sábado, 23 de abril de 2016

ILUSION: CAPITULO 28





Desde que volvieron de Cheyenne Pedro había llamado varias veces a Pau, pero ella no le había respondido ni le había devuelto ningún mensaje.


Debería dejar las cosas como estaban, pero su obstinación era más fuerte que su sentido común y aquella noche estaba decidido a verla.


Intentó convencerse de que lo hacía para guardar las apariencias, aunque el verdadero motivo era lo mucho que la echaba de menos. Ya había sido bastante difícil antes de ir a Cheyenne, pero desde que Pau se quedó dormida en sus brazos no había podido sacársela de la cabeza ni un solo instante.


Aquel día se había convertido en uno de los tres nuevos propietarios del Sagittarius Resort. Estaba exultante y quería compartirlo con ella.


El ascensor le dejó en la planta veintiocho del edificio de Chaves Media. Había llamado un poco antes al despacho de Pau, sin éxito.


La puerta del despacho estaba abierta y Pau levantó la mirada al oírlo acercarse.


–¿Qué haces aquí? ¿Y cómo te han dejado entrar?


–Tengo algo que contarte. Y todos los guardias de seguridad me conocen. La gente cree que volvemos a estar juntos, ¿recuerdas?


–Sí…


–¿En qué estás trabajando a estas horas?


–Guiones.


–¿Revisándolos?


–Arreglándolos.


–¿Ahora te dedicas a arreglar los guiones de otra persona? Eres la presidenta, Pau.


–Lo sé.


–¿Por qué lo haces? –eran las nueve de la noche.


–Es una de las series australianas.


–¿Es que no hay nadie que pueda ocuparse de esto en horas de trabajo?


–No empieces con el sermón de siempre.


–Pues entonces dime qué está pasando.


–Es Noah. Y Ken y Louie –pareció dudar–. No estoy segura de que mi enfoque esté funcionando.


–¿Qué enfoque?


–Les he encargado que elijan una serie y preparen una versión.


–¿Y?


–Que no se empeñan lo suficiente.


–¿Sus ideas no encajan?


–Para nada. Por eso estoy liada con esto. Si consigo mostrarles lo que quiero y les doy un ejemplo usando una de las series, tal vez consigamos algo.


Pedro miró el reloj.


–Así que te quedas trabajando por la noche porque tus vicepresidentes no saben hacer su trabajo.


–Me gustaría tener algo preparado para mañana.


–No me parece una buena idea, Pau.


–No es asunto tuyo, Pedro –se levantó de la silla y fue hacia la cafetera–. ¿Quieres un poco de café?
–A esta hora no –arrugó la nariz al oler el café frío y rancio–. ¿Has cenado?


–He comido algo en la cafetería… Ojalá siguiera abierta.


–¿Quieres salir a tomar algo?


Ella negó con la cabeza.


–Tengo que acabar esto.


Pedro vio que de nada le serviría insistir, de modo que cambió de tema.


–He intentado llamarte unas cuantas veces desde que volvimos.


–He estado trabajando –dijo ella, echando los restos del café en su taza.


–¿Todas las noches?


–Casi todas, sí.


–Es precisamente eso lo que no quería J.D.


Ella se giró bruscamente hacia él.


–Que se vayan al infierno J.D. y su vida perfectamente ordenada. Me tenía a mí para ayudarlo. Y a ti. Y a todo sus leales empleados. Para mí es mucho más difícil. Dime por qué has venido. Has dicho que tenías algo que contarme.


Pedro quería agarrarla y sacudirla hasta hacerla entrar en razón. Y besarla y hacerle el amor. Después seguramente querría casarse con ella… Pero la expresión de su rostro le hizo refrenar el deseo.


–Hemos comprado el Sagittarius.


–¿En serio?


–Lo anunciaremos el lunes.


Ella pareció relajarse un poco.


–Es genial, Pedro. Me alegro mucho por ti.


–Yo también. Estoy impaciente por empezar a trabajar con Andres y Luis.


Se acercó a ella de manera inconsciente.


–¿Necesitas más ayuda? –le preguntó–. Porque tienes razón… Tu padre nos tenía a los dos para compartir la carga, pero ¿a quién tienes tú?


Ella sonrió.


–Es solo un pequeño contratiempo, Pedro. Todo va a arreglarse.


–Yo podría…


–No, de eso nada –lo cortó ella con firmeza.


