martes, 5 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 40

 


Más tarde, no sabía cómo, estaban desnudos y tumbados juntos en la cama. La carne ardía por la necesidad que sentían el uno por el otro. Los detalles no importaban, pero varias cosas permanecerían en la memoria de Pedro para siempre.


El modo en el que le temblaban las manos mientras exploraba el cuerpo de Paula. El descarado gozo que ella mostraba ante sus caricias. El agudo suspiro de placer cuando él la llevó al orgasmo. Su sabor al hacerlo. Entonces, la abrumadora sensación de penetrar en su cuerpo, de sentir cómo ella lo apretaba con fuerza antes de alcanzar otro clímax tras el cual Pedro se unió a ella y los dos permanecieron flotando, suspendidos por el placer, antes de regresar lentamente a la realidad.


Permanecieron allí algún tiempo, con las piernas enredadas, los corazones desbocados, los dedos acariciándose el uno al otro antes de que Pedro pudiera volver a pensar racionalmente.


Ya no estaba seguro de si él era el seductor o el seducido. Algo había ocurrido mientras hacían el amor. Había dejado de ser algo que él quería hacer y se había convertido en algo mucho más grande. Algo más. Algo que no quería examinar muy detalladamente y mucho menos en aquellos momentos cuando había tanto en juego.


Tenía que concentrarse en eso. Aún tenían mucho tiempo antes de que tuvieran que prepararse para el espectáculo de aquella noche y Pedro tenía muchas ideas sobre cómo podían emplear el tiempo hasta entonces.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 39



Cuando ella retiró la copa de los labios, permaneció en ellos una ligera humedad que lo tentaba, que lo desafiaba. Pedro le quitó la copa de las manos y la volvió a poner sobre la mesa junto a la suya. Entonces, tomó a Paula entre sus brazos.


Cuando los labios de él sellaron los de ella, sintió y oyó la rendición de Paula. Había ocurrido del mismo modo cada vez que él la había besado aquella última semana. El suave murmullo que ella hacía lo embriagaba de un modo que no podría hacerlo ningún otro estimulante. Todo su cuerpo se centró en aquel sonido y todos los nervios se tensaron de anticipación.


Ella lo abrazó, como si casi no pudiera sostenerse sin él. Su beso era tan abierto y tan entregado como él había esperado. Pedro adoraba su sabor, su textura. Tenía que agarrarse a la cordura, recordarse que aquella seducción debería progresar poco a poco, no estallar en una explosión de incontrolada necesidad. Sin embargo, por mucho que se esforzara, su cuerpo pedía más. Y lo pedía en aquel mismo instante.


De mala gana rompió el beso y vio con placer cómo ella se arrepentía de que así hubiera sido. Le agarró la mano y la condujo hacia la escalera. Lentamente comenzaron a subir. En lo alto, volvió a tomarla entre sus brazos.


Los botones de su blusa de seda se desabrocharon con facilidad. Él dejó que su mirada se diera un festín con aquella suave y delicada piel. El encaje blanco cubría sus generosos pechos y, por mucho que le gustara, ocultaba lo que tanto deseaba ver. Le deslizó la blusa por los brazos y absorbió sus pequeños gemidos de placer con los labios mientras él deslizaba los dedos por los brazos, persiguiendo a la tela hasta que cayó al suelo.


Paula había estado toda la semana atormentándolo con unas prendas que sugerían y ocultaban a la vez sus femeninas curvas. Era la mujer más sensual que había conocido nunca y, al mismo tiempo, también la más modesta. Aquella yuxtaposición resultaba intrigante y provocadora al mismo tiempo, pero, por fin, ella estaba a su merced para que él pudiera descubrirla.


Con un sencillo giro, el broche del sujetador cedió y aquellos gloriosos pechos se derramaron ante él. Le deslizó las manos por las costillas para colocarlas bajo los cremosos senos antes de cubrirlos con las manos suavemente. Ella contuvo el aliento cuando Pedro le acarició los rosados pezones con los pulgares y los hizo endurecerse bajo sus dedos.


Depositó pequeños besos desde la comisura de la boca hasta la mandíbula mientras gozaba con el peso y la firmeza que tenía entre las manos. Cuando inclinó la cabeza un poco más y atrapó un tierno pezón entre los dientes, un profundo gemido escapó de la garganta de Paula. Él dudó un instante antes de lamer la aureola. Estaba seguro de que ella le mandaría parar, pero Paula le hundió los dedos en el cabello y le inmovilizó la cabeza para que siguiera.


La satisfacción se apoderó de él. Pau deseaba aquello tanto como él. No se arrepentiría de nada, de eso estaba seguro. Se lo daría todo hasta que no le quedara nada.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 38

 


Pedro esperó en la planta de abajo mientras Paula investigaba lo que la suite tenía que ofrecer. ¿Se había dado cuenta de que sólo había reservado un dormitorio? Había sido una decisión consciente por su parte aunque si ella protestaba no tendría ningún problema en reservarla otra habitación para ella. Sin embargo, en su opinión había llegado el momento de que llevaran su relación a un nivel más allá. Ella se sentía cómoda con él física socialmente, aunque si quería que convenciera a sus padres de que verdaderamente era su prometida lo tendría que estar aún más. Pedro había esperado tomarse su tiempo para seducirla, pero había recibido un correo electrónico de su madre aquella semana en el que ella le comentaba que su padre estaba entrevistando a agentes inmobiliarios de Nueva Zelanda que se especializaran en fincas rústicas. Retrasarlo aún más sería correr un riesgo que Pedro no estaba dispuesto a afrontar.


Miró a Paula mientras ella bajaba por la escalera para dirigirse de nuevo al salón.


–¿Champán? –le preguntó él.


Pau dudó. ¿Iba a comentar en aquel instante su oposición a que durmieran juntos? Pedro contuvo el aliento hasta que ella pareció decidirse y se acercó a él.


–¿Por qué no? Sería un modo genial de empezar el fin de semana.


Pedro se relajó. Todo iba saliendo según lo esperado. Con habilidad, abrió la botella de champán y sirvió el líquido dorado en las copas que había sobre la mesa. Entonces, tomó ambas y le ofreció una a Paula.


–Por nosotros –dijo él.


Pau lo miró con seriedad en sus ojos oscuros.


–Por nosotros –replicó antes de chocar suavemente su copa contra la de él.


Sin dejar de mirarla, Pedro se llevó la copa a los labios y bebió. Ella repitió lo que él hacía sin dejar de mirarlo. Pedro sintió que el deseo que llevaba toda la semana conteniendo comenzaba a desenroscarse y a cobrar vida.