jueves, 14 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 38





Pedro avanzó a pasos largos a través del vestíbulo y hacia los ascensores. Sam lo vio desde el mostrador de la recepción y se apresuró a alcanzarlo.


—Señor Alfonso…


—Ahora no, Sam, tengo prisa. —Pedro llamó al ascensor.


—Su padre está en camino.


—Lo sé.


Apretó de nuevo el botón del ascensor, frustrado por su lentitud.


—La otra suite ejecutiva del hotel está ocupada. ¿Su padre se quedará con usted?


La luz del ascensor se iluminó. Pedro se introdujo en el ascensor.


—Yo me encargo, Sam. No te preocupes.


El servicio de limpieza había borrado todas las huellas del desastre que Pedro había dejado antes de su corto viaje a Texas. Pedro se desvistió mientras caminaba, pero se aseguró de que toda su ropa quedara guardada en el armario, como un buen soltero. A los veinte minutos, estaba vestido de Armani de pies a cabeza, con el sombrero de cowboy perfectamente colocado sobre su cabeza y las botas bien lustradas. Su teléfono sonó mientras se estaba poniendo un reloj en la muñeca.


—¿Sí?


—Señor Alfonso, su padre y su hermana han llegado.


Pedro respiró profundamente. Había llegado el momento de las evasivas.


—¿Cuál de las salas de reuniones podemos utilizar? —preguntó.


—La de al lado de mi oficina —ofreció Sam.


—Estoy en camino.


No era que no le importara su padre. Amaba a ese hombre, pero era muy intenso a veces y por demás dominante.


Pedro entró en el vestíbulo, se encontró con una multitud y un caos organizado. Su padre estaba parado frente a Sam, que hablaba con rapidez y hacía gestos con las manos. 


Desde lejos, Hoaracio Alfonso era como un semáforo, alguien que demandaba atención. Con sus sesenta y cuatro años y sus cien kilos, podría haber pasado por un jugador de rugby jubilado. Tenía el pelo salpicado de canas, pero sus ojos eran vivaces y lo veían todo. Catalina se puso de pie a su lado, llevaba puesta una de sus ridículas minifaldas. 


Probablemente solo para hacerlo enojar. Le encantaba molestarlo y lo hacía de manera regular.


Al ver a Pedro, Horacio interrumpió su conversación con el gerente del hotel.


Pedro —lo llamó mientras se volvía.


Pedro le tendió la mano, que su padre sostuvo firmemente, luego le dio un abrazo.


—¿Por qué demonios te fuiste antes de que yo regresara a casa?


—Yo también me alegro de verte, papá.


Lo estaba, a pesar del mal momento. Alrededor del grupo, los botones se afanaban en ayudarles con sus maletas, Sam parecía dispuesto a aceptar cualquier tarea, y había media docena de hombres de traje que iban detrás del mayor de los Alfonso.


—Primero Acción de Gracias, ahora Navidad —Horacio gritó mientras se apartaba y empezaba a instruir a Sam para que le asignara una habitación a su chofer y sus asistentes.


Catalina se ubicó al lado de Pedro y se acercó a su oído para que solo él pudiera oírla.


—Te juro que no he dicho nada —susurró.


Pedro le palmeó el brazo y le sonrió.


—Su radar siempre ha sido más eficiente que cualquier antena parabólica.


Catalina se rio, echando la cabeza hacia atrás. Hubo un par de destellos en el vestíbulo. Pedro miró a su alrededor y se dio cuenta de que había un periodista con un fotógrafo a su lado.


—¿Qué hacen aquí? —le preguntó a su hermana.


—Vienen por ti.


Horacio volvió su atención a sus hijos.


—¿Por mí?


—He oído que hay una dama muy especial en tu vida, alguien que tal vez se una pronto a nuestra familia. —Horacio pronunció la última palabra muy lentamente, casi sonaba como una pregunta.


