viernes, 30 de diciembre de 2016

CHANTAJE: CAPITULO 12






Pedro se paseaba por la habitación del hotel.


Estaba furioso mientras recordaba la conversación que había mantenido con Paula.


¿Por qué le había dicho que no entendía a las mujeres?


Las entendía perfectamente.


Bueno, lo cierto era que entendía a la mayoría de las mujeres. A ella no la entendía porque Paula era diferente.


¿Por qué habría querido hacerle daño y por qué le había dicho que no tenía ni idea de lo que era la fidelidad cuando había sido ella quien le había sido infiel?


Pedro se sirvió un whisky y se quedó mirando por la ventana.


Encontrarla con Farrer lo había puesto tan celoso que no se había parado a preguntarse qué había visto.


Jamás se le había ocurrido hacerlo hasta aquella noche.


Se tomó el whisky de un trago mientras se le ocurría que, quizás, se había precipitado y había exagerado la situación.


Otra pregunta que no abandonaba su cabeza era por qué había buscado Paula consuelo en brazos de Tomas.


El hecho de que lo hubiera buscado en otro hombre lo ponía tan furioso como enterarse de que tenía una relación con él.


Pedro apretó los dientes furioso pues tenía la sensación de que ante él había un gran rompecabezas que no era capaz de completar.


«¿Por qué crees que me casé contigo?», le había preguntado.


Lo cierto era que Paula jamás había demostrado ningún interés en el dinero ni en los bienes materiales.


En las contadas ocasiones en las que había querido comprarle algo, se había negado. Aquello había sorprendido a Pedro, que estaba acostumbrado a que las mujeres compraran sin parar, pero lo había achacado a la naturaleza cabezota de Paula.


Se dijo que seguro que si hubieran seguido casados, Paula habría terminado claudicando ante el consumismo y comprando sin parar porque todas las mujeres lo hacían.


Sin embargo, en los cinco años que habían transcurrido desde su separación, jamás le había pedido dinero.


Para eso también había recurrido a Farrer.


Pedro volvió a apretar los dientes.


¿Y pretendía que creyera que no se había acostado con él?


En aquel momento, llamaron a la puerta.


Fue a abrir con una sonrisa de oreja a oreja que desapareció cuando vio que se trataba de su abogado.


-¿A quién esperabas? -le preguntó Alec.


-A nadie.


-Como de costumbre, tenías razón. Kouropoulos ha accedido a entrevistarse con nosotros -le informó Alec.


-Perfecto -contestó Pedro.


-Sólo hay un detalle con el que no habíamos contado.


-¿De qué se trata?


-Quiere que te quedes diez días en la isla -contestó Alec tragando saliva-. Y quiere que... tu mujer vaya contigo.


-No hay problema -le aseguró Pedro sorprendiéndolo-. Dile que aceptamos la invitación. Dile que nos veremos mañana a la hora de cenar.


Aquello resolvía a la perfección el negocio que quería concluir con Kouropoulos, pero también lo que tenía pendiente con Paula desde hacía dos semanas.


-Sí, dile que llegaremos mañana y que quiero la villa más alejada del complejo -sonrió Pedro.


CHANTAJE: CAPITULO 11





ESTA mujer es un genio -comentó Alec atónito mirando otro periódico-. En menos de dos semanas ha conseguido que aparezcas en casi todos los canales de televisión y en todos los periódicos importantes y siempre solo, sin mujeres. ¿Cómo lo has hecho?


-Aburriéndome -contestó Pedro.


No era cierto.


La verdad era que las dos últimas semanas habían sido estimulantes y sensuales, pero no pensaba decírselo a su abogado.


Había querido que Paula trabajara para él como para castigarla, pero el proceso estaba resultando castigador para él también.


Tenía el cuerpo dolorido de tanto sufrir.


-Pues ha dado resultado -rió Alec-. Ahora, eres la viva imagen de un hombre encantador. No sabía que donaras tanto dinero a obras sociales.


-Nunca lo he hecho público porque no me parecía oportuno y, desde luego, si me hubiera preguntado le habría dicho que no lo divulgara, pero lo ha hecho por su cuenta.


-Sea como sea, lo está haciendo de maravilla. Lo que me sorprende es que accediera a trabajar para ti. ¿Cómo lo conseguiste?


-Me mostré... persuasivo -contestó Pedro.


--En otras palabras, que no aceptaste un no por respuesta.¿Y ya habéis terminado?


-Nos queda la fiesta de esta noche.


-¿Vas a ir con una mujer?


