martes, 11 de diciembre de 2018

EL ANILLO: CAPITULO 6




Al llegar junto a la puerta, Paula vio un collage con fotografías de Pedro y de sus hermanos. Lo miró detenidamente y la historia que había detrás de las imágenes fue tomando forma hasta dejarla sin palabras. Cuando finalmente salió de su estupor no fue capaz de articular lo obvio: «No tenéis padres, ¿verdad?» o «No sois hermanos de sangre».


Porque lo que pensó fue que habían creado una verdadera familia. Primero en aquel frío edificio que aparecía al fondo de varias de las fotografías; y más tarde, a medida que encontraron la libertad, estableciéndose por su cuenta en el hogar que habían creado.


Se trataba de tres hombres que se habían tenido que hacer mayores antes de tiempo y que se habían apoyado el uno en el otro a lo largo del camino. Todo eso se veía en la fotografía, había sido captado en las expresiones de determinación y desconfianza de los tres jóvenes, y en la risa, la sonrisa esbozada y la reserva de los hombres del presente. ¿Cómo les había afectado crecer solos y sin padres? En el caso de Pedro, convirtiéndolo en un hombre que valoraba su privacidad por encima de todo. 


También sus hermanos. No había más que fijarse en la casa en la que habían elegido vivir.


Sus hermanos debían haber cambiado de apellido, o quizá los tres habían elegido apellidarse Alfonso.


—Desde el primer momento he tenido la sensación de que tú y tus hermanos teníais una relación muy estrecha. Ahora me doy cuenta de por qué.


Paula no había experimentado ese tipo de vínculo en su propia familia. Era algo en lo que prefería no pensar, pero que en aquel instante se hizo patente y le resultó especialmente triste. 


Y eso que Pedro y sus hermanos debían haber pasado por un calvario. Sus circunstancias no se podían comparar.


—Siempre nos hemos apoyado. La gente que mira esas fotos no suele darse cuenta —dijo Pedro, abriendo la puerta.


—¿De que sois una «familia elegida» en lugar de por nacimiento?


Eran la prueba viviente de que la primera podía ser aún más sólida que la segunda.


—Sí. «Elegida» es la palabra adecuada —Pedro salió con ella al pasillo—. Te acompaño al coche.


Fue una forma de poner final a la conversación, y Paula lo respetó, reprimiendo las ganas de seguir haciendo preguntas. Caminaron en silencio. Pronto estaban junto al coche.


—Mañana tenemos una cita con una clienta en su casa —Pedro se frotó el mentón—. Es la clienta difícil de la que te hablé el viernes.


Paula repasó mentalmente su vestuario.


—Estaré preparada.


—Puede que entre los dos consigamos que deje de bloquear el proyecto —Pedro esperó a que se sentara y cerró la puerta.


Paula arrancó y bajó la ventanilla. Pedro se apoyó en ella.


—Conduce con cuidado. Nos vemos mañana.


—Buenas noches, Pedro.


Paula se marchaba con muchas cosas sobre las que pensar. La familia que Pedro había creado, su procedencia, su reserva emocional, su obsesión por el orden, la obsesión por proteger su privacidad.


—Buenas noches —contestó él.


Con un último movimiento de la mano a modo de despedida y con la cabeza llena de preguntas sin respuestas, Paula se fue, a pesar de que hubiera preferido quedarse.




EL ANILLO: CAPITULO 5




Se sentaron a la mesa de tipo picnic con bancos corridos a ambos lados, Luciano y Alex en un lado, Paula y su jefe en el otro.


«Concéntrate en la comida, Paula, y sé una buena invitada».


Había kebabs vegetales hechos con tomates cherry, calabacín, cebolla y champiñones marinados al estilo provenzal, carne y patatas a la brasa con nata y cebollino.


—¿Quién es el cocinero? —el patio estaba bordeado de plantas y arbustos, lo qué creaba un ambiente acogedor e íntimo.


—Yo he hecho lo fácil. Rosa ha preparado los kebabs —dijo Alex—. Es nuestra asistenta, pero nos ayuda con otras cosas —frunció el ceño—. Es como una madre o algo así.