La sonrisa en el rostro de Pedro se transformó en una expresión de desagrado. No le gustaba la idea de que la prensa invadiera a tal punto su vida personal. Además, todavía tenía que proponerle matrimonio a Paula… una vez más.


—¿No me corresponde a mí decidir si quiero avisar a los medios? —le preguntó Pedro a su padre.


—Así que, ¿hay una futura señora Alfonso? —La sola idea de que Pedro se fuera a casar, evidentemente le agradaba al hombre. Era difícil estar enojado con él.


—Hay alguien —confirmó Pedro—. Pero prefiero no hablar de ello aquí, si no te importa.


Horacio sacó pecho como si acabara de ser padre de nuevo.


—Excelentes noticias —dijo—. ¿Cuándo la conoceremos?


—Siempre me acusas de estar muy expuesta, papá —lo rezongó Catalina—. ¿Podemos hacer esto en privado? No creo que Pedro quiera hablarlo aquí.


Pedro hizo un gesto hacia los ascensores.


—He ordenado que me envíen el almuerzo a la suite antes de la reunión. Hablemos allí arriba.


Distraer a su padre le tomó unos minutos más, pero mientras el hombre se dirigía hacia los ascensores, Pedro llamó a Sam con un gesto del dedo índice.


—Almuerzo para tres. El especial, sea lo que sea, una botella de Crown Royal y una botella de Chardonnay para la señorita Alfonso.


—¿Y la reunión? Su padre solicitó…


—Avisa a la cocina a toda prisa. Bajaremos en una hora —Pedro lo interrumpió y luego volvió a dirigir su atención a su familia—. Oh, Dios.



****


Damisn balanceaba los pies al borde de la silla mientras colocaba las bolitas plateadas de azúcar sobre su galleta. Si seguía tomándose tanto tiempo para adornar cada dulce, acabarían cerca de Pascua.


Mónica empujó la puerta de entrada cargando una montaña de ropa limpia. El complejo de apartamentos tenía sus propias lavadoras y secadoras, pero estaban fuera, a la vuelta del garaje. Paula la ayudó a sujetar la cesta para que pudiera cerrar la puerta.


—Hace frío ahí fuera —se quejó su hermana.


—Mejor frío que calor. No parece Navidad con 26 grados de temperatura.


Mónica hizo un gesto hacia Damy.


—¿Monet está creando una obra de arte?


—No lo ha heredado de mí. Yo las bañaría en azúcar glas, les espolvorearía esas cositas verdes y rojas encima y diría que ya están listas.


Mónica negó con la cabeza.


—¿Cuántas ha terminado?


—Dos.


—Necesitará estos últimos días antes de Navidad para terminar el trabajo.


Ambas comenzaron a doblar una prenda de ropa a la vez. Mónica cambió de canal y sintonizó las noticias de la tarde.


—¿Tienes idea de cuándo regresará Pedro?


—No estoy segura.


Paula dejó uno de los calcetines de Damy a un lado esperando que apareciera su pareja dentro de la pila.


—Ha dicho que necesitaba presentarse en el hotel.


—¿No tiene un horario fijo?


—No tengo ni idea. Cada vez que habla de su trabajo, actúa un poco raro.


—¿Raro? ¿Raro cómo?


—Le pregunté si tenía que trabajar hoy, y me dijo que en cierto modo. ¿Qué diablos significa eso? Tienes que trabajar o no tienes que trabajar. —Paula negó con la cabeza.


El siguiente calcetín que agarró era la pareja del anterior, así que los dobló juntos.


—Tal vez tenía que trabajar, pero fue a ver si se las podían arreglar sin él. Así podría pasar más tiempo aquí.


—Puede ser. Otra cosa, nunca me ha hablado de dónde vive.


Paula había pensado en ello cuando desapareció. No tenía ni idea de dónde buscarlo fuera del trabajo. Mónica agarró una camisa y apretó un extremo bajo el mentón para doblarla.


