jueves, 15 de julio de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 15

 


Agosto, presente



El lunes por la tarde, Pedro salió de la morgue de Northland, donde habían llevado los cuerpos de sus amigos, y tomó una bocanada de aire fresco. Habría deseado llorar, pero los hombres no lloraban, y, además, tenía mucho que hacer.


Se sentó en el coche y se quedó inmóvil, mirando al vacío. Pensó que debía llamar a Paula, pero decidió retrasar el momento. Arrancó.


Cerca de la salida del pueblo volvió a ver las espantosas marcas de las ruedas en el asfalto y los conos dejados por la policía para marcar el punto del accidente. Siguiendo su instinto, Pedro aparcó el coche y bajó.


El césped de los bordes estaba salpicado de cristales, los coches pasaban a toda velocidad. Allí ya no quedaba nada del espíritu de Miguel, que en el fondo, era lo que Pedro había querido buscar inconscientemente al detenerse. No era justo.


Se llevó las manos a los ojos e intentó asimilar la noción de que nunca volvería a ver la sonrisa de su amigo. Ya nunca jugaría con él al squash ni vería aflorar el lado ferozmente competitivo que pocos conocían en él.


Un profundo dolor invadió a Pedro, paralizándolo.


Ni siquiera después del impacto de lo sucedido con Dana había perdido la capacidad de actuar. Se había volcado al cien por cien en poner en marcha Phoenix Corporation, iba al gimnasio, salía con mujeres por pura distracción. Y durante todo el tiempo, Miguel observaba con calma y le daba consejos que él ignoraba.


Pero Miguel ya no le daría más consejos.


Hasta pelearse con Paula tenía que ser mejor que el espantoso vacío interior que sentía. Recordó su rostro el día anterior, su desolación al conocer la noticia, y volvió a sentir el impulso de llamarla.


Se retiró los puños de los ojos y pestañeó con fuerza para combatir la opresión que sentía en el pecho. Lo único que podía hacer ya por Miguel resultaba tan banal… Portar el féretro, hacer que su testamento se ejecutara, asegurarse del bienestar de Dante.


Dante.


El niño más amado y más deseado de la historia. Cuando poco después de la boda, Miguel le había confesado que era estéril por culpa de unas paperas durante la infancia, Pedro había accedido a donar su esperma a los Mason. Apenas había tenido que pensárselo. Cualquiera que los conociera sabía que Miguel y Sonia estaban hechos para ser padres.


La preocupación de cómo se lo tomaría Dante si alguna vez lo averiguaba les había llevado a tomar la decisión de mantenerlo en secreto para siempre y Pedro había accedido. Después de todo, Dante era el hijo de sus amigos, él nunca había pretendido otra cosa.


La muerte de Sonia y Miguel no significaba que tuviera que romper su juramento, al menos hasta que Dante pudiera comprender la situación.


La nebulosa que había descendido sobre su mente empezó a aclararse. Fue hacia el coche. Por fin entraba en acción para hacer algo importante. Tenía un deber que cumplir. Haría que Dante creciera sabiendo que su padre había sido un gran hombre. Y algún día le explicaría cuánto le habían amado sus padres y las circunstancias concretas de su nacimiento.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 14

 


Paula, consciente de que iba a volver a besarla, se tensó. Pero el beso fue de una naturaleza completamente distinta. Fue dulce, delicado.


Pedro acarició con la lengua sus labios hasta que ella los abrió por propia voluntad. Luego la besó con un oscuro deseo que despertó en ella anhelos que desconocía tener. Anhelos prohibidos, peligrosos. Pedro posó las manos en su espalda y ella se arqueó hacia él, ansiando sentir su cuerpo, que la llevara a un lugar privado en el que poder explorarse mutuamente, recorrerse la piel, descubrir nuevas sensaciones.


Para cuando Pedro separó sus labios de los de ella, Paula habría accedido a cualquier cosa que él le hubiera pedido.


Pedro la separó de sí con manos temblorosas.


—Ahora di que no era eso lo que querías —dijo con suficiencia.


Paula se llevó los dedos a sus pulsantes labios. Maldito Pedro.


Tomó aire.


—Como vuelvas a hacerlo te abofetearé.


Pedro rió.


—Toma —le dio un pañuelo inmaculado—. Acompaña esas palabras tan adolescentes con otro gesto igual de infantil: límpiate los labios — concluyó con ojos brillantes.


Sobreponiéndose al temblor interior que sentía, Paula arqueó una ceja con desdén.


—¿Eso es lo que suelen hacer las chicas cuando las besas?


—No, pero es que las mujeres a las que conozco no suelen amenazar con abofetearme.


