viernes, 17 de abril de 2015

SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 26




Paula había tomado ya una decisión, se marcharía de la casa de su hermana, dejaría su trabajo y regresaría a San Francisco. Después de la escena deplorable que acababa de tener con Pedro ya no podría volver a trabajar con él. Lo llamaría por teléfono y le diría que se buscara a una nueva secretaria. Ni siquiera se lo anunciaría en persona porque volver a verlo solo terminaría por destrozar su corazón bastante maltrecho ya.


La puerta de su habitación se abrió y Gabriel entró.


—Paula, hablemos por favor —le pidió él cerrando la puerta.


—Gabriel, sal de mi cuarto, no tenemos nada de que hablar —le dijo ella sacando unas prendas del closet.


Gabriel observó las maletas abiertas encima de la cama.


—¿Te marchas?


—Es lo mejor para todos —dijo ella mientras acomodaba algo de ropa dentro de una de las maletas.


—Paula, antes de que te vayas quiero que sepas que estoy muy arrepentido de lo sucedido. Me he comportado como un tremendo idiota y entiendo por lo que has tenido que pasar. No quiero justificarme pero mi relación con tu hermana en los últimos meses ha sido bastante complicada, luego llegaste tú y me volviste loco…


—Gabriel, no sigas…


—Perdóname, Pau, de verdad estoy arrepentido de lo que hice y lamento que te vayas de casa por eso.


Una sonrisa amarga surcó el rostro algo pálido de Paula.


—No te preocupes que no me marcho solo por eso —le aclaró.


—Voy a hablar con Sara…


—¿No pensarás contarle lo que ha pasado?


—No, no lo haré. Estoy dispuesto a hacer que nuestra relación vuelva a ser como era antes de que se embarazara. Amo a tu hermana y ella me ama, solo que en este período ambos estuvimos algo confundidos.


Paula miró a su cuñado a los ojos y supo que estaba siendo sincero. Le sería difícil olvidarse de lo que le había hecho pero ella jamás permitiría que Sara lo supiera.


—Me alegra que pienses así porque mi hermana te adora aunque no te lo demuestre últimamente.


—Entonces quédate, al menos hasta que nazca el niño —le pidió ya sin ninguna doble intención.


—No, Gabriel, no voy a quedarme. Me regreso a San Francisco esta misma noche —anunció.


La puerta se abrió y Sara se quedó boquiabierta.


—¿A San Francisco? ¿Por qué? —inquirió Sara entrando en la habitación. Vio a su esposo pero ni siquiera se preocupó que estuviera haciendo él allí.


—Porque sí —simplemente respondió Paula cerrando la maleta que ya estaba repleta.


—¿Qué fue lo que ese doctorcito te hizo para que decidieras irte nuevamente?


Gabriel miró a su esposa.


—¡No me mires de esa manera, Gabriel! ¡Si la cabezota de mi hermanita se va de Belmont es por culpa de Pedro Alfonso, se ha enamorado de él como una colegiala y ahora decide que lo mejor es irse en vez de quedarse a ver que sucede!


—Sara no puede haber un futuro posible con Pedro y por eso es mejor que me vaya —dijo tratando de sonar calmada.


—¡Estás huyendo y lo sabes!


—¡Maldición, Sara, no estoy huyendo! —no iba a llorar, se había jurado que no lo haría pero su hermana no dejaba de escarbar en la herida.


Gabriel permanecía en silencio dejando que las dos hermanas hablaran.


—¿Por qué entonces no lo buscas y hablas con él antes de irte?


—Porque no tiene caso hacerlo, créeme. He pasado ya por esta situación —dijo refiriéndose a su ruptura con su ex.


Pedro no es Matias, Paula.


—No, no lo es pero se parecen bastante… a ninguno de los dos le emociona la idea de casarse algún día y tú sabes mejor que nadie que ese ha sido uno de mis sueños desde que era una niña.


—¿Se lo has preguntado?


Paula se rió nerviosa.


—¡Por supuesto que no!


—Sara, dejemos a tu hermana, creo que necesita estar sola —intervino Gabriel.


Paula agradeció en silencio las palabras de Gabriel porque eso era exactamente lo que necesitaba.


