sábado, 16 de marzo de 2019

AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 48




Paula llamó a la puerta de la suite de Lucia y de Jeronimo. El corazón palpitaba tristemente en su pecho por motivos que no quería imaginar.


Lucia le abrió la puerta.


—Qué sorpresa, adelante.


Paula señaló la maleta con la mirada.


—Sólo he venido para despedirme y para preguntaros si puedo dejar mi maleta aquí.


—¿Para despedirte? ¿Te vas?


Paula entró en la habitación arrastrando la maleta tras ella.


—Sí, es una larga historia.


—Claro que puedes dejar aquí la maleta, ¿pero qué ha pasado?


—Ya he tenido suficiente de Pedro, eso es todo. ¿Dónde está Jeronimo?


—Ha ido a buscar el periódico y algo de comer para que almorzáramos en la habitación.


—Oh, lo siento, ¿interrumpo una jornada romántica?


Entonces se fijó en cómo iba vestida su amiga: llevaba un biquini de ganchillo y un par de vaqueros cortados que dejaban muy poco a la imaginación. Definitivamente, aquello tenía muy poco que ver con el estilo habitualmente conservador de su amiga.


—En absoluto —descubrió a Paula mirándola con atención—.Ah, ¿lo dices por cómo voy vestida? Se me ha ocurrido soltarme un poco la melena, por los viejos tiempos.


Paula sonrió al recordar la semana salvaje que había pasado Lucia en Rancho Fantasía.


—Te sienta muy bien soltarte la melena, querida.


—Bueno, ahora cuéntame lo que pasa. ¿A qué se debe esa marcha tan repentina?


—Como te he dicho…


—No, quiero saber toda la historia. No me conformo con excusas vagas.


—Sé que tenías muchas esperanzas puestas en Pedro y en mí, pero no va a haber nada entre nosotros. Ni él ni yo estamos interesados en una relación.


Lucia no parecía muy convencida.


—¿De verdad esperas que me lo trague? ¿Tienes la menor idea de lo que realmente quieres?


Paula retrocedió un paso, sorprendida por el tono de su amiga.


—Por supuesto que sé lo que quiero. Lo que quiero es no tener a ningún estúpido en mi vida.


—¿Pero eres consciente de que en los pocos días que llevo aquí te he visto sonreír más que durante los últimos seis meses?


¿Sería eso cierto? No, no podía ser verdad.


—Eso ha sido porque estaba de vacaciones —le explicó—. Necesitaba un descanso.


—Exacto, a pesar de que hace seis meses estuviste en las Bermudas.


—Ése fue un viaje de trabajo.


—Paula, ¿y no crees que estabas tan sonriente porque has conocido a un hombre que te hace feliz?


—¡Lo que hace es volverme loca! Y eso tiene muy poco que ver con la felicidad.


—Yo pensaba que a ti te gustaban las locuras. Y creo que eres mucho más feliz cuando tienes a alguien en tu vida que te desafía.


Exactamente, como la propia Lucia lo hacía… 


Eran tan diferentes que a muchos les resultaba extraño que fueran amigas íntimas, pero Paula lo comprendía perfectamente. Le encantaba discutir con Lucia, le gustaban los puntos de vista de su amiga, tan diferentes de los suyos, que la obligaban a reconsiderar lo que ella creía.


Pero Pedro no tenía nada que ver con eso.


—Pedro no me desafía. Lo único que consigue es hacerme desear dar puñetazos en las paredes.


—Tú dices eso, pero yo no te he visto darle un puñetazo a nada. Te he visto feliz, relajada, disfrutando como nunca de la vida. Paula, tú siempre sales con hombres que no te convienen en absoluto porque sabes que no pueden hacerte daño.


—Eso es ridículo —respondió Paula, mientras comenzaba a instalarse en su vientre una sensación de malestar.


—Y yo quiero que seas capaz de asumir algún riesgo en tu vida personal para que así puedas ser feliz.


—¡Yo soy feliz!


¿Lo era? Dejando a un lado aquellas fantasías incontrolables, por supuesto que lo era. Durante la semana que había pasado en la isla, había sido más feliz que en mucho tiempo, pero la verdad era que estaba en un entorno paradisíaco y había disfrutado como nunca del sexo. ¿Qué mujer no habría sido feliz en su situación?


