viernes, 6 de octubre de 2017

RUMORES: CAPITULO 29




EL QUE Samuel Rourke la hubiera recogido en el aeropuerto había impresionado a sus compañeras modelos, que no sabían de su relación familiar. Algunas cámaras dispararon cuando abandonaron la terminal. Las super modelos y los actores de Hollywood eran una fotografía irresistible que siempre se vendía bien. Su hermana los estaba esperando en el coche y salió con rapidez de allí en cuanto los dos pasajeros subieron.


-¿Buen vuelo, Paula?


-Los he tenido peores.


Paula se inclinó para darle un beso a su hermana antes de abrocharse el cinturón en la parte trasera.


-Bueno, no hace falta preguntar si os lo habéis pasado bien, supongo.


Por debajo del bronceado, vio que a Lidia se le sonrojaba la parte posterior del cuello, pero su marido sonrió imperturbable.


-Menos mal que has conseguido llegar, madrina.


A Paula le habían ofrecido una inesperada sesión en Colorado y le había parecido buena oportunidad alejarse miles de millas de donde Pedro estaba atando el lazo con Rebecca.


-Dije que no me perdería el bautizo y aquí estoy. Además, le prometía a mamá y a papá que pasaría las Navidades aquí este año. Es la primera vez en siglos que vamos a estar todos juntos. Aunque no será lo mismo que en los viejos tiempos


Sabía que la evolución era natural, sus dos hermanas ya estaban casadas, pero al mismo tiempo sintió una punzada de anhelo.


-Será mejor ahora -dijo Lidia con suavidad.


La íntima sonrisa que Paula vio intercambiar a la pareja le produjo un nudo en la garganta. 


-Vosotros dos os quedáis, ¿no?


Sintió vergüenza por sentir un poco de envidia de su hermana. Si alguien se merecía ser feliz, esa era Lidia.


-Claro -contestó Samuel-. ¿Se lo digo?


Paula vio apretar el muslo de su mujer con cariño.


-¿Decirme qué?


-En cuanto salga del coche lo notarás tú misma -replicó Lidia.


Paula contuvo el aliento.


-¡Estás embarazada! ¿Cuándo...?


-¿Digamos que una semana más y el traje de boda no me hubiera valido?


-¡Pero si no soltaste prenda! ¡Vaya par de tramposos!


-Se supone que debías felicitarnos -le recordó Samuel.


-¿Qué? ¡Oh, sí! Felicidades. Es maravilloso. Estoy muy contenta por los dos -era una estupidez sentirse excluida-. ¿Soy la última en saberlo? Como siempre -dijo cuando Lidia agitó la cabeza con una sonrisa-. ¿Están mamá y papá excitados?


Se quedó quieta escuchando la cómica descripción de la reacción de sus padres.


Bety Chaves recibió a su hija como si fuera una tromba.


-No hay tiempo que perder, Paula. Ya te he planchado y sacado la ropa que me dijiste que querías. No, no te da tiempo a ducharte -dijo mientras dirigía apresurada a su hija hacia las escaleras-. ¡Carlos, no puedes ponerte esa corbata! -la oyó decir Paula en cuanto llegó a su habitación.


Aparte del olor a pintura reciente y la moqueta limpia, la casa estaba igual que siempre. Con la mano en el pomo, posó la mirada donde ella y Pedro... tragó saliva intentando borrar los ardientes recuerdos de cómo habían hecho el amor allí mismo. Bueno, casi.


Sacudió la cabeza. Tenía que dejar de pensar en él; ya era el marido de otra. Paula se había pasado las dos semanas anteriores coqueteando con todo hombre soltero a la vista. 


La terapia no había funcionado, pero a la prensa le había encantado obtener aquellas raras fotos en ella.


Cada noche en su habitación había derramado lágrimas que no la habían aliviado nada.


-Está preciosa, ¿verdad, Carlos?


-Como siempre -dijo su padre con lealtad.


El traje que llevaba era de lana color oliva. Los bordes del cuello y mangas iban forrados de piel al estilo cosaco.


-¿Ya se han ido Samuel y Lidia?


-No te preocupes, no llegamos tarde -replicó su madre.


-¡Mujer, tú nunca has llegado tarde en tu vida!


-¡Supongo que ya habrás llenado el depósito de gasolina -respondió con seriedad Bety.


Carlos Chaves se llevó la mano a la frente.


-¡Oh, no! -sonrió cuando su mujer puso cara de pánico-. Estaba de broma.


