domingo, 24 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 46




El único pensamiento coherente que tuvo mientras estrangulaba a su padre fue que era la primera vez que lo tocaba de forma voluntaria. 


Aquella reacción había sido muy extraña para él, pero sabía que tenía aquella capacidad, por el hecho de ser quien era.


Después sintió unas manos sobre los hombros que lo apartaron de él.


—¡Pedro! ¡No merece la pena! ¡Basta ya! —pero no hizo caso, y los ojos de su padre estaban cada vez más hinchados. Entonces su padre levantó una mano.


« ¡Escúchame, enano! ¿Con diez años te crees más listo que yo? Me vas a escuchar porque voy a hacer que me escuches!»


Y la mano se cerró en un puño.


« ¡Me vas a escuchar! ¡Vas a aprender a estar agradecido y no contestar!»


Su puño avanzó a cámara lenta, y Pedro logró colocar las manos frente a su cara, con firmeza, para parar el golpe.


«¡No me hagas daño!»


—Oh... —las manos de Pedro chocaron con algo y alguien soltó un grito de dolor. Cuando abrió los ojos, vio a Paula con la mano sobre la mejilla. La había golpeado.


Se había colocado entre ellos dos y él la había golpeado por accidente.


—Paula... —murmuró, sin saber qué más decir. Le empezó a doler mucho la cabeza.


—No ha pasado nada, ha sido un accidente. En serio, estoy bien —lo tranquilizó ella, pero él dejó caer los hombros y se apoyó en la pared buscando sustento.


Damian fue hacia él y lo empujó hacia atrás.


—Vamos —dijo—, quédate en la cocina hasta que se marche.


Pero su ira aún no se había acabado, y antes de irse volvió a explotar.


—¡Márchate! —le gritó a su padre a la cara—. ¡Vuelve al lugar de donde has venido! ¡Fuera de mi vista!


Su padre se frotaba el cuello con ambas manos y cuando habló, sonó amenazador.


—Hijo, más te vale recordar de dónde vienes. Vienes de mí. Y por eso estoy aquí, para recordarte lo que me debes. Es hora de pagar.


—Debe de tener mal el reloj —saltó Paula—. En el mío dice que es hora de que se marche de mi piso —fue hacia la puerta y la abrió.


—Si estás perdido, te mostraré la salida —añadió Damian.


—Me marcho —respondió su padre, con los ojos fijos en Pedro—. Pero volveré pronto. Hace mucho que no nos vemos y seguro que podemos arreglar esto. Después de todo, somos de la misma sangre.




PAR PERFECTO: CAPITULO 45




Paula miró al reloj de la cocina. No tenía ni idea de que su sorpresa la tomaría también a ella por sorpresa llegando media hora antes de lo acordado.


Ella llegó hasta donde estaba Damian y le puso una mano sobre el hombro. Se colocó entre él y su último invitado y no supo qué decir. A Jonathan le brillaban los ojos, pero no era por lágrimas, como creía Paula que sucedería. .. parecía más bien un gesto de triunfo.


Damian seguía boquiabierto, con el pomo de la puerta de la entrada aún en la mano, pero al cabo de un momento, se recompuso y miró a su padre a los ojos. No habló ni pareció que fuera hacerlo.


Paula quiso romper la tensión, pero ¿cómo? ¿Presentarlos?


—¿Qué demonios está pasando aquí?


Paula se dio cuenta de que la pregunta de Damian iba dirigida a ella.


—Es... es una sorpresa —murmuró, dándose cuenta de la debilidad de sus palabras, de lo estúpido de su idea y de la tensión entre aquellos hombres.


—¿Lo has invitado tú? —dijo Damian, parpadeando y dando un paso atrás.


—Pues sí —dijo Jonathan con una voz muy distinta de la que había usado por la mañana—. ¿Puedo entrar?


Paula no sabía qué hacer, pero Damian se hizo a un lado y lo invitó con un gesto de la mano.
Jonathan dejó caer el cigarrillo que tenía en la mano en la moqueta del pasillo y lo apagó con el tacón. Entró en la casa y se dirigió al sofá, mirando hacia la puerta de la cocina. Ella siguió su mirada y vio a Pedro.


Tenía la mano aferrada al marco de la puerta y su pecho subía y bajaba a toda velocidad. 