—¿Alguna vez te has parado a pensar que quizá no debas dominar a todos tus novios y esperar que se comporten como si fueran tus esclavos?


—Yo no hago eso.


—Paula, ¡claro que lo haces! Tratas a los hombres como si los despreciaras porque sabes que, o bien se irán ellos, o continuarán a tu lado hasta que te aburras de ellos precisamente porque no suponen para ti ningún desafío. Así es como funcionas. Ése es tu modus operandi.


¿Modus operandi? Desde que se había casado con un detective privado, el lenguaje de Lucia estaba salpicado de expresiones como aquélla.


—No sabía que tenía un modus operandi —respondió Paula, medio deseando protestar y aceptando al mismo tiempo que Lucia podría tener razón.


—Si he sido demasiado severa, lo siento. Yo sólo quiero verte siempre tan feliz como te he visto esta semana.


—Con Pedro no sería posible, Lucia. Desde que he llegado a la isla, está deseando que me vaya. Y no sabes el alivio que siento al poder irme.


—Porque tienes miedo.


—De acuerdo, es posible que en el pasado haya preferido a hombres poco profundos. Quizá incluso haya elegido deliberadamente a hombres a los que sabía que no podía unirme nada. Pero esta vez también estoy alejándome de un hombre que tampoco es para mí.


Lucia apretó la barbilla. Hacía tiempo que había decidido que Pedro era el hombre para Paula y, por mucho que le demostraran lo contrario, nada iba a hacerla cambiar de opinión.


—Asúmelo, Lucia. Hasta tú te equivocas en algunas ocasiones.


—¿Por lo menos Pedro sabe que te vas y le has dado la oportunidad de impedirlo?


—Absolutamente. Se lo dije ayer por la noche, y te aseguro que no me ha suplicado que me quede.


Lucia suspiró.


—Me estáis volviendo loca.


—En eso consiste exactamente mi trabajo —dijo Paula, obligándose a sonreír.


Lucia abrazó a su amiga y también sonrió.


—Espero que hagas un buen viaje. Te veré la semana que viene, ¿de acuerdo?


—Diviértete con tu marido. Y ahora voy a salir a tomar una copa mientras espero a que llegue la hora de que se vaya mi avión. Me marcho a las cinco.




AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 47




Pedro oyó una llamada a la puerta e inmediatamente pensó en Paula. Había vuelto. 


¿Pero por qué? ¿Habría cambiado de opinión? ¿Habría decidido quedarse una noche más? ¿Querría disculparse?


Nada de eso le parecía probable, pero el corazón se le aceleró mientras caminaba hacia la puerta, ensayando mentalmente cómo iba a reaccionar cuando abriera la puerta y la viera.


«Ah, hola, ¿qué quieres?», le diría. O «¿has olvidado algo?». Una simple mirada por la mirilla le aclaró la situación. Sólo era Claudio.


Pedro abrió la puerta, sintiéndose deprimido por motivos que en aquel momento no quería examinar.


—Hola, Claudio.


—Hola, ¿puedo pasar?


Pedro se echó a un lado y le hizo un gesto. De pronto, se sentía demasiado cansado para hablar.


—Espero no interrumpir nada.


—En absoluto. ¿Qué ha pasado?


—Nada, se me ha ocurrido pasar por aquí para ponerte al tanto de lo que he averiguado sobre las chicas que estaban trabajando para Mike D’Amato.


El trabajo era en lo último en lo que estaba pensando, pero quizá le sirviera de distracción.


—Adelante, dispara —señaló el sofá para que se sentara y él se sentó enfrente de él.


—Probablemente haya cuatro chicas involucradas en este asunto. Todas ellas directamente relacionadas con Mike. Y desde que lo has echado, parece que el negocio se ha acabado.


—¿De dónde has conseguido esa información?


Claudio sonrió avergonzado.


—Gracias a una conversación íntima. No puedo revelar mi fuente, pero es amiga de una de las chicas. Me acosté con ella y ella me dio la información que necesitaba. Tengo nombres.


—Dáselos a seguridad, y gracias por tu ayuda —dijo Pedro, demasiado cansado para señalar que no compartía los métodos de investigación de Claudio.


