martes, 1 de noviembre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 23




¿Un cambio de planes?


Aquella frase completamente inesperada atravesó los huesos de Pau hasta la médula. David no estaba en su reunión de la fundación. Estaba esperándola en casa. En su casa.


-Muy bien -dijo con voz tensa-. Gracias, Davenport.


El chofer hizo una breve inclinación de cabeza. Pau cerró los ojos y rezó para tener el coraje suficiente de hacer aquello, de enfrentarse a David sin delatarse. ¿Reconocería la sutil diferencia entre su voz y la de la impostora? ¿Cómo se suponía que tenía que actuar? ¿Debía ser cariñosa? 
¿Respetuosa? Respiró varias veces profundamente. Tenía que ser fuerte. Podía hacerlo.


Una súbita idea la hizo sonreír inesperadamente. Podría ver a su padre. Aquello era lo único bueno de la historia. Los ojos se le llenaron de lágrimas.


Pau se obligó a relajarse y venció la tentación de darse la vuelta y comprobar que Pedro iba detrás. No tenía que preocuparse por eso. No la dejaría a su suerte, podía confiar en él.


De pronto se preguntó por qué un hombre tan atractivo como él no se había casado. Seguramente se trataría de uno de esos tipos que permanecían solteros para siempre. Pero hubo algo en el modo en que la miró aquella mañana que la había hecho sentirse especial. Fue algo más que el acto amoroso. Se trataba de una conexión que no sabría cómo explicar. Una emoción profunda que iba más allá de cualquier cosa que hubiera experimentado jamás. Pedro había llegado a un lugar oculto en su interior que ni siquiera sabía que existía. Pau sonrió, sintiendo cómo el vello de su cuerpo se erizaba al recordar sus besos, sus caricias. Tenía la impresión de que ella también le había llegado muy dentro.


La sonrisa se le borró del rostro cuando observó la autopista que se abría delante de ella. ¿Viviría lo suficiente como para disfrutar de lo que el futuro los deparara a los dos? ¿O tendría los minutos contados?


-¿Se ha cancelado la reunión de la fundación? -le preguntó al chofer.


Tenía que haber una razón para que David cambiara de planes. Era un hombre muy metódico. Pau no lo veía rompiendo su rutina sin una razón muy poderosa.


-No, señora -le dijo Davenport-. Al parecer recibió una llamada telefónica que lo obligó a salir de la reunión. En cualquier caso, quiere reunirse con usted inmediatamente.


Un miedo extraordinario se apoderó de su corazón. ¿Y si le había ocurrido algo a su padre? Pau parpadeó y sopesó a toda velocidad las posibilidades. ¿Y si David se había enterado de lo del ADN y las huellas dactilares? ¿Y si sabía que Pedro y ella estaban conspirando para sacar a la luz pública sus mentiras?


Tras quince minutos que le resultaron interminables, Davenport detuvo el coche en la gran entrada circular que rodeaba la mansión de los Chaves.


Su casa. Pau temía no volver a poner los pies en aquel suelo. Mientras el chofer se bajaba para abrirle la puerta, una mezcla de miedo y emoción se apoderó de ella. Le temblaban las manos. Se colocó el asa del bolso en el hombro, la bolsa de la tienda en el brazo y juntó las manos para evitar que siguieran temblándole.


Paula tragó saliva para combatir la sequedad de la garganta y salió despacio del coche. Davenport sonrió y volvió a entrar en el coche. La joven se humedeció los labios mientras subía los escalones de la entrada.


-¿Sigues ahí? -susurró.


-Observando cada paso que das -respondió la tranquilizadora voz de Pedro en el auricular transparente que llevaba camuflado en la oreja.


El receptor estaba cosido a la tela de la chaqueta, bajo la solapa. Pedro le había explicado que se trataba de un equipo extraordinariamente sensible, capaz de captar el más mínimo sonido aunque se tratara de un espacio grande.


Cuando llegó al final de las escaleras se abrió la puerta.


-Buenas tardes, señora Paula.


Carlisle, el mayordomo que había trabajado para su familia desde que ella podía recordar, la saludó.


Pau sintió deseos de abrazarlo. Era agradable ver un rostro familiar y amigo.


-¿Cómo está mi padre? -preguntó con el corazón latiéndole muy deprisa ante la perspectiva de verlo enseguida.


-Todo lo bien que cabe esperar -le dijo Carlisle con tono profesional, pero con la tristeza reflejada en los ojos-. Hoy ha habido varios momentos en los que creo que estaba despierto, pero no hizo amago de hablar.