El móvil de Pedro empezó a sonar.


–Hola, Pedro –lo saludó Mateo–. ¿Cómo va todo por Los Ángeles?


–Bien. ¿Y por Cheyenne?


–Estamos trabajando muy duro.


–Me lo imagino.


–El donativo de Chaves Media ha sido muy bien recibido.


–Deberías decírselo a Pau, no a mí.


–Sí, siempre se me olvida que ya no estás en la empresa… Escucha, a Erika y a mí se nos ha ocurrido una nueva idea para la boda.


–¿Ah, sí?


–Nos gustaría celebrarla aquí, en Cheyenne. El fin de semana.


–¿Este fin de semana?


–Sí, sí, ya sé lo que estás pensando. Pero te prometo que esta vez no tendrás que mover un dedo. Será una ceremonia muy sencilla. Vamos a celebrar una boda discreta en la iglesia y luego un gran banquete en el ayuntamiento. 
Invitaremos a toda la comunidad. Será un merecido descanso para todos los que están trabajando.


Pedro tenía que admitir que era una buena idea.


–Yo estaré. Y seguro que a la ciudad le gustará.


La curiosidad se reflejaba en el rostro de Pau.


–Seguro que sí –dijo Mateo–. Mucha gente ya se ha ofrecido para prepararlo todo. Erika va a llamar a Pau.


–Está aquí mismo.


–Pregúntale si podría venir.


Pedro cubrió el teléfono.


–¿Puedes ir a la boda de Erika y Mateo este fin de semana en Cheyenne?


Paula se quedó boquiabierta.


–Allí estará –le confirmó Pedro a Mateo.


–Genial.


Paula movió la boca, pero ningún sonido salió de sus labios.


–Estamos impacientes –dijo Pedro–. Nos vemos en un par de días.


–¿En Cheyenne? –le preguntó Paula cuando se despidió de Mateo.


–Han invitado a toda la comunidad de rancheros al banquete. Es una buena manera de apoyar a sus vecinos.


–Es una idea fantástica –afirmó Pau, pero se dejó caer en una silla con expresión abatida–. Ojalá tuviera más tiempo.


–Ah, no, de ninguna manera vas a perdértelo. Te tomarás el tiempo que haga falta para hacer feliz a Erika.


Paula señaló el ordenador.


–¿Y quién se ocupara de esto?


–Tus empleados.


–Mis empleados se están rebelando.


–Ese es otro problema. Pero tu mejor amiga va a casarse y tú vas a estar en su boda.






ILUSION: CAPITULO 27




Paula volvió sigilosamente a su habitación a las seis de la mañana. Pedro la había despertado de un profundo sueño para darle a elegir entre quedarse un rato más con él o volver a su cuarto antes de que se levantaran los demás. Por un segundo estuvo tentada de quedarse, pero era un impulso absurdo. Ya no eran una pareja.


Abrió la puerta de su cuarto sin hacer ruido y se sobresaltó al ver a Tamara sentada en su cama.


–¿Has estado abajo? –le preguntó su amiga.


–Me ha llamado Erika –Paula cerró tras ella y se apoyó de espaldas en la puerta–. Tenía que decirle a Pedro que han cancelado la boda.


Tamara se levantó.


–¿Cuánto tiempo has necesitado para decírselo?


Paula pensó en mentir, pero era Tamara.


–Seis horas.


La expresión de Tamara se relajó.


–¿Quieres hablar de ello?


–No lo sé… –respondió con sinceridad. Fue hasta la cómoda y abrió un cajón. La única cosa lógica que podía hacer era vestirse y seguir adelante con el día.


–¿Qué dirías si quisieras hablar? –insistió Tamara, acercándose a ella.


Paula se aferró al cajón medio abierto.


–Que Pedro es el mejor amante de todo el universo.


Hubo un momento de silencio.


–¿Qué vas a hacer?


Buena pregunta.


–Lo primero, vestirme –sacó unos vaqueros y una camiseta verde del cajón y los arrojó sobre la cama–. No. Lo primero es lavarme los dientes.


–Está bien, pero ¿qué vas a hacer con lo realmente importante?


–Nada. Él no lo pidió ni yo tampoco. No ha cambiado nada, Tamara. Simplemente no pudimos contenernos.


–Me refiero a Erika y a Mateo. Pero si quieres hablarme de tu vida sexual, estoy encantada de escucharte.


