lunes, 17 de julio de 2017

¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 26





Paula salió de la sala de catas y corrió por los campos todo lo que pudo. A lo lejos, entre los viñedos más avanzados, vio dos figuras masculinas. Una de ellas, la más alta era Pedro. A su lado estaba su tío Stan.


Paula sentía como si tuviera el corazón inundado. ¿La noche
anterior había sido sólo un sueño? ¿Se habría estado engañando respecto a Pedro como había hecho con Eric? Tal vez todavía seguía pensando en su esposa y no tenía sitio para ella en su corazón.


Paula avanzó a toda prisa hacia los dos hombres. Pedro estaba tan metido en la conversación con Stan que no la vio llegar hasta que la tuvo a su lado.


—¿Ocurre algo? —preguntó él frunciendo el ceño al verla tan agitada.


—Tengo que hablar contigo —le dijo ella.


—Y yo tengo que hablar con tu madre —aseguró Stan tras mirar alternativamente a uno y a otro.


—¿Qué es eso tan importante? —preguntó Pedro pasándole el brazo por los hombros cuando Stan se marchó.


—He ido a tu despacho para trabajar en el ordenador —aseguró Paula mirándolo a los ojos—. ¿Por qué no me dijiste nada de la oferta de trabajo del Ministerio de Agricultura?


—Estabas en Florida cuando la recibí —respondió él poniéndose serio.


—Llevo aquí desde ayer por la tarde. ¿Vas a aceptarla?


La expresión de Pedro pasó de seria a enfadada. Llevaba puesta una camiseta verde y pantalones vaqueros ajustados, y nunca había tenido un aspecto tan viril, tan poderoso y tan seguro de sí mismo.


—Pensé que tras lo de anoche finalmente confiarías en mí — aseguró con frialdad—. No te lo conté porque no pensaba ni planteármelo. ¿Qué pensabas que iba a hacer? ¿Romper nuestro compromiso? ¿Llevarme a las niñas a Arkansas y dejarte a ti aquí?


Paula no respondió.


—Dios mío —murmuró Pedro—. ¿De verdad pensabas eso? ¿No te das cuenta de que nunca haría algo que pudiera hacerles daño a Mariana y a Abril, y que eso incluye apartarlas de ti? Si me crees capaz de hacer algo así, no deberíamos siquiera plantearnos el casarnos. Si no puedes confiar en mí, lo único que podemos compartir es la custodia de las niñas.


Paula se sentía muy triste, desolada y avergonzada.


—Pedro, lo siento. Tenía miedo de...


—No basta con sentirlo —la interrumpió él—. Y tener miedo de que yo pueda darte la espalda y traicionarte en cualquier momento, arruinaría nuestro matrimonio. Será mejor que nos replanteemos nuestros planes antes de que cometamos un error que luego no podamos rectificar.


Y dicho aquello, Pedro se marchó furioso, dejándola sola en
medio de los viñedos que él tanto amaba.



*****


El lunes por la mañana, Paula apartó a un lado la lista con las cosas que faltaban por concretar para la boda de Sherry y Tom. No podía concentrarse en nada. Habían pasado dos días desde su discusión con Pedro, dos días desde que lo había acusado de traicionarla, dos días desde que Paula había aprendido que la confianza puede ser una elección, y no sólo un sentimiento. Había permitido que su matrimonio con Eric lo inundara todo y ahora su incapacidad para ver las cosas desde lejos seguramente había echado por la borda su futuro con Pedro.


Él no se le había acercado desde aquella mañana, ni siquiera cuando estaba con las niñas. Sus ojos ya no la miraban con calor ni le sonreían sus labios. Paula sabía que no le bastaría con una disculpa, pero no sabía qué decir ni qué hacer. Quería convertirse en su esposa.


Por otra parte, una parte de ella se preguntó si Pedro no se
habría encerrado también en sí mismo porque tampoco estaba listo para continuar. Tal vez no estuviera preparado para dejar atrás los recuerdos de Fran y formar un lazo duradero con ella.


Eleanora se había llevado a las niñas a dar un paseo para que Paula pudiera trabajar. Pero no podía concentrarse. Así que no sería mala idea reunirse con ellas mientras encontraba la manera de pedirle Pedro que la perdonara.


Al salir por la puerta de atrás, divisó a Eleanora y a las niñas
caminando con Buff entre la hierba que separaba la bodega del arroyo.


La lluvia caída el día anterior había provocado que todo estuviera todavía más verde.


La irregularidad del terreno no impidió que Buff jugueteara con los arbustos de flores que había alrededor del arroyo. Ni tampoco impidió que Mariana y Abril fueran corriendo detrás de él. Paula se dio cuenta entonces de que el perro estaba persiguiendo una ardilla. Y observó con horror cómo Buff se lanzaba al arroyo para perseguir al roedor.


