lunes, 3 de julio de 2017

PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 6




Pedro no perdió el tiempo; agarró sus cosas con una mano, a Paula con la otra e hizo salir a todo el mundo de la oficina. 


Enseguida se despidió de sus abuelos sin darles la oportunidad de hacer más preguntas. Paula y él fueron hasta el aparcamiento en silencio, pero en cuanto se encontraron en el coche, ella se ladeó para mirarlo.


—¿A qué se refería tu abuelo con eso de que Lucas había acabado con una esposa en lugar de con una prometida?


—Los pillaron in fraganti, no sé si me entiendes.


Paula abrió los ojos de par en par, horrorizada.


—¿Primo y Nonna?


—No, la abuela de Teresa y tres hermanas suyas. Su abuela es muy amiga de Nonna —le explicó—. Cuando Primo se enteró obligó a Lucas a hacer lo que debía.


—¿Y eso es casarse?


Pedro la miró con preocupación.


—Todo salió bien. Estaban muy enamorados, de hecho aseguran que sintieron el Infierno la primera vez que se tocaron —pero eso no bastó para tranquilizarla, así que siguió intentándolo—. Mi matrimonio no fue precisamente un ejemplo de romanticismo y felicidad, pero Lucas y Teresa parecen estar verdaderamente enamorados. Quién sabe, quizá su matrimonio dure tanto como el de mis abuelos.


Paula se quedó callada un momento, lo que Pedro tomó como una mala señal. Si había aprendido algo de Paula en las últimas horas, era que no solía guardar silencio. Por supuesto, no tardó en volver a hablar.


—Creo que no puedo hacerlo —anunció—. No me gusta engañar a nadie, y menos a gente tan amable como tus abuelos. Para ellos el matrimonio y eso del Infierno son cosas muy serias.


—Por eso es tan interesante. Porque no estamos engañando a nadie —respondió Pedro después de poner el motor en marcha. Se detuvo en la salida del aparcamiento y esperó a que Paula le dijera su dirección—. Reconócelo. Los dos hemos sentido algo al tocarnos.


Las luces de la calle le permitieron ver la expresión de tristeza que tenía Paula. Se miraba la palma de la mano y se la frotaba del mismo modo que se lo había visto hacer a todos los miembros de su familia que habían sucumbido al Infierno.


Por lo que él sabía, nadie que no fuera de su familia conocía dicho gesto que todos aceptaban como un efecto secundario del chispazo que se sufría cuando uno encontraba a su alma gemela del Infierno.


Pedro solo esperaba no sentir nunca aquel picor. Era cierto que notaba una especie de latido en la mano y quizá un cosquilleo, pero eso no quería decir que le picara o que fuera a ponerse a frotarse la palma de la mano.


—He sentido algo, así —admitió por fin con un murmuro—. Pero eso no quiere decir que se trate del Infierno ése de tu familia, ¿verdad?


—Por supuesto que no —aseguró Pedro de inmediato, sin saber si pretendía convencer a Paula o a sí mismo—. Lo que importa es que tampoco podemos asegurar con certeza que no lo fuera, al menos por el momento. Hasta entonces, vamos a asumir que sí lo sea y eso será lo que le diremos a mi familia.


—¿Y nos creerán? —preguntó con escepticismo.


—Sí.


—Pero tú no crees que sea cierto.


—No tengo ni idea —mintió sin titubear—. Podría ser el Infierno, pero también pudo ser la electricidad estática. O quizá no fuera más que una rara coincidencia. El caso es que no mentiremos cuando le digamos a mi familia que puede que fuera el Infierno. Hasta que lo sepamos con certeza, seguiremos adelante con nuestro plan.


—Tu plan.


Pedro se detuvo en un semáforo y la miró. En sus ojos brillaba una emoción secreta. Realmente no la conocía; solo tenía un montón de datos que le había proporcionado Julio, pero aún debía descubrir lo que había detrás de dicha información. En el poco tiempo que hacía que la conocía había llegado a la conclusión de que lo que iba a descubrir iba a resultarle interesante e intrincado.


Estaba deseando empezar a conocerla a fondo.


—Puede que al principio fuera mi plan, pero desde que les dijiste a mis abuelos que eras mi prometida, pasó a ser de los dos.