-Eso es estupendo -contestó la joven conteniendo a duras penas las lágrimas.


-Me alegra ver que vuelve a ser usted la de antes -aseguró el mayordomo frunciendo levemente el ceño.


Pau forzó una sonrisa. La impostora no había conseguido engañar a todo el mundo. Al menos no del todo.


-No he sido yo misma -reconoció, sintiendo la necesidad de enderezar cualquier cosa que la otra mujer pudiera haber hecho mal.


-Bueno, ahora se siente mejor y eso es lo importante -aseguró Carlisle sonriendo abiertamente.


Ella asintió con la cabeza y se movió con gesto envarado.


-Creo que subiré a ver a mi padre ahora. Deseó que no lo hubieran movido de su habitación. Nunca se había sentido a gusto en otro lugar que no fuera su propia cama. Paula recordó la cantidad de veces que habían viajado, y su padre siempre decía que no había sobre la tierra un sitio más cómodo que su cama.


-Por supuesto, señora -dijo el mayordomo tras vacilar unos instantes-. Pero el doctor Crane la está esperando en la suite de los señores.


¿La suite de los señores? La casa tenía seis habitaciones, pero sólo dos de ellas eran suites: La de su padre y la suya.


-Será sólo un instante -insistió.


La idea de que David se hubiera instalado en su dormitorio la ponía enferma.


Paula se apartó a toda prisa de la mirada de preocupación de Carlisle. Sus tacones resonaron sobre el suelo de mármol. Subió a buen ritmo la escalera del vestíbulo y una vez en el piso superior giró el pasillo a la derecha y corrió lo más deprisa que pudo a la habitación de su padre.


Una vez en la puerta se detuvo unos instantes para recobrar fuerzas. Tenía que ser valiente. Tenía que sonreír, no llorar. 


Si estaba despierto y consciente, no quería añadirle más dolor con sus lágrimas. ¿Se habría dado cuenta de que ella había desaparecido durante la última semana? ¿O la otra mujer se habría dejado caer de vez en cuando para no despertar sospechas en el personal de servicio?


¿Qué le habría dicho la impostora al padre de Pau? ¿Le habría hecho daño de algún modo? Sintió la furia con tanta intensidad que casi podía saborearla.


-Ten cuidado, Pau -le susurró Pedro con voz ronca en el oído.


-Estoy bien.


La joven aspiró con fuerza el aire, abrió la puerta y entró en la habitación.


El olor a antiséptico y a enfermedad le llegó de inmediato. En la habitación, tenuemente iluminada, se respiraba una sensación de frío. A unos cinco metros de la cama de su padre había una enfermera sentada leyendo un libro. 


Cuando vio entrar a Pau alzó la vista.


-Su padre está descansado hoy mucho mejor, doctora Crane -dijo la mujer esbozando una sonrisa-. Su marido ha venido a verlo hace sólo unos minutos.


Pau luchó por controlar una nueva oleada de terror. Odiaba que aquella enfermera la llamara doctora Crane. Y odiaba todavía más que David hubiera entrado en el dormitorio de su padre.


-Gracias por ponerme al día -dijo con la voz más fría que pudo articular para parecerse más a la otra mujer-. Me gustaría estar un momento a solas con él.


La enfermera asintió con la cabeza y salió del dormitorio.


Paula rezó para que aquella petición no le hubiera resultado sospechosa. No se imaginaba a la impostora pidiendo que la dejaran a solas con su padre.


Moviéndose muy despacio para no molestarle, Paula dejó el bolso y la bolsa de la tienda en el suelo y se acercó a la cama. Y se mordió el labio inferior para contener las lágrimas. Tenía un aspecto tan frágil... Tan pálido y tan quieto... La joven se sentó en una esquina de la cama y lo tomó de la mano. Tenía la piel fría y estaba muy delgado. Se le transparentaban prácticamente todas las venas.


En el brazo izquierdo tenía dos catéteres a través de los cuales le entraban en sangre fluidos y medicamentos. 


También había un tubo de alimentación asistida y otro de oxígeno. Respiraba con cierta rapidez. La pantalla en la que se leían sus constantes vitales mostraba un ligero aumento del latido del corazón, pero a pesar de eso la presión sanguínea estaba peligrosamente baja. Pau sacudió la cabeza. Las medicinas y los fluidos no podrían seguir manteniéndolo durante mucho tiempo más. Moriría pronto, de eso estaba segura. Y nadie sabía la razón. El equipo de especialistas que se había ocupado de su caso no encontraba explicación.