El corazón de Paula se detuvo un instante después al ver cómo Abril pisaba la orilla llena de barro y caía al agua. La corriente le pasó por encima y la arrastró.


Paula no se detuvo a pensar. Salió corriendo hasta la orilla y
saltó al arroyo.


Los gritos aterrorizados de Abril le encogían el corazón. Cuando empezó a nadar hacia su hija con toda la fuerza de la que era capaz se dio cuenta de que la corriente era más fuerte de lo que imaginaba. Por mucho que avanzara tenía la sensación de que no llegaba nunca a alcanzarla.


—¡Abril! —gritó cuando la niña se hundió bajo el agua.


Abril salió de nuevo a la superficie.


Cuando Paula pudo por fin rodear a su hija entre sus brazos, se las arregló para alcanzar la rama de un árbol caído y sujetarse a ella.


El problema era que si se soltaba, no sabía si sería capaz de salir del arroyo.



****


Pedro estaba observando los nuevos capullos en flor y las hojas de la uva en la zona este del viñedo cuando escuchó el grito de su madre y se sobresaltó. Un instante después, los chillidos aterrorizados de una niña lo atravesaron. Corrió hacia el arroyo y visualizó al instante la situación. Sintió un miedo sobrecogedor, parecido al que había experimentado la noche en que se llevaron a Fran al quirófano tras dar a luz.


Sabía que la corriente sería muy fuerte y se preparó para ello cuando se metió en el agua y comenzó a nadar con fuertes brazadas hacia Paula y Abril tratando de mantener la mente en blanco y no pensar en el peligro que corrían.


Cuando logró alcanzarlas, agarró a su hija y dijo:
—No puedo llevaros a las dos al mismo tiempo.


Pedro se dio cuenta de que Paula estaba temblando, pero no hubo vacilación en su voz cuando le habló.


—Sálvala, por favor. Sálvala.


No quería dejar a Paula allí, pero no tenía elección.


—Volveré. Te lo prometo —le dijo cuando la niña le echó los
brazos al cuello—. Volveré a por ti.


Pedro tuvo que nadar varios metros hasta encontrar una orilla segura en la que pudo poner el pie y sacar a Abril. La niña temblaba, pero respiraba con normalidad. Su madre corría hacia ella con una toalla.


Pedro la dejó en brazos de Eleanora y regresó al arroyo. La
adrenalina le golpeaba las sienes mientras luchaba contra la corriente con poderosas brazadas. Cuando llegó al árbol, le agradeció al cielo que Paula siguiera agarrada a la rama. Tenía los labios morados y le castañeteaban los dientes.


—No podrás nadar conmigo encima —aseguró ella.


—Sí, sí que podré —contestó Pedro rodeándole la cintura con el brazo—. Te llevaré a la espalda si es necesario. Vamos, Paula, tienes que soltarte. Confía en mí.


Aunque seguía aterrorizada, ella exhaló un suspiro.


—Confío en ti, Pedro. Confío en ti —aseguró.


Y se soltó.


El camino de vuelta fue cualquier cosa menos fácil. Paula podía nadar, pero el agua estaba muy fría y había estado en el agua más tiempo que Pedro. Pero él se las arregló para llevarlos a ambos hasta la orilla embarrada. Tras sacarla a ella primero del agua, Pedro hizo un último esfuerzo y consiguió sentarse a su lado, tan cansado y lleno de barro como la propia Paula.





¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 25





Sentado delante del ordenador, Pedro estudió por segunda vez la oferta de trabajo que le ofrecía el Ministerio de Agricultura. Un año atrás tal vez hubiera considerado la posibilidad de mudarse a Arkansas para dedicarse a la investigación con un buen sueldo. Pero ahora no quería ni pensar en desarraigar a Mariana de Willow Creek. Además,
parecía que Paula y Abril estaban empezando a querer a los viñedos tanto como él.


Había echado de menos a Paula.


El viernes había viajado a Daytona para el compromiso laboral que tenía con la hija del senador Grayson. Pero desde su regreso había estado muy callada y cuando en un momento que estuvieron a solas, él intentó besarla, ella lo rechazó. Algo rondaba por aquella cabecita suya y él tenía que averiguar de qué se trataba. No podía creerse cuánto la había echado de menos cuando había estado fuera. Le costaba trabajo aceptar que su felicidad dependiera tanto de ella.


Estaba a punto de apagar el ordenador cuando oyó el motor de un coche parándose delante de la bodega. Reconoció la camioneta de Stan.


—No esperaba verte esta noche —dijo cuando entró su tío.


—Me acabo de acordar de que tengo que meter unos datos en el ordenador. No quiero dejarlo para mañana para que no se me olvide — aseguró Stan con incomodidad.


—Creo que en la cocina hay tarta de manzana —comentó Pedro con la esperanza de que su tío entrara en casa y pudieran mantener una conversación.


