martes, 26 de marzo de 2019

EN APUROS: CAPITULO 26




—No quiere hablar conmigo y tampoco salir de su habitación —dijo Pedro bajando las escaleras con la cabeza gacha.


No se atrevía ni a mirar a Paula. Menudo SuperPapá estaba hecho… después de haber escrito decenas de artículos dando consejitos sobre cómo educar a los niños, ni siquiera era capaz de convencer a una cría de trece años para que saliera de su habitación.


—Es comprensible —dijo Paula—. La pobre estará muerta de vergüenza. A nadie le gusta quedar como una idiota delante del objeto de su adoración.


—¿Cómo dices? —Pedro no tenía la menor idea de a qué se refería.


—Me refiero a Flasher.


—¿Flasher? No me dirás que se ha quedado colada de alguien diez años mayor que ella.


—Suele pasar. ¿Qué vas a hacer ahora?


Pedro se sentía acorralado. ¿Qué podía hacer? 


Ninguno de los libros que había leído le servía de mucha ayuda en aquellas circunstancias. No podía llamar a Ana para pedirle ayuda… si llegaba a confesarle que su hija se había quedado prendada de un hombre diez años mayor que ella que, además, estaba viviendo en la casa, su hermana era muy capaz de volver en el primer vuelo.


—No sé cómo voy a poder ayudarla, la verdad. Ni siquiera soy capaz de manejar mi propia vida sentimental… No estoy preparado para esto, la pobrecilla necesitaría hablar con su madre… —Pedro se mordió la lengua. A punto había estado de meter la pata hasta el fondo—, en caso de que su madre viviera, claro —se corrigió inmediatamente.


—Si quieres, puedo hablar yo con ella, de mujer a mujer… —propuso Paula tímidamente, asiéndole por el brazo.


Pedro se la quedó mirando. Sus dedos, aunque frágiles y delicados, le transmitían ánimo y buenas vibraciones.


—¿Por qué no? La editora de la revista al rescate… Hay algo irónico en eso, si lo miras bien —intentó parecer despreocupado, pero estaba realmente angustiado por la situación—. A estas alturas, debes tener una opinión pésima de mí —reconoció tristemente.


—Nada de eso: se necesita mucho valor para reconocer los errores. Me pareces un hombre valiente y sincero, y te admiro, en serio —tras darle un último apretón en el brazo, se encaminó al cuarto de la adolescente.


¿Lo admiraba? A pesar de todas sus meteduras de pata, de lo mal que habían acabado todos sus intentos por aparecer ante sus ojos como el padre perfecto, ella había dicho que lo admiraba. ¿Dónde estaba la mujer dura y sarcástica que se había imaginado? ¿Acaso su plan para seducirla estaba teniendo un éxito inesperado? 


Si así era, paradójicamente no lograba alegrarse en absoluto.




EN APUROS: CAPITULO 25




Pedro abrió la lavadora, metió la ropa sucia y ajustó los botones para programarla. Ana estaría orgullosa de él. Solo le quedaba añadir el detergente, el suavizante y ponerla en marcha. 


Echó la cantidad indicada para una colada grande y añadió un poco más por si las moscas.


Flash. El fogonazo de la cámara le hizo parpadear.


—Eso que estás echando es detergente concentrado, supongo que lo sabes —le advirtió Flasher.


—Seguro que deja la ropa resplandeciente —se defendió.


—No hace falta que la impresiones con tus habilidades domésticas. Ya le gustas.


Pedro no pudo evitar un sobresalto… y ponerse un poco colorado. Antes de que pudiera salir de su estupor, Flasher aprovechó para sacarle una foto boquiabierto y como alelado.


—¡Vaya, vaya, vaya! Esto se está poniendo interesante —comentó Flasher antes de marcharse.


¿Interesante? Ese hombre tenía una imaginación desbordante… aunque, dado que era la mente creativa, quizá conviniera tenerlo en cuenta. De todas formas, tenía demasiadas cosas que hacer como para entretenerse con las fantasías de Flasher.


