miércoles, 19 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 46




—Le encantan los hombres altos —dijo la señora Koswolski mientras agarraba a Paula por el brazo y miraba con profundo aprecio a 
Pedro—. Cariño, eres un auténtico bombón.

—Gracias… señora —
Pedro parecía avergonzado.

—No vienen muchos hombres de visita —comentó Ruth Jamison, una mujer de pelo corto y de una naturaleza romántica que quería mantener en secreto.

—Pues no saben lo que se pierden —dijo él sonriendo—. Yo no sabía que iba a conocer a tantas damas encantadoras jugando al bingo.

—También hay unos cuantos hombres aquí, pero ellas siempre buscan carne fresca —se quejó Bart desde su silla de ruedas. Era el hombre más viejo de Divine y había sobrevivido a tres esposas. Paula sabía que tenía el ojo echado a la cuarta, Ruth. 

Desafortunadamente, también era el hombre más gruñón del pueblo, así que no había conseguido que ella le prestase atención.

—No le hagas ni caso —dijo Ruth mirando seriamente a Bart.

Pedro echó un vistazo a su abuelo, quien también estaba rodeado de mujeres y se dio cuenta de que todavía era un hombre guapo. Era alto y distinguido, tenía una gruesa mata de pelo blanco y era la atracción del bingo. Las mujeres hablaban con él sobre todos los temas, desde arte a noticias.

—Será mejor que me prepare para el juego —comentó Paula.

Ella había estado con 
Pedro desde que habían llegado y su brazo se quedó solo cuando se ella dirigió a la parte delantera de la habitación.

—Bueno, amigos, prepárense —dijo mientras hizo girar el bombo con los números—. Presiento que tenemos jugadores con suerte esta noche.

Todos se sentaron en sus mesas colocando los cartones frente a ellos. 

Pedro se puso delante dos cartones, más que nada para aparentar, puesto que estaba más interesado en mirar a Paula, muy popular entre los inquilinos de la residencia. La habían abrazado, regañado porque, según ellos, había perdido peso, y aconsejado sobre cómo encontrar a su hombre. Además, lo habían hecho cuando Pedro estaba junto a ella y se había puesto colorada.

En cuanto a la pérdida de peso, 
Pedro trató de decidir si tenían razón. Sabía que ella estaba trabajando mucho, pero se tomaría cualquier comentario sobre su pérdida de peso como una crítica si viniera de él. 

Aparentemente, «flaca» era un insulto, al igual que plana. Pero Paula no estaba plana y Pedro sólo quería que ella estuviera bien. Se sentiría fatal si le ocurriera algo, quería protegerla y asegurarse de que siempre estaría segura y feliz. Nada de eso lo convertía en un príncipe, sólo significaba que, por fin, Pedro había reconocido algo valioso que tenía que preservar.

—El primer número de la noche es el 10 B —dijo Paula al sacar una bola del bombo.

La mujer que estaba sentada al lado de 
Pedro no podía agarrar una ficha para ponerla en la casilla del 10 B de su cartón, así que Pedro la ayudó a hacerlo y recibió una tímida sonrisa a cambio.

—Gracias, cariño —murmuró.

—Aquí hay una buena. B17. ¿Tú no pilotaste B17 durante la guerra, Bart?

—¿Qué guerra? —refunfuñó Bart, aunque parecía complacido—. La Segunda Guerra Mundial —añadió.

—Bart se guarda estas cosas para él —dijo Paula con ironía—, así que quizá no sepáis que tiene dos Corazones Púrpura, una Estrella de Plata y una Medalla al Valor. Damas y caballeros, es todo un héroe.

Un sonido de aprobación recorrió la sala y algunas de las mujeres presentes se volvieron para sonreír a Bart, quien estaba tieso en su silla de ruedas y con la cara iluminada.

Paula prosiguió leyendo números, mientras hacía algún comentario sobre alguien en la sala. La mujer sentada al lado de 
Pedro había sido una profesora de música con mucho talento. Otra mujer sentada al fondo, había acogido temporalmente a diez niños en su casa y todos ellos se habían licenciado, vivían en Illinois y la iban a visitar con devoción.

A través de los ojos de Paula, Pedro comenzó a verlos, no como ancianos sin rostro confinados en la residencia, sino como individuos. Una vez fueron los granjeros, profesores y padres que habían mantenido todo en funcionamiento y no merecían menos respeto simplemente porque sus cuerpos tuvieran años y enfermedades.

Una mujer situada en el centro de la sala cantó bingo y recibió una bolsa de caramelos y una bata rosa como premio. 

Sonreía como si se hubiera convertido en millonaria. Cuando comenzó el siguiente juego, Pedro buscó a su abuelo, que no estaba jugando porque mantenía una profunda conversación con otro hombre. 

Estaban sentados en una esquina y asentían a la vez que conversaban. En un momento dado, el otro hombre, sin ninguna vergüenza, se secó una lágrima. Pedro tragó saliva y volvió a concentrarse en Paula.

—Creo que eso ha sido un récord de rapidez en ganar. Limpien sus cartones y a ver si alguien tiene el G 27.

La vecina de 
Pedro lo tenía y él ya tenía una ficha en la mano para que la colocaran juntos.



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 45




Pedro no sabía qué esperar cuando entró en casa. Su abuelo había sonado como el antiguo Joaquin Alfonso, el hombre que siempre había ayudado a llenar la ausencia de su padre, el abuelo que ocasionalmente había pillado a Pedro haciendo algo malo y lo había asustado para que volviera al buen camino. No es que besar a Paula estuviera mal, pensó Pedro. Aunque sabía que no era totalmente cierto. 

Besarla no estaba mal si esos besos significaran algo.