Se expresó de tal manera que sonó como si no hubieran conocido a la suya, lo que hizo recordar a Paula lo poco que se parecían los hermanos entre sí. ¿Tendrían madres o padres diferentes? ¿Habrían tenido una vida familiar complicada? En eso ella era una experta, aunque el resto de su familia pensara que la única que no encajaba era ella.


—Pues dadle mi enhorabuena a Rosa —dijo.


—Cuéntanos qué te ha parecido tu primer día de trabajo —dijo Luciano, mientras cortaba un trozo de carne.


—He tomado algunas fotografías que servirán como publicidad —explicó los conceptos que habían guiado sus decisiones y le alegró ver que Pedro asentía y mostraba su aprobación—. También he tomado otras como base para los cuadros —la idea de completar cada diseño de jardín con un cuadro le parecía brillante, y estaba ansiosa por empezar con el primero—. Si los clientes cuelgan la obra en su casa, hablarán del proyecto y servirá de propaganda para Pedro. Trabajar con plantas y ayudar en el terreno me ha servido para comprender mucho mejor el trabajo en su conjunto. Ha sido muy interesante.


Miró de reojo a Pedro y durante unos segundos que parecieron una eternidad sus miradas quedaron atrapadas. Paula se preguntó si él sentiría la misma conexión que ella percibía.


Un instante después Pedro pestañeó y rompió el contacto.


—También quiero que diseñes un nuevo logo —dijo él—. Creo que ha llegado la hora de cambiar el que tenemos. Nunca me ha gustado.


—Seguro que se me ocurren algunas ideas. Puede que te guste algo sencillo, de trazos gruesos. Suelen ser muy efectivos.


Pedro entornó los ojos mientras consideraba la idea.


—Puede que sí —sonrió de nuevo—. Me gusta tu forma de pensar.


—Gracias.


Siguieron comiendo y charlando, y pronto estaban tan enfrascados en la conversación que Paula olvidó su nerviosismo.


El aroma de la barbacoa y de la ciudad impregnaba el aire. Arrastrados por el entusiasmo de las propuestas, Pedro y ella hablaban cada vez más rápido, sus rostros estaban cada vez más cerca, como si conspiraran. Hasta que Paula se dio cuenta y volvió a sentir la tensión que le producía estar junto a él.


Se quedaron en silencio y cuando Pedro la miró detenidamente, ella sintió un escalofrío igual al que la había recorrido cuando le ofreció el trabajo. Lo provocaba la calidez en su mirada y… un evidente interés masculino en ella, que Pedro borró de su rostro rápidamente.


Ésa era una reacción con la que Paula estaba familiarizada y que no por ello dejaba de herirla. 


La había visto por primera vez en los ojos del primer hombre en el que había confiado, y aunque habían pasado años, siempre la reconocía. Pero puesto que Pedro no era más que su jefe no tenía por qué importarle. No debía olvidarlo.


—Necesito práctica para adaptarme a tu visión —dijo, para concentrarse en el trabajo—, para presentar cada proyecto desde la mejor perspectiva. La emoción que pones en…


El rostro de Pedro se endureció y sus dedos tamborilearon sobre la mesa antes de que todo él quedara completamente paralizado mientras la miraba fijamente.


—Hago cada proyecto lo mejor posible, eso es todo —dijo al fin—. Si percibes emoción será que la pones tú.


Su mirada revelaba que creía en lo que decía, y a Paula le desconcertó que no fuera consciente de que se entregaba al cien por cien a lo que hacía, cuando era evidente para cualquiera que se fijara.


Ella llevaba dos años estudiando su trabajo. 


Desde que había comenzado a estudiar, el diseño de jardines le había fascinado, y el trabajo de Pedro le había atraído precisamente por lo que veía en él: fuerza y convicción, imaginación y generosidad…


—Quiero reflejar tu visión de cada proyecto —eligió salir del apuro de forma diplomática—, pero estoy dispuesta a aportar mi propia perspectiva.


—Esa es la mejor manera de planteártelo —Pedro pareció satisfecho con la respuesta, y la conversación volvió a incluir a los dos hermanos.


Al cabo de un rato, Alex se puso en pie.


—Disculpad, pero tengo que ir a hacer unas llamadas a un socio del extranjero antes de que se haga más tarde.


Luciano se incorporó a su vez. Fruncía el ceño.


—Yo voy a ver a Cecilia. No me he quedado tranquilo después de la pelea que hemos tenido por teléfono.


