viernes, 27 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 50

 


En cuanto estuvieron en la habitación de él, idéntica a la de Paula, a la luz de la lámpara que Pedro había dejado encendida en la mesilla de noche, cerró la puerta a su espalda y la tomó en brazos.


—Pau —musitó con voz ronca, bajando la cabeza.


La besó con pasión apenas controlada. Al primer contacto de la boca sobre la suya, el dique de su reserva se desmoronó como un muro de arena y fue arrastrada por una marea de pasión mutua.


Devolviéndole el beso, no retuvo nada. En algún momento, los dedos de Pedro encontraron la cremallera de su top y la bajó. Apenas notó la caída de la tela de lo concentrada que se hallaba en los botones de la camisa de él.


—Bonito —dijo él, pasando el dedo por el borde superior del sujetador de encaje.


El contacto suave contra su piel sensible le provocó escalofríos. Al apartar los bordes de la camisa y adelantarse para pegar la boca abierta contra la piel satinada del torso de Pedro, lo notó temblar al tiempo que le coronaba los pechos con las manos. Cuando él le acarició con los dedos pulgares los pezones cubiertos por el encaje, el corazón le estalló en su interior.


La soltó el tiempo suficiente para quitarse la camisa, seguida rápidamente de los zapatos y los calcetines. Tal como ella había sospechado, los hombros y la espalda tenían una forma magnífica.


Pau se desprendió de las sandalias y dejó que los pantalones cayeran al suelo. Mientras él observaba, sacó los pies de ellos. La recorrió con los ojos de la cara a las uñas pintadas de los pies y volvió a subir hasta sus ojos. Algunos hombres preferían mujeres delgadas, sin curvas muy marcadas, pero Pedro sonrió con placer al mirarla.


—Eres perfecta —susurró—. Pero sabía que lo serías.


Si hubiera creído que podría ser un amante controlado o metódico, se habría equivocado. Después de encargarse del resto de la ropa de ambos, la alzó en brazos y le dio un beso profundo. Luego, sosteniéndola sobre la cama, la soltó, lo que provocó que ella soltara un leve grito antes de que él se reuniera rápidamente con ella.


Envueltos en los brazos del otro, rodaron y se engancharon, se exploraron, se acariciaron y se volvieron mutuamente locos. Cuando él se detuvo para ponerse un preservativo, ella temblaba y palpitaba de necesidad.


—Date prisa —le suplicó.


A la luz de la lámpara de la mesilla, Pau lo observó regresar a su lado.


—Mi hermosa, hermosa Paula —musitó, con los brazos apoyados a cada lado de ella.


Ella extendió los brazos. Cuando él la reclamó, no hubo más palabras, se acabaron los pensamientos, sólo quedaron los sentimientos. Elevándose, Pau alcanzó la cima y lo abrazó mientras él la seguía, con su nombre en los labios.


Pedro quiso que se quedara, pero ella supo que si lo complacía, dormirían poco. Resistiendo su persuasión, sus besos y sus súplicas, se puso la ropa arrugada.


—Mañana me lo agradecerás —insistió.


Al ver que no podría disuadirla, Pedro se puso los vaqueros y la acompañó descalzo hasta su habitación. Al llegar a la puerta, le dio un beso breve pero apasionado.


—¿Puedo pasar? —preguntó esperanzado.


Riendo en voz baja, ella le cerró la puerta en las narices.



QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 49

 

Cuando la música finalmente se desvaneció, Pau podría haber jurado que sentía los labios de Pedro sobre su sien antes de que él alzara la cabeza.


—No sé tú —musitó él, tomándole la mano—, pero este sitio empieza a parecerme demasiado lleno y ruidoso.


No era lo más original que Pau había oído, pero no le importó. Pedro la veía como nadie la había visto jamás, y le brindaba la libertad de ser realmente ella. Quizá algún día conociera el negocio lo bastante como para ser una verdadera compañera en todos los sentidos que de verdad importaban.


En ese momento sólo podía pensar en estar a solas en sus brazos. Nada le había parecido jamás más idóneo.


—Estoy de acuerdo —repuso con una lenta sonrisa—. Tiene que haber algún sitio más tranquilo y… —con gesto atrevido, alzó los dedos y le alisó las solapas de la chaqueta— privado.


Él entrecerró los ojos, que brillaron peligrosamente.


—Esperaba que vieras las cosas como yo.


Soltándole la mano, la condujo de vuelta a la mesa. Los otros hablaban, elevando las voces por encima de la música para poder oírse.


Pedro le entregó su copa a Pau y bebió un trago de la propia antes de volver a dejarla. Ella bebió un poco de su vino, pero el calor que se extendió por su interior no tuvo nada que ver con el alcohol.


—¿Quieres llevarla contigo? —le preguntó él.


Pau movió la cabeza. Pedro recogió el cambio y dejó un par de billetes de propina para la camarera.


—Os veré por la mañana —se despidió con afabilidad.


Entre el coro de respuestas, Pau dejó su copa en la mesa y salió del salón con él. En el vestíbulo, lejos de las tenues luces y de la música, se sintió algo nerviosa.


