viernes, 22 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 15

 


Una vez zanjado aquel tema en su mente, abrió la caja. Dentro encontró un vestido de color rosa intenso hecho de un material vaporoso parecido a la seda. Cuando se lo puso por encima de la cabeza flotó en torno a ella como una telaraña.


Volvió a mirarse al espejo, girando a un lado y a otro, sin dejar de preguntarse por qué se sentía tan incómoda con aquel vestido. No tenía nada de vulgar, y su diseñador era merecidamente conocido en todo el mundo.


Era casi una obra de arte, y estaba ingeniosamente diseñado, de manera que casi tomaba su forma de la del cuerpo de Paula. La tela se pegaba a ella sin inhibiciones, cruzándose sobre sus pechos en un escote en forma de V y curvándose de nuevo hacia dentro en la cintura. Desde ese punto, la vaporosa tela seguía la línea de sus caderas y caía hasta la mitad de sus pantorrillas. En la espalda formaba una V como la de delante.


La liviandad de la tela, unida a su corte, hacía que Paula se sintiera como si no llevara nada puesto.


—¿Qué tal te queda? —preguntó Pedro a través de la puerta.


—No estoy segura —murmuró Paula—. Salgo enseguida —añadió, en voz más alta.


En realidad, no encontraba ningún defecto al vestido. El diseño era impecable, lo mismo que la tela elegida para su confección. Pero se sentía… expuesta.


Los zapatos eran del mismo color que el vestido, con unos tacones de unos siete centímetros. Se los puso, temiendo no saber andar con ellos, pero enseguida comprobó que eran sorprendentemente estables y que le sentaban como un guante.


Rebuscó en la caja, esperando encontrar un chal o algo parecido para cubrirse, pero solo halló un pequeño bolso a juego. Lo tomó, se miró por última vez en el espejo y, con un expectante revoloteo en el estómago, salió al dormitorio.


Pedro alzó la mirada, la vio… y se quedó paralizado. La expresión de su rostro hizo que el corazón de Paula se detuviera por un instante. Era una expresión de pura y desnuda lujuria. Desde que lo conocía, nunca le había visto mirar a una mujer como la estaba mirando a ella en esos momentos.


Una instantánea excitación se apoderó de ella a la vez que su corazón volvía a latir más rápido que nunca. Sintió entre las piernas un intenso calor a la vez que, lamentablemente, empezaba a humedecerse.


Todo sucedió en cuestión de segundos. Enseguida, el abierto deseo manifestado por la expresión de Pedro desapareció como si nunca hubiera existido. Pero el cuerpo de Paula aún sentía su impacto, y tuvo que arreglárselas como pudo.


—Vuélvete —dijo él, roncamente.


Paula obedeció sin discutir. Se sentía como una marioneta en sus manos.


—Preciosa —susurró Pedro.


—¿Venía…? —Paula se mordió el labio inferior durante más tiempo del que normalmente se habría permitido—. ¿Venía el vestido con alguna prenda interior?


—No —lenta y metódicamente, Pedro deslizó la mirada desde lo alto de la cabeza de Paula hasta la punta de los dedos de sus pies—. Tienes que quitarte el sujetador que llevas puesto. Se ve por delante y por detrás.


—Lo sé, y estoy segura de que tengo otro sujetador más adecuado.


—Y ahora que lo pienso, también tienes que quitarte esas braguitas. Se marcan a través de la tela del vestido.


—Buscaré otras —Paula arrojó el pequeño bolso sobre la cama y fue al vestidor.


Cuando Pedro entró, la encontró rebuscando en un cajón lleno de sujetadores.


—Ese vestido no está pensado para llevar sujetador. Además, tú no necesitas llevarlo. Tienes unos pechos preciosos.


Paula sintió que el rostro le ardía. Se volvió bruscamente hacia él.


—¿Cómo…? —«la noche pasada», recordó de inmediato—. No importa. Ya encontraré algo. Haz el favor de salir.


—De acuerdo, pero recuerda que no debes ponerte nada que estropee el diseño del vestido.


—Veo que eres muy consciente de ese tipo de detalles —replicó Paula en tono irónico.


—Para eso estoy aquí.


—Sal de una vez, Pedro.


Él ladeó la cabeza y la miró.


—¿Por qué tienes la mandíbula tan tensa?


Paula rió sin ganas.


—Bromeas, ¿no? Es… este vestido. Puede que esté pensado para atraer a los hombres, pero yo tengo la sensación de que no llevo nada puesto. Y si no me pongo sujetador y braguitas, entonces sí que no llevaré nada de nada.


—¿Y llevarlos haría que te sintieras mejor?


—Sí.


Pedro movió la cabeza con expresión de pesar.


—Tenemos mucho más trabajo que hacer del que esperaba.