—Pero es mentira.


—Lo primero que haré el lunes por la mañana será comprarte un anillo. ¿Crees que entonces dejará de parecerte mentira?


—¿Un anillo? —preguntó con evidente sorpresa.


—Claro. Es lo que se supone que hay que hacer —en sus labios apareció una pícara sonrisa—. Por si no te has dado cuenta, la especialidad de los Alfonso son los anillos, especialmente los de compromiso.


Paula dejó un poco de lado la preocupación y sonrió también.


—Sí, creo que algo he oído.


—Cuando rompamos, podrás quedarte ese anillo como parte de tu retribución.


—Cuando rompamos —repitió ella murmurando.


—Esto no va a durar, Paula —le advirtió Pedro—. Fuera lo que fuera lo que sentimos antes, fue culpa del deseo y eso es algo que desaparece con el tiempo.


—Eres muy cínico —dijo con un tono de voz neutro, pero había algo de amargura en sus palabras.


—Puede que sea porque ya he pasado por ello.


—Quizá entonces no elegiste a la mujer adecuada.


—De eso no tengo ninguna duda.


—Quizá con la mujer adecuada…


—¿Contigo, por ejemplo? —detuvo el coche frente a un viejo edificio de apartamentos—. ¿Es eso lo que esperas, Paula?


—No, claro que no —negó ella de inmediato—. Solo pensaba que…


Pedro estuvo a punto de decir que no la había contratado para pensar, pero se mordió la lengua en el último segundo. 


Normalmente él era una persona amable y desde luego Paula no se merecía que pagara con ella la rabia que le había provocado el fracaso de su matrimonio. El problema era que hablar de Laura sacaba lo peor de él.


Tampoco tenía ningún sentido hacer algo que pudiera alejarla, sobre todo después de habérsela presentado a sus abuelos. ¿Y si desaparecía esa misma noche? Quizá no cambiase nada, quizá su familia creyese que, en solo unas horas, había encontrado a su alma gemela y la había perdido. Claro que quizá pensaran que lo había preparado todo… o peor aún, que lo que había sentido no había sido el Infierno, sino pura y simple lujuria.


No, lo mejor era seguir con el plan. Dejar que su familia tuviera algunos meses para llegar a la conclusión de que había conocido el Infierno. Después Paula lo abandonaría, su familia por fin lo dejaría tranquilo y podría seguir con su vida. Hasta entonces haría todo lo que fuese necesario para que su nueva prometida cumpliese con su parte del trato.


—¿Qué estás pensando? —la voz suave de Paula puso fin al silencio.


—Mañana es sábado. Como te han echado del trabajo, supongo que tendrás el día libre.


—La verdad es que debería buscar otro trabajo.


—Ya tienes otro trabajo —le recordó—. Ahora estás trabajando para mí.


—Me refiero a un trabajo de verdad —matizó ella.


¿Acaso no lo comprendía?


—Esto es un trabajo de verdad, al que vas a tener que dedicar cada minuto de tu tiempo, a partir de mañana.


—¿Qué pasa mañana?


—Te voy a presentar oficialmente a algunos parientes más.


Pedro… —meneó la cabeza—. En serio. Creo que no puedo hacerlo.


Pedro le tomó una mano entre las suyas. El cosquilleo de su mano se intensificó en cuanto la rozó.


—Esto es de verdad, solo te pido que me ayudes a averiguar qué es exactamente. Si mi familia tiene razón y se trata del Infierno, tendremos que decidir qué hacer al respecto.


—¿Y si no lo es?


—No pasará nada —dijo, encogiéndose de hombros—. Podremos seguir con nuestra vida cada uno por nuestro lado. Recibirás una compensación económica por todo el tiempo que te quite de la búsqueda de ese misterioso hombre, y yo conseguiré que me dejen en paz de una vez por todas.


—¿De verdad es eso lo que quieres? —le preguntó ella, visiblemente preocupada—. ¿Eso es lo que te hizo esa mujer, te convirtió en el lobo solitario, como te llaman en las páginas del corazón?


—Sí, es lo que quiero. Así es como soy —se negaba a admitir que Laura tuviese nada que ver con ello; no tenía tanto poder sobre él. Ya no—. Y tengo intención de conseguirlo.