—Ahora que sois una pareja, te dará todos los detalles. Seguro que comenzaréis a pasar un poco de tiempo a solas en su casa. No puede ser muy relajado con Damy tan cerca de tu habitación.


Paula se echó a reír.


—Sin mencionar a mi hermana menor justo del otro lado de la puerta.


Mónica dejó caer la camisa en una pila y levantó ambas manos.


—Yo no he oído nada… en toda la noche. Ni a las dos ni a las seis de la mañana.


Paula se echó a reír, sabiendo que se ruborizaría. Le arrojó los calcetines doblados a su hermana y le golpeó el pecho.


—Mala.


—No soy yo la que ha estado despierta toda la noche —dijo Mónica, riendo.


Sentaba bien reírse con ganas.


—¿Mami?


—Sí, corazón.


—¿No es ese el tío Pedro? —Damian estaba apuntando al televisor—. Se ve gracioso vestido de esa manera.


Paula dirigió la mirada hacia el televisor. La sonrisa en su rostro estaba tan rígida que comenzaron a dolerle las mejillas. Esperaba ver a un hombre sexy con un sombrero de cowboy que se pareciera a Pedro. Lo que descubrió le robó todo el aliento de sus pulmones.


—Oh, Dios mío.


Mónica se recuperó rápidamente y subió el volumen del televisor.


—… Alfonso, el magnate multimillonario y su hijo, Pedro Alfonso, han llegado al Inland Empire para celebrar la creación de la empresa pionera de hoteles familiares de Pedro Alfonso y también, si se confirman los rumores, el anuncio del próximo enlace del propio Pedro Alfonso. Lo siento, señoras, pero parece que este codiciado soltero está a punto de ser retirado del mercado. Los rumores acerca de la identidad de la novia no han sido confirmados ni desmentidos.


Paula dejó caer la ropa y sintió que sus manos empezaban a temblar.


Pedro estaba de pie en el vestíbulo central del Alfonso con una mujer rubia y esbelta del brazo. Paula no podía ver el rostro de la mujer, pero quienquiera que fuese, Pedro estaba del brazo con ella y le sonreía con una mirada que solo podía ser calificada como amorosa.


«¿Multimillonario?». «¿Pedro?». El periodista dio a continuación una lista de nombres, algunos públicos, otros intrascendentes, que los medios consideraban posibles candidatas para ser la futura señora Alfonso. El nombre de Paula no estaba en la lista. Su mandíbula tembló y la sangre de su cabeza comenzó a bajar rápidamente hacia sus pies.


—¿Paula?



Dios, ¿cómo podía haber estado tan ciega? ¿Cómo podía haberla embaucado hasta el punto de no saber quién era Pedro en realidad?


—¿Paula?


El reportero pasó a otro tema, pero la imagen de Pedro parado en el vestíbulo de su hotel, abrazado a otra mujer y disfrutando de ser el centro de atención al lado de su padre multimillonario quedaría grabada en su mente para siempre.


«Me ha mentido».


—Mamá, ¿estás bien?


—Paula, siéntate o te vas a desmayar.


Mónica la llevó del brazo y la ayudó a sentarse en el sofá.


—Me ha mentido —susurró. Paula cruzó la mirada de Mónica y vio su propia confusión reflejada en los ojos de su hermana—. Ha mentido, Mónica. ¿Por qué lo haría?


—No lo sé. Estoy segura de que hay una explicación.


—No. Tú lo has visto. ¿Quién era esa mujer que estaba del brazo con él? ¿Su futura esposa?


Pedro sabía que ella no aceptaría casarse con un soñador. 


¿Había planeado todo el tiempo proponérselo y luego recordarle que ella no había aceptado? ¿Y para qué? ¿Quería seguir teniendo una aventura con ella después de casarse con alguien de su círculo? La mujer a su lado estaba vestida para seducir.


—No lo sé. Estoy segura de que hay algo que no sabemos, Paula.