-¡Serás...!


-Si vosotros dos no dejáis de pelear, entonces sí que llegaremos tarde -les recordó Paula mirando sus jugueteos con una sonrisa.



RUMORES: CAPITULO 28




La amnesia era horrible y el sabor de su boca metálico y desagradable. El traje de diseño azul que llevaba puesto la noche anterior estaba doblado con cuidado sobre el respaldo de la silla, así que no debía haber sido tan malo si se había tomado tantas molestias. Metió la cabeza bajo las sábanas y vio que llevaba las bragas de seda de la noche anterior.


El movimiento de la cama de agua le revolvió el estómago, así que se puso una bata corta y se fue al cuarto de baño. El agua fría salpicada en la cara y el lavado de dientes tuvieron un efecto muy agradable.


Por alguna extraña razón, seguía oliendo a café y se preguntó si serían los efectos de la resaca. Porque era una tremenda resaca lo que tenía. Por primera y por última vez en su vida, se prometió.


El café era una buena idea, pensó mientras se dirigía a la cocina. Miranda tenía una cocina de diseño con los últimos electrodomésticos y nada de comida nunca. Le gustaría no haber pensado en el estómago...


Salió de la habitación al salón en el mismo momento en que alguien salía de la cocina.


-¡Oh, Dios mío! -gimió parándose en seco- Pedro estaba secándose el pelo con una toalla con la camisa abierta mostrando toda la gloria de su ancho torso-. ¿Cómo has podido? -gimió-. Estaba borracha.


-Como una cuba -acordó él animado-. ¿Cómo he podido qué, Paula? ¿Quieres un café? Te prepararía un buen desayuno pero no hay nada en esa cocina.


A Paula le dio un vuelco el estómago al oír mencionar la comida.


-¿Deduzco por tu mirada que tienes algunas lagunas en la memoria?


-No creo que quiera recordar.


Sus ojos miraron con horrorizada fascinación cómo sus músculos brillaban y se inflamaban cuando se enroscó la toalla alrededor del cuello.


-No te subiste a las mesas ni nada parecido.


Paula lo miró con odio.


-No es mi actuación pública lo que me preocupa -se sentó antes de que se le doblaran las piernas-. ¿Te importa?


Paula tiró del dobladillo de la bata corta al ver dónde tenía él la mirada clavada.


-Anoche no eras tan modesta.


-No quiero oír hablar de anoche. No sé cómo puedes estar ahí con ese aire tan altivo. Estás a punto de casarte con otra mujer -se llevó la mano a los labios al recordar algo más de la noche anterior-. ¡La próxima semana! Eres un bastardo infiel. ¿Cómo te atreves a reírte?


-¿Estás suponiendo que eres irresistible?


-¿Estás intentando decirme que no hicimos...?


Ladeando la cabeza, Pedro la miró con expresión de exagerado asombro.


-Por mucho que te sorprenda, prefiero a mis mujeres conscientes. Y los ronquidos me desaniman un poco.


Paula no pudo ocultar un violento sonrojo.


-Bueno, ¿y por qué no me lo has dicho directamente?


-No quería estropear tu justa indignación. Anoche eras como un gatito y hoy como un dragón. La transformación es fascinante.


¿Gatito? ¿Qué quería decir con gatito? Aquello le sonaba muy alarmante.


-¿Qué se supone que debo pensar? Estaba desnuda...


-Casi.


-Bueno, si te vas a poner pedante -empezó ella-. ¿Cómo sabías eso?


-Te desvestí y te llevé a la cama. No quería que te sofocaras por la noche y ese vestido azul me pareció un poco ajustado.


La idea de él desvistiéndola le erizó el vello del cuello.


-¿Y qué diablos estas haciendo aquí? Si no...


Parpadeó. Su voz era tan aguda que parecía a punto de la histeria.


-¿Si no abusé de ti? No, Paula, esas cosas debes haberlas soñado. Pensé que podrías ponerte enferma durante la noche.


La implicación de que pudiera tener sueños eróticos con él la humilló porque últimamente el contenido de sus sueños era tan vivido que la dejaba horrorizada.


-¡Bueno, pues no me puse mala! ¿O sí?


-No, pero esta mañana tienes un aspecto horrible. ¿Qué sueles tomar después de una buena borrachera?


-No lo sé. Esta ha sido mi primera vez.


-¿Y qué te hizo empezar a beber anoche?