Tomándola por el codo, Pedro la condujo hacia la tienda de regalos cerrada y a oscuras. Delante del escaparate, volvió a tomarle la mano, pero en esa ocasión se la llevó a los labios. Girándosela, le dio un beso en la palma y luego, con gentileza, se la cerró para envolvérsela con sus propios dedos.


Pau no pudo apartar la vista de la intensidad de su mirada. No habría podido hablar ni aunque en ello le hubiera ido la vida.


—Ahora mismo no hay nada en el mundo que quiera más que estar a solas contigo —musitó él, sin dejar de sostenerle la mano entre las suyas—. ¿Subes conmigo?


Ella estudió su cara, desde la frente ancha hasta el mentón firme.


—Pau—murmuró—, sabes que puedes decirme lo que sientes de verdad que yo lo aceptaré, ¿verdad?


Ella asintió. Él había sido sincero y ella odiaba los juegos.


—Quiero lo mismo que tú —susurró.


Le apretó la mano antes de soltársela. Pedro la miró con ojos resplandecientes.


—Vamos —instó, tomándola por el brazo.


Sin perder tiempo, con la mano libre llamó el ascensor. Dos mujeres subieron con ellos, hablando de un casino próximo. Pedro y Paula no dijeron una palabra.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 48

 


Después de que las otras parejas se excusaran, Paula entró en el comedor del hotel con Pedro. En una esquina se había establecido un bar. La gente estaba con copas en la mano, hablando y riendo. En el otro extremo del salón, delante de un estrado, estaban las mesas con vajilla de porcelana, cubertería de plata y resplandecientes copas que reflejaban la luz del candelabro de hierro forjado que colgaba del techo. En cada una había un centro de crisantemos dorados..


—Consigamos una bebida —sugirió Pedro—, y luego me gustaría presentarte a algunas personas.


Cuando el personal hubo retirado los platos de la cena, Pau se hallaba totalmente relajada. Había conocido a todo el mundo sentado a la gran mesa redonda. Además, mucha gente había pasado para saludar a Pedro y él se había ocupado en presentarla como su asistente.


A diferencia de la recepción de la boda de los Traub, donde había interceptado varias miradas de curiosidad, todo el mundo había dado la impresión de hablar de negocios y de ponerse al día de las nuevas ofertas. Pedro se había cerciorado de incluirla en todas las charlas y Paula había podido aportar un par de comentarios inteligentes.


Después de la cena, el presidente les había dado la bienvenida a todos y presentado al resto de su personal.


—¿Dónde has aprendido tanto de recogida de ganado? —le preguntó a Paula mientras salían con el resto de los comensales—. Cualquiera pensaría que creciste en un rancho.


Con su pelo negro y sus ojos castaño dorados, no cabía duda de que era uno de los hombres más atractivos de los allí presentes. Él no daba muestras de ser consciente de las miradas de reojo que recibía de otras mujeres, pero Paula sí lo notaba. Se acercó a él.


—Te dije que he estado haciendo los deberes —respondió—. Saqué un libro de la biblioteca sobre cómo llevar un rancho.


A pesar de que sus sandalias de tacón alto le añadían unos centímetros de altura, Pedro aún le sacaba una buena diferencia.


—Por lo general en el salón toca una orquesta bastante buena —comentó él—. ¿Quieres que vayamos a echar un vistazo?


Esperó que su sugerencia significara que, al igual que a ella, no le apetecía que la velada terminara.


—Suena divertido —convino Pau.


No habría mencionado eso si no pensara sacarla a bailar. El corazón se le desbocó ante la perspectiva de sentir sus brazos en torno a ella. Haría que fuera más difícil mantener la distancia cuando regresaran a casa, pero era un placer del que no pensaba privarse.


Al llegar al salón tenuemente iluminado, no había ni una mesa vacía. De pie en la puerta, un ganadero que habían conocido durante la cena le hizo señas a Pedro.


—Venid aquí —invitó desde una mesa próxima—. Haremos sitio.


Pedro la miró.


—¿Te parece bien si nos sentamos con ellos?


Paula se preguntó si sería su imaginación o si parecía tan decepcionado como ella.


Ella asintió y se unieron a los demás. Después de los saludos, Pedro le dijo a la camarera lo que querían beber.


—¿Bailas? —le preguntó a Paula.


Su expresión le provocó un hormigueo de anticipación.


—Sí, por favor.


La tomó de la mano y la condujo a la pista atestada. A diferencia de la primera vez que habían bailado juntos, en esa ocasión no se molestó con ceremonias. La tomó en brazos, suspiró cuando ella se arrebujó contra él y apoyó la mejilla en su cabello.


—Hace tiempo que tenía ganas de repetirlo —le susurró con voz ronca mientras le acariciaba la espalda.


A medida que la melodía urdía un hechizo, Pau sintió que era perfecto estar en sus brazos. Y a su lado. Ser compañeros en todos los sentidos. Sonriendo, apoyó la mejilla contra su pecho y liberó la imaginación.