Paula inspiró rápidamente por la nariz varias veces. Los músculos de su pecho comenzaron a contraerse y empezó a dolerle la cabeza.


—Me tengo que ir —dijo Paula.


Se paró y fue en busca de su bolso—. Su único pensamiento era enfrentarse a Pedro. Sorprenderlo como él la había sorprendido.


—Paula, no te apresures. Tú le importas a Pedro.


Se rio sin ganas.


—¡Claro!


Paula encontró el bolso y sacó las llaves de allí.


—Mami, ¿qué pasa? —gritó Damian.


Pedro no solo le estaba haciendo daño a ella. Damian también lo quería.


—Nada, mi niño. Solo quédate aquí con la tía Mónica. Volveré pronto.


¡Cómo se atrevía Pedro a hacerles esto a ellos!


—Paula, detente y piensa en lo que estás haciendo.


—¿Detente y piensa? Mónica, ¿acabas de ver lo mismo que yo? Pedro nos ha mentido. A todos nosotros. Desde el primer día.


¿Cómo podía ser tan estúpida?


—Quédate con Damy.


Paula salió del apartamento con Mónica gritando detrás de ella:
—¡Tal vez tenía una razón!


Ninguna razón sería suficiente.


La ira, en forma de calor, le hacía estragos en las venas. 


Paula se dijo a sí misma que debía calmarse para poder conducir. Obligó a su pie a mantenerse lejos del acelerador y respetó los límites de velocidad.



Pedro Alfonso. Quería gritar y darle un puñetazo en el pecho. Alfonso. Se había hecho pasar por un camarero en el restaurante, ¿para qué?, ¿para ganar su confianza? La confianza de una mujer a la que le mentía día tras día.


¿Cómo podía abrazarla, hacer el amor con ella…, prometerle un mañana, cuando planeaba estar con otra persona? No había repetido su propuesta ayer por la noche. 


Ahora Paula sabía por qué. Él planeaba que ella no fuera nada más que una distracción. Una excursión a la parte barata de la ciudad.


—Codiciado soltero —murmuró mientras buscaba la entrada del hotel.


Paula estacionó el auto junto al encargado y se bajó de un salto.


El hombre que estaba allí le tendió la mano para pedirle sus llaves.


—No me voy a quedar —le dijo mientras se alejaba de él a toda velocidad.


—No puede aparcar aquí —le gritó.


Paula no le hizo caso y entró en el vestíbulo. El hotel que era propiedad de Pedro. Su mandíbula se tensó y las uñas se le clavaron en la piel cuando apretó los puños.


—Señora, usted no puede dejar el auto en la rotonda.


El encargado tuvo que correr detrás de ella para poder alcanzarla.


En la recepción, Paula pasó de largo delante de un cliente que estaba esperando.


—¿Dónde está Pedro Alfonso?


—Disculpe —dijo el cliente que estaba frente al mostrador.


—Si puede esperar un minuto.


—¿Dónde está? —Paula alzó la voz—. Es urgente.


Trató de calmarse, pero todo su cuerpo se estremeció. Ahora sabía lo que sentía un dragón justo antes de soltar fuego por la boca.


—Está en una reunión, señorita. Deme su nombre.


—¿Dónde?


La recepcionista miró por encima del hombro de Paula, revelando el lugar donde Pedro mantenía la reunión. Al otro lado del vestíbulo, bajo un arco, se indicaba el sitio de una sala de conferencias.


Paula se dio la vuelta y comenzó a marchar hacia el hombre que conocía como Pedro. «Bastardo mentiroso».


—¡No puede entrar ahí!


«Pues lo estoy haciendo».






NO EXACTAMENTE: CAPITULO 37





Se comieron el estofado que había preparado y se rieron cuando Damian comenzó a sacudir los regalos al pie del árbol.


—Esto tiene que ser ropa. —Damy frunció el ceño.


