no estaba dispuesto a llenar su vacío emocional.