Paula lo miró con resentimiento. ¿Qué esperaba que dijera? ¿Qué había descubierto que iba a casarse con otra y había querido ahogar la pena? Dios, probablemente ya se lo hubiera dicho. Intentó con desesperación encajar los fragmentos de memoria de la noche anterior. Si supiera qué indiscreciones había soltado.


-¿Y no se preguntará Rebecca dónde estás?


-Ya lo sabe.


-Debe tener mucha confianza en ti.


Los labios le temblaron ligeramente y tuvo que apretarlos.


-Te pondré un café.


-Tengo sed.


-Eso es la resaca. Deshidratación.


Parecía saber bastante del tema, pero a Paula no le importaba en ese momento.


-¿Debo disculparme por mi comportamiento de anoche?


-Estabas encantadora anoche. Si descontamos los cánticos.


Paula intentó detectar alguna señal de desdén en su cara. 


Quizá solo quisiera sonrojarla.


-Yo no canto. Solo estaba en el coro para hacer bulto. Tenía que hacer como que cantaba.


-Una sabia decisión por parte de quien la tomara.


-¿Qué pasó con Jhony? ¿Por qué no me trajo él a casa?


-Se anticipó a la escena.


Paula conocía a Jonathan y no necesitaba más explicaciones.


-¿Qué pasó con la escena?


-La distraje.


-Como solo tengo tu palabra, supongo que debería darte las gracias.


Pedro se sentó en cuclillas.


-Dime, ¿el que no esté enamorado de ti es un requisito tan importante para ser tu agente?


-¿Qué te hace pensar eso?


Paula le dirigió una mirada de asombro.


-Algo que dijiste.


-Mi primer agente, Hugo. Nuestra relación pasó del terreno de lo profesional. Al principio fue bien, pero...


-¿Se enamoró de ti?


Paula asintió. Se había quedado alucinada cuando Hugo le había propuesto que se casara y se fuera a vivir con él a la costa este.


-Todo se lio.


-¿Tú no lo amabas?


Paula alzó la mirada.


-Él me acusó de utilizarlo y creo que de alguna manera era cierto. Yo solo tenía diecinueve años y estaba muy lejos de casa. Confiaba mucho en él.


-Alguna gente podría pensar que fue él el que se aprovechó de ti.


-Oh, no. No fue así. Él era mi amigo. Y quizá lo vuelva a ser algún día.


La expresión de Pedro indicaba que no le gustaba mucho aquella idea.


-¿Siempre defiendes a tus amigos?


-Si hace falta, eso espero.


-Paula -había un tono de urgencia cuando él se apoyó en las rodillas-. Hay algo que tengo que decirte.


Paula estaba experimentando una urgencia propia.


-Voy a ponerme mala -anunció levantándose.


Con la mano en la boca salió corriendo hacia el cuarto de baño y Pedro se quedó mirándola con una expresión de frustración.


Cuando Paula volvió, pálida pero sintiéndose mejor, lo primero que vio fue a Miranda de pie al lado de Pedro. Su amiga llevaba unos pantalones transparentes y un top de color púrpura con brocados que mostraba la mitad de su vientre.


-¡Desastre! -exclamó con dramatismo adelantándose con la mano clavada en el brazo de Pedro-. Un terrorista puso una bomba en nuestro hotel. ¡Caos! El ruido, el polvo, las sirenas. Nos mandaron a todos a casa. Invité a todo el mundo a que tomara un bocado, pero no hay comida, así que han ido a buscarla. ¿Quieres...?


-Ya he comido -dijo Paula apresurada-. ¿Alguien salió herido?


-Por suerte no, pero a todo el mundo se le puso la adrenalina por las nubes.


-Bueno, ¿y tú? ¿Cómo va tu adrenalina?


Dirigió una mirada de soslayo a Pedro.


-Estaba felicitando a Pedro por su compromiso.


El humor desapareció de la cara de Miranda y sus ojos verdes se nublaron de simpatía.


-Dime, Pedro, ¿Has pensado alguna vez en posar? Estoy dando una clase de arte y...


-Gracias por la oferta -dijo Pedro con admirable compostura-. Pero estoy muy ocupado.


-Bueno, si cambias de idea...


-Lo dice con buena intención -defendió Paula a su amiga mientras Miranda desaparecía.


-Me siento halagado -una expresión de determinación acerada brilló en sus ojos-. No es eso lo que tenía en mente, pero creo que debemos hablar.