—¡Pero…


—¡Bajemos a ver si Ana ya hizo su tarea!


Ambos se fueron y cuando Paula se quedó sola se dejó caer en la cama. Se cubrió el rostro con las manos y respiró profundamente.


Se marcharía de regreso a San Francisco y no volvería a ver a Pedro.


Se le estrujaba el alma de solo pensarlo pero no tenía otra salida.


Pedro y ella tenían una concepción muy diferente del futuro y los sueños que Paula tenía desde niña no congeniaban con las ideas de Pedro.


Él odiaba el matrimonio y ella quería algún día convertirse en su esposa.


Debía poner distancia de por medio si quería olvidarse que alguna vez había amado con tanta pasión a Pedro Alfonso.






SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 25





Estefania se sorprendió cuando esa tarde Pedro la buscó en su departamento.


—¡Hermanito, qué sorpresa! —exclamó Estefania abriendo la puerta.


Pedro entró como una tromba, se plantó en medio de la sala y miró a su hermana con un gesto de interrogación en la mirada.


—¿Qué demonios le has dicho a Paula sobre mi?


Estefania cerró la puerta y fue hasta el sofá, se sentó y observó con detenimiento a su hermano mayor.


—¿Por qué la pregunta y… cómo sabes que hablamos de ti durante el almuerzo? —preguntó alzando las cejas.


—¡Porque hasta esta mañana las cosas entre ella y yo iban estupendamente bien!


—¿Qué cosas iban estupendamente bien entre ustedes? 


Estefania estaba comenzando a comprender que estaba sucediendo.


—¡Pues como buena observadora deberías haberte dado cuenta que entre tu amiga y yo pasa algo!


Estefania abrió los ojos como platos.


—¿Tú y Pau?


Pedro asintió.


—¿Era ella la mujer con la que estabas ayer por la mañana cuando fui a tu casa?


—Si, era Paula; estábamos más que bien pero luego tú la invitas a almorzar y desde ese momento ella ha cambiado conmigo y…


Pedro, creo que metí la pata y la metí hasta el fondo —confesó ella poniendo cara de preocupación.


Él se sentó a su lado y la miró a los ojos.


—¡Dime ya en que lío me has metido, Estefania!


Estefania le contó la charla que ella y Paula habían tenido durante el almuerzo y a Pedro no le quedó ninguna duda sobre que había motivado el enojo de Paula.


—¿Cómo pudiste contarle eso? —le recriminó él agarrándose la cabeza.


—Yo no sabía que la mujer que se ocultaba en tu cama era ella y por eso le conté sobre tu matrimonio fallido y tu rechazo a la idea de volver a casarte… jamás me hubiera podido imaginar que ella estaba enamorada de ti.


Pedro se puso de pie.


—Espero que todo este embrollo tenga solución, Estefy. No quiero perder a Paula por nada del mundo…—confesó reconociendo sus sentimientos hacia ella por primera vez.


Estefania le tendió la mano y él se la dio.


—No la perderás, te lo prometo, por mi cuenta corre que eso no suceda —le aseguró con una sonrisa cargada de optimismo.





SECRETARIA Y AMANTE: CAPITULO 24





Paula comprobó la mañana siguiente que le sería muy difícil ocultar las oscuras ojeras que daban a su rostro un aspecto totalmente patético debido al insomnio y a las lágrimas derramadas durante casi toda la noche.


Llegó al consultorio casi sobre la hora, solo el tiempo necesario para ordenar las citas del día y dedicarle un buen día solemne a Pedro.


Sabía que no iba a soportar mucho tiempo así y que él la confrontaría tarde o temprano por eso había tomado una decisión.


Comenzaron a llegar los pacientes y Paula agradeció que ninguno de ellos faltó a su consulta porque eso habría significado tiempo libre y eso era lo que ella no necesitaba al menos hasta estar lo suficientemente serena para responder las preguntas que Pedro seguramente tendría para hacerle.


A la hora del almuerzo la puerta que daba a la calle se abrió y Paula se quedó de una pieza al ver llegar a su cuñado. Se puso de pie de inmediato y Gabriel avanzó hacia su escritorio.


