jueves, 4 de noviembre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 52

 

Aquello era cierto. Pedro se quedó momentáneamente anonadado ante la claridad del pensamiento de Paula. Era cierto que le gustaban y atraían las aventuras breves, y si era cuando estaban de viaje, mejor.


–Tienes razón. Me costó mucho conquistar mi libertad y no pienso renunciar a ella por nadie.


Paula asintió con expresión comprensiva.


–Sé exactamente cómo te sientes. No lamento nada de lo que he hecho estos últimos años, pero ahora quiero recuperar mi tiempo, mi libertad. No quiero que nada ni nadie me retenga –concluyó con una traviesa sonrisa.


A pesar de que parecían estar de acuerdo, Pedro no las tenía todas consigo.


–Entonces, ¿hablas en serio respecto a lo de no casarte ni tener hijos?


–Creo que he salido a mi madre –dijo Paula mientras se arrellanaba en el sofá–. No me quiso tener a su lado a pesar de que decidió seguir adelante con su embarazo. Yo no pienso hacerle eso a nadie.


–¿Tampoco quieres una relación permanente?


–Prefiero tener sucesivos amigos de juego.


Paula estaba citando la propia filosofía de Pedro, pero a este no le gustó cómo sonó saliendo de su boca. No le gustaba la idea de que renunciara por completo a la posibilidad de estar con alguien. Merecía que la adoraran, que la cuidaran como un tesoro.


Pero no debía seguir aquella línea de pensamientos. Pulsó el botón de pausa para seguir viendo la película, pero le resultó imposible concentrarse en los movimientos de los bailarines. ¿Se habría contenido en todas sus relaciones anteriores solo por si surgía algo mejor? No lo creía, pero incluso después del desastre con Diana había pensado que lo único que tenía que hacer era ligar con la mujer adecuada. Pero Paula no era la mujer adecuada. De hecho, empezaba a preguntarse si existiría aquella clase de mujer.


Pero no le gustaba nada que Paula quisiera seguir sus pasos en lo referente a las relaciones.


No le gustaba nada.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 51

 

Después de comer, Pedro dejó un libro en la mesa delante de Paula


–¿Has visto algunas vez esto?


Paula leyó el título y frunció el ceño.


–Es el código de circulación –continuó Pedro–. Necesitas estudiarlo porque mañana vas a hacer el examen teórico.


–No pienso hacerlo.


–Claro que sí, o de lo contrario…


–De lo contrario, ¿qué? –dijo Paula.


–No seguiremos adelante con los demás puntos de tu lista –replicó Pedro.


Paula frunció el ceño.


–Te estás tirando un farol.


Pedro se apoyó contra el respaldo de su silla y palmeó su regazo, como sugiriendo que Paula se sentara a horcajadas en él.


–Pruébame.


Paula no pudo evitar ruborizarse.


–No me hace falta. Sé cómo divertirme sola.


–Creo que averiguarás que el placer solitario no es tan dulce como el compartido.


Paula tomó el libro y lo abrió por una página al azar. En realidad, lo único que quería era enterrar su ardiente rostro en él. Pedro tenía razón.


–Si quieres, puedes hacer las prácticas con mi coche –continuó él–. Así estarás cubierta por mi seguro.


–Gracias, pero no.


–¿Te asusta conducir un vehículo que de verdad corre?


–Creo que ya sabes que no me asusta la velocidad –Paula le dedicó una sensual mirada por encima del aburrido libro del código de circulación.


–Para ti todo acaba siendo sexo.


–¿Y vas a quejarte? –preguntó Paula en tono burlón–. Somos sexo, Pedro. Formamos un buen equipo –dijo, pero no estaba siendo totalmente sincera, ni siquiera consigo misma. Se levantó rápidamente de la mesa–. Tengo una película de baile increíble para esta noche.


–No puedo esperar a verla –comentó Pedro en tono irónico.


En aquel momento recibió un aviso de mensaje entrante en su móvil. Tras leerlo masculló una maldición.


–¿Qué sucede? –preguntó Paula.


