martes, 9 de marzo de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO FINAL

 


—Encontraremos la manera de estar juntos —le dijo Pedro sin dejar de abrazarla—. Me van a publicar un libro. Podré estar más tiempo en casa. Y no pienso vender Bellamy.


—Oh, Pedro.


—No sé cómo lo vamos a hacer, pero no voy a perderte. No puedo perderte.


—Pero tu trabajo…


—Es solo un trabajo. Me he dado cuenta de que llevo huyendo desde los catorce años, pero ahora ya no tengo motivos para huir.


—¿Señor Alfonso? —le dijo un policía de uniforme, acercándose.


—Sí.


—Vamos a tener que tomarles declaración en comisaría.


—¿Esta noche? —preguntó él—. ¿No pueden esperar a mañana?


—Lo siento, señor, pero…


—Por supuesto que se puede esperar a mañana —dijo una voz femenina.


Era una de las mujeres que habían estado cenando en el restaurante esa noche.


—Soy la juez Eleanora Hanover. Estas personas necesitan descansar. ¿Qué tal si pasan por la comisaría mañana a las nueve?


—Por supuesto, su señoría —dijo el policía.


—Muchas gracias —le dijo Paula.


Luego llegaron Julia y John.


Julia le dio un fuerte abrazo a su amiga.


—¡Cómo me alegro de que estés bien!


—Y yo.


—Y, Pedro, siento no haberte creído.


—No pasa nada, solo querías proteger a tu amiga.


—No nos han presentado, soy John —dijo este, dándole la mano.


Las sirenas dejaron de oírse. La mayoría de los coches de policía se habían marchado ya.


—¿Os llevo a casa? —preguntó John.


—Sí, por favor —respondió Pedro.


Cuando llegaron a Bellamy eran poco más de las once, pero Paula estaba agotada por el estrés.


Subieron como pudieron las escaleras para llegar a la habitación principal.


Pedro empezó a desnudarse y ella soltó un grito al ver la marca que el impacto de la bala le había dejado en la piel, a pesar del chaleco. Le dio un beso allí y Pedro la besó a ella en la muñeca, en la que Patricio también le había dejado marcas.


Se tumbaron en la cama, abrazados.


—Te quiero —le dijo Paula a Pedro después de un rato.


—Lo sé.


—Te quiero lo suficiente como para dejarte marchar —añadió ella con lágrimas en los ojos.


—Y yo a ti también te quiero como para quedarme.


—Entonces, si no vas a vender la casa, ¿me estás despidiendo otra vez?


Él rio.


—Sí, supongo que sí, pero te lo compensaré de alguna manera.


Ella lo acarició. Notó su erección.


—¿Cómo?


—Podría darte la mitad de Bellamy.


—¿Me estás diciendo…?


—Que quiero casarme contigo. Sí.


—Oh, Pedro —dijo ella antes de besarlo—. ¿Ves lo buena que soy en mi trabajo? Siempre encuentro a las personas adecuadas para cada casa.


—No hace falta que me respondas ahora, pero sé que encontraremos una solución. Si nos queremos, todo lo demás se solucionará.


—¿Y nos queremos? —le preguntó ella, sonriéndole con ternura.


—Por supuesto que sí —respondió Pedro, apretándola contra su cuerpo.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 62

 


Patricio la arrastró hasta una puerta de emergencia y le pidió que la abriese. El aparcamiento estaba en silencio y su coche, donde lo había dejado al llegar.


—Ve hacia el coche —le ordenó—. Vas a conducir tú.


—¡Patricio! —gritó Pedro, acercándose—. Déjala. Llévame a mí en su lugar.


—¿Para qué?


—Puedes utilizarme como rehén, puedes negociar conmigo tu libertad.


—Acércate más —le dijo Patricio.


—No, Pedro, no lo hagas —gritó Paula.


Pedro se aproximaba con las manos levantadas, cojeando.


—No aguanto a este tipo —dijo Patricio Thurgood antes de disparar.


—No —gritó ella, viendo cómo la bala le daba en el pecho y lo hacía caer.