—¿Por qué lo dices? —preguntó Pedro.


—Porque no hace ruido y no es muy pesado. —Damian soltó el paquete bajo el árbol y levantó uno de los que había traído Pedro.


—Silencioso y liviano, sí, debe de ser ropa —estuvo de acuerdo Pedro.


—Este —gritó, levantando un hermoso paquete por encima de su cabeza— es un juguete—. No es pesado, pero suena a piezas de plástico dando vueltas por ahí.


Paula tomó la mano de Pedro por encima de la mesa y le sonrió a Mónica.


—¿Cómo sabes que son de plástico?


Damian cerró los ojos y demostró cuán en serio se tomaba el asunto de sacudir los regalos.


—Tengo cinco años. Todos mis juguetes son de plástico.


Pedro le apretó la mano mientras hablaba con su hijo.


—Entonces, Damy, ¿qué es lo que de verdad, de verdad quieres para Navidad?


—Quiero una bicicleta.


Paula lo había visto venir. Era lo único que había pedido. La que ella había escondido en una caja en su dormitorio requería que Santa Claus hiciera un serio trabajo de montaje después de que Damy se fuera a dormir.


—Pero ¿sabes qué sería mejor que una bicicleta? —preguntó.


Oh, no. Ella no sabía que quería otra cosa más. Su carta a Santa, la que escribió el día después de Acción de Gracias, decía una bicicleta. Una bicicleta roja del doble de tamaño de la que tenía ahora.


—¿Qué cosa, chiquitín? —preguntó Paula.


—Quiero una casa en la que tengamos un camino y un lugar para andar en bicicleta. Así, la tía Mónica tendría su propia habitación y no necesitaría dormir aquí. Y mamá podría estacionar su auto nuevo en un garaje. —Damy se puso de pie de un salto—. ¿Has visto el auto nuevo? —le preguntó a Pedro.


—No. —Pedro le ofreció una sonrisa a Paula.


—¡Por Dios! Con tantas emociones, se me ha olvidado por completo contarte lo que pasó.


El pulgar de Pedro comenzó a acariciar el suyo mientras esperaba pacientemente su explicación.


—Después de que te fueras, me llamaron del concesionario de Toyota. Hubo una especie de incendio en el garaje que destruyó mi auto.


—¿En serio? —preguntó Pedro, sin dejar de sonreír.


—Eso fue lo que me dijeron. El concesionario me ofreció elegir un auto nuevo para compensar la pérdida. ¿Puedes creerlo?


Pedro inclinó la cabeza hacia un lado. Algo en la forma en que la miraba la hizo detenerse. Mónica se puso de pie y levantó algunos platos de la mesa.


—Todavía estoy esperando que llamen para decir que todo fue un gran error.


—No sé, Mónica. Los concesionarios odian que los demanden —explicó Pedro, desviando la mirada hacia Mónica.


—Eso fue lo que le dije yo —apuntó Paula.


—No me lo trago —replicó Mónica.


—¿Qué elegiste? —preguntó Pedro, cambiando de tema.


—Mamá eligió el auto más genial. Tiene televisores en el asiento trasero, y la voz de una señora que nos indica el camino si estamos perdidos. Es épico.


Damian tomó de la mano a Pedro.


—Vamos, tienes que verlo.


Paula le echó una mirada de compasión a Pedro cuando Damian lo obligó a pararse.


—Me encantaría verlo.


—Traeré las llaves.


Paula se paró, fue a buscar su bolso, que estaba junto a la puerta, y comenzó a revolverlo en busca de las llaves.


—Sabes… ¿Por qué no vamos a tomar un helado? —sugirió Pedro—. Así, tu mamá me puede llevar a dar un paseo en su auto nuevo.


—¿Podemos, mamá?


—Claro, por qué no. ¿Quieres venir, Mónica? —Paula se volvió hacia su hermana, que estaba lavando los platos.


—Id vosotros. Voy a terminar de limpiar todo este lío.