Le habían sugerido que tal vez su padre se hubiera expuesto a algún agente desconocido en el laboratorio. Pero Pau les dio acceso a todos los proyectos en los que su padre participaba. Excepto el de Cellneu.


Un nuevo escalofrío de pánico le recorrió la espina dorsal. 


Pero no, no podía tratarse de eso. Su padre no había trabajado físicamente con el Cellneu, había actuado más bien como asesor del proyecto. El único modo de que se viera expuesto habría sido si alguien deliberadamente...


-Oh, Cielos -gimió suavemente.


-Pau, ¿estás bien? -preguntó Pedro-. Contesta. Contesta ahora mismo o entro a patadas.


La joven se secó los ojos y aspiró con fuerza el aire para tranquilizarse.


-No pasa nada -consiguió decir tras tragar saliva-. Ahora mismo me dirijo a la suite.


-Ten cuidado -insistió Pedro-. Si la cosa se pone fea, lárgate. Recuerda: nuestro primer objetivo es llevar a Crane a Cphar. Si eso resulta imposible quiero que salgas de allí.


La joven asintió con la cabeza, un gesto inútil ya que Pedro no podía verla. Pero daba lo mismo, porque no se trataba de un comentario, sino de una orden. Paula apretó la mano de su padre una vez más antes de levantarse de la cama, reacia a soltarle la mano. De pronto, su padre abrió los ojos. Y la miró directamente.


-Te quiero, papá -dijo inclinándose sobre su oído y conteniendo a duras penas el llanto.


Él le presionó ligeramente los dedos de la mano. Ella observó las profundidades de aquellos ojos azules y vio el miedo reflejado en ellos. Su padre lo sabía. Lo sabía y tenía miedo por ella.


-Estoy bien. No te preocupes -aseguró sintiendo cómo se le aceleraba el pulso. Cuando vio que cerraba los ojos una vez más, Pau agarró las cosas que había dejado en el suelo, le sonrió a la enfermera que esperaba fuera y se dirigió al ala este de la casa, hasta la suite que se suponía que David y ella compartían.


“Es la hora de la función”, se dijo mentalmente.


En el instante en que ponía la mano en el picaporte de la puerta recordó cada segundo que había pasado entre los brazos de Pedro. El modo en que la había protegido... La manera en que le había hecho el amor... Y de pronto comprendió el significado del torbellino de emociones que había en su interior


-Te quiero, Pedro -susurró tan suavemente que dudaba que él lo hubiera oído. Después abrió la puerta.


-Te estaba esperando, cariño -dijo David mientras servía una segunda copa de champán.


Paula dejó caer suavemente al suelo el bolso y la bolsa de la tienda. Los segundos parecieron eternos mientras miraba fijamente al hombre que le había asegurado que la amaba. 


Que le había pedido que fuera su esposa y que había intentando asesinarla. Tenía el mismo aspecto de siempre. 


Ahora le resultaba extraño pensar que alguna vez pudo considerarlo amable y compasivo. Pero las apariencias engañaban. Paula lo sabía ahora bien. David tenía el aspecto de un hombre normal. Un hombre distinguido, atractivo incluso. Con buena planta y bien vestido.


Pero era el diablo en persona.


El hecho de saber que la vida de su padre dependía de ella le dio el coraje y la fuerza para hacer lo que sabía que había que hacer.


-Lamento haberte hecho esperar -dijo casi sin darse cuenta-. Tuve que pararme un momento.


Paula se atrevió incluso a sonreír, un gesto que se puso de su parte.


-Créeme, querida -contestó David cruzando la habitación con las dos copas en la - mano-. La espera ha valido la pena.


Ella aceptó la copa que le ofreció. El hecho de que no le temblara la mano era un milagro en sí mismo.


-¿Estamos celebrando algo? -preguntó dando un sorbo para infundirse valor.


-Oh, sí -respondió David besándola en la mejilla.


Pau necesitó echar mano de toda su fuerza de voluntad para no ponerse tensa y apartarse de su contacto.


-Tenemos mucho que celebrar -aseguró David con entusiasmo, chocando la copa con la suya-. Brindemos por haber superado el obstáculo final del Ministerio de Sanidad. Y por Cellneu -dijo con una gran sonrisa.