-Por supuesto. Voy a ir con la mujer perfecta.


-¿.La vas a invitar a ella? -preguntó Alec asombrado-. ¿Por qué? Llevas dos semanas apareciendo solo en la prensa. ¿Por qué vas a aparecer ahora con una mujer y, precisamente, con ella?


-Tengo razones personales -contestó Pedro-. Quiero que llames a Kouropoulos para concertar una cita.


-No sé si va a querer. ..


-Querrá.


-Voy a hablar con sus abogados ahora mismo -dijo Alec al ver a su jefe tan convencido.


-Muy bien. Salgo rumbo a Blue Cove Island esta noche después de la fiesta.


-Muy bien -sonrió Alec-. Se lo haré saber.


Veo que has conseguido convertirle en el señor Perfecto -comentó Tomas sirviéndose un café y sentándose frente a Paula-. No me puedo creer que aceptaras el trabajo, pero lo que ya me resulta increíble de creer es que hayas conseguido convertir a ese canalla en un buen hombre a los ojos de la gente.



*****


Paula hojeó los periódicos.


En circunstancias normales, estaría muy orgullosa de su trabajo, pero aquellas circunstancias no eran normales.


Había aceptado el trabajo para proteger a Tomas y para conseguir el divorcio.


-Quería terminar cuanto antes -le dijo.


-¿Y ya está o hay más?


-Terminamos esta noche yendo a un estreno juntos.


-¿Vas a ir con él? No lo entiendo. ¿,Por qué quiere aparecer en público con una esposa de la que hace años que se separó? ¿No te extraña?


-La verdad es que no. Es trabajo. Después de esta noche, se terminó -contestó Paula apartándose un mechón de pelo de la cara-.Pedro quería resultados rápidos y los ha obtenido. Por mi parte, el trabajo ha terminado.


-Esta mañana he visto una entrevista suya y te aseguro que, si no supiera cómo es en realidad, me habría creído que es un buen hombre. ¿Cómo lo has hecho?


-Es mi trabajo -contestó Paula-. En cualquier caso, tiene algunas cosas buenas -añadió pensando en que había descubierto unas cuantas-. Por ejemplo, no he encontrado ni a un solo empleado que hable mal de él.


-Bueno, te recuerdo que yo trabajé para él y podría hablarte muy mal de él.


Paula intentó sonreír para quitar hierro al asunto.


-Dona fortunas y no se lo había dicho a nadie, Tomas.


-¿Y qué? ¿No me dirás que te has dejado impresionar? Es multimillonario. Se puede permitir el lujo de donar millones sin enterarse. Eso no quiere decir que sea una buena persona. Por favor, Paula.


-Sí, ya sé que por donar dinero no se es buena persona.


Paula se recordó que Pedro era capaz de recurrir al chantaje si quería algo, pero no podía olvidar lo incómodo que se había sentido cuando le habían preguntado por sus donaciones a obras caritativas.


-Sigo sin entender por qué accediste a cambiarle la imagen -insistió Tomas tomándose el café.


Paula desvió la mirada. No le había contado a Tomas la conversación que había tenido con Pedro.


-Me pareció más fácil decirle que sí que decirle que no -contestó-. De todas formas, después de esta noche se acabó.


-¿De verdad? Tengo la impresión de que lo que hay entre Pedro y tú no terminará jamás.


-Entre nosotros no hay nada -le aseguró Paula poniéndose en pie-. Me voy a ir a casa a cambiarme porque va a pasar a buscarme a las siete.


-Buena suerte. No olvides sonreír mucho ante las cámaras y mucha paciencia porque, cuando los medios de comunicación se enteren de que eres su esposa, se van a tirar a por ti.


-Nadie se va a enterar de que soy su esposa, así que no creo que se vayan a interesar en mí.


-Mucho cuidado, Paula. Alfonso siempre hace las cosas por algo. Si te ha invitado esta noche a esa fiesta es porque le interesa.


-Es porque necesitaba ir con alguien -dijo Paula sospechando que Tomas tenía razón.


¿Qué se propondría Pedro?


-¿Te ha vuelto a besar?


Paula negó con al cabeza.


No le había hecho falta.


Con sólo estar en la misma habitación que Pedro se desconcentraba y sólo podía pensar en él.


La atracción era mutua y tan intensa que a Paula le sorprendía que los periodistas no se hubieran dado cuenta.


-¿Quieres que te lleve a casa? -se ofreció Tomas.


-No, voy a ir andando y, si se pone a llover, tomaré un taxi -contestó Paula saliendo por la puerta.