—Pau, por favor, necesito que hablemos —le dijo él para evitar que ella huyera de él.


—Gabriel, creo que no tenemos nada de que hablar, no después de lo que sucedió.


—¡Por favor, Pau, escúchame! —la asió del brazo y ella se paralizó.


En ese momento la puerta del despacho de Pedro se abrió y él caminó hacia ellos raudamente.


—¿Qué sucede aquí?


Gabriel soltó a Paula.


—No sucede nada, Pedro —dijo ella intentando esconder su miedo—. Mi cuñado ha venido a hablar conmigo pero le he dicho que no puedo atenderlo ahora, tengo una cita y no puedo llegar tarde.


Pedro los miró a ambos y no se creyó para nada la explicación que Paula acababa de darle. Había interrumpido alguna cosa importante y podía percibirlo.


—Pau, puedo llevarte a tu cita si quieres —se ofreció Gabriel haciendo un último esfuerzo por lograr hablar con ella para aclarar las cosas.


—No es necesario Gabriel, mejor regresa con Sara que seguramente te necesita más que yo —enfatizó.


—Ya la has oído, Gabriel, puedes retirarte —intervino Pedro muy molesto.


Gabriel no pudo hacer otra cosa y tuvo que marcharse.


Cuando se quedaron a solas, Paula pretendió huir pero él la detuvo.


—¿Me vas a explicar que demonios sucede contigo?


—No sucede nada conmigo, Pedro—le respondió ella de mala manera sin mirarlo a los ojos.


—No me mientas y además… ¿Qué quería tu cuñado contigo?


Paula alzó la vista y clavó sus ojos grises en los de él. Había rabia e impotencia en su mirada.


—¡No quería nada, demonios! ¿Puedo marcharme ahora?


Pedro no podía creer que ella le estuviera hablando de aquella manera y actuara como si él le hubiese hecho alguna cosa.


Se quedaron por unos segundos así, mirándose a los ojos y en silencio. Finalmente Pedro la soltó, consciente de que no iba a lograr nada de ella esa mañana.


—Puede irte si tienes tanta prisa —le dijo señalándole la salida—, pero debemos hablar y lo sabes, tarde o temprano vas a decirme que es lo que te sucede conmigo.


—Quizá ya no haya nada de que hablar —respondió ella dolida.


Pedro soltó un par de maldiciones y arremetió nuevamente contra ella.


—¿Qué significa eso? —la asió de un brazo y la atrajo hacia él.


—¡Suéltame, Pedro!


—¡No hasta que me digas que te he hecho para que me trates así!


Paula clavó la mirada en la mano de Pedro que seguía sosteniéndola por un brazo.


—¿No vas a responderme?


Paula entonces lo miró a los ojos nuevamente.


—Quizá tu sepas la respuesta a esa pregunta mejor que yo —le dijo ahogando las lágrimas que amenazaban por salir.


—¡Por Dios, Paula, no juegues con mi paciencia y dime que es lo que sucede porque si mal no recuerdo tú y yo estábamos bien hasta ayer por la mañana cuando te fuiste de mi casa!


Paula logró zafarse y se apartó de él.


—¿De verdad quieres saber lo que sucede? —le espetó ya sin poder contener el llanto.


Pedro se quedó en silencio, incapaz de comprender que le ocurría a Paula y el motivo de sus lágrimas.


—¡Sucede, Pedro Alfonso que no estoy dispuesta a ser una más en tu lista de conquistas! De un manotazo se secó los ojos. — ¡Debo reconocer que fui una estúpida porque creí que había algo importante entre nosotros! ¡Pero bueno ni siquiera es tu culpa, después de todo la única culpable de mi desdicha es mi estúpida manía de enamorarme de quien no debo! 


Corrió hacia la puerta y atravesó el pasillo hasta el ascensor.


Pedro salió tras ella y la alcanzó.


—¡Paula, espera!


Pero la puerta del ascensor se cerró y se quedó allí, desesperado y con un mar de dudas en su cabeza.


Las palabras de Paula no lo habían aclarado demasiado pero ella, sin embargo en medio de su estado de conmoción le había dicho que estaba enamorada de él y eso fue suficiente para calmar, un poco al menos, su corazón.