Paula se quedó en silencio unos segundos y luego asintió.


—Está bien. Lo haré, aunque solo sea para paliar un poco el daño que te hizo tu mujer —Pedro abrió la boca para protestar, pero ella siguió hablando—. Pero solo hasta que sepamos con certeza si es el Infierno o no.


Si la única manera de hacerla participar era convirtiéndolo en una buena obra, así sería. Quién sabía. Quizá funcionara. 


Cosas más extrañas se habían visto.


—Me parece bien —dijo antes de salir del coche e ir hacia su lado para ayudarla a salir—. Te acompaño hasta tu casa.


—No es necesario.


—Insisto.


Paula lo miró con una sonrisa en los labios.


—Crees que me voy a escapar, ¿verdad?


—La verdad es que se me ha pasado por la cabeza —reconoció.


La sonrisa desapareció.
—No me conoces lo bastante para saberlo, pero te diré que siempre cumplo lo que prometo. Siempre.






PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 5




—Prometidos —repitieron Primo y Nonna al unísono.


Primo parecía escandalizado, Nonna, atónita.


—Más o menos —Paula miró a Pedro con cierta aprensión, dando a entender que era consciente de que se había precipitado un poco—. O quizá ya no. Para ser sincera, no estoy del todo segura de cuál es la situación exactamente porque estábamos… —se pasó las manos por el pelo y por los botones mal abrochados del chaleco—. Bueno, nos hemos distraído.


Pedro gruñó a su lado.


Ella lo miró un momento y luego volvió a dirigirse a sus abuelos, que no parecían muy contentos con la reacción de su nieto.


—En realidad estábamos muy bien —se apresuró a decir ella para calmarlos.


Pedro se hizo cargo de la situación.


—Digamos que en cuanto nos tocamos, las cosas se nos fueron de las manos.


—¿Por fin te ha pasado? —preguntó Primo—. ¿Has sentido el Infierno?


Pedro titubeó, no pudo ocultar la reticencia que sin duda apareció en su rostro. Desde luego había sentido algo cuando Paula y él se habían tocado por primera vez pero, ¿sería el Infierno? ¿Una conexión para toda la vida? 


Realmente, seguía sin creérselo.


—El tiempo lo dirá —se limitó a decir.


Para su sorpresa, la sincera reticencia que denotaban sus palabras sirvió para que sus abuelos se tragaran fácilmente lo que les estaban diciendo y Pedro llegó a la conclusión de que, si se hubiera mostrado completamente convencido, habría conseguido el efecto contrario. Eso sin duda habría provocado sus sospechas ante tan repentino cambio de actitud.


Al mirar a Paula se dio cuenta de que Primo y Nonna no eran los únicos que habían percibido sus reticencias. Paula también se había dado cuenta. Pero ¿acaso no era eso en lo que habían quedado? ¿No era ése el motivo por el que la había contratado? ¿Para que fuera su prometida temporal? 


Eso sería todo: tendrían una relación pasajera que estaría muy bien mientras durara y que, cuando llegara a su fin, les proporcionaría a cada uno lo que necesitaban. A él le serviría para que lo dejaran tranquilo y ella recibiría una buena cantidad de dinero para resolver sus problemas económicos.


¿Entonces por qué parecía decepcionada? ¿A qué se debía esa expresión de pesar tan profundamente femenina y que hacía pensar en las fantasías y los sueños de cualquier niña? Una expresión que provocó en él una extraña reacción que parecía impulsarlo a darle todo lo que desease. Claro que, incluso aunque lo deseara, no habría podido hacerlo. 


Había sido completamente sincero con ella: jamás podría
satisfacer sus deseos porque era incapaz de hacer feliz a ninguna mujer. Cuanto antes lo aceptara Paula, mejor sería para ambos.


—Tengo que llevar a Paula a casa —anunció entonces—. Hablaremos del Infierno después de que haya tenido tiempo de explicárselo a mi… —hizo una pausa antes de añadir con una sonrisa—: A mi prometida.


Primo se disponía a protestar, pero Nonna lo hizo callar antes de que pudiera hacerlo.


—Te llamaremos mañana para organizar algo y conocer a Paula como debe ser —declaró su abuela—. Seguro que tus padres también quieren conocerla.