Afuera, el sol se había puesto y el viento congelaba el aire. 


El edificio tenía garaje, pero solo una cochera por apartamento y Mónica estacionaba allí su auto. Paula usó el control remoto para abrir el vehículo.


—Todavía no puedo creer que sea mío. Me siento un poco como si hubiera ganado la lotería sin ni siquiera jugar.


Pedro la rodeó con el brazo y lo apoyó en su hombro mientras se dirigían hacia el auto.


—A veces las cosas buenas realmente llegan a aquellos que lo merecen.


Parados ante el auto, Damian abrió la puerta trasera y se metió dentro de un salto.


—Mira, Pedro. Televisión.


—Reproductor de DVD —le dijo Paula a Pedro mientras pasaba la mano por el marco de la puerta que Damy había abierto.


Pedro se inclinó sobre Damian para mirar dentro y comenzó a hacerle cosquillas.


—Perfecto para viajes largos.


—Eso es lo que dijo el vendedor. Yo nunca pensé que tendría un auto como este.


—¿Es seguro? —preguntó Pedro.


—Tiene una puntuación decente en las pruebas de choque. El rendimiento de la gasolina es fantástico.


Pedro le dio la vuelta al auto y abrió el capó.


—¿Cuatro cilindros?


—Eficaz en el consumo de combustible.


—Creo que es una excelente elección —dijo Pedro, inclinado sobre el capó.


Por primera vez desde que había conducido en él hasta su casa, Paula sentía que podría disfrutar del auto. Sin Pedro, todo le había parecido un poco más gris. Pedro cerró el capó.


—¿Quieres llevarme a dar una vuelta?


Damian ya estaba en su asiento con el cinturón de seguridad. Después del helado, dieron algunas vueltas para mirar las luces de Navidad hasta que Damian empezó a cabecear en la parte de atrás. Pedro la miró cuando doblaron por la calle que llevaba a su apartamento.


—Es bueno verte con cosas nuevas —dijo—. Tu sonrisa resplandece un poco más.


Demonios, no quería que él pensara que ella necesitaba que le diera esas cosas. Juntos encontrarían la manera de pagar las cuentas y hacer que todo funcionara.


—Es solo un auto, Pedro. Sonrío porque lo estoy compartiendo contigo.


—Damy parecía dispuesto a pedirle a Santa Claus un garaje para estacionarlo.


—No se da cuenta de lo que pide cuando dice que quiere una casa por Navidad. Creo que vio la película Milagro en la ciudad.


—Los niños sueñan un poco más a lo grande que los adultos. Creo que es parte de la inocencia. —Ella estuvo de acuerdo.


—Los adultos saben que hacer realidad los sueños es un trabajo duro. Los niños piensan que todo lo que tienen que hacer es pedirle un deseo a una estrella fugaz.


Paula se detuvo en su plaza de estacionamiento y apagó el motor.


—¿Bien, qué te parece? —le preguntó acariciando el volante.


—Creo que es perfecto.


Luego Pedro se inclinó y le dio un beso. Dulce y breve, pero muy agradable.


—Creo que hay que seguir pidiendo deseos a las estrellas fugaces —susurró con una sonrisa.


Paula vio cómo brillaban sus ojos grises y no pudo dejar de pensar que parecían estrellas.


—Vamos —dijo él tras apartarse—. Vamos a meter a Damy en la cama. Y después te meteré a ti en la cama.


Ella salió del asiento del conductor. Ese sí que era un plan perfecto.


Pedro y Paula pasaron la noche haciendo el amor, recuperando el tiempo que habían perdido. Por la mañana, Pedro estaba dispuesto a separarse de ella durante algunas horas. Necesitaba un plan sin fisuras para explicarle su engaño. Jugó con varias palabras en su cabeza, tratando de decirlo de una manera que no la hiciera sentir engañada.