Pedro no necesitaba ver a Pau para saber cómo la habría afectado aquel anuncio. En aquel momento el verdadero enemigo era el tiempo. Tenían que moverse todavía más deprisa de lo que pensaban. La prioridad era sacar a Paula de la casa y llevarla a Cphar. Y Pedro no quería dejarla a solas con Crane en una habitación más tiempo del necesario. La idea de que le hubiera dado un beso y pudiera seguir tocándola lo llenaba de una furia tal que tuvo que agarrarse con fuerza al volante del coche para no salir corriendo hacia la casa.


“Te quiero, Pedro”. Aquella frase todavía resonaba en sus oídos. Una parte de él se derretía de emoción, al considerar aquella posibilidad, pero otra, la parte razonable, le decía que Pau únicamente había reaccionado ante una situación de estrés. No era posible que lo amara. Sólo habían pasado juntos unos cuantos días. Sólo habían hecho el amor aquella mañana. Él la había protegido y Pau estaba agradecida, eso era todo. Aquella vocecita interior que quería expresar sus propios sentimientos trató de hacerse oír, pero Pedro se lo impidió.


Tenía que estar concentrado. La vida de Paula dependía de lo que ocurriera en los siguientes minutos.


-¿Por qué no te pones cómoda, cariño? -sugirió Crane con un tono bajo que él consideraría seductor.


Pedro se puso tenso.


-Un brindis más -pidió Pau fingiendo un tono provocativo.


El sonido de cristal chocando suavemente contra cristal llenó el oído del detective.


-Espero que lleves puesta la ropa interior de encaje que te compré -dijo Crane con lascivia.


Pedro apagó su micrófono. Soltó varias palabrotas mientras rebuscaba en la cabeza el modo de sacarla de allí. Tenía que actuar con rapidez. La respuesta le vino de improviso como un mazazo entre los ojos.


Marcó a toda prisa el número de la recepción de Cphar. 


Sintió que la sangre se le agolpaba en las orejas mientras esperaba respuesta.


-Laboratorios Cphar -dijo un tono de voz profesional.


-Tienen una hora para evacuar el edificio o todo el mundo morirá. No encontrarán a tiempo la bomba.


Pedro colgó y volvió a encender el micrófono.


Ahora lo único que podía hacer era esperar. O entrar a saco en busca de Pau si no conseguía a tiempo la reacción que esperaba.


-Mmmm.... hueles distinto -murmuró Crane-. ¿Te has puesto un perfume nuevo?


-Un aceite de baño -se apresuró a responder ella con voz demasiado aguda.


Pedro soltó otra palabrota. Maldición, si no mantenía la calma se pondría en evidencia. El detective cerró los ojos y trató de no pensar en lo que seguramente estaría ocurriendo. Crane acariciándola... besándola... aspirando el aroma de su piel. Pedro sentía deseos de matarlo con sus propias manos.


-David -protestó Pau-. Deja que primero me quite la ropa.


-Ya es suficiente -dijo Pedro en voz alta agarrando la pistola-. Voy a entrar.


Algo parecido a un toc-toc sonó en el auricular del detective.


Silencio.


Luego se abrió una puerta.


-Sí, ¿qué ocurre?


-Lo siento, señor, pero es su secretaria -dijo una voz masculina distinguida, probablemente la del mayordomo-. Asegura que es muy urgente. Está en la línea uno, señor.


Pedro se detuvo.


-Por ahora me quedo -le murmuró a Pau disponiéndose a escuchar la reacción de Crane a la llamada.


-Gracias, Carlisle.


Una puerta se cerró.


Pedro respiró varias veces muy despacio. Tenía que mantenerse calmado y alerta. Ambas cosas.


-Sí, Renée, ¿de qué se trata? -preguntó la voz de Crane con tono malhumorado.


El detective estaba encantado.


-¿Estás de broma? -preguntó Crane.


Silencio.


-Ahora mismo voy.


El sonido del teléfono al colgarse.


-¿Ocurre algo? -preguntó Pau con un tono tembloroso que a Pedro no le pasó desapercibido.


-Tal vez tengamos que evacuar el edificio. Hay una amenaza de bomba -respondió Crane con preocupación-. Tengo que ir y averiguar qué está ocurriendo. Tal vez algún grupo extremista haya descubierto lo cerca que estamos de experimentar el Cellneu con seres humanos.


-Yo voy contigo.


Silencio. Pedro contuvo la respiración. Más silencio.


-De acuerdo. Tal vez necesite tu ayuda.


Pedro escuchó cómo Pau y Crane salían a toda prisa de la casa. El Mercedes negro ya estaba preparado en la puerta.