—No —contestó Stan tocándose la cintura, que estaba más ancha de lo que solía ser—. El médico dice que tengo que controlar lo que como.


Pedro no había oído nunca que su tío hubiera vigilado alguna vez las calorías ni el colesterol, pero tal vez hubiera hecho borrón y cuenta nueva. Le pediría a su madre que lo invitara a cenar el sábado. Así tal vez le contaría qué era lo que lo tenía preocupado.


Unos minutos más tarde, Pedro entró en la casa. Sin detenerse en la cocina, donde vio de reojo que su madre se estaba preparando un té, subió las escaleras y se encontró con Paula en las escaleras.


Acababa de salir del cuarto de las niñas tras acostarlas y leerles un cuento.


—Vamos a mi habitación —dijo Pedro agarrándola del brazo.


—No creo que sea una buena idea. Me gustaría tener un poco de intimidad porque tenemos que hablar, pero tu dormitorio...


—Si lo que quieres es hablar, hablaremos —aseguró Pedro algo molesto—. Además de una cama, también tengo sofá.


—De acuerdo —accedió ella.


Pedro abrió la puerta de su dormitorio y encendió la luz,
indicándole con un gesto el sofá tapizado de amarillo que había al fondo.


—¿Qué ocurrió en Florida? —le preguntó—. ¿Salió bien la fiesta?


—Muy bien. El senador Grayson quiere que le organicemos una fiesta benéfica. Ya le dije que podía confiar plenamente en Carla para ello. Por cierto, Loretta Carmichael te manda recuerdos —aseguró Paula mirándolo a los ojos.


Así que Loretta le había hablado de la llamada telefónica que él le había hecho. Era de esperar.


—La llamé para ver si podía fiarme de ti como madre de
Mariana.


—Ya veo. ¿Tenías miedo de que la raptara?


—No sabía qué podías hacer, Paula. Eras una extraña. El
detective privado me había entregado un informe básico de ti, pero no era suficiente. Si ibas a estar con mi hija necesitaba saber más.


—Sabías lo de Eric antes de que yo te lo contara —lo acusó
Paula.


—Sí —reconoció Pedro estirando el brazo por el respaldo del sofá—. Loretta me puso al corriente, y me alegré de que lo hiciera. Eso explicaba muchas cosas, sobre todo el hecho de que no quisieras hablar de tu matrimonio.


—¿Por qué no me dijiste que lo sabías?


Pedro la miró a los ojos y le dijo la verdad.


—Porque quería que confiaras en mí lo suficiente como para
contármelo. Sabía lo doloroso que había sido para ti lo de la aventura de tu marido y no quería arrancarte esa información. Quería que me la contaras tú libremente.


Paula le recorrió el rostro con la mirada como si quisiera
encontrar el verdadero significado de las palabras que acababa de pronunciar.


—Eso tiene sentido —murmuró finalmente asintiendo con la
cabeza.


—¿Por qué creías que llamé a Loretta?


—Para tener un arma contra mí en caso de una batalla judicial por la custodia.


—No hubiera encontrado ninguna. Eres una buena madre y fuiste una esposa leal.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas y Pedro se preguntó si la confianza sería siempre un problema entre ellos. Porque en ese caso sería difícil que su matrimonio saliera bien.


—Sé que vas a echar de menos a Loretta y a Carla —dijo Pedro abrazándola.


—Sí —respondió ella apoyándose contra su pecho—. Pero estoy preparada para iniciar una nueva vida aquí contigo.


Aquella noche durmieron juntos y a Pedro no le importó que
tuvieran que darle explicaciones a su madre. Estaban prometidos.


Prometidos.


Tenía que comprarle un anillo a Paula. Lo haría aquella misma tarde.



***


Todavía no había salido el sol cuanto Pedro salió de la cama,
besó suavemente a Paula en la frente para no despertarla y salió directo a la bodega después de ducharse.


Nada más entrar le pareció vacía, silenciosa y oscura. Pero
entonces escuchó un ruido extraño.


Un sexto sentido lo llevó a no gritar. Se acercó al lugar de donde provenía el ruido y se quedó paralizado. Stan estaba subido a una escalera y trataba de alcanzar la tapa de una de las grandes tinajas. En la mano llevaba un vaso escanciador.


—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Pedro asombrado
acercándose a la escalera para quitarle al vaso de la mano.


Con una sola mirada vio que contenía vinagre. Aquella sustancia habría arruinado el vino.


En aquel momento sintió deseos de estrangular a su tío, sacudirlo hasta obligarlo a confesar por qué quería destrozar lo que tanto trabajo les había costado levantar.


Pero se contuvo.


—Será mejor que me digas qué pretendías si no quieres que llame a la policía —dijo con calma aparente arrojando el contenido del vaso por el fregadero—. Has estado tratando de sabotear la bodega desde que mamá te pidió ayuda.