Claudio se cruzó de brazos y lo escrutó con la mirada.


—¿Qué ha sido de tu pelirroja?


—¿De Paula? ¿Por qué lo preguntas?


—Simple curiosidad. La he visto en el vestíbulo hace un rato y parecía muy alterada. Cuando le he preguntado cómo os iban las cosas, me ha dicho que habíais terminado.


—¿Cómo puede haber terminado algo que ni siquiera había empezado?


Claudio se encogió de hombros.


—¿Entonces no hay nada entre vosotros?


—Nada en absoluto —mintió Pedro.


No sabía por qué se sentía impulsado a mentir. 


Ni siquiera estaba seguro de haber dicho una mentira. Sencillamente, sabía que no era del todo cierto.


—¿Entonces no te importaría que la invitara a salir?


Aquella pregunta fue como un puñetazo en el estómago para Pedro.


Sí, claro que le importaría.


Pero no debería. Y si realmente quería asegurarse de que no hubiera nada entre Paula y él, lo mejor que podía hacer era darle a Claudio su bendición.


—Creo que estaba pensando marcharse, pero si puedes convencerla antes de que se vaya, tú mismo. Pero no digas que no te lo he advertido. Esa mujer es un problema.


—A mí me parece que un problema muy ardiente.


Pedro se encogió de hombros.


—Como tú digas, pero ten cuidado.


Resistió la urgencia de decir nada más. Una parte de él estaba deseando hacer un listado de todos los defectos de Paula, pero sabía que su intención no era tanto la de proteger a su amigo como la de mantener a otro hombre lejos de Paula.


—¿Estás seguro? —le preguntó Claudio.


—Absolutamente —contestó Pedro, forzando una sonrisa.


—De acuerdo, en ese caso, será mejor que me vaya. Tengo trabajo que hacer.


Claudio se marchó dejando a Pedro en medio del cuarto de estar sintiéndose como un estúpido. ¿Qué le importaba a él que Paula y Claudio congeniaran? Eso no era asunto suyo, ¿verdad?


No, no lo era.


Lo que necesitaba era olvidarse de Paula.


Se acercó a su escritorio, abrió el ordenador portátil, se sentó e intentó ponerse al tanto de las últimas noticias a través de Internet. Pero todo le parecía un galimatías.


Maldita fuera, Jeronimo tenía razón, tenía que salir cuanto antes de aquella isla. Podría ir a Rancho Fantasía para supervisar su funcionamiento durante una temporada, para asegurarse de que todo iba correctamente. Pero la idea de estar en el mismo Estado que Claire lo inquietaba.


Quizá lo que necesitara fueran unas verdaderas vacaciones, algo de lo que no había disfrutado desde hacía años. Él siempre había querido conocer París, Roma, Viena… Sí, aquélla podía ser una oportunidad para hacer un recorrido por las grandes ciudades europeas. Pero la idea de hacerlo solo no lo emocionaba exactamente.


Cerró de nuevo el ordenador y salió al jardín. 


Una brisa tropical acarició su pelo, pero por primera vez desde que podía recordar, deseó estar en cualquier otra parte que no fuera aquella isla.


Debería haber sabido que, antes o después, Paula Chaves lo echaría todo a perder.




AS HOT AS IT GETS: CAPITULO 46




Paula abrió los ojos en medio de la oscuridad, golpeada por la cruda realidad. Fijó la mirada en las sombras que la luna tejía en el techo y de pronto lo comprendió todo.


Lo que estaba sintiendo no era amor. Eran, sencillamente, los efectos colaterales de haber hecho realidad sus fantasías.


Al fin y al cabo, no era algo que le sucediera con mucha frecuencia a una mujer y, cuando ocurría, era una experiencia de peso. Seguramente, estaba un poco confundida por el sexo maravilloso del que había disfrutado.


Paula se movió bajo el brazo del brazo, intentando comprobar hasta qué punto le resultaría fácil salir de la cama sin que él se diera cuenta. Por lo poco que lo conocía, parecía un hombre de sueño profundo, de modo que probablemente podría marcharse sin que se despertara.


Se había prometido a sí misma que aquélla sería la última noche que pasaran juntos y era evidente que Pedro quería que se fuera cuanto antes de su isla. Probablemente, incluso le agradecería que se fuera en medio de la noche y le evitara una torpe despedida.


