sábado, 23 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 17

 

Pedro aprovechó la circunstancia para entrar en la habitación. Estaba abarrotada de muebles amontonados y cajas, que apenas dejaban sitio para una diminuta cama bajo la ventana. ¿Cómo podía vivir Paula en un sitio como aquel?


–Supongo que no piensas vivir aquí –dijo en tono nuevamente gruñón.


–¿Por qué no?


–Porque no hay sitio.


–Hay sitio de sobra para mí.


Pedro se volvió a mirar a Paula de nuevo, pero en seguida apartó la mirada. Al hacerlo se fijó en que en la etiqueta de la botella había escrita una H.


–¿Y esa H?


Paula miró la botella y su expresión se volvió culpable.


–¿Tienes más? –bromeó Pedro a la vez que miraba a su alrededor. A sus espaldas estaba la nevera. La abrió. Dentro había tantas botellas que parecía un mueble bar. No esperaba aquello–. ¿Cuántas botellas hay?


–Cinco –contestó Paula a la defensiva–. Y solo son medias botellas.


Pedro sacó una, vio que llevaba otra inicial escrita en la etiqueta y en seguida comprobó que las demás también llevaban iniciales.


–¿Qué quieren decir esas iniciales?


Paula se cruzó de brazos. No pensaba admitir que se había gastado parte del dinero que Pedro le había entregado en la peluquería y en comprar ropa interior y media docena de medias botellas de champán.


–No es asunto tuyo.


–Vamos, Paula. Es evidente que significan algo.


Paula suspiró.


–De acuerdo. La H es por haber ido a la peluquería –dijo a la vez que deslizaba la mano por su pelo, casi suficientemente largo como para cubrirle el pecho. Casi–. Llevaba tiempo esperando –pero no había tardado mucho en bebérsela para celebrar que había conseguido un inquilino y el dinero para la peluquería.


–¿Y la P? –preguntó Pedro.


–Por mi primera actuación en público –Paula decidió seguir con las explicaciones para que Pedro se fuera cuanto antes–. La B es para cuando consiga el billete para viajar al extranjero. La C es para cuando consiga mi carnet de conducir. La A es para la audición, para celebrar haber entrado en el grupo de animadoras de los Blade. Esa la beberé más tarde.


–¿Con quién vas a celebrarlo?


–Es solo media botella, así que tendré que bebérmela sola.


Pedro alzó las cejas.


–¿Has tomado la primera sola?


–Totalmente –Paula sonrió, satisfecha con la habilidad que estaba demostrando para seguir hablando a pesar del magnífico ejemplar de hombre que tenía delante.


–¿Y te ha gustado?


–Me ha encantado.


Pedro volvió a sonreír.

 

–¿No tienes dolor de cabeza?


–Por eso he comprado una buena marca –Paula se sentía cada vez más mareada, pero no a causa del champán, sino por la sonrisa de Pedro.


–Aunque sea una buena marca, tendrás resaca si bebes lo suficiente. Deberías compartirlas con alguien –añadió.


–Nunca. ¿Sabes lo que cuesta cada una de esas botellas? Son mías. Solo mías.


Pedro rio y volvió a mirar la nevera.


–¿Y la V? ¿A qué se refiere?


Paula esperaba que hubiera olvidado la última botella. Tragó saliva mientras trataba de buscar una respuesta.


–¿A la victoria? –añadió Pedro.


Paula asintió con entusiasmo. Ya no tenía por qué admitir que la última botella era para celebrar la pérdida de la virginidad que ya llevaba demasiado tiempo arrastrando consigo.


–Es para cuando los Knights ganen el trofeo.


–¿Bebes champán todo el rato?


–Solo en ocasiones especiales –contestó Paula, aunque lo cierto era que, hasta la noche anterior, nunca lo había probado.


Tras cerrar la puerta de la nevera, Pedro la miró con expresión seria.


–¿Te importa que te haga una pregunta personal?


–Adelante.


–¿Cuántos años tienes?


Paula no esperaba aquella pregunta.


–Veintidós. ¿Te sorprende? –preguntó al ver la expresión de Pedro.