—Preferiría tomarnos todo esto con calma —dijo Pedro—. Ahora, si nos disculpáis.


—Primero prométeme que la dejarás en casa y te marcharás rápidamente. No quiero nada como lo que hemos interrumpido —le advirtió su abuelo—. Si no, en lugar de prometida, tendrás una esposa, como Lucas.


Pedro apretó los labios. Conocía bien aquel tono y aquella mirada. No le iría mal acordarse de que Lucas se había visto obligado a casarse solo veinticuatro horas después de que lo sorprendieran en pleno acto sexual con su novia.


—Sí, Primo, te lo prometo. La dejaré en casa tal y como la encontré.


—Era troppo poco e troppo tardi. Me temo que ya es demasiado tarde para eso, pero no habrá más… —señaló el modo en que Paula llevaba el uniforme— más botones mal abrochados hasta que le hayas puesto un anillo en el dedo.


—Comprendo.


—¿Y lo prometes? —insistió Primo.


Pedro asintió con un suspiro, pues sabía que no tardaría en lamentar aquella promesa.


—Sí. Lo prometo.


—Muy bien. Entonces llévala a casa. Tu abuela te llamará mañana para fijar un momento mejor para que Paula conozca a tu familia.


Paula se acercó y le tendió la mano a Primo.


—Ha sido un placer conocerlo.


—Yo no doy la mano a las mujeres hermosas —aseguró el anciano y después le dio un abrazo de oso que casi la hizo desaparecer entre sus brazos.


Después, Paula y su abuela se abrazaron. Pedro se preocupó al ver que Paula tenía lágrimas en los ojos.


Seguramente estaba alterada por todo lo que le había sucedido aquel día. Primero los nervios de trabajar para un cliente importante por primera vez, después había perdido el trabajo, luego la propuesta de Pedro y más tarde lo que había estado a punto de ocurrir en el sofá. Sin duda había sido demasiado y demasiado rápido.







PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 4





¿Cómo era posible que un simple beso, o quizá no tan simple, pudiera tener tal efecto? Había besado a muchos otros hombres, había considerado la idea de acostarse con algunos de ellos, había permitido que la tocaran y había satisfecho su curiosidad tocándolos también. Pero jamás había sentido nada como lo que Pedro Alfonso le había hecho sentir con un solo beso.


¿Sería eso lo que le había pasado a Laura?


La idea la devolvió de golpe a la realidad. Se apartó de él murmurando algo sin sentido y, sin darse cuenta, se llevó unos dedos temblorosos a los labios. Aún estaban
húmedos y latían al mismo ritmo que lo había hecho su mano. Miró a Pedro y vio que también él tenía la respiración acelerada.


—Creo que podemos decir que nos sentimos atraídos el uno por el otro —afirmó ella.


—Desde luego.


Su voz era más profunda de lo normal, estaba empapada de una emoción que brillaba en sus ojos como un fuego verde. 


Se apartó de ella para ir a servirse un whisky.


—¿Quieres?


Paula negó con la cabeza. Siempre había sido una persona muy sincera, pero el alcohol hacía que se olvidara de cualquier inhibición y no pudiera controlar lo que decía. No había manera de prever lo que diría si se tomaba una copa en esos momentos.


Él se bebió todo el vaso de un trago y luego se volvió a mirarlo.


—Ha sido… inesperado.


—Échale la culpa al Infierno —bromeó ella.


—Pienso hacerlo.


Lo miró sin saber muy bien qué había querido decir. No sabía si estaba molesto por lo que había sucedido o se sentía aliviado. Claro que quizá no le importara lo más mínimo. O quizá era un poco de todo. Estaba molesto porque aquella reacción que habían tenido el uno con el otro era una complicación y había estado a punto de perder el control de la situación. Quizá se sentía aliviado porque dicha reacción los ayudaría a poner en práctica el plan. Y, en cuanto a lo de que no le importara lo más mínimo…


No, en eso se había equivocado. Por mucho que lo intentara, no podía ocultar su pasión.


Paula tenía que tomar una decisión. Podía darse la vuelta y salir de allí para no volver jamás. Podía decirle quién era y lo que quería. O podía seguir adelante con el plan y ver qué pasaba. El sentido común le decía que escapara mientras pudiera, o que al menos le explicara que aquella locura no podría salir bien. Quizá habría hecho algo de eso, habría elegido la opción menos peligrosa… si él no la hubiera besado.