Para cuando terminó de limpiar la cocina, la lavadora había completado el ciclo. Entró en el lavadero con cierta aprensión, temiendo encontrar el suelo lleno de agua y espuma, así que no pudo reprimir un suspiro de alivio al ver que, aparentemente, las cosas habían ido como la seda.


—¿Quieres que te ayude a ponerlo en la secadora? —le preguntó Paula apoyándose en el umbral—. ¿O sigues enfadado conmigo?


—No sé a qué te refieres —replicó muy digno, aunque recordaba perfectamente lo que le había dicho. Lo único que le preocupaba era que el artículo quedara bien y les gustara a los lectores… y pensar que había sido tan ingenuo como para creer que se interesaba por él…


—Saliste de la cocina hecho una furia —le recordó.


—No, lo que pasa es que tengo muchas cosas que hacer —se defendió. Abrió la lavadora y se quedó atónito. La ropa no estaba impecable… a decir verdad todas las prendas tenían unos horribles manchurrones azules. Volvió a cerrarla, rezando para que Paula no se hubiese dado cuenta, pero temiendo que no había sido así, ya que podía sentir perfectamente su cálido aliento en la nuca.


—De verdad, no hace falta que me ayudes, prefiero hacerlo solo…


—¿Sí? ¿Y te importaría explicarme entonces qué ha pasado para que la ropa se haya puesto así? No parece blanca en absoluto…


—Es un blanco azulado —se defendió. De repente vio una camiseta azul oscuro en medio de la colada. ¿Quién había puesto esa maldita cosa entre la ropa blanca? Enfadado, cerró tan bruscamente que se pilló los dedos con la puerta.


—Será mejor que me vaya —dijo Paula—, ya veo que te las puedes apañar perfectamente.


¿A cuento de qué venía aquella ironía? Se estaba esforzando como un condenado en sacar adelante el trabajo de la casa, ¿es que no podía entenderlo? Con un gruñido volvió a rellenar el cajetín de detergente, añadiendo además una buena dosis de lejía.


Mientras la lavadora completaba otro ciclo, decidió emprender la limpieza de la casa. Sacó el aspirador del armario, era un armatoste ultramoderno, casi industrial, capaz según la propaganda de aspirar hasta la última mota de polvo. Se lo había regalado a Ana hacía unos meses. Lo enchufó en el salón, suponiendo que no le llevaría ni cinco minutos dejar la estancia impoluta.


—Si quieres, lo hago yo.


Pedro se dio la vuelta. Aquella voz era la de su sobrina Belen, e indudablemente aquella chica se parecía a Belen… ¡Y era Belen! Se había peinado el cabello en un moño alto, se había pintado con colorete y lápiz de labios y se había puesto un vestido que prácticamente no dejaba nada a la imaginación.


—¿De… de… de? —tartamudeó conmocionado
—¿De dónde has sacado ese vestido?


—Me lo compraste después del último artículo, ¿ya no te acuerdas?


Recordaba haberle dado dinero para que se fuera de compras, nada más. Jamás hubiera consentido en que se comprara un vestido tan atrevido como aquel.


—¿Lo ha visto tu madre?


—Ya no soy una niña —replicó muy digna mientras buscaba el enchufe para poner en marcha el aspirador—. Además, he venido a ayudarte: nosotros, los adultos, tenemos que hacernos cargo del trabajo.


—Estoy de acuerdo, y ahora, sé de una semiadulta que va a subir inmediatamente a su cuarto a ponerse algo decente —le amonestó Pedro terminante, sin dejarse impresionar por su cara de fastidio.


Pedro enchufó el aspirador, Belen apretó el interruptor e inmediatamente profirió un grito desgarrador. En menos de un segundo, se vieron envueltos en una nube de suciedad. 


Aquella maldita máquina, en vez de aspirar, estaba provocando una auténtica tormenta de polvo.


