lunes, 2 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 32

 


Dos leonas se revolcaban en la hierba como dos gatos gigantes.


Dante gorjeaba entusiasmado en su sillita y varios niños gritaron cuando una de las leonas se impulsó sobre las patas para ponerse en pie y acercarse al foso que las separaba de los espectadores.


Pedro y Paula reiniciaron el paseo para ir a ver a dos elefantes que levantaban balas de heno con las trompas. Pedro miró a Paula de reojo. Desde que habían entrado en el zoo había sido objeto de numerosas miradas de admiración. Con su esplendido cabello brillando bajo el sol y los ojos castaños chispeantes, parecía más feliz que nunca.


Además de preciosa.


Para distraer su atención de la suave curva de su trasero, Pedro tomó a Dante en brazos.


—¿Ves los elefantes, Dante? —dijo Paula, señalando con el dedo. Y la rebeca amarilla se le ciñó al pecho.


Pedro reprimió un gemido e inconscientemente aumentó la presión sobre Dante, que protestó al instante.


—Lo siento, pequeño —se disculpó Pedro.


Pero Dante estaba ya hipnotizado por la visión del paquidermo más próximo, que batía sus orejas, y soltó un gritito de felicidad.


Pedro rió y cruzó una mirada de complicidad con Paula durante una fracción de segundo. Dante empezó a botar en sus brazos.


—¡Cuidado, Dante! ¡No conviene pelearse con un elefante, es demasiado grande!


—El tamaño no importa —dijo Paula.


Pedro la miró. En su caso, estaba claro que no se arredraría ante nadie. Ella se sonrojó.


—Perdona, ha sonado fatal. Me refería a que Dante no debería dejarse intimidar.


Pedro reprimió la risa.


—Entonces ¿te afirmas en que el tamaño no importa?


Paula vaciló y Pedro sonrió para sí por conseguir ponerla nerviosa.


—Quiero decir que no siempre gana el grande. Piensa en David y Goliat.


Pedro la miró de arriba abajo con expresión insinuante.


—No te pareces a ningún David que yo conozca.


Paula dejó escapar un sonido de desaprobación. Pedro lanzó una carcajada y, para su sorpresa, Paula la replicó.


—Sigamos el recorrido —dijo él, tendiéndole una mano que, desconcertándolo una vez más, Paula tomó.


Entrelazaron los dedos y siguieron caminando. Pedro sintió una corriente eléctrica, y al mirar a Paula tuvo la impresión de verla de verdad por primera vez. Entonces Dante botó sobre sus brazos para reclamar su atención y Pedro volvió a la realidad bruscamente.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 31

 


—¿Paz? —ofreció Pedro durante el desayuno del sábado.


Paula aceptó la mano que le tendía, consciente que era lo más parecido a una disculpa que iba a ofrecerle Pedro por haber contratado a Ana.


—Paz —accedió.


Por Dante. Y porque Pedro y ella tenían que llevarse bien.


—Salgamos con Dante para celebrar su recuperación —sugirió Pedro.


—¿Hoy?


Paula había planeado lavarse la cabeza mientras Dante dormía por la mañana. Durante la semana no había tenido ni un segundo para sí misma.


Pedro la miró con severidad:

—Lo llevaré al zoo yo solo mientras tú vas a trabajar.


—¡No pensaba ir a trabajar! Y la idea del zoo es fantástica —dijo ella, irritada—. Sólo que necesitaba una hora para… arreglarme.


—¿Por qué no doy el biberón yo a Dante, y salimos más tarde?


—Eso sería perfecto —Paula sonrió de oreja a oreja, más animada de lo que lo había estado en varias semanas—. Gracias.





UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 30

 


Después de dar a Dante el biberón aquella noche, Paula bajó al primer piso en bata y camisón para hacerse un té. Seguía rabiosa por la actitud despótica de Pedro.


Bebió el té y recordó lo agradable que había sido tener una cena caliente preparada por el ama de llaves de Pedro. Habitualmente, estaba demasiado cansada como para prepararse poco más que un sándwich.


Tras aclarar la taza subió más reconfortada. Contaba con un gran cuarto de baño y dos dormitorios que daban a una salita. El menor de los cuartos había sido transformado en el cuarto de Dante. Entró a tientas y, cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, le sorprendió ver la sombra de Pedro inclinado sobre la cuna.


Se quedó paralizada, y tuvo que decirse que era lógico que fuera a despedirse del niño. El enfado que sentía hacia él quedó ahogado por el martilleo de su corazón en los oídos.


Pedro se volvió.


—Está profundamente dormido.


—Ya. Lo he acostado hace unos minutos —dijo ella, esbozando una sonrisa—. Le ha costado conciliar el sueño.


—Tiene mucha energía —deteniéndose junto a Pedro, Paula susurró:

—Es tan pequeño…


—Y tan fuerte.


—Y somos responsables de él.


—Todavía no me hago a la idea de que ocupamos el lugar de sus padres —dijo Pedro, mirando al bebé con una expresión que Paula no supo interpretar.


El lugar de sus padres.


Esa frase resumía la responsabilidad que habían contraído. Una responsabilidad permanente y conjunta. En términos reales, eran los padres de Dante. La única diferencia era que ella, además, era su madre biológica. Su hijo estaba tan quieto, que se inclinó sobre él para tocarlo.


—Duerme. Yo también he querido asegurarme —dijo Pedro con una leve sonrisa. Luego su mirada se intensificó.


Paula bajó la mirada y vio que se le había soltado la cinta de la bata y que se veía el encaje del camisón de seda. Se ruborizó.


—Será mejor que me vaya a acostar.


—Me parece una gran idea —respondió Pedro.


Y Paula no supo cómo interpretar ese comentario.