Estaba pálido y recorría la sala con la mirada como buscando un escondite. Paula lo vio por primera vez como si fuera un niño pequeño. No podía estar más claro. Tenía miedo de aquel hombre.


—Hola, hijos —dijo Jonathan poniendo más énfasis en la última palabra, como burlándose de ellos—. ¿Habéis echado de menos a vuestro viejo?


El silencio fue lo único que obtuvo como respuesta.


—No te molestes en ponerte cómodo —dijo Damian—. No te vas a quedar.


—No seas maleducado, hijo —replicó Jonathan, pero no se sentó en el sofá. Se acercó un paso más a Damian y Paula vio que era más alto que sus hijos—. Éste es el piso de la señorita y es ella la que debe decidir si me quedo o si me marcho, ¿verdad, cariño?


Paula tenía el corazón acelerado. Estaba en estado de shock por la transformación del padre triste que había visto por la mañana al hombre frío que estaba frente a ella. No sabía que iba a decir cuando Jonathan llagara, pero aquello le daba demasiado miedo. Especialmente al ver a Pedro junto a la puerta de la cocina. Deseaba ir junto a él, pero la tensión no la dejaba moverse.


—Dinos a qué has venido —dijo Damian, con un tono mucho más desagradable que de costumbre —. Desde luego, no será porque lamentas nuestra desaparición después de todo este tiempo. ¿Qué tienes que decir? ¿Qué quieres? Dilo ya para que puedas marcharte al diablo y salir de nuestras vidas otra vez cuanto antes.


—Eres un chico duro, por lo que veo. Qué bonito hablarle así a tu padre —Jonathan levantó la barbilla y miró a Damian desde arriba—. ¿Sabes qué me pasaba a mí cuando le hablaba así a mi padre? Me llevaba la paliza del siglo, así que ve con cuidado.


Damian no se movió, pero su presencia se hizo más amenazadora.


—Tú no eres nuestro padre.


—Eso no es cierto. No confundamos a la señorita. ¿Sabes por qué sé que soy vuestro padre? Porque me partí la espalda para criaros. A los dos —señaló hacia la puerta de la cocina y Pedro se arrugó aún más—. Y ahora que sois mayores, es el momento de estarle agradecido a vuestro padre por asegurarse de que teníais un techo toda vuestra vida. Cuando llegó el momento de devolverle el favor, os marchasteis como unos malcriados. Ahora espero que mis hijos adultos se hayan dado cuenta de los sacrificios que tiene que hacer un hombre cuando tiene hijos.


—¿Y a ti qué demonios te pasa? —gritó de repente—. Pedro, ¿no tienes nada que decirme? ¿Nada? ¿Eres un abogado que se cree importante y te quedas ahí parado?


A cada pregunta Pedro se estremecía y una gota de sudor empezó a correrle por la frente.


—Déjalo en paz —dijo Damian.


—¿Aún sigues defendiéndolo? —Jonathan seguía mirando a su hijo menor—. Tendrá cerca de treinta años y aún necesita que su hermano mayor lo proteja. Hay cosas que no cambian. ¿A qué te dedicas? —dijo, volviéndose a Damian, que no respondió—. He preguntado qué haces. Contéstame.


Damian empezó a sacudir la cabeza, lentamente al principio y después con más rapidez.


—Vienes a pedir dinero. No lo puedo creer. Quieres dinero. ¿Te han despedido?


—Cuidado con el tono que empleas conmigo —dijo Jonathan, avanzando un paso.


—Ha sido eso —Damian soltó una carcajada—. Te han dado la patada. Tenía que haberlo sabido en cuanto vi tu cara. Bueno, pues no vas a conseguirlo, «papá». Estoy estudiando y debo más dinero del que imaginas. Es hora de que saques tu trasero de aquí.


—Qué pena me das. ¿Y el ricachón de tu hermanito qué me dice?


—No es ningún ricachón.


—Es más rico que tú y que yo, y apuesto a que lo comparte contigo —Damian no respondió y Jonathan se volvió de nuevo hacia Pedro—. ¿O no? Seguro que tienes suficiente como para repartir. Creo que es hora de que hablemos de negocios, de hombre a hombre. Al menos, eso creo que eres.


Paula se puso frente a Pedro y levantó la mano.


—Señor Simmons, esta mañana hemos tenido un malentendido. Creo que es hora de que se marche. Ahora mismo.


