lunes, 5 de noviembre de 2018

LA TRAMPA: CAPITULO 6





En la cámara nupcial, Alicia Chaves se miró en el espejo de cuerpo entero, como para confirmar la exquisita perfección de su vestido de seda turquesa y la belleza, aún juvenil, de sus rasgos bajo el cuidado maquillaje. Satisfecha, se volvió para mirar a su hija, envuelta en un vestido bordado con pedrería, diseñado por el modisto Sak. No el más exclusivo, pero lo mejor que podían permitirse en ese momento. De hecho, que no podían permitirse, lo habían cargado en cuenta. Pero, a partir de ese día, cuando Benjamin formara parte de la familia, podrían.


—Creo que debería estar algo más apartado de la cara —sonrió, dándole un ligero tirón al velo de Paula.


—No, está perfecto —amonestó Celia, la mejor amiga de Paula y su única asistente—. Bueno, quizás. Sólo un poco. ¿Tú qué crees, Paula? Ven, acércate al espejo.


Paula, ante el espejo, parpadeó al ver a la extraña envuelta en metros de organdí con incrustaciones de pedrería. Un maniquí vestido de novia.


—No te muevas —dijo Alicia.


Paula intentó quedarse quieta, mientras toqueteaban el velo. Pero quería escapar. ¿Qué hacía allí, esperando a casarse con un hombre que desearía no haber conocido nunca?


—Estás muy guapa —dijo con admiración la niña, que llevaba un vestido rosa largo.


—Gracias, Dottie —replicó Paula, acariciando uno de sus rubios rizos—. Tú también estas muy guapa.


—Esperemos que siga así hasta que acabe la ceremonia —suspiró, nerviosa, la madre de la niña—. Mire señora Chaves, aquí llega el fotógrafo.


—¡Bien! —Dijo Alicia—. Ponte aquí, Paula. Quiero que me saque una foto arreglándote el velo. Así está bien. Ahora ponte aquí…


Paula fue de un lado para otro como le pedían, mientras el fotógrafo sacaba fotos y la alegre cháchara de los demás resonaba en sus oídos. 


Como un toque de difuntos.


—¡Sonríe, cariño!


Sonrió, intentando ignorar el desánimo que la embargaba. Le gustaba Benjamin, ¿no? Por lo menos, hasta hacía unas noches. En cambio ahora… su madre decía que eran nervios prematrimoniales, sólo eso. Después de esa noche… al pensarlo se estremeció.


—Alicia, tengo que hablar contigo —llamó Leonardo Chaves desde la puerta, haciendo señas a su esposa.


—Ahora no, Leonardo. El fotógrafo…


—¡Ahora!


Notando la urgencia de su voz, Alicia salió, cerrando la puerta tras ella.


Los demás esperaron, hablando en voz baja.


Cuando Alicia volvió, estaba muy pálida.


—¡Tú! —Balbuceó mirando a Paula—. ¡Cómo te has atrevido!


—Madre, ¿qué…? —comenzó a preguntar Paula, acercándose preocupada. Parecía enferma.


—¡No me toques! —masculló Alicia con desprecio.


Paula se paró, sorprendida por su violencia. Pero su pena pudo más que la sorpresa. Alicia estaba rígida, jadeando, como si estuviera a punto de tener un infarto.


—Mamá, siéntate por favor —imploró.


Alicia dio un paso atrás y miró a su alrededor desconcertada, fijándose en los demás por primera vez.


—¡Salid! —Comenzó a decir, pero paró, intentando recuperar el control—. Por favor. Tengo que hablar con mi hija a solas.


Todos salieron rápidamente, entre curiosos y preocupados.


—Así que lo hiciste de todas formas, ¿verdad? —gritó Alicia casi antes de que salieran—. A pesar de lo que dijimos.


—Hice… ¿qué?


—Rechazaste a Benjamin. ¡No lo niegues!


—¿Yo? ¿A Benjamin? ¿No está aquí?


Su madre negó con la cabeza. A Paula se le aceleró el pulso y pasó de un sentimiento de catástrofe a uno de alivio. Éxtasis. En sólo un segundo. Benjamin no estaba allí. ¡No tendría que casarse con él!


—¡Lo hiciste! Lo veo en tu cara. Lo rechazaste.


—No, no es cierto. En ningún…


—Pero te arrepentirás, señorita. Cuando pienso en los gastos… ¡En la humillación! Dios mío, ¿cómo puedo aparecer delante de toda esa gente?


Paula miró a su madre, intentando comprender lo que decía. ¿Benjamin no estaba allí? ¿Por qué? Ella no le había dicho nada para que… intentó recordar. Anoche, en el ensayo, él se había comportado como siempre. De hecho, estaba de excelente buen humor.