Sin saber cómo, agarró la pistola y le dio a Patricio un rodillazo entre las piernas. No obstante, este no soltó el arma. Paula se dijo que tenía que actuar rápidamente y lo único que se le ocurrió fue morderle con fuerza la muñeca.


No pensó en su propia seguridad, sino solo en que tenía que salvar a Pedro.


De repente, se dio cuenta de que no estaba sola.


Vio una sombra, un movimiento. Un golpe.


Patricio gimió y dejó caer la pistola.


—Ya puedes soltarle el brazo —le dijo Pedro.


Y ella lo hizo y vio a Pedro con la pistola en la mano, apuntando a Patricio.


Se acercó a él y vio cómo sacaba el teléfono para avisar a la policía.


Unos minutos después, Patricio estaba detenido y ellos, abrazándose.


Pedro hizo un gesto de dolor y ella se acordó de que acababan de dispararle.


—¿Cómo es que…?


Él se levantó la camisa y le enseñó un chaleco negro.


—Suelo llevarlo cuando estoy en sitios peligrosos. Casi nunca hace falta, pero a veces…


—Te salva la vida. Podía haberte matado.


—Sí.


A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas.


—¿Qué habría hecho yo sin ti?


—Por suerte, no vas a tener que averiguarlo.


Ella levantó la vista y lo vio sonriendo. Un segundo después la estaba besando.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 61

 


Pedro se quedó inmóvil nada más ver el arma.


—Sentaos —dijo Patricio, dirigiéndose a Julia y a John.


Estos obedecieron.


Patricio hizo un gesto a Pedro, para que se sentase en la silla en la que había estado Paula.


Este dudó, pero se sentó.


—Lo que vamos a hacer es salir todos juntos del restaurante. Tú —le dijo Pedro—, el primero. Nos abrirás la puerta a todos. Luego vosotros dos. Paula y yo saldremos los últimos. No hace falta que os diga que actuéis con normalidad. No quiero que nadie salga herido.


—¿Y luego, qué? —inquirió Pedro.


—Yo llevaré a mi chica a casa, como un caballero. Y vosotros os marcharéis a las vuestras.


—No… —empezó Paula, pero notó que Patricio le clavaba la pistola en las costillas y se interrumpió.


—No es negociable.


—Está bien —dijo Pedro—. Está bien.


Luego, se levantó muy despacio y se dirigió hacia la puerta. Julia y John lo siguieron.


—Ahora, levántate despacio y no hagas ninguna tontería —le advirtió Patricio a Paula.


Ella asintió. Estaba enfadada y se sentía indefensa. Buscó al camarero con la mirada, pero no lo encontró.


Estupendo.


Se dijo que no estaba sola. Tenía a Julia, su mejor amiga. Y tenía a Pedroque haría cualquier cosa por ayudarla.


Estaban llegando a la puerta cuando su camarero apareció.


—Disculpe, señor, se le ha olvidado pagar la cuenta —le dijo a Patricio en voz alta.


Este se puso tenso y se giró.


—Mi novia no se encuentra bien. Vamos un momento fuera a que tome el aire. Ahora vuelvo.


El camarero la miró con escepticismo.


—Que salga con sus amigos mientras usted paga la cuenta —respondió.


Pedro dijo algo a Julia y a John y empezó a abrir la puerta.


Un coro de sirenas inundó el restaurante. A Patricio se le aceleró la respiración.


—Cierra esa puerta y venid aquí —ordenó.


John cerró la puerta y se colocó delante de Julia.


Paula notó que la pistola dejaba de presionarla y oyó un estallido.


—Este restaurante está cerrado —gritó, llevándose a Paula lejos de la puerta y de Pedro, hacia la cocina—. Quien llame a la policía que no se olvide de decirle que tengo un rehén.


Paula miró a Pedro y lo vio salir por la puerta. «No», dijo para sí. «No seas un héroe, Pedro».


Supo que iba a intentar dar la vuelta al restaurante y cortarles el paso por la puerta de atrás.