Paula lo observó mientras se marchaba, y se volvió a Pedro con una ceja enarcada.


—¿Problemas de mujeres?


Pedro se puso en pie y empezó a recoger la mesa.


—Cecilia es la encargada de su mayor invernadero. Cualquiera sabe qué ha pasado. Los dos tienen una personalidad muy fuerte y tienden a enfrentarse.


—Ah —Paula lo ayudó con el resto de los platos—. ¿Dónde los llevamos?


—A mi piso —Pedro la precedió por un pasillo hasta que llegaron a una puerta—. Los meteremos en el friegaplatos.


—Y cuando acabemos, será mejor que me vaya —Paula sujetó los platos con cuidado mientras esperaba a que Pedro abriera la puerta—. Me ha encantado la comida y la conversación. Espero que a tus hermanos les hayan convencido mis comentarios.


Sabía que en ocasiones casi había olvidado su presencia y que tendría que evitarlo en el futuro.


—Nos han convencido a todos. La cocina está por aquí —dijo Pedro, pasando de largo precipitadamente por una sala y entrando en una cocina blanca con suelo de pizarra negra.


A Paula le llamaron la atención tres cafeteras y varios otros útiles eléctricos.


—Deduzco que te gusta el café… Y los cachivaches —bromeó.


—Tomo distintas mezclas según la hora del día. Por la noche, descafeinado —sonrió al tiempo que miraba a su alrededor—. Y sí, me encantan las máquinas y ver cómo funcionan. Tengo más de las que necesito.


Como si hubiera hablado demasiado, sacó dos tazas del armario y alzó una a modo de pregunta muda.


—Sí, gracias.


Aquel nuevo ángulo de la personalidad de Pedro la intrigó aún más, pero decidió no hacer preguntas.


—Ese café huele demasiado bien para ser descafeinado —comentó.


—Es una marca especial. Tengo que reconocer que me doy algunos caprichos, al menos en mi casa —Pedro sirvió las tazas y le pasó una a Paula.


—No me pareces demasiado caprichoso. Y sentir curiosidad es una cualidad. Ella nos lleva a aprender —Paula dijo espontáneamente. Pedro ganaba dinero, y nadie podía criticarle por comprar café de importación o comprar objetos que no necesitaba—. Además, un buen café es siempre una gran inversión.


Se llevó la taza a los labios, cerró los ojos y bebió un sorbo. El perfumado e intenso líquido bajó por su garganta, arrancando de ella un suspiro de placer.


—¡Qué bueno! Tu curiosidad ha sido recompensada con creces.


—Tienes una manera peculiar de ver las cosas —dijo él.


—¿Y de qué otra manera podría verlas? —Paula abrió los ojos y descubrió a Pedro mirándola fijamente, con una expresión que no dejaba lugar a dudas y que no pudo ocultar a tiempo por más que desviara la mirada al instante.


Paula se concentró en su taza al tiempo que intentaba frenar su corazón. Tenía que superar la hipersensibilidad con la que reaccionaba a todo lo que Pedro hacía. Que la encontrara atractiva en aquel instante no significaba absolutamente nada. En cualquier caso, era su jefe y sería una estupidez dejarse llevar por los sentimientos que pudiera inspirarle, o creer que él sentía algo por ella.


Cabía la posibilidad de que le gustaran sus opiniones y que el resto no fueran más que imaginaciones suyas.


Bebieron el café apoyados en la encimera. En el silencio que siguió, Paula miró hacia el salón, en el que se veían un par de sofás, unas sillas tapizados de color chocolate, y una serie de pilas de revistas en perfecto orden sobre tres mesas de café. Había también libros y papeles que parecían planos.


—Veo que te traes trabajo a casa y que eres muy ordenado —comentó.


Pedro se frotó la nuca.


—A veces me obsesiona acabar un proyecto aunque ello suponga traérmelo a casa. Una vez empiezo, no soy capaz de parar. Siempre he sido así. Hay quien lo encuentra censurable, pero no puedo hacer nada por evitarlo, y la verdad es que no quiero cambiarlo.


—No tienes por qué —si cambiara podría perder parte de la intensidad que caracterizaba su trabajo. -Paula no comprendía qué tenía de malo—. Creo que a mí me pasa algo parecido.