Aquel pensamiento hizo que se retorciera. Paula no era un juego o una conquista, era real y él no sabía qué hacer al respecto.

—Abuelo, no tienes que decir nada —dijo.

—¿Cómo que no? ¿Dónde están mis cuadros?

—Los quitaste.

—Sí, claro y también dejé que el jardín se fuera al infierno. El Pequeño Sargento me hubiera regañado por ello.

—Cuéntame otra vez por qué llamabas a la abuela el Pequeño Sargento —dijo 
Pedro. Paula tenía razón, el abuelo tenía que enfrentarse a su pérdida. Si tenía una depresión tendrían que hacer algo al respecto, no hacer como si no pasara nada. Ser capaz de hacer algo era infinitamente mejor que ver a alguien a quien se amaba consumirse delante de uno mismo.

—¿No te acuerdas? —preguntó el abuelo sonriendo—. Era porque cuando nos conocimos, tu abuela estaba pensando ingresar en el ejército como enfermera.

—Lo recuerdo, pero cuéntamelo otra vez —pidió 
Pedro al acordarse de lo impresionado que se había quedado la primera vez que había oído que su abuela había considerado algo así. A su abuela la habrían enviado a Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial o, incluso, al Pacífico.

—Cuando yo le pedí matrimonio, ella sintió que tenía que elegir entre su trabajo o yo, así que le dije que siempre podía ser mi Pequeño Sargento si se casaba conmigo. Quizá eso suene políticamente incorrecto hoy día, pero era otra época. Tu abuela era una mujer fuerte, 
Pedro. Me eligió a mí y yo bendije esa elección todos los días de nuestra vida en común.

La expresión de pena del abuelo hizo que a 
Pedro se le partiera el corazón, aunque vio algo más, una paz que no había visto antes y no dudó en pensar que su abuelo estaba alcanzando esa paz gracias a Paula.

Pedro suspiró. Sus sentimientos por Paula eran difíciles de ignorar. No pudo recordar la última vez que había deseado tanto que llegara un día, ver una sonrisa o, simplemente, estar con alguien que lo hacía una persona mejor al ser ella tan buena. ¿Era aquélla la elección de la que hablaba su abuelo? ¿Elegir entre lo que se puede llegar a tener todos los días, con alguien que ilumina tu mundo con una sonrisa, o vivir en un mundo sin color sin ese alguien? ¿Merecía aquello tomar los riesgos que él siempre había evitado tomar? ¿Era tan peligroso perder el control si se podía confiar en la persona que se amaba?

—Nunca imaginé que Maria se fuera primero —murmuró Joaquin—. No estaba preparado para eso. Ella era más fuerte que yo, 
Pedro.

—Tú eres fuerte. Eres el hombre más fuerte que conozco.

Quizá el abuelo había intentado ser demasiado fuerte, sin permitir que nadie lo consolara, sin querer recurrir a nadie cuando las cosas iban mal y fingiendo que todo seguía igual. Una extraña sensación invadió a 
Pedro al darse cuenta de que él también era así.

—Esto se está poniendo difícil para ambos y creo que una escena emotiva al día es suficiente —dijo el abuelo mientras le daba unas palmaditas en el hombro, refiriéndose a la conversación que habían tenido por la mañana—. Quizá debamos hablar de Paula.

—¿Qué pasa con ella?

—Podías haber elegido un lugar mejor que el cobertizo. Paula merece lo mejor. No es como las mujeres con las que siempre has salido y quiero estar seguro de que entiendes eso.

—Lo entiendo —era verdad, 
Pedro lo entendía. Y se sentía como si estuviera a punto de descubrir algo maravilloso, como si todo en su vida hubiera sido dispuesto para ponerlo en aquel punto. 
Lo único que necesitaba era un poco más de tiempo para asimilarlo.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 44





Pedro la besó otra vez dulcemente y la miró a la cara. Ahí estaba otra vez esa mirada cálida y de aprecio que le hacían sentir que era especial. Eso le hizo sentir algo extraño. Una mujer a la que un hombre mirara de esa manera frecuentemente, podía llegar a ser vanidosa.

Pero Paula tenía un espejo y sabía cómo era. Su apariencia había mejorado desde que se ponía ropa de su talla y trataba de ayudar a amigos y vecinos, pero eso no la hacía especial o mejor que nadie. Era difícil creer que si realmente era especial, buena y bella, no hubiera encontrado a nadie que la quisiera.

Pero era tentador. Y estúpido.

Siempre había deseado el amor incondicional, ese tipo de amor que nunca recibió de su padre y 
Pedro era el menos indicado para dárselo. Aunque… ¿Sería posible? Quizá los ex deportistas no eran todos iguales… quizá Pedro era diferente. A lo mejor el amor con él no era imposible.

—¡Pedro! —dijo una voz severa y ellos se separaron. El profesor Alfonso salió al jardín y miró a su nieto con desaprobación.

—¿Sí, abuelo?

—Quiero hablar contigo.

—Dios, soy adulto y me van a sermonear como a un joven delincuente. Me va a echar la charla sobre respetar a las mujeres y ser un caballero.

—Deberías intentar alegrarte porque recuerda la charla —bromeó Paula sonrojada.

—Me alegro, créeme —se dirigió hacia su abuelo—. ¡Ah! Paula, mantente lejos de la escalera. No quiero volver y tener que recoger tus pedazos.

Paula se sentó en los escalones del cobertizo sin saber si reír o morirse de vergüenza.

Pedro había anulado sus defensas en menos de un mes. Pedro, el mismo chico que le había roto el corazón cuando era niña. Pero él había cambiado y ella ya estaba medio enamorada de él aunque no sabía qué hacer. Sinceramente, no era mejor amante de lo que había sido a los quince años.