Nada más llegar a la calle, vio el coche y supo quién era.


«Pedro el cazador».


-Sube -le dijo.


Era la primera que estaba a solas con él desde que había comenzado el proceso de cambio de imagen, durante el cual la tensión entre ellos había ido subiendo hasta alcanzar cotas insospechadas.


Estar en un coche a solas con él era lo último que Paula quería. Era como haber estado admirando un tigre creyendo que está en cautividad y descubrir que está suelto.


Paula sintió que se le había secado la boca y que el corazón le latía desbocado. Sabía que ante una situación peligrosa había que hacer frente o huir.


Huir de Pedro era inútil porque siempre la encontraba, así que no le quedaba más remedio que plantarle cara.


-Prefiero ir andando -contestó por tanto-. Quiero que me dé el aire.


-Entonces, iré andando contigo -dijo Pedro bajándose del coche.


-Prefiero ir sola -dijo Paula enfadada.


Como de costumbre, la ignoró.


-Supongo que no te extrañará que un cliente quiera comentar la situación después de un proceso tan intenso.


No, no le extrañaba porque, de hecho, muchos lo hacían, pero Paula no quería pasar ni un minuto más de lo estrictamente necesario con él.


Quería estar sola para recordarse una y otra vez por qué no debía acercarse a él, ya que dos semanas en su compañía la habían afectado sobremanera y ya no se fiaba de sí misma.


-Tú no eres un cliente normal. Tú eres un hombre que me ha chantajeado.


Pedro sonrió.


-Efectivamente -admitió.


Paula aceleró el paso y se obligó a mirar al frente porque mirarlo, aunque sólo fuera de reojo, era tal tentación que no se lo podía permitir.


Aun sin mirarlo, sentía su presencia masculina y todos sus sentidos femeninos se pusieron alerta cuando sintió que sus brazos se rozaban.


De repente, se dio cuenta de que tenía el cuerpo empapado en sudor.


-No tengo nada que decirte, Pedro -le dijo con la respiración entrecortada.


Debía alejarse de él si no quería perder la cabeza, el trabajo y la vida.


-He hecho lo que me pediste, así que, después de esta noche, quiero que desaparezcas. No quiero volver a verte. Además, voy a hablar con mi abogado.


Dicho aquello, sintió unas gotas en la cara y, en un abrir y cerrar de ojos, estaba empapada.


Paula miró a su alrededor en busca de un taxi, pero no había ninguno. Entonces, Pedro maldijo en griego y alzó el brazo. En pocos segundos, apareció su coche, que paró junto al bordillo.


Pedro le puso una mano en la espalda para que entrara, pero Paula no estaba segura de preferir estar en el coche a solas con él que bajo el agua.


-Por favor, no es éste el momento para ponernos a discutir. Si quieres pelea, por lo menos que sea en un sitio seco -le dijo Pedror exasperado.


Paula accedió por fin a subir al coche. Una vez dentro, Pedro dio instrucciones en griego al conductor y accionó un botón que subió la mampara de separación entre los dos habitáculos.


Entonces, Paula se dio cuenta de que tenía la blusa de seda empapada y transparente.


Se le veía el encaje del sujetador.


Roja de vergüenza, se quedó en un rincón del asiento para alejarse todo lo que pudiera de Pedro.


Le faltaba el aire.


Permanecieron varios segundos en silencio, mirándose, hasta que Pedro habló.


-Es increíble lo que llueve en este país -comentó abriendo un cajón y sacando una toalla-. Ven aquí -añadió.


Paula intentó zafarse de él, pero Pedro la ignoró, le soltó la horquilla que llevaba en el pelo y comenzó a secárselo.


Paula se dio cuenta poco después de que los bruscos movimientos se habían tornado seductoras caricias.


Se quedó paralizada, hipnotizada por el ruido de la lluvia sobre el coche y por sus manos.


La lluvia dio paso a los latidos de su corazón.


Estaban completamente solos.


Tenía los ojos a la altura de su pecho y, al fijarse en cómo la camisa se le pegaba a la piel, se dio cuenta de que Pedro también estaba empapado.


Pedro tiró la toalla al suelo y le apartó el pelo de la cara. 


Paula levantó la mirada y sus ojos se encontraron.


Paula se quedó sin aliento. Pedro le acarició la mejilla con el pulgar y Paula separó los labios invitándolo a entrar.


Se volvieron a mirar a los ojos en silencio y, de repente, Pedro bajó la mirada a sus pechos, claramente visibles.