–Pensaba que eras más joven.


–¿Cuántos años me habías echado?


–Unos dieciocho.


–¿Y cuántos tienes tú?


–Treinta y uno.


–Así que hay menos de una década entre nosotros –dijo Paula, encantada.


–Sigo siendo bastante mayor que tú.


–Sí, pero no lo suficiente para ser mi padre… a menos que fueras demasiado adelantado para tu edad –bromeó Paula, que disfrutó al ver la expresión horrorizada de Pedro.


–Era muy adelantado para mi edad en varios terrenos –replicó Pedro, recuperando su abierta arrogancia–. Pero no empecé a hacer el tonto hasta la adolescencia.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 16

 


Pedro se quedó un momento paralizado. Había olvidado por completo la picadura y su mente se había llenado de imágenes de ropa interior femenina. Entonces Paula alzó ligeramente un pierna para mostrarle la picadura y Pedro captó un destello de las braguitas de encaje que cubrían su entrepierna. Tuvo que reprimir el impulso de arrodillarse para lamerla allí, para lamerle todo el cuerpo…


Frunció el ceño y trató de dejar de pensar en el delicado encaje que acababa de atisbar. Tragó saliva, molesto consigo mismo por el poco control que estaba demostrando.


–No dejes de darte más crema –espetó.


Paula abrió más los ojos.


–¿Por qué estás tan gruñón?


–No estoy gruñón.


–Claro que sí –Paula sonrió–. Pero creo que lo demás sigue ahí, bajo tu ceño fruncido.


–¿Lo demás?


–La habilidad para divertirte.


¿Ya estaba flirteando de nuevo?


–Oh, claro que me divierto –dijo Pedro en tono deliberadamente pausado–. Pero soy muy selectivo respecto a con quién me acuesto.


–Eso está muy bien. Yo también soy muy selectiva.


–¿En serio? ¿Y hasta qué punto has llegado a divertirte?


Paula bajó la mirada y estuvo a punto de hacer un mohín.


–No lo suficiente.


Pedro alzó la mirada para no sentirse tentado por aquellos carnosos labios.


–Parece que hoy te has divertido un rato –dijo a la vez que señalaba una pequeña botella vacía que se hallaba en una mesa.


Paula se volvió para ver a qué se refería.


–Oh, eso… –sonrió con expresión pícara– estaba muy bueno.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 15

 


Unas horas más tarde, Pedro condujo de vuelta a su nueva casa pensando. Paula estaría allí durante los partidos, pero entonces el solía estar ocupado con los jugadores. Además, había tomado por norma no asistir a las fiestas que solía haber después de los partidos. De manera que, aunque la viera de pasada de vez en cuando, eso sería todo. Podía adaptarse a aquellas circunstancias durante una temporada. Seguro que sí.


Pero al llegar a la Casa del Árbol no pudo evitar mirar a las ventanas. Las cortinas no estaban corridas, pero no había señales de vida. La puerta de garaje estaba cerrada y un montón de cajas bloqueaba la vista por la ventana, de manera que no pudo ver si había un coche dentro. Solo podría averiguar si Paula estaba en casa llamando a su puerta.


Paula vivía justo al borde del parque, lo más probable era que en aquel parque hubiera drogadictos y vagabundos de noche. La inquietud se transformó en auténtica preocupación. La única manera de librarse de ella era asegurarse personalmente de que estaba bien. Y ese era el único motivo por el que deseaba verla.


Finalmente subió las escaleras de dos en dos, haciendo todo el ruido posible para anunciar su llegada. Llamó a la puerta con fuerza. Llamó con más fuerza. Gritó el nombre de Paula. Estaba planteándose tirar la puerta abajo cuando esta se abrió.


Al principio, todo lo que vio fue la camiseta de tirantes. Una fracción de segundo después se dio cuenta de que aquello era todo lo que vestía Paula.


–¿Va todo bien? –preguntó Paula, adormecida.


–Eso venía a preguntarte –murmuró Pedro en un tono apenas inteligible.