—Mamá, quizás se ha retrasado —sugirió con un nudo en la garganta, y su sensación de alivio desapareció.


—Oh, no. Se ha ido. Díselo, Leonardo —ordenó Alicia a Leonardo Chaves, que entraba en ese momento.


—Se ha marchado, Paula —confirmó él.


—¿Marchado? —inquirió Paula, preguntándose dónde habría ido Benjamin y por qué—. Quieres decir que no está aquí, pero…


—No está aquí y no va a venir —interrumpió Leonardo, más sorprendido que enfadado—. Se ha ido de la ciudad, Paula. Intenté llamarlo, pero su teléfono estaba desconectado. Fui a su apartamento. Se ha llevado todo. El encargado me dijo que ni siquiera le dejó una dirección.


—No hace falta que pongas esa cara de sorpresa, jovencita. Lo has manipulado todo ¿no es cierto? —Acusó Alicia—. Después de haberlo prometido. Como nosotros no suspendimos la boda, has conseguido que lo haga Benjamin.


—Mamá, no le he dicho a Benjamin una sola palabra que le hiciera pensar…


—¿Y por qué se ha ido entonces? Con sólo sugerirle lo que nos dijiste el otro día, ya me lo puedo imaginar —gritó Alicia, furiosa—. «En realidad no te quiero. No eres el hombre adecuado para mí. ¡Será mejor que lo dejemos!»


—Mamá, no. Te juro que no lo hice —sollozó Paula, herida por la injusticia de la acusación.


—Algo debes haber dicho o hecho. Si no, ¿por qué se ha ido?


¿Por qué?, se preguntó Paula. ¿Acaso le había expresado sus sentimientos inadvertidamente? ¿Le había desagradado su mojigatería? Quizás había percibido…


—Ahora lo recuerdas, ¿verdad? —Espetó Alicia—. Pero te arrepentirás. ¡Te arrepentirás el resto de tu vida!


—Cariño, no culpes a Paula. Ella está aquí. Es Benjamin el que no está —intervino Leonardo, rodeando a su mujer con un brazo.


—No. Es culpa de ella. Ya la oíste el otro día —se volvió hacia Paula—. ¿Sabes lo que has hecho? Nos has avergonzado ante toda la ciudad. ¡Nos has humillado! ¡Dios mío! ¿Cómo podré soportarlo? —dijo Alicia, derrumbándose en una silla. Las lágrimas corrían a raudales por su cara, salpicando el traje de seda que se había puesto, feliz, hacía una hora escasa—. ¡Cómo has podido! Después de todo lo que hemos hecho por ti.


—Pero no le dije nada a Benjamin. De verdad —Paula miró a su padrastro, con un escalofrío de culpabilidad. ¿Habría percibido Benjamin lo que no le había dicho?


Su madre estaba casi histérica.


—¡Dios nos envió a un ángel y tú lo has rechazado! Nunca te lo perdonaré. ¡Nunca! ¡Cómo has podido!


—Vamos, Alicia. No le eches la culpa a Paula. Sé razonable —dijo Leonardo.


Pero Alicia era incapaz de razonar. Escupió todo su veneno, tachando a Paula de «miserable malintencionada, manipuladora y desagradecida».


Paula, muda de asombro, no tuvo más remedio que escuchar hasta que Leonardo sacó a Alicia de la habitación.


—Tenemos que enfrentarnos a nuestros invitados, cariño. Darles una explicación.


Paula los vio salir. Le martilleaba la cabeza. Su cuerpo temblaba, asaltado por un tumulto de sensaciones contradictorias. Vergüenza. Júbilo. Culpabilidad.


No tendría que casarse con Benjamin.


Los invitados esperaban… su madre estaba tan avergonzada


¿Había provocado ella esto? No era culpa suya. ¿O quizás sí?


La cabeza le dolía muchísimo. Tal vez debería tomar una aspirina. Se apoyó contra el espejo y alcanzó su bolso.


Le temblaba la mano cuando abrió el bote y lo inclinó para sacar un par de pastillas.



LA TRAMPA: CAPITULO 5




Pedro se duchó y se vistió en el club, y salió con tiempo de sobra. Pero había mucho tráfico y no llegó al aparcamiento de la iglesia de Elmwood hasta media hora antes de la ceremonia. Una mujer regordeta, que llevaba un pequeño vestido cubierto con un plástico en una mano y daba la otra a una niñita, lo dirigió hacia una entrada lateral.


—Soy la niña que lleva las flores —anunció la pequeña, sonriéndole.