Cuanto más reflexionaba sobre cómo encararlo, más comprendía que ella se enojaría. Claro, él también se enfadaría si estuviera en su lugar. Necesitaba un consejo femenino. Pedro necesitaba hablar con su hermana pequeña.


Se escurrió por detrás de Paula mientras ella reunía los ingredientes para hacer unas galletas. Le dio un beso a un lado del cuello.


—¿Galletas de Navidad? —preguntó, con una mano en su cintura y la otra con un dedo en el cuenco pegajoso para robarle un poquito de masa. Se lamió el dedo y saboreó la mezcla de las galletas.


—Las mejores.


—Ya veremos. Las galletas con pepitas de chocolate a mí me encantan. —Paula se echó a reír y le golpeó la mano cuando intentó robarle un nuevo bocado.


—Los moldes de galletas no van bien con pepitas de chocolate y no se las puede cubrir con un baño de azúcar.


—Mmm, galletas con pepitas de chocolate y baño de azúcar. Excelente idea.


Ella se rio y tomó una cuchara para revolver la mezcla.


—Odio tener que decir esto —Pedro giró a Paula hasta que estuvieron cara a cara—. Pero debo ir a hacer unas gestiones y presentarme en el hotel.


—¿Tienes que trabajar hoy? —Se limpió las manos con un paño y lo puso a un lado.


—En cierto modo.


—¿Qué significa eso? —le preguntó con una sonrisa.


—Te lo explicaré más tarde —dijo, evitando la mentira.


Ir al hotel y trabajar estaba en su agenda, pero no exactamente como pensaba Paula.


—Guardaremos un poco de glaseado para que hagas tus propias galletas —añadió Paula.


Pedro miró a Damian, que estaba jugando a un juego de mesa con Mónica en la sala de estar, y luego se inclinó para besar a Paula. Sus labios se deslizaron sobre los de él en una suave caricia. Tan cálida. Ya no podía esperar más para ponerle un anillo en el dedo y reclamarla para sí. Puso fin al beso y la apretó contra su cuerpo antes de alejarse.


—Volveré —prometió.


—Más te vale —lo reprendió en broma.


Pedro le dio la vuelta a la encimera y saludó con la mano a los demás.


—Te veré luego, Damy.


—¿Te vas? —dijo levantando la cabeza.


—Tengo que hacer unas cosas.


Damian se puso de pie y corrió a abrazarlo. Había algo en la imagen de ese niño lanzándose a los brazos de Pedro que hacía que todo valiera la pena. Pedro le besó la cabeza.


—Hasta luego, compañero.


—Hasta luego, tío Pedro —lo imitó Damy.


Pedro abrió la puerta y lanzó una mirada a Paula. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo y su delantal se encontraba cubierto de harina. Estaba sonriendo, incluso antes de levantar la vista y sorprenderlo mirándola. No quería echar a perder todo eso. Una vez fuera, encendió su teléfono y vio que había recibido un mensaje.


Pedro, maldita sea, ¿dónde estás? —Era Catalina—. Oh, no importa. Escucha, papá llegó a casa muy contrariado al no verte. Él y Beth empezaron a hablar; como yo no quería decir nada, enseguida se dieron cuenta de que hay una mujer involucrada. Una que te interesa de verdad. Te juro que no he dicho nada. Él está en camino. Los dos vamos para ahí. Voy a tratar de detenerlo hasta que resuelvas tus asuntos con Paula. Estás resolviendo tus asuntos con Paula, ¿verdad? Ah, y dijo algo acerca de reunirse con el contratista del nuevo proyecto mientras esté ahí. Ha estado en el teléfono ladrando órdenes durante la última hora. De todos modos, considérate advertido.


Pedro apagó el teléfono y se metió de un salto en la camioneta. Con un poco de suerte, llegaría a tiempo al hotel y podría ponerse presentable antes de que su padre invadiera el lugar. Horacio Alfonso lo hacía todo a la manera de Texas. ¡A lo grande!