Paula puso una mueca y se dirigió hacia el cuarto de baño.


–Van a venir a Cheyenne a echar una mano. No quieren celebrar una boda ostentosa mientras la gente intenta recuperarse del desastre.


–Me parece una decisión muy razonable –dijo Tamara–. No me esperaba menos de ellos –fue hacia la puerta del baño–. Pero un momento… Eso significa que tú y Pedro no estáis obligado a seguir fingiendo.


–Eso fue lo que le dije anoche.


–¿Y aun así te acostaste con él? ¿Eso qué sentido tiene, Pau?


Paula enjuagó el cepillo de dientes.


Pedro no quiere que rompamos de golpe. Por mi familia, especialmente por Marlene. Cree que deberíamos ir desilusionándolos poco a poco. Además, según él mi imagen en Chaves Media saldría muy mal parada si rompiéramos tan poco tiempo después de habernos reconciliado –cerró el grifo–. Y creo que algo de razón tiene, porque ya estoy teniendo problemas con los mandamases de la empresa.


–Tú estás por encima de todos ellos, Pau. Puedes mandarlos a paseo.


Paula sabía que no era tan fácil.


–Mi padre los eligió personalmente. Son la espina dorsal de la compañía.


–Y tú eres la presidenta. Tienen que acatar tus decisiones les guste o no.


Paula escupió el agua y volvió a enjuagar el cepillo.


–Estoy segura de que acabarán haciéndolo. Pero quiero que me respeten, no que me teman. Cuanto antes me gane su respeto más fácil será todo. Dar una imagen frívola e inconstante en el aspecto emocional no me ayudará en nada.


–¿Entonces? ¿Vas a tener que casarte con Pedro para no dar una mala imagen a los vicepresidentes?


Paula soltó una carcajada.


–Eso fue exactamente lo que le dije a Pedro.


–¿Y qué dijo?


–Que no había necesidad de ser sarcástica. Tenía razón.


–¿Y qué más?


–Que no era tan antipática y que podía quedarse conmigo un poco más, por el bien de la causa.


Tamara sonrió.


–Bonitas palabras… Entiendo por qué te metiste en su cama.


–No. Eso fue cuando me dijo que había estado enamoradísimo de mí y que un sentimiento tan fuerte no se evapora en el aire sin más.


Tamara se puso seria.


–Eso sí que es eficaz…


Paula volvió al dormitorio y se sentó en la cama.


–Debería haber sabido cómo reaccionar, pero me sentía terriblemente confusa.


Tamara se sentó a su lado.


–¿Quieres volver con él? ¿Volver a intentarlo?


–Dejando a un lado el hecho de que quemé ese puente hasta que no quedaron ni las cenizas, no estoy tan segura como antes de no querer volver con él.


–¿Entonces quieres volver con él?


–Ya no sé ni lo que quiero.


–Creo que has hablado con demasiados periodistas.


–No sé… Estoy confusa.


En ese momento recibió una llamada al móvil. Era su secretaría en Los Ángeles.


–Hola, Becky. ¿Qué ocurre?


–Acabo de recibir un mensaje de alguien de la oficina de Cheyenne –la informó Becky rápidamente–. Es Noah. Esta mañana ha tomado el primer vuelo con destino a Los Ángeles.


Paula se puso en pie de un salto.


–¿Para qué?


–No lo sé, pero ha sido todo tan repentino que me resulta sospechoso.


–Voy para allá. Gracias, Becky.


–¿Qué pasa? –le preguntó Tamara.


–Será mejor que prepares tus cosas. Volvemos a Los Ángeles.


Noah llegó antes que Paula a Los Ángeles, y ya estaba reunido con Ken Black y Louie Huntley, los vicepresidentes encargados de las series dramáticas y de las comedias, cuando ella llegó a la oficina. Le disgustó la jugada de Noah, pero no podía decirle nada. Los vicepresidentes se reunían a menudo, con o sin el presidente.


En la nueva sala de juntas el cuadro del Big Blue dominaba orgullosamente la pared. Los hombres estaban sumidos en una discusión, y cuando Paula entró Noah estaba diciendo que Chaves Media debía seguir produciendo todo el contenido de sus cadenas. Más aún, afirmaba que J.D. lo habría querido así.


–Paula… –dijo Ken sin disimular su sorpresa–. Has vuelto.