—Oh, Paula, no te lo tomes así. Ya sabes cómo son las familias. Hemos pasado momentos duros, pero nos queremos mucho, ¿verdad, Pedro?


Pedro abrió los ojos aún más cuando su padre se le acercó.


—Vamos, Pedro. Tu novia pensó que sería una buena idea reunimos esta noche. Lo menos que puedes hacer es darle gusto a una chica tan dulce y guapa.


Y le rodeó los hombros a Paula con el brazo, atrayéndola hacia sí.


Pedro reaccionó.




PAR PERFECTO: CAPITULO 44




Paula atacó la lechuga con venganza, esperando que sus nervios desapareciesen. 


Pedro había intentado calmarla durante cuarenta minutos, antes de que llegase Damian, con sus besos.


—¡Vaya! ¡El amor es un asco! —exclamó Damian al verlos, pero ellos no se podían separar tan rápido—. Por eso no quería venir, no por consideración ni nada parecido. ¿Quién necesita ver unas demostraciones afectivas tan asquerosas? ¡Puaj! —le pasó una botella de vino a Paula—. Para ti, preciosa.


Ella se marchó a la cocina a preparar lo que quedaba por hacer de la cena, y los chicos, a pesar de sus protestas, habían insistido en ayudarla. Hasta ahora su labor había consistido en comerse la mitad de los tomatitos y el pepino que debía ir en la ensalada, pero lo cierto era que le gustaba tener a Pedro cerca.


—¿Qué hay para cenar? —preguntó Damian, con la boca llena.


—Se supone que es una sorpresa, pero si no os quitáis de en medio, la estropearéis —lo cierto era que la lasaña que esperaba en la nevera tampoco era para tanto.


La otra sorpresa la preocupaba más. Había empezado a tener el presentimiento de que había hecho mal, y por la tarde había intentado llamar al número que Jonathan le había dado, pero había contestado una operadora diciendo que el número no existía.


No quería ni pensar que le hubiera dado un número falso. En cualquier caso, ya no había marcha atrás.


Lo bueno era que todo el mundo estaba contento. Pensó en cómo sería tener a otro hombre sentado a la mesa, bromeando con los chicos, riéndose aún más... Tal vez todo fuera bien. Y ella sería parte de aquello. Intentó quedarse con ese pensamiento para controlar los nervios que estaban aferrados a su estómago.


—Si has hecho algo italiano, te prometo lo que quieras —dijo Damian—. Probablemente seas igual de poco innovadora que el resto de las mujeres y me pedirás mi cuerpo.


—Oye —dijo Pedro—. Cuidadito.


—Yo tuve una cita con esta chavalita anoche. Ella era mía primero y estoy empezando a creer que me la robaste —se levantó y tomó una escoba de la cocina—. Te reto en duelo por el amor de la bella Paula.


Pedro pareció no hacer caso, pero diez segundos después agarró una mopa y la blandió en el aire.


—Prepárate para morder el polvo. El perdedor, morirá.


Los hermanos batallaron en su pequeña batalla mientras Paula temía por sus lámparas y sus cuadros, pero no pudo evitar reír cuando Pedro acorraló a Damian contra una esquina y gritó:
—¡Estás acabado! ¡Ella es mía!


—No os molestéis en mataros el uno al otro por mí —dijo Paula, muy atareada con la lechuga—. Además, no me gustan los Alfonso; tendré que buscar a mi príncipe azul en otro...


Pero no pudo decir más porque la lengua de Pedro vino a detener a la suya y ella quedó tan sorprendida que estuvo a punto de caerse de espaldas. Pedro la sujetó en sus brazos y cuando por fin retiró los labios, dijo:
—Dale a este Alfonso una oportunidad —después volvió a besarla y ella olvidó todo cuanto la rodeaba. Al menos hasta el gemido de Damian.


—¡Noo! Otra vez no. Tendré suerte si comemos en algún momento esta noche. Está claro que tres son multitud, así que me largo de aquí.


Ella no pudo evitar reírse y notó que él también sonreía.


—Ya he salido —dijo Damian—. Me voy a dar una vuelta a la manzana para que vosotros podáis montároslo en el suelo, pero cuando vuelva espero que la comida esté lis...


Damian se interrumpió de golpe y Pedro levantó la vista, intrigado. ¿Qué ocurría? ¿Había alguien en la entrada?