viernes, 31 de agosto de 2018

PERSUASIÓN : CAPITULO 9




La tarde se le fue ocupándose de todos los detalles que debía atender antes de ausentarse de su apartamento por un período relativamente prolongado. Una vecina accedió a recoger su correo, un estudiante de la universidad aceptó con entusiasmo el contenido del refrigerador. Se comunicó con sus amigos, canceló citas y preparó su equipaje.


Cuando hubo hecho todo eso y todavía le quedaba un poco de tiempo, Paula se regaló con un largo baño de inmersión en burbujeante agua caliente y pensó en lo que podía ser realmente Alan Alfonso. Viejo, decidió, recordado el intento de describirlo que había hecho Marcia. Por lo menos lo bastante viejo para tener nietos a quienes les gustaba tenerlo cerca para que les contara cuentos. Pero sus ojos serían vivos y penetrantes de acuerdo a su fértil imaginación. Debía de ser un poco regordete, con nariz pequeña y pelo blanco... una melena de pelo blanco. ¡Y barba! 


Súbitamente, Paula empezó a reír tontamente. 


¡Parecía que estuviera describiendo a Santa Claus! Entonces sus risitas aumentaron porque su mente dio un salto. Porque si Alan Alfonso era Santa Claus, ¿ella qué sería? ¿Un gnomo? 


¡Por alguna razón, no podía verse a sí misma en ese papel! A ella le gustaba la variación; de no ser así, no trabajaría en una agencia de empleos temporarios. ¿Pero un gnomo?




PERSUASIÓN : CAPITULO 8




Marcia estaba hablando por teléfono cuando Paula entra en la oficina al día siguiente, temprano. Alzó la vista, con un gesto le indicó que se sentara y volvió a dedicar toda su atención a la conversación que mantenía. Paula se sentó frente a ella y pareció no poder reprimir una furtiva mirada con que recorrió la superficie del escritorio esperando ver una colección de papelitos rosados. No vio ninguno y se sintió a la vez aliviada y decepcionada.


Cuando por fin Marcia terminó de hablar por teléfono, se tomó otro momento para anotar un ayuda memoria en su calendario, y después levantó la vista y dijo con vivacidad:
—¡Paula! Justamente la persona que quería ver.


Los labios de Paula se crisparon en una sonrisa cargada de experiencia.


—¿Sí? —dijo, mientras su faceta pesimista pensaba que los papelitos rosados con anotaciones de llamadas telefónicas debían de ser tantos que Marcia se había visto obligada a guardarlos en un cajón.


Marcia se inclinó hacia adelante, con su vientre plano apoyado contra el escritorio y los brazos descansando sobre la superficie del mismo.


—Sí. Tengo un trabajo para ti... muy especial.


Paula parpadeó. No era eso lo que esperaba oír, exactamente. Su amor propio recibió un merecido balde de agua fría y su faceta más sensata se sintió complacida.


—¿Un trabajo? —preguntó.


Paula se echó a reír.


—Sí, no te sorprendas tanto. En ese negocio estamos. "Stanley Temporaries", ¿recuerdas?


Un intenso rubor subió a las mejillas de Paula.


—Claro que lo recuerdo. ¿Qué es? — ¡Estaba comportándose en forma ridícula! Y eso tenía que terminar. Con determinación, recobró su compostura profesional.


—Una verdadera golosina. —Marcia revolvió varias hojas de papel hasta que encontró la que necesitaba.— ¿El nombre Alan Alfonso te dice algo?


Paula frunció el entrecejo.


—No. ¿Por qué?


Paula frunció los labios.


—Piénsalo un minuto. Si tuvieras hijos lo recordarías en seguida.


El ceño de Paula se acentuó.


—Libros —dijo Marcia para ayudarla—. Para nombrar sólo algunos: The Suver Tree, Small Time, The Duncan Trial, y el último... Morgan's Mile.


El ceño de Paula se relajó al instante.


—¡Oh! ¡Recuerdo el último! Tú me lo mostraste hace unas semanas. Lo habías comprado para el cumpleaños de tu sobrino.


—¡Eso es! —dijo Marcia.


—Y Alan Alfonso lo escribió, ¿verdad?


—Adivinaste, querida.


—Pero —Paula seguía confundida—...¿eso qué tiene que ver conmigo? Quiero decir... yo no tengo hijos, o sobrinos o sobrinas...