—Si crees que voy a salir de casa sin llevar…


Pedro alzó una mano.


—No importa. Ya entraremos en ese tema más tarde.


—¿Más… tarde? —balbuceó Paula.


Pedro bajó la mirada y su voz sonó más gruesa cuando dijo: —De momento, bastará con que te pongas unas braguitas más adecuadas, pero no te pongas sujetador. De hecho… —rodeó a Paula, soltó el cierre del sujetador y, sin darle tiempo a reaccionar, le sacó las tiras de los brazos. Luego tiró de él por delante y lo arrojó por encima de su hombro—. Ya está —murmuró, satisfecho—. El vestido tiene un aspecto maravilloso ceñido a tus pechos de esta forma.


Paula se apoyó débilmente contra el cajón y lo cerró.


—Eso ha sido todo un truco. No me extraña que impresiones tanto a las mujeres.


Pedro alargó una mano hacia ella y la acercó todo lo que pudo sin llegar a tocarla. Cuando habló, las movió en torno a sus pechos para ilustrar lo que iba diciendo.


—Tus pechos son perfectos… altos, firmes, del tamaño justo…


Paula sintió que se sofocaba.


—¿Quieres hacer el favor de salir de aquí de una vez?


Pedro dejó caer la mano a un lado.


—Mantén la vista puesta en el premio, cariño. Esta es solo la primera lección. Sé que le está costando, pero cuando consigas a Dario pensarás que todo ha merecido la pena —hizo una pausa y la miró con ojos repentinamente penetrantes— ¿O no?


—Vete. ¡Y no me llames «cariño»!


Pedro rió.


—Por supuesto. Lo que tú digas.


En cuanto Pedro salió, Paula apoyó la pierna contra la puerta del armario. Si aquella era solo la primera lección, no sabía si iba a poder sobrevivir al resto.


Pero si sobrevivía, el resto sería fácil. Además, Pedro había dicho «cuando consigas a Darío». No «sí consigues a Darío». Eso significaba que sentía que podía ayudarla a conseguirlo. Si era así, habría merecido la pena. ¿O no? Frunció el ceño. ¿De dónde había salido aquella duda? ¡Por supuesto que merecería la pena!


Respiró profundamente, se puso otras braguitas y volvió a mirarse al espejo. Automáticamente, alisó con la mano la parte delantera. Luego observó su reflejo con ojos críticos. No había duda de que el vestido tenía mejor aspecto sin el sujetador. Aunque no era evidente que no llevaba nada debajo, sus pechos lo rellenaban a la perfección. . De pronto se quedó paralizada. Pedro conocía la forma y el tamaño de sus pechos. Sabía que la noche pasada, a causa de la medicación, sus reacciones habían sido muy lentas, y no había podido pensar con claridad, pero no se quedó inconsciente. Pedro la había desnudado, pero no la había acariciado. Si lo hubiera hecho, lo recordaría.


Sintió que los pechos se le endurecían ligeramente al imaginar sus manos cerrándose en torno a ellos, midiéndolos, pesándolos. Pedro tenía unas manos grandes, fuertes, de dedos largos. ¿Qué sentiría si la acariciara con ellas? Gimió al darse cuenta de lo que estaba pensando.


—¿Va todo bien? —preguntó Pedro.


—Oh, todo va de perlas.


—¿De perlas?


Paula captó la diversión del tono de voz de Pedro. Moviendo la cabeza, apagó la luz del vestidor y salió al dormitorio.


—Tienes un aspecto… magnífico —Pedro tenía los brazos cruzados sobre el pecho y la miraba con expresión objetiva, pero Paula captó con claridad el evidente calor de su mirada.


—Gracias… creo.


Pedro volvió a reír.


—Siento que esto te esté resultando tan duro.


Paula se reprendió mentalmente. No entendía exactamente por qué, pero estaba reaccionando de modo exagerado a los esfuerzos de Pedro por ayudarla.


—Duro no. Solo… diferente —tras el severo y disciplinado modo con que su padre la había educado, llevar un vestido distinto a los que estaba acostumbrada, y sin sujetador, no podía compararse.


—En ese caso, espero que no te importe que te diga que el color de las uñas de tus pies no es el adecuado.


—¿Qué tiene de malo? Es rosa.


—Es un tono demasiado pálido.


Paula sacó del bolso que había utilizado durante el día las cosas que iba a necesitar y las trasladó al de color rosa.


—Sé fuerte, Pedro. Lo superarás.


—Estoy seguro de ello, pero tengo que hacer una cosa más antes de que estés completamente lista.


—No imagino qué pueda ser. Pareces haber pensado en todos los detalles.


Pedro dio un paso hacia ella. Instintivamente, Paula se echó atrás.