Paula se quedó helada.


No sabía qué hacer.


¿Huir?


¿Abofetearlo?


¿Besarlo?


Ambos sabían lo que iba a pasar. Sabían que iba a suceder desde el mismo día en el que se habían vuelto a ver.


Paula sentía que su cuerpo pedía a gritos el placer que sólo él podía darle. Lo deseaba tanto que cuando, por fin, Pedro se inclinó sobre ella y se apoderó de su boca, ahogó un suspiro de alivio y se entregó a él con desesperación.


Pedro le tomó el rostro entre las manos y la besó con tanta pasión que Paula sintió que ardía por dentro. Dejó caer la cabeza hacia atrás y sintió la mano de Pedro entre los muslos.


-Llevo dos semanas queriendo hacer esto -gimió colocándose sobre ella-. Cada vez que te miraba y te veía con tu traje de chaqueta y el pelo recogido ..


Pedro le besó el cuello y volvió a su boca mientras Paula le acariciaba el pelo con rápidos movimientos.


-Yo también te deseo... -confesó.


Entonces, los besos se tornaron tan apasionados que cualquiera hubiera dicho que eran los últimos habitantes del planeta el día del Diluvio Universal.


-Pau...


Al oír que la había llamado así, Paula se vio transportada al Caribe en una noche de luna llena.


Le desabrochó la camisa con movimientos frenéticos porque se moría por sentirlo todavía más cerca.


Pedro se apretó contra ella para que sintiera su erección. Instintivamente, Paula se aferró a él para sentir su calor masculino.


Sintió que el deseo se apoderaba de ella y, hasta que Pedro se apartó de ella y maldijo en griego, no se dio cuenta de que estaban a punto de hacer el amor en el coche.


-Madre mía, no me puedo fiar de mí mismo cuando estoy contigo -dijo mirándola con pasión-. Empiezo queriendo castigarte y termino castigándome a mí mismo.


¿Quería castigarla?


Completamente confusa, lo miró a los ojos mientras intentaba controlar las sensaciones que se habían apoderado de su cuerpo.


Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no suplicarie que le hiciera el amor y se preguntó de dónde habría sacado él la fuerza para parar a tiempo. No lo sabía, pero lo cierto era que lo había conseguido.


Al darse cuenta de lo que habían estado a punto de hacer, de lo que ella había hecho, se sintió humillada.


-Esto no debería haber ocurrido -le dijo apartándose de él-. Ha sido un error.


-Estoy de acuerdo. El coche no es el lugar -contestó Pedro pasándose los dedos por el pelo-. Vamos a mi hotel.


-¡No! -exclamó Paula-. No me refería al coche sino a ti y a mí. Yo no quiero que esto suceda.


-¿Cómo que no? -exclamó Pedro visiblemente excitado-. ¿Y entonces todo esto? ¿Me has desabrochado la camisa para que no me resfriara?


-Por supuesto que no -admitió Paula-, pero no ha estado bien y los dos lo sabemos, Pedro.


-¿Por qué no? -contestó él con el ceño fruncido-. Es lo que ambos queremos y, si yo no hubiera parado, ahora mismo estaríamos haciendo el amor.


Que le recordara que había sido él quien había puesto fin a los besos hizo que Paula quisiera hacer un agujero en la tierra y desaparecer.


Se odiaba a sí misma por ser tan vulnerable a él, por perder el control cuando estaba a su lado.


Cuando levantó la mirada y se encontró con sus ojos, la desvió rápidamente pues Pedro Alfonso era la tentación en persona.


-Sí, has sido tú el que ha parado, pero en una relación hay más cosas aparte del sexo. Tú y yo no tenemos nada que ver.


-Dicen que los polos opuestos se atraen y parece que en nuestro caso es cierto.


-Sí, y también dicen que los polos opuestos se hacen la vida insoportable comentó Paula-. Somos demasiado diferentes.


-Las diferencias son buenas. Nuestra relación es tan emocionante, agape mou, precisamente por las diferencias -le dijo echándose hacia atrás con tranquilidad-. Eres una mujer impredecible que siempre me sorprende y a mí me encanta que me sorprendan. Espero que nunca dejes de hacerlo.


-¡No volverá a ocurrir! ¿Crees de verdad que me voy a acostar contigo después de todo lo que sucedió entre nosotros?


-¿Por qué no? -contestó Pedro encogiéndose de hombros-. Somos adultos y nos atraemos. Yo estoy dispuesto, ya te lo he dicho, a olvidar el pasado. ¿Por qué no lo olvidas tú también?