-Lo cierto es que creo que me volveré a la cama antes de que lleguen sus amigos. Me siento un poco... -se encogió de hombros-. Ya sé que es culpa mía, pero...


-No tienes que explicarme nada. Conozco los efectos. Tengo una semana ocupada, pero...


-Supongo que tendrás muchas cosas de última hora. ¿Te vas de luna de miel?


-Acerca de eso, Paula...


Paula le dio una palmada en la mano que le extendió.


-¡Oh, Dios! -exclamó-. ¡Ahórrame los detalles!


Consciente de que su pérdida de control coincidía con la llegada de los amigos de Miranda, salió corriendo a su habitación y cerró la puerta.




RUMORES: CAPITULO 27





-¿Sigues en casa de la encantadora Miranda? -preguntó Pedro cuando consiguió por fin meterla en el asiento trasero de un taxi.


-¿Te gustó ella entonces? A ella le gustaste tú.


-Eso es muy gratificante -Dijo Pedro dándole la dirección al taxista.


-No creo que nadie notara que estoy borracha. Creo que salimos con bastante discreción.


Apoyó la cabeza en el hombro de Pedro. El mundo empezó a girar de una forma nauseabunda y tuvo que abrir los ojos de nuevo.


-No sé por qué montaste tanto jaleo por el pendiente. La gente estaba mirando.


Se llevó la mano al lóbulo de la oreja.


-¡Vaya forma de despreciar una pequeña fortuna!


-¡No seas tonto! -dijo deslizando un dedo por la fuerte línea de su mandíbula-. No son auténticos. No creerás que iba a gastarme una fortuna en diamantes. Son de bisutería -se quitó el otro-. Lo siguiente que dirás es que esto es piel auténtica -rozó el borde de la chaqueta-. No me conoces muy bien, ¿verdad? No me gustan realmente esas cosas.


Pedro miró por encima de su cabeza con una expresión suave.


-Estoy empezando a pensar que tienes razón.


-Lo que si era un buen pedrusco era lo que llevaba Rebecca.


-¿Y lo viste desde tan lejos?


-Soy mujer, Pedro. Las mujeres nos fijamos en esas cosas. Alguna gente podría considerarlo ostentoso y de poco gusto.


-Pero no tú, por supuesto.


-Sería un poco evidente por mi parte, ¿no? Es evidente que ella cree que el mejor amigo de una chica es un diamante.


-¿Y quién es para ti, Paula?


-Un amante estaría bien, ¿no crees? -murmuró con una sonrisa adormilada que le hizo contener el aliento a Pedro.


-No tienes sentido que llames. Miranda está en El Cairo -dijo Paula cuando Pedro levantó su peso más para llegar al interfono-. Los ascensores están por ahí -añadió agitando las piernas cuando él la alzó más-. Puedes posarme ya. Mi pierna está mejor. Solo fue ese escalón que se me resistió. Eres fuerte ¿verdad? -observó sus abultados músculos-. Tienes unos bíceps preciosos.


-Si el ascensor no funciona, no te preocupes, que caminarás.


-Este no es el tipo de edificio en el que no funcionen los ascensores.


Y no lo era, pero en el ascensor había otros ocupantes que sonrieron con cortesía y miraron en otra dirección mientras ella le ronroneaba con suavidad en la oreja y enterraba los dedos en su pelo.


Cuando llegaron a la puerta del apartamento, Pedro la posó manteniéndose muy cerca de ella por si fuera necesario.


-Prométeme una cosa.


-Lo que quieras -dijo ella feliz enroscando los brazos alrededor de su cuello.


-No hagas nunca un musical.


Las notas apenas reconocibles de un gran éxito todavía resonaban en sus oídos.


-¿Y por qué iba a hacer esa tontería? Si no tengo nada de oído -caminó con gran cuidado hasta el otro extremo de la habitación y se desplomó en el sofá-. Miranda dice que esto es una inversión -comentó observando con disgusto la tapicería geométrica-. Yo lo odio. ¿Vas a volver con Rebecca ahora?


-Te prepararé una cafetera.


Cuando Pedro volvió un momento después, Paula estaba roncando con suavidad con la cabeza doblada sobre el pecho.


Pedro se quedó allí contemplándola en silencio unos minutos. Su áspero exterior ocultaba una sensibilidad y profundidad emocional que se manifestó por un instante en la sonrisa de sus labios. Los intentos que hizo por despertarla fueron recibidos por un enfadado:
-¡Déjame en paz!