El énfasis que puso en la palabra «mujeres» hizo que Paula palideciera. Haciendo una bola con el pañuelo, la acercó a los labios de Pedro, que se sobresaltó.


—Estate quieto —dijo ella con frialdad—. Voy a borrarle el carmín — sintió los labios llenos y sensuales de Pedro bajo la tela—. Ya está.


Pedro se quedó mirando la marca roja en el pañuelo.


—Deberías haberme dejado tu marca.


Paula lo miró fijamente y la fuerza del deseo que Pedro le transmitió la dejó sin aliento.


—¿Por qué iba a querer hacer eso? —preguntó, sarcástica.


—Para dar a los curiosos más temas que el de mi ruptura con Dana — respondió él, encogiéndose de hombros con indiferencia.


—No tengo el más mínimo interés en que me relacionen contigo — dijo Paula—. Así que vamos a volver a la mesa sonrientes porque se lo debemos a Sonia y a Miguel, pero a partir de hoy, voy a hacer lo que sea preciso para no volver a coincidir contigo.


—No tendrás que esforzarte demasiado. No eres mi tipo… —tras una breve pausa, Pedro añadió tentativamente—: Paola.


Paula dio media vuelta y se marchó sin molestarse en corregirle.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 13

 


Por la mente de Paula pasaron los distintos aspectos implicados.


Molestias, dinero, incomodidades. Miró a Sonia y vio sus hombros curvados, en tensión, a la espera de obtener su respuesta, temiendo que Miguel fuera dejando de amarla a medida que el tiempo pasara y no tuvieran hijos.


Era más que una amiga. Era una hermana, la persona a la que debía más en el mundo.


—Claro que lo haré. Tómatelo como mi regalo de boda para Miguel y para ti —para que su matrimonio saliera bien. Para que Sonia alcanzara la felicidad que tanto se merecía.


Sonia la abrazó con fuerza.


—Gracias —dijo con los ojos llorosos—. Es el mejor regalo posible. Aunque fracasemos, te prometo que nunca lo olvidaré.


—Los milagros son posibles y, si alguien lo merece, eres tú —dijo Paula, embargada por la emoción—. Dios mío, vas a hacerme llorar.


Sonia le dedicó una sonrisa radiante.


—En las bodas se puede llorar siempre que sea de felicidad. Bajemos. Quiero bailar el resto de la noche.


Pedro no estaba en la mesa. Quizá hubiera decidido seguir el consejo de Miguel.


Paula recorrió la pista de baile con la mirada, pero no lo vio.


Finalmente lo descubrió al lado de las puertas de salida a la terraza.


Pedro giró la cabeza como si hubiera intuido que lo observaban. Sin decir palabra, caminó hacia la puerta y Paula lo siguió automáticamente.


—¿Te gustaría bailar bajo las estrellas? —preguntó él, apoyado en la barandilla.


En la penumbra, la luna iluminaba su rostro con un brillo metálico y Paula contuvo el aliento. Se oía la música lenta y sensual que sonaba en el salón.


—La luna brilla demasiado como para que se vean las estrellas —dijo ella, mordaz, combatiendo el instinto de acercarse a él para que la tomara en sus brazos.


Pedro sonrió.


—Tienes razón. Está claro que es un hábito en ti —se separó de la barandilla—, ¿Coincides con Miguel en que necesito el calor de una mujer?


Paula sintió la boca seca. Debía haber sabido que a Pedro no se le provocaba impunemente.


—Porque si no estás aquí para bailar —continuó él con retintín—, ¿has venido a ofrecerte a mí? Se supone que uno de los privilegios del padrino es poseer a la dama de honor.


Paula apretó los labios y lo miró con desdén al tiempo que daba un paso atrás, pero antes de que pudiera reaccionar, Pedro la había sujetado por la cintura e inclinaba la cabeza hacia ella.


—¡No! —consiguió decir ella. Pero los labios de Pedro ahogaron su protesta.


No se trató de un beso delicado, sino de un beso frenético, brusco, distinto a todos a los que Paula le habían dado. Forcejeó, pero Pedro le sujetó los brazos a lo largo del cuerpo y presionó su pelvis y su evidente erección contra ella. Cuando por fin liberó sus labios, exclamó:

—¿Qué demonios estás haciendo?


—¡No intentes manipularme! —dijo él, jadeante—. No tengo el menor interés en encontrar una mujer.


—Estás loco —Paula reprimió las ganas de gritarle que no se engañara, que estaba desesperado.


—¿No has salido a buscarme? ¿No pensabas que tenías una oportunidad?


—Eres un cretino —Paula le dio la espalda para volver al interior.


Pedro la sujetó de la muñeca y tiró de ella para que se girara.


—No seas tan desagradable.