Stan pareció envejecer a ojos de Pedro. Inclinó los hombros hacia abajo y se apoyó contra la barra.


—Amo a tu madre. Siempre la he amado. Pero ella sólo tenía ojos para Pablo. Él no se la merecía. Nunca la amó. Cuando tu padre murió yo esperaba que ella vendiera este sitio y así pudiéramos crear una vida juntos. Pero entonces ella te llamó a ti.


Pedro estaba absolutamente asombrado. Sabía que Stan y su madre habían sido amigos durante años, pero nunca había sospechado que hubiera nada más.


—¿De verdad pensabas que si causabas problemas mi madre vendería los viñedos y se iría contigo a algún lado?


—Sabía que no sería tan fácil, pero pensé que así tendríamos más tiempo para estar juntos y ella vería que yo le convenía más que Pablo.


—¿Le has contado a mamá tus sentimientos? —preguntó Pedrocuyo enfado había desaparecido por completo.


Stan negó con la cabeza con gesto vergonzoso y algo tímido.


—Pues deberías —aseguró él, sintiendo lástima por su tío—. Es duro amar a un fantasma y creo que mamá ha dejado atrás a papá más de lo que tú piensas. Y en cuanto a la bodega... ¿Qué es lo que quieres, tío Stan?


—Estoy harto de ser mano de obra, un simple obrero —confesó su tío—. Tal vez debería dejar de trabajar aquí.


—¿Y que te parecería invertir un poco de dinero en los viñedos y convertirte en socio?


—¿Me dejarías?


—Si deseas tanto como yo que Willow Creek se convierta en la mejor bodega del condado, sí.


—Gracias, Pedro —dijo su tío asintiendo con la cabeza—. Siento habértelo hecho pasar tan mal.


—Eso va a cambiar a partir de ahora. Muchas cosas van a
cambiar.


Pedro no sabía qué le depararía el futuro a su madre y a Stan, pero esperaba que les trajera felicidad. El tipo de felicidad que él iba a encontrar con Paula.



****


Cuando Paula entró a la mañana siguiente en la cocina con su ordenador portátil, se sentía como en las nubes. Había compartido una noche maravillosa con Pedro y estaba deseando vivir muchas más como aquella.


—Buenos días —dijo Eleanora cuando Paula entró en la cocina—. ¿Has dormido bien?


Hubo algo en el tono de voz de la otra mujer que la hizo pensar que sabía que había pasado la noche en el dormitorio de Pedro.


—Estupendamente —dijo sonrojándose ligeramente mientras colocaba el ordenador sobre la mesa—. ¿Quieres que te ayude a preparar el desayuno de las niñas?


—No es necesario. ¿Qué vas a hacer?


—Un presupuesto para la nueva boda que hemos contratado — contestó Paula frunciendo el ceño al ver que la máquina no arrancaba—. Vaya. Tenía que haberla llevado a arreglar.


—Podrías utilizar el ordenador del despacho de Pedro.


—Tienes razón —murmuró Paula cerrando su portátil—. Voy
para allá. Todavía falta más de una hora para que se despierten las niñas.


—Si te encuentras con Pedro, dile que espero que él también haya dormido bien —dijo Eleanora muy seria.


—Lo haré —contestó Paula sintiendo cómo se sonrojaba de
nuevo.



****


Cinco minutos más tarde estaba abriendo la puerta de la bodega.


Al entrar en el despacho y sentarse frente al ordenador, recordó que Carla le había pedido que cuando llegara a Willow Creek le enviara un correo electrónico para decirle que estaba bien. Aquella mañana, Paula se sentía mucho mejor que bien, pensó con una sonrisa mientras pinchaba el icono del correo. La pantalla desplegó el último mensaje que Pedro había recibido. Paula abrió desmesuradamente los ojos al leer el encabezamiento: Oferta de trabajo.


No debería leerlo. Sabía que no debería. Pero no pudo evitarlo. La oferta de empleo venía de un contacto de Pedro en el Ministerio de Agricultura. Además del sueldo, le ofrecían un plus por trasladarse a Arkansas.


Arkansas. ¿Por qué no se lo había mencionado Pedro? ¿Querría ocultárselo? A las niñas les encantaba Willow Creek, y a ella también.


Entonces, todas las dudas de Paula regresaron de golpe. Pedro seguía siendo el tutor legal de Mariana. También era el padre de Abril, y ahora tenía la prueba que lo demostraba. ¿Y si quería marcharse y sacar a Paula de la foto familiar?


Tenía que averiguarlo. Tenía que saber qué planeaba Pedro.


Tenía que saber si la noche anterior había sido un encuentro de dos almas o si él la estaba utilizando mientras se construía una nueva vida con las niñas... y sin ella.