Los ojos de Paula parecían destellar incluso cuando estaba medio dormida. Entonces Pedro cometió el error de bajar la mirada. Muslos, pantorrillas, tobillos. Unas piernas morenas, largas y esbeltas, pero también fuertes. Sintió el deseo de deslizar las manos a lo largo de ellas, de hacerle abrirlas de nuevo para él…


–Creo que está bien –dijo Paula con voz ronca–. No parece haber empeorado.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 14

 


Nadie le había dicho a Paula nunca que tuviera chispa, aunque también era cierto que hacía años que nadie la veía bailar. La euforia se sumó a la excitación que ya estaba sintiendo. No pudo resistirse a echar una mirada al moreno tormento que se hallaba en aquellos momentos tras Carolina. Percibió una clara emoción en su rostro enfado.


¿Por qué parecería tan molesto?


–Te dejo estas pastillas –Pedro pasó junto a Carolina y, tras dejar un botecito de pastillas en la esquina de la mesa, salió de la consulta como alma que lleva el diablo.


–Está buenísimo, ¿verdad? –dijo Carolina en cuanto se cerró la puerta.


–¿Disculpa? –dijo, mientras trataba de asimilar el cambio de humor de Pedro.


Pedro –explicó Carolina–. Está más bueno que cualquiera de los jugadores. Además tiene cerebro y montones de dinero.


–¿En serio?


–Sí, pero no te molestes en mirarlo demasiado. ¿Has visto cómo ha salido corriendo de aquí en cuanto ha podido? Pero solía ser muy lanzado y salía con una mujer distinta cada noche. Un auténtico depredador.


–¿Qué le hizo cambiar? –preguntó Paula, tratando de no mostrarse demasiado interesada.


–Su ex, Diana, se volvió loca por él. Literalmente loca. Bailaba aquí. Cuando apenas llevaban unos días saliendo, se trasladó al apartamento de Pedro aprovechando que este no estaba el fin de semana. Pedro casi tuvo que acabar pidiendo una orden de alejamiento, pero la familia de Diana se ocupó de ella. No fue culpa de Pedro que Diana se llevara tal desilusión. Todo el mundo sabe que no tiene ninguna intención de poner uno de estos en el dedo de una mujer –Carolina alzó la mano izquierda para mostrar su anillo de compromiso–. Pedro siempre será un playboy. Pero ahora es un playboy reprimido –frunció el ceño y miró atentamente a Paula–. Cuando sonríe, algo que apenas hace últimamente, todas las mujeres se derriten. No hay una mujer en el mundo a la que no le guste.


Paula sabía que negar aquello habría resultado demasiado revelador.


–Es muy atractivo, desde luego.


–Y también inalcanzable –advirtió Carolina–. Eso hace que resulte aún más atractivo para muchas mujeres –rio a medias, pero en seguida se puso seria–. Pero te recomiendo que no pierdas el tiempo. Se ha retirado del juego. Yo llevo tanto tiempo con mi pareja que las demás me llaman en broma «señora», pero sé cómo funcionan las cosas aquí: junta a un grupo de tíos en plena forma con unas cuantas chicas en forma y las cosas pasan. Hay al menos veinte tíos buenos en el equipo dispuestos a jugar, así que, si te apetece, ve a por uno de ellos… pero asegúrate de tomar precauciones.


Paula bajó de la camilla e inclinó la cabeza para que no se le notara el rubor. Probablemente aquel no era el mejor momento para admitir que ella nunca había «jugado», al menos, no hasta el final.


–¿Por qué se volvió esa chica loca por Pedro? –preguntó.


–Tienes ojos, ¿no?


–Sí, pero, a veces, las personas atractivas no creen que deban hacer ningún esfuerzo.


–Se rumorea que su técnica en la cama es aún mejor que su cuerpo. Yo no sé si es cierto, pero no me extrañaría. Lo que está claro es que muchas chicas han intentado ligar con él desde que se acabó lo de Diana y han fracasado, así que, si estás interesada, ahórrate la humillación. No quiero perder más bailarinas, especialmente una tan interesante como tú.


Paula rio. Nunca en su vida había ido tras un hombre, y no sabría por dónde empezar.


–No te preocupes. No lo haré.