Todavía no tenía la menor idea de lo que iba a hacer con el hecho de no estar ni de cerca curada de su atracción hacia Pedro.


Quizá la distancia le diera alguna perspectiva. 


Aunque una semana atrás, tenían todo un continente entre ellos y tampoco eso le había dado mucha perspectiva…


Todo lo contrario, en realidad.


Por eso había pensado que la cercanía, la absoluta cercanía, sería la cura. Pero había estado ya todo lo cerca que se podía estar y tampoco eso la había curado.


La proximidad no sólo le había demostrado que sus fantasías eran de lo más acertadas, sino que le había demostrado además que Pedro no era tan irritante en cuanto se lo conocía un poco.


Lo único que no había cambiado desde su primer encuentro con Pedro eran las chispas que saltaban en su relación, tanto dentro como fuera de la cama, unas chispas que podían llegar a desatar una tormenta si no se manejaban de forma apropiada.


¿Residiría la respuesta a su problema en las chispas que saltaban entre ellos? ¿Sería posible que pudiera deshacerse de su incontrolable deseo por Pedro arrojando la chispa adecuada al fuego?


Habían tenido discusiones fuertes, pero las más recientes habían sido sobre todo divertidas, alimentadas por su mutua afición a la discusión. 


Quizá el problema fuera que Paula había estado conteniéndose, comportándose como una buena chica para conseguir lo que quería, que no era otra cosa que acostarse con Pedro.


Y una vez decidida a abandonar su cama, quizá lo que necesitara fuera ser ella misma. O quizá una versión ligeramente exagerada de sí misma.


Sabía que a los hombres normalmente los intimidaban las mujeres demasiado directas, demasiado fuertes, demasiado independientes. 


Ella no era la clase de mujer a la que un tipo podía imaginarse defendiendo de unos pesados en un bar. Ella era la clase de mujer acostumbrada a defenderse por sí misma.


Y eso era justo lo que iba a hacer en aquel momento.


No quería tener que soportar que volvieran a abandonarla por no ser demasiado dulce, o complaciente, o por no ser suficientemente aburrida.


Cambió de postura e intentó levantarse separando las piernas de las de Pedro y quitándole el brazo de la cintura, haciendo todo lo posible para despertarlo en el proceso.


Pedro se estiró en la cama con un suave gemido y Paula le dio una patada para hacerle abrir los ojos.


—Eh —dijo Pedro sonriendo.


—Me voy.


—Pensaba que te quedarías por lo menos hasta el desayuno.


—Lo siento, pero creo que los dos hemos obtenido ya lo que buscábamos en esta relación, ¿no te parece?


Intentó levantarse, pero Pedro la agarró por la muñeca.


—¿He hecho algo malo?


—No, por supuesto que no.


—¿Entonces por qué tienes tanta prisa por marcharte?


—Ya te dije que me marcharía en cuanto me hubiera curado.


—¿Entonces esta vez ha funcionado?


—Definitivamente.


Pedro se sentó en la cama y la miró muy serio.


—En ese caso, supongo que esto es un adiós.


—No lo digas tan triste. Al fin y al cabo, era lo que querías, ¿recuerdas?


—No des por sentado que sabes lo que quiero.


Sus palabras la hirieron por razones que Paula no acertaba imaginar. Ella necesitaba que aquélla fuera una ruptura tranquila, agradable, para que ninguno de ellos tuviera que arrepentirse.


—Escucha, gracias por las risas y por todo lo demás, pero a partir de ahora ya no tenemos por qué seguir en contacto. Me iré de la isla en el primer vuelo que encuentre.


—No hace falta que te des tanta prisa. Si quieres, puedes quedarte unos días más por aquí.


—No pretendo ofenderte, pero mi idea de unas vacaciones perfectas no consiste precisamente en quedarme encerrada en esta porquería de isla.


Lo había dicho solamente para comenzar una discusión, para asegurarse una ruptura limpia y definitiva.


—¿A qué viene eso? ¿Estás intentando empezar una discusión?


Por primera vez desde que se conocían, parecían tener problemas para discutir. 


Sorprendente.