-¡Porque nuestro matrimonio se ha terminado!


Pedro sonrió.


-No cambies de tema.


-Te odio...


-Y yo a ti.


-Entonces, dile al conductor que pare el coche. Me quiero bajar. Me estás volviendo loca.


-Loca te volví la noche en la que nos conocimos -rió Pedro.


-Jamás debimos casarnos -murmuró Paula.


-Pero nos casamos -contestó Pedro.


-Nuestra relación fue un desastre.


-Nuestra relación iba muy bien hasta que te acostaste con Farrer.


-¡Yo nunca me acosté con Tomas!


-¡Pero si os pillé en la cama!


Paula lo miró indignada, preguntándose cómo tenía el descaro de acusarla de ser infiel cuando había sido él quien se había acostado con otra mujer.


-Es verdad que lo besé, pero jamás me acosté con él. Sólo somos amigos. Y le di un beso para hacerte sufrir, exactamente igual que me hacías sufrir tú a mí.


Pedro se quedó mirándola en silencio.


-¿Por qué querías hacerme sufrir?


«Porque esperaba lealtad por tu parte y sólo encontré traición», pensó Paula.


¿Había llegado el momento de decirle la verdad, de contarle por qué se había echado en brazos de Tomas, de decirle lo mucho que la había herido?


¿Para qué? Ya habían pasado cinco años.


-Ya da igual -contestó-. En cualquier caso, quiero que sepas que nunca tuve una aventura con Tomas y que fui yo la que lo besé y no él a mí. Quería que creyeras que estábamos juntos.


-Estabais abrazados.


-Éramos amigos. Yo lo estaba pasando mal y él me estaba consolando.


-Pero eras mi mujer -la acusó Pedro-. Si necesitabas consuelo, deberías habérmelo pedido a mí.


Sí, claro, precisamente cuando él era la causa de su malestar. Paula jamás le había comentado que sabía que le había sido infiel y ya no merecia la pena hacerlo.


-Nunca hubo nada entre Tomas y yo.


Por el bien de Tomas, quería que aquello quedara claro. Lo demás ya no importaba.


-Está enamorado de ti -le aseguró Pedro.


-Te equivocas.


-No paraba de mirarte. Si no hubiera sido tan amigo tuyo, le habría puesto el ojo morado mucho antes.


-Eres un animal.


-Eras mía.


Se quedaron mirando a los ojos durante interminables segundos y Paula sintió una cálida sensación que se apoderaba de su cuerpo.


¿Qué le estaba ocurriendo? Aquella frase debería haberIe sentado fatal, pero no había sido así.


-Jamás fui tuya.


-¿Ah, no? ¿Cuando corríamos por la playa de la mano buscando un lugar apartado donde poder hablar y reír no eras mía?



Paula tragó saliva.


-¿Y cuando cenábamos langosta y vino en mi terraza tan excitados que apenas podíamos probar bocado tampoco eras mía?


Paula abrió la boca para hablar, pero de ella no salió ningún sonido.


-¿Y la primera noche? ¿Aquella primera noche cuando me dijiste que confiabas en mí y cuando gritaste mi nombre tampoco eras mía?


Entonces, Paula había creído serio. En realidad, quería serlo.


-Esto me lleva a mi primera pregunta. ¿Por qué acudiste a Tomas en busca de consuelo y no a mí?


-Porque tú eras el problema -confesó Paula por fin en tono de reproche-. Hablas de fidelidad cuando tú no tienes ni idea de lo que significa esa palabra. Desde luego, no entiendes a las mujeres. ¿Por qué crees que me casé contigo?


-¿Para tener acceso ilimitado a mi tarjeta de crédito?


Paula se quedó mirándolo anonadada.


-¿Crees que me casé contigo por dinero?


-¿Por qué iba a ser si no?


«Porque te quería».


Lo quería tanto que no pensaba con claridad, pero era obvio que él jamás la había amado a ella. -¡Para que quede claro, te repito que jamás me acosté con Tomas! -exclamó Paula en actitud desafiante.


-Para que quede claro, te repito que no te creo -contestó Pedro.


-Ya no me importa. Es historia. Eres historia. Ahora, déjame bajarme del coche. Después de esta noche, no quiero volver a verte.


Dicho aquello, Paula dio un golpe en el cristal que los separaba del conductor. El coche se detuvo al instante.


Sin dudarlo, Paula se bajó y oyó a Pedro maldecir en griego mientras intentaba impedírselo, pero no pudo evitar que saliera corriendo.