Él sonrió.


—¿De qué tienes miedo, Paula?


Buena pregunta, pensó ella. ¿Tenía miedo de ir a pasarlo bien? ¿O de averiguar que le gustaba demasiado estar con Pedro?


Imposible.


—No tengo miedo de nada.


—En ese caso, estate quieta un momento —Pedro acercó las manos al pelo de Paula y empezó a quitarle las horquillas del moño.


—¿Qué se supone…?


—Tu peinado —murmuró él—. Es demasiado serio. Como siempre —tras quitarle todas las horquillas metió los dedos entre el pelo y se lo peinó hasta que cayó en cascada en torno a sus hombros—. Mucho mejor así. Y ahora, vámonos.


—Espera. Necesito una cosa más —Paula entró de nuevo en el vestidor y salió unos segundos después con un chal de punto de color marfil—. Puede que esta noche refresque —su expresión retó a Pedro a que la contradijera.


Él volvió a sonreír.


—Por supuesto. Vámonos.


—Aún no me has dicho adónde vamos.


—Al Midnight Blues. Es un nuevo club de blues en Deep Ellum.


—Blues… de acuerdo. Hay otra cosa más. Dime que no vamos a encontrarnos con nadie que conozcamos, por favor.


—No vamos a encontrarnos con nadie que conozcamos.


Paula entrecerró los ojos con suspicacia.


—¿Estás seguro?


—Debo admitir que no sé dónde van a pasar la tarde todos nuestros amigos, pero el club es nuevo, y aún lo conoce poca gente —la mirada de Pedro se oscureció al añadir—: Además, ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿Qué te vean con el aspecto de una mujer increíblemente deseable? —apoyó las manos en los hombros de Paula, y cuando ella fue a apartarse la retuvo con fuerza—. Relájate —dijo, suavemente—. Nunca has estado tan preciosa.




UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 14

 


—Yo tenía razón —Pedro salió del vestidor de Paula—. No tienes nada adecuado que ponerte esta noche.


Paula estaba en pie en medio del dormitorio, vestida con un albornoz de color crema bajo el cual llevaba un sujetador y unas braguitas de color neutro. Ya estaba peinada y maquillada. Solo esperaba a que Pedro encontrara entre su vestuario algo que le pareciera adecuado para ella, pero empezaba a perder la paciencia.


—En primer lugar, ¿qué quieres decir con que tenías razón?


—No esperaba encontrar nada que pudieras llevar esta noche.


—¿Y cómo podías saberlo? —preguntó Paula, irritada.


—Te veo lo suficientemente a menudo como para saber qué ropa sueles llevar. Además, anoche tuve que buscar un camisón en tu armario y, aunque tenía prisa, no recuerdo haber visto nada apropiado para nuestros propósitos.


Paula suspiró en silencio. «Anoche». Cuanto más trataba de olvidar lo sucedido, menos lo lograba.


—En algún lugar de ese armario tiene que haber algo adecuado para nuestros propósitos, sean estos los que sean.


—No puedo creer que lo hayas olvidado, Paula. Algo adecuado para nuestros propósitos tiene que ser algo que atraiga la atención de Darío.


Paula parpadeó. ¡Lo había olvidado! Desde esa mañana, tras despertar junto a Pedro y descubrir que había dormido entre sus brazos, había estado casi totalmente centrada en él. Eso tenía que terminar.


—Tiene que haber algo —dijo, señalando el armario—. Solo con lo que hay dentro podría montarse una tienda.


—En eso estoy de acuerdo. Y que quede claro que con esto no pretendo criticar tu gusto. Es impecable.


Paula extendió los brazos.


—¿Entonces de qué se trata?


—No hay color en tu vestuario. Siempre utilizas tonos neutros. A los hombres les gusta el color. Además, vistes de forma muy entallada y, de vez en cuando, a los hombres les gusta algo más flojo, que flote a la vez que ciña un poco tu cuerpo y tal vez muestre un poco más de lo que te gusta enseñar.


Paula se cruzó de brazos y lo miró con expresión suspicaz.


—¿Qué se supone que debo mostrar?


—Carne, cariño. Carne. Siempre llevas el aspecto propio de una dama, aunque debo admitir que a veces te pones algo que resulta discretamente sexy. Sin embargo, para nuestro propósito no es lo suficientemente bueno.


«¿Cariño?» Paula recordó de pronto que Pedro la había llamado «cariño» en varias ocasiones durante la noche anterior. Ya no sabía si estaba en medio de su peor pesadilla o si solo se estaba aprovechando de un regalo de los dioses. Trató de convencerse de aquello último. De todos modos, no podía permitir que Pedro le dijera todo lo que le viniera en gana.


—Para tu información, nunca he carecido de hombres interesados en mí.