—No... —Paula pensó un momento.— Pero tú eres una secretaria.


Paula frunció otra vez el ceño.


—Sigo sin entender.


Marcia levantó las manos, enlazó los dedos y apoyó en ellos el mentón.


Pedro Alfonso es uno de los mejores escritores en su campo, si no el mejor. Ha ganado toda clase de premios. —Hizo una pausa para lograr suspenso.— Y se encuentra en la región de Houston y necesita una secretaria. ¡Tú!


Paula la miró sin comprender.


—Tú. —Marcia volvió a apoyarse en el respaldo de su sillón.— El es oriundo de aquí, sabes. Hijo del lugar... y todo eso. Ahora tiene su hogar en California, pero ha regresado a Texas por seis meses para visitar a sus parientes... por lo menos eso es lo que dice su agente. —Miró nuevamente la carta.— También dice que Alan Alfonso tuvo referencias de nuestros servicios por un amigo y preguntó específicamente por ti. En eso se mostró inflexible. Solamente tú. —Marcia alzó la vista, con expresión perpleja pero también divertida.— Debiste de causarle muy buena impresión a alguien.


Paula abrió grandes los ojos.


—Dios mío —dijo débilmente.


Marcia sonrió.


—Siempre supe que eras la mejor secretaria de mi lista... y esto lo demuestra. Ahora escucha hasta que oigas lo que él está dispuesto a pagar.  —Nombró una suma que a Paula la dejó sin habla.— ¡Caray! Y llega en un momento en que más lo necesitamos.


Marcia no tuvo que explicar qué quiso decir. Paula lo sabía demasiado bien. El aflujo de gente a la región de Houston había tenido un efecto adverso sobre su negocio. En una época no muy lejana, una buena secretaria podía pedir lo que quisiera, pero ya no era así. Millares de gente estaban llegando al sur desde los estados del norte, con Houston como Meca Dorada... y la competencia por los puestos de secretaria se había vuelto feroz. Por no mencionar los servicios temporarios. "Stanley Temporaries" todavía no iba a cerrar pues aún había mucho trabajo, pero no podían permitirse rechazar una oportunidad como la que les ofrecía Alan Alfonso.


—¿Cuándo quiere él que yo empiece? —preguntó Paula, con voz pasmada hasta para sus propios oídos.


—Ayer, como todos —respondió Marcia secamente—. Ahora, hay una condición... tienes que quedarte a vivir allí.


—¡A vivir! ¡Pero yo no acostumbro!


Marcia lanzó un largo suspiro de sufrimiento.


—Paula, hay veces en que podría estrangularte. Sé que tienes una regla contra quedarte a pasar la noche en la casa de un cliente, pero, y lo repito, este caso es diferente. Si Alan Alfonso quisiera que tú trabajaras en la luna ¡yo llamaría a la NASA y reservaría un lugar para ti en el próximo taxi espacial!


Paula sonrió ácidamente y murmuró:
—Gracias. —En seguida, añadió: — Sólo que el taxi espacial no va a la luna.


Marcia lanzó otro largo suspiro de sufrimiento y dio varios golpecitos a la carta.


—Esto dice expresamente que él quiere que vivas en la casa. Probablemente tenga algo que ver con el temperamento artístico.


—Sólo puedo tener esa esperanza... puesto que parece que tendré que hacerlo.


Una sonrisa retozona asomó a los labios de Marcia.


—¿Qué ocurre? ¿No te atrae la posibilidad de divertirte un poquito con un escritor mundialmente famoso? —En seguida, al ver la expresión apabullada de Paula, estalló en carcajadas.— Sólo estaba bromeando. Con toda probabilidad Alan Alfonso es un viejito con vista mala y que se asusta de su propia sombra. Pero aun si no lo fuera, no creo que habrá ninguna dificultad. Probablemente, tiene que ser extremadamente cuidadoso de su reputación, y sé que nunca he oído nada especialmente escabroso sobre él.


Paula respondió con voz serena:
—En su época, Atila el huno puede no haber tenido mala prensa, si lo pensamos bien.


Marcia empezó a reír.


—Paula, eres un tesoro. —En seguida se puso seria y dijo:— Ahora vete a tu casa, empaca una maleta y diles a tus amistades que estarás fuera de circulación por el próximo par de semanas. —Cuando Paula aspiró silenciosamente como para hablar, Marcia levantó una ceja que silenció la protesta.— Y llámame alrededor de las cinco, pues para entonces seguramente habré podido comunicarme con el agente y tendré la dirección de Alan Alfonso. ¿De acuerdo?