Además, no quería poner en peligro su plaza en el grupo de animadoras de los Blade. Llevaba demasiado tiempo queriendo conseguirla. Pero había una parte de sí misma que ardía al recordar que Pedro había querido besarla. Era posible que careciera casi por completo de experiencia, pero había reconocido aquello. Lo que significaba que Pedro no era tan inalcanzable. Ella quería saber lo que era tener un amante, y si Pedro era tan bueno en la cama, ¿no podía ser él? Era obvio que no quería saber nada de compromisos ni enamoramientos, pero ella tampoco. No tenía intención de caer en una relación de aquel tipo. Había tardado mucho en alcanzar su libertad y no pensaba renunciar a esta por nada ni por nadie.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 13

 


La decepción hizo estallar la burbuja de fantasía en que se hallaba sumida Paula. Bajó la mirada hacia sus piernas y el dolor, del que prácticamente se había olvidado, volvió a aflorar con fuerza. El color rojo se estaba intensificando y la inflamación se extendía.


–Creo que la reacción está empeorando –murmuró, y tuvo que morderse el labio inferior a causa del picor.


–Desde luego –contestó Pedro con brusquedad a la vez que volvía a acercarse a ella sin mirarla a los ojos. Abrió el tubo de crema que había tomado del armario y puso un poco de crema en la punta de sus dedos–. También te daré un par de antihistamínicos. Tómalos cuando llegues a casa. Puede que te adormezcan un poco.


Paula asintió, ya incapaz de hablar. Pedro le había hecho separar las piernas de nuevo y le estaba extendiendo la crema en el muslo. Al parecer había olvidado que pensaba dejar que se la aplicara ella. Lo observó mientras le aplicaba la crema. Ahora entendía exactamente por qué todas aquellas bailarinas simulaban alguna lesión para que Pedro las atendiera; porque era divertido. Pedro era realmente guapo, y muy masculino, y tenerlo tan cerca, acariciándola de aquel modo… Sabía que no debería estar sintiéndolo de un modo tan sensual, pero así era. No debería imaginar aquellos dedos deslizándose más y más arriba entre sus muslos, no debería estar sintiendo aquel calor, aquel deseo que la derretía… pero lo estaba sintiendo, y fue incapaz de contener un sensual estremecimiento.


Pedro la miró a los ojos. La diversión había desaparecido de su mirada para dar paso a un incendio.


–Creo que será mejor que sigas tú –murmuró.


Paula sintió que algo le atenazaba la garganta, enmudeciéndola. De manera que asintió. El corazón le latía con tal fuerza que lo sentía por todo el cuerpo. Pedro había dejado las manos apoyadas en sus muslos. En cualquier momento podía volver a separárselos…


Si quería hacerlo.


Sabía que él estaba pensando en lo mismo. Que quería lo mismo que ella. Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no humedecerse los labios con la lengua. De pronto notó que Pedro se inclinaba más hacia ella…


–¿Cómo va la nueva chica, Pedro?


Pedro se apartó tan rápido que Paula apenas tuvo tiempo de parpadear antes de verlo junto al fregadero, lavándose las manos.


–¿Te refieres a mí? –Paula miró a la vivaz rubia que acababa de entrar. Era Carolina, la líder del grupo de animadoras.


–Sí. ¿Estás bien? –Carolina se acercó a mirar la pierna de Paula–. ¡Vaya picadura!


–No es nada –Paula había olvidado por completo la picadura en aquellos últimos e intensos instantes–. Estoy bien.


–Magnífico, porque te queremos en el grupo. Lo has hecho muy bien hasta que te ha picado esa abeja.


–¿En serio? ¿Lo dices en serio? –Paula creía haber perdido cualquier posibilidad tras la picadura de la abeja.


–Sí. Has hecho ballet clásico, ¿verdad?


Paula asintió, aunque no asistía a una clase de ballet clásico desde los dieciséis años.


–Se te notaba en la técnica. Pero tu estilo libre me ha encantado y quiero aprender tus movimientos. Nunca había visto a una chica bailar brake dance como tú. Necesitamos un poco de chispa, y tú la tienes.