—¿Deduzco que acabamos de comprometernos? —preguntó en tono distendido.


Pedro dudó un momento.


—Eso creo —respondió por fin.


—¿Y tu familia va a creerse que de repente creas fervientemente en el Infierno después de un solo beso?


—Teniendo en cuenta que es lo que les ha pasado a todos y cada uno de los hombres de la familia, sí.


—¿Ninguno de ellos creía en el Infierno?


—Mi primo Marco, sí. Seguramente sea el más romántico de todos los Alfonso.


—Pero los demás no creían —supuso Paula.


—Es que no es lógico —señaló él—. Es rocambolesco como mínimo e incluso absurdo si se analiza desde un punto de vista más racional.


—A mí me parece muy dulce.


Eso lo hizo sonreír.


—Es lo que piensan la mayoría de las mujeres.


Paula se sintió incómoda.


—¿Y ahora, qué?


—Voy a llevarte a casa. Nos veremos mañana por la mañana para idear la estrategia.


—La estrategia —repitió antes de echarse a reír—. No me digas que eres de esas personas organizadas y dispuestas a cambiarlo todo.


—Alguien tiene que hacerlo. Y supongo que tú eres de ésas que se dejan llevar por el instinto y toman la vida tal como les viene, ¿verdad?


Paula arrugó la nariz.


—Ya sabes que los polos opuestos se atraen.


—No te preocupes. Yo lo organizaré todo, tú solo tienes que dejarte llevar por la corriente.


Lo miró de nuevo y esbozó una sonrisa.


—Supongo que sabrás que el control no es más que una fantasía.


Él sonrió también.


—Lo que tú digas. Por el momento, deja que te lleve a casa y me haga la ilusión de estar controlando la situación mientras tú te dejas llevar.


—Está bien.


Al salir por la puerta, Pedro le puso la mano en la espalda con absoluta normalidad, pero el gesto provocó otra descarga eléctrica que hizo que se le cayera el bolso. Lo único que pudo hacer fue darse la vuelta y mirarlo con impotencia.


—Paula —murmuró él antes de volver a estrecharla en sus brazos.


¿Cómo era posible que algo que estaba tan mal la hiciera sentir tan bien? Por nada del mundo debería haber permitido que el marido de Laura la besara, pero no podía resistirse, como tampoco había podido resistirse a su descabellado plan. Porque cuando la tocaba, era como si de repente todo tuviese sentido. Probablemente fuera porque no podía pensar. Solo podía sentir.


La apretó contra sí hasta que Paula oyó los latidos de su corazón y el ritmo acelerado de su respiración. Le cubrió la cara de besos antes de volver a apoderarse de su boca. Sí, sí, aquello era lo que deseaba, lo que necesitaba desesperadamente, tanto como el aire que respiraba. Ella se hizo con el control de la situación y le dio todo lo que tenía.


Oyó su voz profunda y gutural, palabras de deseo. Y entonces todo se movió cuando él la levantó en brazos y la llevó de nuevo al sofá.


—Acabamos de conocernos —consiguió decir Paula mientras él se tumbaba sobre ella.


Sus cuerpos parecían encajar como dos piezas de puzle.


—A veces es así.


—¿Cuándo? ¿A quién?


—Ahora. A nosotros.


No tenía ningún sentido. Se suponía que Pedro era una persona racional que jamás perdía el control, pero estaba claro que, fuera lo que fuera lo que había sucedido entre ellos, lo había golpeado con tanta fuerza como a ella. Paula lo deseaba desesperadamente, con un ansia que aumentaba a cada segundo.


Pedro se deshizo del chaleco del uniforme con una rapidez impresionante y después hizo lo mismo con la blusa, desabrochando un botón tras otro hasta dejarle los hombros al aire. Entonces hizo una pausa para acariciarla.


—Dios —susurró—. Me dejas sin aliento.


Nadie le había dicho nunca nada parecido. Y, al verse a través de sus ojos, Paula se sintió hermosa. Sintió sus manos sobre la tela del sujetador, un sencillo modelo de algodón negro, y se le endurecieron los pezones de inmediato, al tiempo que el calor que había comenzado en su mano la invadía por completo, hasta llegar al centro de su feminidad.