Con ayuda de los prismáticos, el detective vio cómo Crane escoltaba a Pau por los escalones hasta la puerta del coche. Por suerte, ella no había dirigido la vista hacia donde estaba oculto su coche. Pedro suspiró aliviado.


-Luego tendremos que retomarlo donde lo hemos dejado -sugirió Crane.


Pau soltó una risita tonta como respuesta. Era la misma risa que había vito utilizar a la impostora cuando Simon la seducía. Le salió perfecta. Pedro estaba muy orgulloso de ella.


Y seguía muy asustado.


Si algo llegara a ocurrirle...


Cuando el Mercedes hubo desaparecido en la distancia, Pedro se dirigió hacia la vía de servicio para seguirlo.


-Estoy justo detrás de ti -dijo con voz suave-. Lo estás haciendo de maravilla


Tardaron veinte minutos en llegar al edificio de la empresa. 


Seguridad estaría ya buscando en cada esquina y en cada rincón. No tardarían mucho en descubrir que la llamada era una farsa. Pero seguramente tendrían que tomar ciertas medidas de todas formas. Ni siquiera David Crane arriesgaría la vida de todos sus empleados. Aunque con él todo era posible.


Lo siguiente que escuchó Pedro confirmó aquel último pensamiento.


Crane había llamado a alguien por el móvil.


-Mantengamos esto en secreto. No evacuéis los laboratorios importantes hasta que tengamos la confirmación absoluta de que la amenaza es real. No sería la primera vez que alguien intenta gastarnos una broma pesada.


Crane parecía enfadado.


-Bien -dijo tras una pausa-. ¿Todavía no hay ni rastro de ella? Quiero que la encontréis, y a Alfonso también. Están cerca. Lo presiento.


Pedro estuvo a punto de soltar una carcajada. Si supiera lo cerca que estaban...


El detective esperó cinco minutos de reloj después de que el Mercedes entrara para acercarse. Se había puesto una gorra de béisbol y tenía la identificación preparada. Apagó una vez más el micrófono. Se acercó a la garita del guardia de seguridad y esperó a que éste saliera. Llevaba una lista en la mano.


-¿Nombre? -le preguntó.


-No encontrarás mi nombre ahí -respondió Pedro señalando la lista con un gesto de la cabeza.


-Si no está en la lista no puede entrar -respondió el guardia encogiéndose de hombros.


Pedro clavó sobre él la más letal de sus miradas. Una de esas capaces de detener en seco un toro furioso. Entonces sacó su identificación falsa, que parecía oficial.


-No tenemos tiempo para intercambiar palabras amables -le espetó al guardia-. Me llamo Barclay. Soy experto en explosivos. No sé si está usted al tanto o no, pero sobre este edificio pesa una amenaza de bomba. Estoy aquí para controlarla.


-Yo... tendré que consultar con el jefe -aseguró el hombre abriendo mucho los ojos-. No sé nada de una amenaza de bomba.


Pedro consultó su reloj.


-Me quedan veintinueve minutos para desactivar los explosivos. El doctor Crane me ha pedido que lo siga. Bob -concluyó tras mirar su nombre en la etiqueta de la chaqueta.


-Entonces, ¿es cierto que han puesto una bomba? -insistió el guardia con expresión de terror.


-Estamos perdiendo un tiempo precioso -gritó Pedro.


Estaba claro que no se había tomado ninguna medida para garantizar la seguridad de los empleados.


-De acuerdo, de acuerdo -accedió el tipo asintiendo con la cabeza-. Le dejaré pasar. El doctor Crane acaba de entrar. ¿Viene alguien más con usted?


-Yo estaba por la zona, así que he venido directamente -aseguró Pedro-. El resto del equipo llegará en cualquier momento.


-Abriré las puertas.


Cuando aquella impresionante verja se echó a un lado, Pedro pasó con el coche y buscó una plaza de aparcamiento cerca de la salida oeste, la que tenía pensado utilizar llegado el momento.


-Te esperaré aquí -dijo Pau.


Pedro dio un respingo. Tras varios minutos en silencio, Pau había hablado por primera vez desde su llegada a los laboratorios.


-Si necesitas cualquier cosa, pídesela a Renée -dijo Crane.


Debió marcharse entonces, porque Pedro escuchó cómo se cerraba la puerta.


-Estoy dentro -murmuró Pau.


-De acuerdo -respondió el detective apretando los dientes.


Pau estaba en el despacho de Crane. Ahora lo único que tenía que hacer era encontrar la prueba que necesitaban.