lunes, 5 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 40

 


Paula se encontraba más calmada, cuando se acercó a la tienda que hacía las veces de comedor. Pedro estaba sentado con otros vaqueros bromeando… Siempre y cuando aquellos hombres no la besaran, Alfonso se sentiría a gusto con ellos.


De pronto, Pedro la divisó y le hizo señales para que se uniera al grupo.


Un vaquero susurró algo al oído de la joven, interceptándole el paso:

—Red, parece que ese tipo se te ha pegado como una lapa.


Paula se dio media vuelta y descubrió a Claudio, cuyo sombrero había sido recientemente abastecido de todo tipo de preservativos.


En efecto, su hermano mayor podía ser un mujeriego, pero por lo menos era coherente y se relacionaba honestamente con sus acompañantes.


—No te preocupes, Claudio —respondió la vaquera.


—¿Sabes una cosa? No me cae del todo mal —dijo el vaquero, refiriéndose a Alfonso.


—Los hombres siempre suelen hace buenas migas entre ellos… Luego te veo, Claudio.


Paula tomó un plato y lo llevó donde estaba el cocinero, para que le sirviera el desayuno. A continuación se fue a sentar con Pedro y los demás, que desaparecieron poco a poco para no molestar…


—¿Qué les has dicho para que se esfumaran nada más verme? ¿Los has amenazado para que nos dejaran solos?


—Por supuesto que no. Soy un tipo muy civilizado —dijo Pedro bebiendo un buen trago de café—. ¿Acaso no te apetecía desayunar conmigo?


Paula rió por lo bajo, mientras le lanzaba un poco de beicon a Bandido.


—Has conquistado a todo el mundo en el rancho, ¿acaso no soy una más?


—Pero querida, tú eres mi…


—… monitora —le interrumpió, la vaquera—. No necesitas para nada un monitor, porque puedes arreglártelas solo perfectamente.


—Pero prometiste que serías mi guía —dijo Pedro con su irresistible sonrisa. Al cabo de un par de segundos, Paula había olvidado lo que le preocupaba.


En efecto, hombres como aquél podían ser muy perjudiciales para la salud, sobre todo para mujeres como ella, que podían llegar a perder hasta la identidad.


El resto de los turistas comenzaban a acercarse en grupos más numerosos para tomar el desayuno.


Paula se levantó y se dirigió hacia sus abuelos, que estaban conversando con varias familias.


Los turistas que venían por primera vez tenían muchas preguntas que hacer y no dudaban en planteárselas a sus anfitriones. Pero los que lo pasaban mejor eran los niños, para ellos era como un sueño poder ser auténticos vaqueros, como los de las películas.


De pronto, Paula volvió a acordarse de Alfonso, por lo tierno que se ponía a veces. Pero estaba claro que ambos no serían más que amigos.




FARSANTES: CAPÍTULO 39

 


—¿Estás bien, querida? —le preguntó a Paula, su abuela.


—Claro que sí. ¿Qué podría pasarme?


—Pues no sé… algo relacionado con tu amigo.


—Apenas es mi amigo —dijo la joven—. Lo único que quiere es practicar el sexo conmigo.


—Eso estaría muy bien —sugirió Eva Harding.


—Pero abuela, no está bien que hables así. Se supone que tienes que salvaguardar mi honor y no respaldar a un hombre que sólo quiere tener relaciones pasajeras.


—Esas ideas están pasadas de moda. Yo pensaría más bien, en aprovechar todas las posibilidades de disfrutar que se nos presenten día a día.


—Pero en este caso, las posibilidades son escasamente interesantes. Lo que busca Pedro es sexo. Y no está enamorado de mí.


Eva sonreía serenamente.


—No te preocupes por eso. Los hombres suelen razonar partiendo del abdomen, pero posteriormente, los pensamientos terminan pasando por el corazón.


El propio corazón de Paula se aceleró ligeramente.


—Me da la impresión de que éste no es el caso. Yo no quiero que Pedro se enamore de mí, porque sería incapaz de quedarse a vivir en Montana.