—Y una niña muy guapa —dijo él, mientras sujetaba la puerta para que entraran.


—¡Aún no! No hasta que me ponga el vestido —le gritó por encima del hombro, mientras se apresuraban vestíbulo abajo.


Sonriendo, encontró el despacho del pastor, donde tenía que reunirse con Benjamin.


Benjamin no estaba allí.


Los dos hombres que ocupaban la pequeña oficina lo saludaron con cordialidad, pero distraídos, como si estuvieran pensando en otra cosa. El reverendo Jose Smiley estaba sentado en su escritorio, absorto en un texto. 


Probablemente el rito matrimonial que, pensó Pedro, debía saberse de memoria a esas alturas.


El señor Chaves, el padre de la novia, caminaba nerviosamente por la habitación y no dejaba de mirar su reloj.


¿Dónde estaba Benjamin?


Eso era, evidentemente, lo que se preguntaba el señor Chaves. Porque unos minutos después, hizo una seña al pastor y, cuando éste asintió, levantó el teléfono. Marcó y escuchó. Por fin, colgó el teléfono de un golpe y salió del estudio muy perturbado.


El pastor miró a Pedro.


—Creo que será mejor que vaya a ver qué ocurre. Volveré en seguida— dijo, saliendo apresuradamente.


Pedro se encogió de hombros. Aún faltaban quince minutos para la ceremonia. Se acercó a la ventana y miró el aparcamiento, esperando ver a Benjamin llegar a toda prisa entre los invitados.




LA TRAMPA: CAPITULO 4




En Elmwood, Virginia, Benjamin Cruz pensaba exactamente lo mismo. Un buen negocio, pensó cuando ingresaba el cheque. Desde luego, no tenía intención de invertirlo todo en Construcciones Chaves. Ya había convencido al señor Chaves para que aceptara menos. No le había hecho mucha gracia. ¿Por qué sería?


Lo mirara por donde lo mirara, era un trato que le convenía. Simplemente tenía que poner la pasta, relajarse y cobrar beneficios mientras Chaves hacía el trabajo. Aún más, el dinero era un regalo. Un regalo de boda. Eso no se podía mejorar. Y encima un extra… casarse con Paula Chaves: talla cuarenta, un metro sesenta y dos y ni un gramo por encima de los cuarenta y ocho kilos, perfectamente distribuidos. Salió del banco pensando en ese delicioso cuerpo acurrucado en sus brazos. Esa melena dorada desparramada sobre su pecho y unos enormes ojos azules mirándolo. Esa noche. Sólo pensarlo lo excitaba.


Pero era un poco fría. No estaba acostumbrado a esas chicas tímidas y modestas de «mírame y no me toques». A veces sospechaba que los Chaves la habían empujado a comprometerse.


No, pensó. No podía ser eso. Él le gustaba. 


Tenía que gustarle, después de tanto cenar y bailar. A ella le gustaba bailar y lo hacía casi tan bien como él. Sabía lo que le gustaba y lo que la hacía reír. Siempre se le habían dado bien las chicas. No la había forzado. Había notado que Paula era… bueno, tímida e intocable. Esa noche la tocaría. Le iba a enseñar unas cuantas cosas. Apenas podía esperar.


Llegó al coche y volvió a pensar en el dinero. 


Pagaría la deuda de juego que tenía pendiente e intentaría escamotearle algo más de dinero a Chaves, para quedarse con una buena suma en el bolsillo. Faltaban cuatro horas para la boda. 


Decidió pasarse por la oficina, quizás Chaves estaría allí.


Aparcó y, por la parte de atrás del edificio, subió corriendo las escaleras que llevaban a la oficina. 


Vio el cartel incluso antes de llegar a la puerta: Clausurado por Hacienda. Sorprendido, corrió hacia la puerta delantera. Había otro cartel: Cerrado por Hacienda. Debajo, en letras más pequeñas ponía: Propiedad del Gobierno de EE. UU.


Benjamin se quedó asombrado. Perplejo. Horrorizado. Eso era una experiencia nueva para él.


¿Seria Chaves traficante de drogas? No. Tenía deudas. Impuestos impagados. ¡Claro! A eso se debía la oferta de sociedad. El viejo estaba arruinado y el gobierno había absorbido la empresa.


Vaya, vaya, que suerte haber pasado por allí. ¡Se había librado por los pelos! Sólo tenía que pagar a la mafia y quedarse con el resto.


¿Y Paula?


Bueno, había tallas cuarenta a duro la docena. Y menos frías, sobre todo cuando uno tenía un montón de pasta. Como era el caso, gracias al bueno de Pedro.