Paula vaciló unos segundos, luchando con su conciencia. ¿Tanto significaba para ella aceptar esto? Iba contra la decisión que había tomado al iniciarse en esta actividad... a veces los contactos muy estrechos llevaban a otro tipo de contactos... que eran lo último que ella quería en aquel entonces, ¡y que tampoco quería ahora! 


Pero Marcia había hecho tanto por ella, siempre buscándole empleos interesantes, jamás preguntándole demasiadas cosas sobre su vida personal pese a que llevaban cuatro años como amigas.


Y por Dios... el hombre era un escritor de libros para niños. Paula asintió rápidamente con la cabeza y se puso de pie. Por lo menos, un problema sería solucionado. Cuando regresara dentro de dos semanas, quizá Pedro habría dejado de llamar por teléfono.


Y ese pensamiento despertó su curiosidad.


—Ejem... Marcia... ¿Ese... hombre... no volvió a llamar?


¡Bueno! Ahora se sentía como una completa idiota... y además, hipócrita.


Marcia levantó la vista de la nota que había empezado a escribir y sus anteojos, como siempre, se deslizaron sobre su nariz hasta quedar en la posición que ocupaban habitualmente.


—¿Qué hombre?


Paula se encogió de hombros, sintiéndose incómoda y maldiciéndose ella misma y a Brian por su estúpida conducta.


—Ya sabes, el que llamó la semana pasada. El...


No pudo seguir porque Marcia la interrumpió.


—¿Aquel de la voz grave y sexy?


Paula asintió en silencio.


—Sí, llamó. Pero reboté. Estaba interesado solamente en ti. —jugó distraídamente con el lápiz que tenía entre los dedos.— Pero todo fue bastante extraño, porque cuando le dije que estarías ausente toda la semana en otro trabajo, en seguida pareció renunciar. De todos modos, no volvió a llamar.


Una vez más Paula se sintió presa de dos emociones muy diferentes: alivio porque el hombre había renunciado, y decepción por el mismo motivo. Parecía que él era exactamente igual a todos los otros hombres que había conocido en su vida. Decían una cosa y hacían otra. Fingían ser algo, alguien, y resultaban ser otros... y todos tenían la constancia de un caballo de carreras en medio de una manada de yeguas.


Cuando Paula salió de sus cavilaciones vio que Marcia la estaba observando con una expresión intrigada en sus ojos marrones. Se recobró rápidamente y dijo, en tono satisfecho:
—Bueno, personalmente creo que ese tipo estaba bastante chiflado.


Marcia lanzó un fuerte suspiro.


—¡Ah, esa clase de chifladura!


Paula le dirigió a su amiga una mirada de simpatía y murmuró secamente:
—Te veré dentro de dos semanas. 


En seguida salió de la oficina.



PERSUASIÓN : CAPITULO 7




Las horas del fin de semana parecían arrastrarse eternamente. Quizá porque estaba lloviendo, quizá a causa de la depresión que había descendido sobre ella el viernes, cuando recordó las luminosas esperanzas que había abrigado en las primeras semanas de su matrimonio. Paula no lo sabía, pero una nueva inquietud se apoderó de ella y ahora sentíase casi feliz de ver el comienzo de otra semana. 


Quizá, con algo de suerte, Marcia tendría para ella un trabajo realmente interesante, uno que la distrajera, que apartara su mente de, bueno, de todo. Paula se negaba a admitir que, tal como había sucedido la semana anterior, en los últimos dos días sus pensamientos se habían vuelto más de una vez hacia el hombre llamado Pedro. Y si la verdad alguna vez se afirmaba a sí misma, ella salvaba su conciencia diciéndose que el desliz era puramente académico: sólo estaba pensando si las tácticas de Marcia habían dado resultado... eso era todo. Pero una pequeña y empecinada sección de su cerebro, sobre la cual tenía poco control, se negaba a creer en esa explicación y secretamente se preguntaba si la mañana en que ella llegaría a la oficina, sería recibida con una pila de memorándums telefónicos con las imperativas órdenes de Pedro de que lo llamase por teléfono.


Paula se sentía disgustada por su demostración de estupidez.