—Pero, querida, el rancho no es lo más importante del mundo —exclamó Eva.


—No digas eso, abuela —respondió Paula cruzándose de brazos—. Espero que no pienses como el abuelo, que para llevar el rancho hace falta ser un hombre.


—Claro que no, cariño. Sé muy bien que lo harías de maravilla. Pero sería más fácil compartir la gestión del rancho con un hombre como Pedro. Dale una oportunidad, porque creo que se trata de una buena persona. Es posible que acabe sorprendiéndote.


Paula seguía pensando que la amistad de Alfonso no tenía futuro. Él sabía muy bien lo que quería: una aventura de verano. Y ante todo, la vaquera sabía que, aunque Pedro tuviese la intención de casarse, ella no reunía los requisitos para ser su esposa.


Y lo más importante era que a ella todo aquello le daba igual. Es más, la idea de que ambos se enamoraran le parecía absurda…


La vaquera se quedó mirando por la ventana, fascinada por el soberbio paisaje que se divisaba desde la casa familiar.


Con una sonrisa en los labios, Paula pensó que, pasara lo que pasara, ella siempre podría contar con su propio sentido del humor.



FARSANTES: CAPÍTULO 38

 


Pedro dio media vuelta en su saco de dormir y miró hacia el techo de la tienda de campaña. Llevaba seis días en el rancho. Seis días de frustración y de felicidad completa…


Paula era como un tornado que absorbía a todos los que pasaban a su lado. La falta de agua caliente en las duchas y la dureza del suelo para dormir dejaban de tener importancia, ante la simpatía y el entusiasmo de la vaquera.


Sus abuelos la querían con locura.


Los turistas la adoraban.


Los vaqueros eran capaces de hacer cualquier cosa por ella.


Sin embargo, a Pedro le hacía sentirse frustrado, a pesar de su sentido del humor. No habían vuelto a besarse como amigos. Alfonso se había concentrado en el trabajo duro del rancho. Con la intención de convertirse en un amigo de la familia, se dedicó a hacer méritos, ocupándose de todo tipo de tareas, consideradas poco apropiadas para los turistas, como alimentar a los animales, o limpiar las cuadras de los caballos.


Pedro se había dado cuenta de que, cualquier trabajo se convertía en un divertimento en cuanto Paula estaba a su lado, riendo alegremente y con los ojos más expresivos que nunca.


Lo que más le tranquilizaba era saber que ambos se deseaban mutuamente, con la misma intensidad.


Bostezando, Pedro salió de la tienda y se dirigió hacia las duchas, tapado con una toalla anudada a la cintura. El sol no había salido todavía detrás de las montañas, mientras que las últimas estrellas desaparecían con la claridad del nuevo día. Era miércoles y al cabo de unas horas, llegaría un nuevo grupo de turistas.


—Buenos días —saludó Paula, notando como Pedro se erguía ligeramente.


—Buenos días —contestó Alfonso, a su vez.


La guía le traía ropa limpia de parte de su abuela.


—Te la iba a dejar en tu tienda, pero ya que estás aquí, tómala.


Pedro reconoció varios téjanos y camisas, que estaban impecables.


—Vaya, vaya. Creo que le he caído bien a tu abuela —dijo Pedro, sonriendo.


—Eso es porque no paras de hacer méritos —contestó la vaquera, en broma.


En realidad, Alfonso se sentía molesto en presencia de la familia Harding. Pero ellos no tenían la culpa. Las familias felices eran un enigma para él. Sabía que Paula había fruncido el ceño cuando ambos se habían reunido con sus allegados del rancho. El problema era que él era incapaz de relajarse en ese ambiente.


¿Qué pasaría cuando se separaran después de las vacaciones?


Pedro no quería plantearse la pregunta. Quería aprovechar hasta el último minuto de su estancia en el rancho para estar con Paula.


—¿Qué tal una ducha entre amigos? —preguntó Alfonso, con picardía.


—Ni pensarlo —dijo la vaquera.


Ella se daba cuenta de que los objetivos de Pedro eran siempre los mismos. Lo único que variaba eran las tácticas que empleaba para conquistarlos…