Pedro pasó su taza vacía de una mano a otra.


—Es hora de que me vaya —Paula hubiera seguido en su compañía… para hablar de trabajo. Pero dejó la taza sobre la encimera y fue hacia la puerta.


—He disfrutado de la conversación que hemos tenido —Pedro la siguió.




EL ANILLO: CAPITULO 4




Pedro encontró a Paula en un extremo de la propiedad, con la cámara sobre el trípode. Era evidente que esperaba algo, aunque Pedro no supo de qué se trataba. Y mientras esperaba, se mecía inconscientemente al son de una música que sólo ella podía escuchar.



En vaqueros y con una ajustada camisa roja, con el cabello despeinado y manchas de barro en diversas partes parecía una chica cualquiera, ordinaria. Pedro estuvo a punto de convencerse a sí mismo de esa impresión, hasta que le oyó lanzar una exclamación al tiempo que se inclinaba y tomaba algunas fotografías, antes de incorporarse con expresión satisfecha, quitarse los auriculares y comenzar a recoger el equipo.


Paula no tenía nada de ordinario, y menos con el brillo en los ojos que le había provocado la última fotografía.


Pedro suspiró y dio un paso adelante.


—¿Has acabado?


Paula se sobresaltó.


—¡No me había dado cuenta de que estabas ahí! Estaba sacando una fotografía de la puesta de sol. He sacado unas cien fotografías hoy. No usaremos todas, pero creo que tengo una buena perspectiva de lo que un equipo puede lograr en una sesión de trabajo. Dime que no estaba cantando ni haciendo nada ridículo mientras trabajaba.


—No has dicho palabra, te lo juro. He esperado porque no quería desconcentrarte.


Los dedos de Pedro rozaron los de ella cuando alargó la mano para tomar el trípode, y fue suficiente para que Pedro se quedara paralizado. Sólo se trató de una fracción de segundo, pero le preocupó sentir que perdía el control y que el corazón le daba un salto. Aún le preocupó más que Paula lo observara con la cabeza ladeada y una indisimulada curiosidad. 


Había ciertas cosas de él, tal y como le había enseñado un maestro del engaño, que era preciso mantener ocultas.


Pero lo más inquietante de todo era el hecho de que aquella mujer pudiera hacer que se manifestaran síntomas de su enfermedad que ninguna otra persona, ni aquéllas que más le habían impresionado, le habían provocado. Y su obsesión por mantener el secreto se acrecentaba ante la mujer que lo hacía más difícil.


—Creo que acabo de sacar dos fantásticas fotos —dijo ella, alzando la vista hacia la copa del árbol bajo el que se encontraban—. El sol se filtraba por las hojas como si fuera una celosía. Creo que basaré mi cuadro en esa idea.


—Me parece muy bien —Pedro pasó el pulgar una y otra vez sobre un tornillo de la pata del trípode hasta que se ordenó parar—. Me alegro de que hayas reunido el material que necesitabas.


—Basta con esperar al momento adecuado.


Paula pareció a punto de preguntar algo, pero se limitó a dirigir la mirada hacia el perímetro exterior del jardín donde habían estado aparcados los vehículos del equipo hasta hacia unos minutos.


—No me había dado cuenta de que era tarde —dijo a modo de disculpa—. ¿Llevas tiempo esperándome?


—No demasiado, y no ha sido ninguna molestia —Pedro lo dijo en un tono que parecía contradecir sus palabras, pero lo cierto era que había disfrutado observándola—. ¿Podemos irnos?


—Claro —dijo Paula. Y caminó con prontitud hacia la furgoneta.


Pedro le abrió la puerta y luego se sentó al volante.


—La oficina estará cerrada para cuando lleguemos, pero puedes entrar a recoger lo que necesites. Luego me gustaría que vinieras a cenar con mis hermanos y conmigo para comentar tus impresiones sobre el trabajo.


Había quedado con Alex y Luciano en sondear la opinión de Paula sin darle tiempo a reflexionar para que sus respuestas no perdieran espontaneidad.


Además, Pedro estaba convencido de que la presencia de sus hermanos lo ayudaría a poner en perspectiva lo que fuera que despertaba aquella mujer en él. Intentaba convencerse de que era el resultado de demasiado tiempo de abstinencia. Nunca le faltaban las ofertas, pero pocas le interesaban y sólo por un breve espacio de tiempo.