Pedro


Ahora era su turno. Ahora le tocaba a ella acariciar y explorar. Le puso la mano en la cara y se dejó llevar por la tentación de trazar la línea de sus labios, de deleitarse en la belleza masculina de los ángulos de su rostro. Nada más verlo en la fiesta le había parecido un hombre tremendamente distante. Jamás habría podido imaginar que solo unas horas después estaría allí, entre sus brazos. 


¿Quién sabía si volvería a tener tal oportunidad? 


Seguramente cuando recobraran la cordura él insistiría en añadir una nueva norma al plan, la de no tocarse porque estaba claro que era demasiado peligroso.


No pudo resistirse al deseo de sumergir los dedos en su cabello para después besarlo en la boca. Jamás podría saciarse de él, de sus besos, de sus caricias, de la presión de su cuerpo.


Le quitó la corbata para después empezar a desabrocharle los botones de la camisa que le impedían acceder a su piel. 


Lo sintió gruñir de placer cuando por fin bajó la mano hasta su pantalón, hasta el bulto que formaba la tela.


Fue entonces cuando lo oyeron.


—¿Pedro? —dijo alguien al otro lado de la puerta de la oficina—. ¿Dónde estás, muchacho?


Pedro maldijo entre dientes antes de levantarse y ayudar a Paula a hacer lo mismo.


—Un momento —dijo.


Paula procuró recuperar la compostura, o al menos fingir que lo había hecho.


—¿Quién es? —le preguntó en voz baja.


—Mi abuelo.


Ella abrió los ojos de par en par y comenzó a abrocharse la camisa a toda prisa. Oyó un murmullo al otro lado de la puerta. Era una voz de mujer.


—Nonna —confirmó Pedro con pesar mientras se recomponía también—. Mi abuela.


—No digas tonterías —se oyó decir a su abuelo—. Es una oficina y no puede estar en medio de una reunión a estas horas. ¿Por qué voy a quedarme aquí esperando?


—Porque no te ha invitado a pasar.


—Ya me invito yo —fue la indignada respuesta.


Una vez dicho eso, giró el picaporte y entró. Pedro debió de adivinar que iba a hacerlo porque se colocó delante de ella para que pudiera terminar de ponerse el chaleco. Claro que no sirvió de mucho, puesto que él aún tenía la camisa desabrochada y por fuera de los pantalones.


—Te estaba buscando, Pedro —anunció el anciano—. Quiero que conozcas a alguien.


Pedro suspiró.


—Estoy seguro. Pero ya no hace falta.


—Claro que hace falta. Tienes que conocer al mayor número de mujeres posible. ¿Cómo si no vas a encontrar a tu alma gemela?


Paula se asomó a mirar y vio que Nonna observaba la escena con los ojos abiertos de par en par.


—¿Quién es ésa? —preguntó.


Paula respiró hondo antes de salir de detrás de Pedro. Sabía perfectamente que tenía el aspecto de haber estado haciendo lo que había estado haciendo. Seguro que tenía los labios rojos y un rubor en las mejillas que la delataba. La imagen de Pedro no era mucho mejor, sobre todo si la comparaba con el aire frío y formal de unos minutos antes.


Sin duda sus abuelos se habían dado cuenta de eso… y de mucho más.


El abuelo detuvo la mirada en los botones de su blusa, por lo que Paula imaginó que se había abrochado mal o quizá se había dejado alguno abierto. Nonna, por su parte, observaba el desaguisado que Pedro había hecho en su cabello.


—Hola —dijo con una enorme sonrisa en los labios—. Soy Paula Chaves.


—¿Trabajas para la empresa del catering? —preguntó el abuelo, mirándola de arriba abajo una vez más.


—Ya no. Me han despedido.


Por lo visto, no sabían qué responder, así que Paula se apresuró a romper el silencio. No podía evitarlo. Era otro de sus defectos. Laura siempre se había metido con ella por eso.


—Ha sido culpa mía —dijo—. Se me cayó una bandeja y eso es algo inadmisible. Lo bueno es que si no hubiera sido así, no habría conocido a Pedro. Aún no hemos terminado de hablarlo, pero creo que estamos prometidos.