domingo, 28 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 14

 


—¿Pilotas avionetas con mucha frecuencia? Paula dirigió una mirada hacia Pedro Alfonso, que estaba sentado a su lado, en la pequeña Cessna. Se había pasado todo el vuelo mirando hacia adelante, con la mandíbula rígida y las manos sudorosas. ¡Habría sido imposible no tener miedo, sobre todo con aquella mujer al mando del pequeño avión!


De camino a Rapid City, Pedro le había dado todo tipo de razones para no seguir volando hasta el rancho.


—¿A qué te refieres? —preguntó Paula, ajustando un dial y ocupándose de las luces de la avioneta.


El aparato pertenecía al abuelo, pero ella era la única de la familia que tenía licencia para pilotarla. Por lo tanto, la nave estaba totalmente a su disposición.


—A volar… —murmuró Alfonso, mientras observaba la vista por la ventanilla.


Paula agitó los alerones de las alas, y Pedro la asesinó con la mirada. Pero no tuvo otro remedio que tratar de relajarse.


—De vez en cuando —dijo Paula, resultando poco convincente a propósito—. Se trata de un hobby caro y como estoy ahorrando…


—Sí, claro… para comprar el rancho. Una profesora no debe ganar mucho dinero y si además quieres ahorrar, tiene que ser difícil.


El comentario sorprendió a Paula. Pedro estaba interesándose por las circunstancias de su vida privada.


—Trabajo en el colegio en el turno de noche. No pago alquiler, porque vivo en un apartamento situado en la parte de arriba del garaje de mis padres. Y en verano, me voy al rancho con el resto de los vaqueros. Espero que mi abuelo acepte mi dinero y me venda la propiedad.


Alfonso volvió a sentirse inquieto.


—¿Por qué aprendiste a volar?


Paula frunció el ceño.


—Fue idea del abuelo. Pensó que si me dedicaba a pilotar la avioneta, olvidaría mi interés por el rancho. No tiene ni idea de como son las mujeres, pero sí entiende de negocios. Muchos turistas que pasan sus vacaciones en la propiedad no quieren ir a Montana en coche. Ir volando es una propuesta tentadora para muchos de ellos. Y no hay que olvidar que el pequeño aparato es muy útil cuando hay alguna emergencia.


De nuevo, Alfonso se agitó incómodamente. Paula sonrió, el Cessna no había sido concebido para un copiloto tan alto.


—¿Lo que me cuentas ocurrió antes o después de tu paso por la cocina?


—Después. El fin que perseguía el abuelo falló. Sin embargo, aprendí a volar porque estaba claro que podía serme muy útil en mi vida de ranchera.


La radio sonó como con un crujido y Paula intercambió varias palabras con el operador. A continuación, comprobó que se encontraban en las inmediaciones del rancho y se preparó para aterrizar.


—No tengas miedo. Incluso el abuelo se siente seguro cuando vuela conmigo.


—No lo dudo…


—¿Quieres que sobrevolemos la propiedad para que tengas una vista de conjunto, o prefieres aterrizar?


—No, gracias. Me gustaría bajar… digo tomar tierra.


—Muy bien —dijo Paula, concentrándose en la maniobra.




FARSANTES: CAPÍTULO 13

 


Alfonso estuvo mirando a Paula un buen rato, dándose cuenta de que su mente estaba confusa. Ella le inspiraba consternación, diversión y deseo… Y esos sentimientos podían tener un efecto tan devastador como la anarquía, en su propia persona. Gabriela Scott era un engorro, pero Paula Chaves podía ser tremendamente dañina para su equilibrio personal.


Ella tenía razón: Gabriela era pura tenacidad. Nadie le iba a obligar a casarse con ella, pero las cosas podían ir mal en la empresa por su culpa. Además, realmente necesitaba unas buenas vacaciones.


Había estado últimamente distraído, aburrido e incluso harto de sus clientes que, ávidos de ganancias, no seguían sus indicaciones. Marcharse lejos era una buena idea y ya era muy tarde para hacer cualquier reserva en una agencia de viajes.


—Entonces, ¿qué es lo que más te convence: el ramo de boda o los caballos…?


Pedro miró a Paula alegremente y finalmente, tomó la decisión.


—¡Me quedo con los caballos! Voy volando a hacer el equipaje.





FARSANTES: CAPÍTULO 12

 


La joven estaba encantada porque a Pedro le iba a venir muy bien una temporada en Montana, para bajarle un poco los humos. La verdad es que los vaqueros de la propiedad cuidaban muy bien a los turistas; sin embargo, Paula no pensaba ocuparse de él. Sería exponerse demasiado a sus encantos: de hecho muchas mujeres harían cualquier tontería por estar a su lado. Por lo tanto, la vaquera se mantendría lo suficientemente alejada de él como para que las vacaciones transcurriesen placenteramente.