–He vuelto –corroboró ella.


–¿Estás bien? –le preguntó Louie.


–Muy bien –se volvió hacia Noah–. ¿Qué decías?


–Bienvenida –dijo él secamente.


Hubo un breve e incómodo silencio.


–Es un pilar de la empresa –dijo Ken–. Lo que nos distingue de la competencia. La programación de nuestras cadenas está íntegramente producida por Chaves Media. Ni tú ni nadie puede cambiar eso.


Becky ocupó un asiento en el extremo de la mesa.


–La industria está cambiando –dijo Paula–. Echad un vistazo a lo que se emite por cable o por Internet.


–¡Chaves Media jamás se rebajará a la basura que se ve en Internet!


–¿Quién ha dicho nada de basura? –les preguntó Paula a todos–. Lo que propongo son versiones de unas series de gran audiencia y aptas para todos los públicos. Series que han sido producidas por unas cadenas extranjeras que ahora forman parte de Chaves Media.


–No fueron producidas por Chaves Media –objetó Louie–. ¿Quieres comprometer nuestro sello reduciendo la calidad y la creatividad?


–Son unas series excelentes y tienen un gran éxito.


–¿Desde cuándo nos guiamos por lo que le guste a la mayoría? –preguntó Ken.


Paula estuvo a punto de preguntarles desde cuándo los vicepresidentes se permitían ignorar las decisiones del presidente, pero se mordió la lengua. Tenía que ganarse la confianza de aquellos hombres, no convertirlos en enemigos.


–El resultado es lo que cuenta.


–También la fidelidad a nuestros principios –dijo Noah.


–Os estoy pidiendo que formemos un equipo. Que elijamos una serie, elaboremos un guion y veamos qué pasa –no era una orden directa, pero casi.


Los tres hombres se miraron entre ellos. Noah desvió la mirada hacia el cuadro del Big Blue. Seguramente estaba añorando a J.D.


–Muy bien –dijo él–. Me parece una pérdida de tiempo y de personal, pero prepararemos algo.


–Gracias –Paula asintió brevemente y los hombres abandonaron la sala de juntas.


Becky revolvió algunos papeles en el extremo de la mesa. 


Había sido la secretaria de J.D. durante los últimos años y había permanecido en silencio durante toda la reunión.


–¿Qué te parece? –le preguntó Paula.


–No sé nada sobre la programación –respondió ella, desconcertada por la pregunta.


–Conocías bien a mi padre. Lo viste tratar a Noah, Ken y Louie, y a otros muchos directivos.


–Tú eres más simpática que él. Quiero decir…


–Tranquila. Si no quisiera saber tu opinión no te la habría pedido.


Becky dudó un momento.


–Ellos nunca le habrían hablado así al señor Chaves. Le habrían dado la razón en todo.


Paula sonrió.


–Mi padre ejercía ese efecto en las personas.


–Era un hombre muy listo.


–Sí que lo era. Solo por curiosidad, ¿qué forma de ser te parece más efectiva?


Becky volvió a dudar.


–Diría que un punto medio. Alguien tiene que estar al mando, pero hay otros que también tienen buenas ideas.


A Paula le intrigó la intuición de Becky. Durante mucho tiempo había asistido a las reuniones de los directivos y había conocido las ideas y opiniones de J.D. antes que nadie.


–¿Qué piensas de Max Truger?


La secretaria volvió a dudar.


–Me gusta. Parece que lo respetan, es muy cortés con el personal y siempre me ha parecido muy inteligente. Pero es mucho más joven que la mayoría de los directivos…


–Estoy de acuerdo contigo. ¿Hay alguien más que te parezca amplio de miras?


–Lana Flynn, de marketing. Solo es directora, pero es brillante. Y Reece Ogden-Neeves, del departamento de películas. Es mayor, pero de mente abierta.


A Paula también le gustaba Reece.


–¿Por qué me pregunta todo esto? –quiso saber Becky.


–Porque durante años has estado presente en las reuniones más importantes de la empresa. Pero sobre todo porque me pareces una persona sensata.


Becky agradeció el cumplido con una sonrisa.


–Creo que debería confiar en su instinto,


–¿Puedes concertarme una cita con Reece?


Becky sonrió.


–Es usted la presidenta, señorita C. Reece dejará lo que quiera que esté haciendo y acudirá enseguida.