Pedro alzó las cejas.


—¿Alguno de esos hombres es Dario?


Paula se mordió el labio inferior. En aquello la había atrapado.


—A eso me refería —dijo Pedro al ver que ella no decía nada—. Mañana iremos de compras, pero de momento he elegido algo para que te pongas esta noche —salió al pasillo y volvió a entrar enseguida con una bonita caja alargada en la que Paula reconoció el nombre de una prestigiosa boutique que solo tenía lo mejor.


Sintió un gran alivio. Al menos, el vestido no sería un simple trapito más parecido a una prenda interior femenina que a otra cosa.


Pedro le entregó la caja.


—Pruébatelo. Estoy bastante seguro de que te quedará bien. También hay unos zapatos.


Paula no quiso preguntarle cómo sabía su talla. Era evidente que Pedro tenía demasiada experiencia con las mujeres. Demasiada para su tranquilidad. Tomó la caja y entró en el baño. Tras cerrar la puerta se miró en el espejo, desconcertada por su último pensamiento. ¿Qué más le daba a ella la experiencia que Pedro tuviera con las mujeres? No debía importarle. De hecho, no le importaba.




UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 13

 


Paula giró sobre sí misma y comenzó a caminar de un lado a otro del despacho. Estaba claro que para pensar con claridad necesitaba apartarse de Pedro, del aroma que aún estaba en las sábanas de su cama, de la sonrisa que no dejaba de distraerla.


Trató de centrarse en el asunto que tenían entre manos. Pensando racionalmente y teniendo en cuenta todo lo que sabía que era cierto, no podía llegar más que a una conclusión: la ayuda de Pedro sería inestimable para conseguir atraer la atención de Darío y, sobre todo, para que aceptara casarse con ella.


Además, y sin necesidad de examinar sus ideas, sabía que tenía razón. Si desarrollaban un proyecto común en aquellos terrenos, ganarían mucho más dinero que si hicieran algo por separado. Tenía sentido. Todo lo que había dicho Pedro tenía sentido. Además de ganar millones, aprendería las habilidades necesarias para alcanzar su meta principal.


De manera que, ¿por qué sentía que estaba pasando algo por alto en el trato que estaba a punto de alcanzar? A pesar de todo, estaba convencida de que las ventajas superaban con creces a las desventajas. Cuando se casara tendría el control sobre Barón International, algo que deseaba desde que podía recordar.


Dejó de caminar y se volvió de nuevo hacia Pedro.


—De acuerdo, es un trato.


Él sonrió lentamente.


—Buena decisión.


—¿Cuándo empezamos?


—¿Contigo, o con el proyecto para nuestros terrenos?


Impaciente, Paula recorrió la distancia que los separaba.


—Examinaré tus ideas y aportaré algunas mías. Luego podemos reunimos de nuevo para hablar de ello. De momento, me gustaría que te centraras en la labor de transformarme en lo que consideres que debo ser para atraer a Darío.


Pedro se apartó del escritorio.


—Muy bien. ¿Te parece demasiado pronto que empecemos esta noche?


Paula dudó. Se preguntó por qué. A fin de cuentas, Pedro solo trataba de poner en marcha lo que ella le había propuesto.


—No. Me parece bien.


—En ese caso, pasaré por tu casa a las ocho.


—¿Para qué?


—Vamos a salir a cenar, pero antes quiero revisar tu vestuario para elegir lo que debes ponerte.


—Pero si suelo salir a cenar casi cuatro noches por semana…


—Tal vez, pero normalmente tus cenas tienen que ver con algún negocio o con alguno de los comités benéficos en los que estás metida.


Paula pensó en ello y decidió que, una vez más, Pedro tenía razón.


—De acuerdo. ¿Y en qué será diferente esta cena?


—Esta noche vas a tener una auténtica cita —los ojos de Pedro desprendieron un destello que, por algún motivo, hicieron que Paula se sintiera cálida e inquieta por dentro—. ¿Recuerdas la última vez que saliste con un hombre sin que fuera por algo relacionado con el trabajo o la beneficencia?


Paula trató de recordar, pero no lo logró.


—No. ¿Pero tan complicada puede ser una cita de ese tipo?


—Eso es lo que averiguaremos esta noche, ¿de acuerdo?


Paula asintió, sintiendo una vez más que estaba pasando algo por alto en aquel trato. ¿Pero qué podía ser? Había aceptado la propuesta de Pedro y, a cambio, él le iba a enseñar lo que necesitaba saber. Lo uno por lo otro. De manera que, ¿por qué estaba preocupada?


Al parecer, Pedro leyó su mente.


—No te preocupes, Paula. Haré lo posible para asegurarme de que, al final, obtengas exactamente lo que quieres.