—Luciano, Alex y yo somos socios en cada uno de nuestros negocios —explicó—, así que también tendrás que tratar con ellos.


—Me parece perfecto —Paula bajó la mirada hacia sus pantalones—, pero estoy un poco sucia.


Pedro condujo entre el tráfico.


—No pasa nada. Cenaremos en casa, y saben que venimos directamente del trabajo.


—Por mí no hay ningún problema —dijo ella con una amplia sonrisa.


Lo cierto era que se sentía feliz, y charlaron animadamente del trabajo y de los demás empleados de camino a la oficina, donde Paula recogió su coche para seguir a Pedro hasta su casa-almacén.


—Por aquí —dijo él cuando Paula salió del coche, acompañándola a la entrada del almacén que sus hermanos y él habían transformado en vivienda.


Paula se paró en medio del vestíbulo y miró a su alrededor con expresión de sorpresa.


—¡Es precioso! Desde el exterior nadie imaginaría…


—Ésa era nuestra intención: crear la ilusión desde fuera de que no es más que un viejo almacén —Pedro carraspeó—. Lo preferimos así.


Posó la mano en la barandilla de la escalera tallada que daba acceso al piso superior y empezó a subir mientras observaba de reojo a Paula fijarse en cada detalle del único lugar en el que se sentía plenamente a gusto. En un extremo del vestíbulo había un sofá de cuero y varias butacas. Los cuadros que decoraban las paredes, tan grandes como el espacio que los rodeaba, tenían colores vivos y luminosos. Paula los observó detenidamente antes de comentar:
—¡Son magníficos! No reconozco al artista.


—A Alex le va a encantar que aprecies su trabajo —dijo Pedro con una punzada de orgullo, a la vez que se decía que estaba demasiado pendiente de las reacciones de Paula—. Busquemos a mis hermanos —añadió, indicándole que lo siguiera—. Cada uno tenemos nuestro propio piso. Hoy vamos a cenar en el patio de la planta superior.


—Es maravilloso que estéis tan unidos —dijo ella sin poder evitar un tono de melancolía que sorprendió a Pedro.


Recordaba haberle oído hablar de su familia, y si ella era tan especial, sus padres también debían serlo. Antes de que pudiera profundizar en sus reflexiones, oyó a su invitada dirigirse a su hermano menor.


—Alex, tus cuadros son espectaculares.


—Gracias —dijo Alex, apartando la vista de la barbacoa para agradecerle el cumplido con una sonrisa—. Pedro trajo tu portafolios el fin de semana para enseñarnos tu trabajo. Es mucho mejor que el mío.


—Es distinto —le corrigió Paula—, no mejor.


Luciano puso un cuenco con ensalada sobre la mesa.


—Contratar a una diseñadora gráfica ha sido un gran paso para Pedro. Está acostumbrado a trabajar solo, pero finalmente llegó a la conclusión de que era una necesidad.


—Espero no decepcionarle —dijo Paula, incluyendo a los tres en su mirada.


—Ahora que te he visto en acción, estoy seguro de haber tomado la decisión correcta.


Paula se alegró de haberle impresionado a pesar de la tensión que había sentido todo el día ante él, y que confiaba en que fuera disminuyendo cuando se acostumbrara a su presencia.


—Muchas gracias por poner tu confianza en mí, Pedro.


Le emocionaba el contraste que significaba aquella fe comparada con la frialdad de su familia desde el día que había anunciado que quería dedicarse a una carrera que amaba, aunque no fuera la que habían planeado para ella. Igualmente fría había sido la respuesta cuando llamó contando que había conseguido el trabajo de sus sueños y que se iba a mudar.


Así que el apoyo de Pedro representaba una inyección de autoestima.


—No podría ser de otra manera —dijo él. Y tras mirarla prolongadamente, sonrió —. Tienes talento y entusiasmo. Justo lo que la compañía necesita.


—Gracias —dijo ella, emocionada por sus palabras y la sinceridad con la que las había expresado. Para disimular su azoramiento, contempló los manjares que había en la mesa y carraspeó—. ¡La comida tiene un aspecto maravilloso! Tengo que admitir que tengo un poco de hambre.