Pedro, no quiero arrepentimientos después de que me vaya. Sé que no estás buscando una relación permanente, y tampoco yo.


Pedro se acercó a su lado de la cama e intentó abrazarla, pero Paula se apartó.


—¿Estás segura? —le preguntó.


—No dejes que tu enorme ego se interponga en esto, Pedro. No puedes soportar la idea de que una mujer te deje, es eso, ¿verdad?


—¿Mi enorme ego? ¿Estás bromeando?


Lo había insultado y aun ¿sí, no parecía darse por ofendido. Aquello iba a ser mucho más duro de lo que imaginaba.


—No estoy bromeando, Pedro. Sabes que nunca me has gustado. En cuanto nos conocimos en Arizona, pensé que eras un hombre dominante, controlador y aburrido —mintió.


Pedro arqueó las cejas.


—Y me alegro de haberme llevado tu Porsche y haberte dejado en medio del desierto.


No era verdad en absoluto. Lo de quitarle el coche había sido una decisión estúpida tomada en un impulso de la que se había arrepentido durante meses, y se había sentido atraída por Pedro desde su primer encuentro.


Ya entonces había pensado que era una pena que fuera tan estúpido y la había molestado que fuera precisamente él el primer hombre con el que había tenido una relación tan fuerte y elemental.


Paula recordaba nítidamente lo mucho que la había afectado el primer encuentro con Pedro


Había estado comiendo helado de chocolate durante días y había tenido que pasar horas y horas en el gimnasio expiando aquellas agresiones alimenticias.


Sin duda alguna, eran dos personas que jamás deberían haberse conocido.


—Bueno, me sorprende que veas las cosas de ese modo —contestó Pedro, en absoluto tan enfadado como Paula había esperado que estuviera.


—Y, por cierto, Pedro. La tienes muy pequeña.


Aquélla era la mentira del siglo.


Pedro soltó una carcajada.


—No estoy bromeando.


—¿Ah, sí? Pues tú te quedas con todas las sábanas y roncas como un camionero.


—¡Mentira!


—¿Y ése es tu verdadero color de pelo? —preguntó, y Paula supo que por fin había conseguido que se enfadara.


—Vete al infierno —se volvió y comenzó a abandonar el dormitorio.


Pedro la siguió.


—Ya lo he hecho, muchas veces. Y tienes razón, no quiero tener una relación seria con una mujer como tú.


¿Una mujer como ella? ¿A qué se refería? Le daba miedo preguntarlo. Porque en realidad lo sabía. No quería tener una relación con una mujer tan fuerte como ella, tan franca y tan poco sumisa. Él quería una mujercita dulce que le diera la razón en todo y le dijera lo bueno que era.


Sí, eso era lo que todos los hombres querían. Lo contrario exactamente de lo que era Paula.


Se volvió cuando estaba a punto de llegar a la puerta.


—En ese caso, me alegro de que lo hayamos dejado todo claro. No me llames y yo tampoco te llamaré.


Salió dando un portazo y con el estómago en un puño.


Muy bien, así era como quería que terminaran las cosas, ¿no? Con una pelea fuerte y desagradable.


Después de aquello, ya podían separarse sin arrepentimientos, sin tener que mirar atrás y preguntarse por lo que podía haber sido.


Sí, eso era lo que quería.


Pero entonces, ¿por qué se sentía como si hubiera hecho lo más horrible del mundo?


Caminó hasta su habitación como una autómata y, de alguna manera, consiguió llegar hasta allí sin perderse, mientras sus pensamientos continuaban pendientes de Pedro.


Se había sentido tan bien con él, todo había sido tan perfecto. Pedro era incluso mejor de lo que había imaginado. Había sido como una fantasía convertida en realidad.


Y tener la certeza de que las fantasías eran solamente eso, algo que jamás salía como se esperaba en la vida real, era un golpe aplastante, una razón para tirarse al suelo y llorar.


Pero en realidad lo había sabido durante todo aquel tiempo, ¿verdad? ¿Acaso no había sabido siempre que las fantasías no tenían ningún viso de realidad? Al fin y al cabo, ¿no era aquél el motivo por el que había ido hasta allí?


Por supuesto, pero ver sus fantasías hechas añicos estaba muy lejos de su idea del final perfecto para unas vacaciones.