Alfonso todavía no había dicho una palabra a favor o en contra. Sin embargo Paula no paraba de hacer planes.


—La estancia es cara, pero me imagino que está dentro de tus posibilidades —comentó alegremente Paula—. Normalmente, viajo hasta Montana en coche, pero para no perder tiempo, podemos ir en avión. Tengo una amiga que trabaja en una agencia de viajes, le puedo pedir que nos prepare dos billetes para Rapid City. Está en Dakota del Sur, pero es el aeropuerto más cercano al rancho.


—Sí, ya se donde está Rapid City…


—Podríamos salir mañana mismo… ¡Sería estupendo! Estoy segura de que te va a encantar el sitio. Además, el abuelo te hará un descuento especial si te quedas el mes entero.


Pero, Pedro Alfonso negó con la cabeza. Se había criado en el este de Washington, en una zona ganadera y había trabajado allí durante dos veranos, para costearse los estudios universitarios. Ni las manadas de vacas, ni el Lejano Oeste le tentaban lo más mínimo.


Sin embargo, se acercó a la vaquera, y la miró a los ojos. Era una persona impulsiva y totalmente inapropiada para el medio en el que él se desenvolvía normalmente. Cualquier hombre cabal huiría de ella, si tuviese dos dedos de frente. No como él, que no sólo no era prudente, sino que además tenía ganas de acariciar su abundante melena y besar su impetuosa boca.


—No tengo ningún interés en pasar las vacaciones en el rancho, y mucho menos un mes —dijo Pedro lentamente.


—¿No?


—No —repitió el joven, intentando encubrir lo que parecía una sonrisa.


Se estaba fijando en lo tentadora que estaba Paula, sentada en el cuarto de baño con su minúsculo pantalón corto y la melena cayéndole sobre sus hombros. Esa melena… Estaría preciosa esparcida por su almohada, después de hacer el amor.


Pero eso no era posible.


Los Chaves eran una familia anticuada, con fuertes vínculos y estrechas relaciones que él no podía comprender. Lorena era una mujer que no podía pensar en otra cosa que no fuese su familia y sus hijos. Paula podía soñar con poseer el rancho, pero en lo que respectaba a sus relaciones, tenía la marca del «para siempre» como si de un tatuaje se tratase… sobre todo en lo que se refería al matrimonio.


Si había algo que Pedro tenía claro era que a él no le iban las relaciones estables. Sólo le interesaban las aventuras ocasionales.


Al fin y al cabo no era un bicho raro. Las mujeres con las que salía eran como él: detestaban el matrimonio. Gabriela era únicamente una excepción y no le interesaba en absoluto.


—¿Estás catatónico o qué te pasa? —le interrogó Paula, enarcando una ceja.


—Estaba pensando…


—En Gabriela, ¿no? —sonrió Paula, con picardía.


—Más o menos. Las próximas semanas van a ser duras: esa mujer no conoce la palabra no. Soy una especie de trofeo que se ha propuesto cazar…


Mientras Paula lo escuchaba, sus pechos se dejaban adivinar bajo la tela de la camisa. Alfonso notó como sus téjanos se abultaron un poco más de lo corriente, en la zona de la cremallera.


—¿Realmente es tan perseverante?


—No puedes hacerte una idea. Estoy considerando la idea de irme a Nueva York antes de lo previsto si las cosas se ponen muy tensas. El acoso comenzó cuando el padre de Gabriela consiguió ser el propietario de toda la empresa.


—¿Te vas a vivir a Nueva York? —preguntó Paula, jugando con el nudo de la camisa.


—Sí. Tarde o temprano acabaré allí. Me crié en un pueblo pequeño, y llegué a odiarlo. Prefiero vivir en las grandes ciudades.


—¿Seattle no te parece lo suficientemente grande? Es estupendo. Venden café a la italiana en cada esquina y tiene un equipo de béisbol profesional… ¿Qué más puede desear un verdadero amante de la ciudad?


—Mi intención es trabajar en Wall Street, lo que supondría llegar a la cumbre de mi carrera profesional.


—¡Qué interesante! Se ve que te gusta vivir bien, con atascos, ruido y una contaminación espantosa… —Paula no estaba nada impresionada por los planes del corredor de bolsa. ¿Te vas a dedicar a ganar un billón de dólares antes de cumplir cuarenta años?


—No tan drásticamente, pero lo voy a intentar. De hecho, soy un buen agente de bolsa.


—…Que necesita unas buenas vacaciones —añadió Paula, estirándose sensualmente frente al espejo.


Pedro estaba intrigado por los gestos que hacía la profesora.


—Ya te he dicho que no voy a ir a Montana.


—Sí, te he oído muy bien. Pero, ¿qué vas a hacer, quedarte en Washington y dejar que Gabriela te atrape?