Belen se acuclilló en un rincón, sin dejar de gritar. La aspiradora vibraba con unos ruidos diabólicos. Cerrando los ojos y echándole valor, Pedro se acercó al centro del torbellino para intentar apagarla.


Alguien le tocó en el hombro. Por fin dio con el botón, y en cuanto lo apretó, la aspiradora se quedó inmóvil. Con mucho cuidado se quitó el polvo y la basura de la cara antes de atreverse a abrir los ojos. Cuando lo hizo, vio a Paula a su lado, temblando.


—No irás a decir que tampoco ahora quieres que te ayude…


Pedro contempló consternado el lamentable estado del salón. Parecía que lo único que podía hacerse era declararlo zona catastrófica. Los muebles, las lámparas, plantas y cortinas estaban cubiertos de una gruesa capa de polvo. 


En cuanto a la alfombra, parecía que había sufrido los efectos de una erupción volcánica.


Los niños llegaron corriendo y se quedaron clavados en el umbral, con una expresión de horror pintada en sus caras. Indudablemente, por un lado se estaban imaginando la reacción de Ana cuando viera aquel desastre, y, por otro, no podían por menos de sentir alivio al no haber sido ellos los responsables.


¿O sí lo habían sido? A Pedro le pareció notar cierto rastro de culpabilidad en su mirada…


—Madre mía, habrá que llamar a los bomberos… —dijo Flasher.


Paula asintió con la cabeza.


—Lo mejor sería avisar a una empresa de limpieza. Lo dejarán como nuevo en menos que canta un gallo.


—Me conformaría con que lo dejaran como estaba —gruñó Pedro—. Ahora mismo parece un cenicero gigante.


Tenía el amargo presentimiento de que los días que le quedaban iban a ser una dura prueba. 


Sus únicos consuelos eran la tierna mirada de Paula y la dulce presión de su mano sobre su hombro.


—¿Eso es lo único que os preocupa? —gritó Belen—. ¡Mirad cómo estoy yo!


—¡Dios mío! ¡Vaya cosita polvorienta! —rió Flasher disparando su cámara sin tregua.


Con un aullido, Belen salió de la estancia presa del furor. Dejando una estela de polvo, subió las escaleras en dos zancadas y se encerró en su habitación.




EN APUROS: CAPITULO 24





Belen y sus hermanos estaban sentados al pie de la escalera del sótano. Como no querían que les pillaran, no habían encendido la luz.


—Si quieres que te lo diga, a mí me parece que estaban enfadados —dijo Simon pesimista.


—Eso está bien. Solo te enfadas con las personas que de verdad te importan —replicó su hermana—. Confía en mí, el plan está saliendo a las mil maravillas.


—¿Qué pasará si ella se enfada de verdad y se marcha? —preguntó Kevin.


—¡Menuda pasada! —exclamó Simon.


—Si sigues con esa actitud, no conseguiremos que se casen, tonto. Seguiremos saliendo en esos estúpidos artículos hasta el fin de nuestros días —dijo Belen desdeñosa. Se apartó el pelo de la cara, intentando hacerse un rudimentario moño—. ¿Parezco mayor así peinada?


—Lo que parece es que te has puesto una fregona en la cabeza.


—Pues Flasher dice soy muy madura para mi edad, y muy fotogénica, además.


—¡Olvídate de Flasher! —exclamó Simon empezando a hartarse—. Tenemos que concentrarnos en nuestro plan, ¿no?


—Para variar, podríais ocuparos un rato vosotros solos de la estrategia, me parece a mí.


—Tendremos que hacerlo, si tú te empeñas en continuar en el mundo de la fantasía. Ya se me han ocurrido un par de ideas…


—Recuerda que Pedro no tiene que parecer un completo inútil —le advirtió Belen. En el fondo, no le preocupaba demasiado lo que fueran a hacer sus hermanos, no eran más que dos chiquillos, mientras que ella tenía en la cabeza planes verdaderamente ambiciosos.