–Al parecer uno de los chicos se ha metido en un lío. Ha estado engañando a su mujer, la prensa se ha enterado y mañana va a aparecer la noticia en todas las portadas –Pedro movió la cabeza–. Ese es el motivo por el que no deberían casarse. El compromiso no encaja con este estilo de vida.


Paula rio.


–¿Hablas en serio?


–Totalmente. Los jugadores están sometidos a una gran presión. Están fuera muy a menudo, y son todo adrenalina; de alguna manera tienen que liberarse. Las relaciones a distancia no funcionan, y en este negocio hay aún más factores para que los matrimonios fracasen.


Paula lo miró, asombrada.


–No estamos hablando de gente que se pasa meses fuera, ni siquiera semanas. Estamos hablando de días.


–No entiendes las tentaciones a que se enfrentan.


–Oh, vamos. La tentación pasa a tu lado por la calle a diario. Los hombres que ceden a la tentación en viajes tan cortos lo harían igualmente aunque no estuvieran de viaje –dijo Paula con firmeza–. El problema no es el estilo de vida, sino los hombres que no saben tener la bragueta subida. No quieres renunciar a tu libertad por si aparece algo mejor. Eso está bien, pero no trates de utilizar tu trabajo como excusa. Si quisieras renunciar a tu libertad lo harías, pero no quieres.






SIN ATADURAS: CAPÍTULO 50

 

Unos días después, cuando volvió del estadio por la tarde, encontró las ventanas de la casa abiertas y música de baile vibrando.


Los Knights habían jugado otro partido en casa. Paula había bailado y él había cumplido con su papel de médico. Después no asistieron a las celebraciones. Volvieron a casa y lo celebraron por su cuenta. Desde entonces, cada noche habían comido sus respectivas cenas en la terraza. Pedro había tratado de utilizar tópicos de conversación no conflictivos, e incluso había logrado convencerla para que viera películas con él. La primera noche había cedido al deseo de Paula de ver películas de ballet, pero luego fueron alternándolas con otras de intriga. Pedro estaba satisfecho de cómo iban las cosas, porque no le gustaba pensar en Paula a solas en su diminuto estudio. A fin de cuentas, no había motivo para que no pudieran pasar un rato juntos.


Paula estaba en la cocina, con el pelo sujeto en un moño, sin maquillaje y vestida con un delantal. Pero cuando vio a Pedro el azul de sus ojos pareció intensificarse.


Pedro se acercó al fogón. Olía bien.


–Déjame probar.


Paula tomó una cuchara de madera y la introdujo en el recipiente en que estaba cocinando.


–Mmm –parecía imposible, pero sabía aún mejor de lo que olía.


–No tiene sal, ni huevo, ni leche, ni aceite, ni gluten, ni carne…


–Ni diversión –interrumpió Pedro.


–Antes de saber todo eso te gustaba –protestó Paula.


–Eso es cierto.


–Y todo es orgánico.


–Estoy realmente impresionado.


Paula miró a Pedro con los ojos entrecerrados.


–En serio –dijo él, y rio–. Es asombroso.


Paula asintió, satisfecha.


–Hago una salsa genial.


Pedro sonrió.


–¿Cómo has llegado a saber todo eso?


–Investigué mucho sobre la relación de la alimentación y el cáncer. Los tomates son muy buenos.


–¿Tu abuelo estuvo enfermo?


Pedro contuvo el aliento mientras esperaba a que Paula respondiera. Era la primera pregunta personal que le hacía desde la noche en que ella le había murmurado algunos de sus secretos.


Paula asintió brevemente y siguió ocupándose de la comida con especial esmero. Pedro trató de no fruncir el ceño y se acercó a ella por detrás.


–¿Qué quieres?–preguntó Paula.


–El pago por dejarte usar mi cocina –contestó Pedro en el tono más libidinoso que pudo.


–¿Qué clase de pago? –preguntó Paula con una traviesa sonrisa.


Era tan fácil excitarla… Pero no lo era tanto conseguir que se abriera.


–Tres botellas de salsa. Y…