viernes, 28 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 46

 


Todas las preguntas y pensamientos racionales se evaporaron de la mente de Pedro. Cuando la tomó en brazos y la llevó al dormitorio el ruido que hacía era casi violento. Su mirada era el espejo de la pasión que se avecinaba. La dejó suavemente sobre la cama y se sentó, saboreando el momento. Ella se quedó quieta, devolviéndole la mirada, como si esperara que fuera él el que hiciera el primer movimiento.


Pedro nunca había estado tan excitado. Todo lo de antes era algo pálido en comparación. Sus sueños de ese día estaban a punto de verse cumplidos y trató de evitar darse prisa. Quería tomarse su tiempo con ella. Hacer el amor pausadamente. Quena crear un recuerdo.


A pesar de lo mucho que le había gustado su camisón, tenía que desaparecer. Rápidamente la ayudó a quitárselo y rápidamente le siguió también su albornoz. Se tumbó a su lado en la cama, apoyándose sobre un codo y recreándose con los contornos de su cuerpo. Se maravilló ante la cremosidad de su piel. La luna enviaba un halo de luz hasta la cama. No tenía por qué hacerlo; sus cuerpos ya estaban hablando por ellos.


Paula estaba muy sensible a su contacto. Le tocó para notar la piel de sus brazos y hombros. Se exploraron el uno al otro en la oscuridad, hasta que todo fue a la vez demasiado y demasiado poco.


Él la besó. Suavemente al principio, luego con más ansia, exigiendo todo lo que ella pudiera darle, y ella se lo dio de buena gana. Los labios y dientes de Pedro juguetearon con los de ella hasta que Paula le abrió la boca y él aceptó la invitación. Sus lenguas se encontraron lenta y sensualmente, anticipando todo lo que tenía que llegar. Él deslizó luego la boca por el cuello de Paula, luego más abajo, hasta sus pechos. Los besó, chupando primero uno, luego el otro con su húmeda y cálida boca.


El cuerpo de Paula iba lanzándose con el montón de sensaciones que él iba despertando. Gimió levemente cuando él se puso a besarle el abdomen, luego la suave piel de los muslos. Sus piernas se tensaron, luego se relajaron cuando él acarició sus espesos y dorados rizos, antes de mirarla a los ojos.


Creyó oírle decir algo entre murmullos acerca del postre, antes de que perdiera la cabeza.


Luego, no oyó nada. Él lo estaba haciendo tan bien que se tuvo que agarrar a las sábanas para no gritar. Pero no pudo evitarlo durante mucho tiempo. Surgió de lo más profundo de su alma y se abrió camino dudosamente al principio, hasta que estalló. Le pasó los dedos por los hombros y por el cabello, apretándole la cabeza contra su cuerpo, tirando y empujando casi a la vez. Luego, de repente, un montón de luces parecieron bailar a su alrededor. Cerró los ojos fuertemente, tratando de controlar los estremecimientos que le recorrían el cuerpo.


Abrió los ojos y vio un despeinado Pedro sonriéndole. Parpadeó para aclararse la visión. Parecía muy contento de sí mismo…





EL TRATO: CAPÍTULO 45

 


Paula entró en las habitaciones que compartía con Pedro y se dio cuenta de que él no había pasado por allí. Supuso entonces que había pensado pasar la noche en las de Brian. Se apoyó contra la puerta y cerró fuertemente los ojos, luchando contra su frustración. Sabía que habría podido llevar mejor las cosas, pero ese pensamiento no la consoló.


Había que hacer algo. Todos los pensamientos que había tenido a lo largo del día acerca de cómo iban a pasar la noche se le pasaron por la cabeza. Cuando Pedro la besó en la oficina, la promesa de que habría más que eso cobró vida y se había acrecentado durante la cena. Él había dicho que los negocios no tenían nada que ver con sus sentimientos personales y ahora estaba olvidándose de sus deseos y dejando que le dominaran los negocios. Le quemaba las entrañas el ardor de las promesas incumplidas.


Lo deseaba. Y tenía que tenerlo.


Paula se apartó de la puerta y, decididamente, entró en el dormitorio. Abrió el armario y rebuscó entre la ropa hasta que encontró lo que buscaba. Sonrió y dejó el breve camisón sobre la cama, desnudándose a continuación. La sedosa tela le acarició el cuerpo cuando se la pasó por la cabeza. El color melocotón pálido hacía juego con el de su cabello y Paula se quitó las horquillas, dejándolo suelto. Se lo cepilló hasta que brilló a la luz de la lámpara. Luego se maquilló un poco y estuvo lista.


Se examinó en el espejo grande. El cabello la enmarcaba el rostro como si fuera una cascada. El camisón parecía prácticamente transparente, ya que la tela tenía casi el mismo tono que la piel.


Llevaba ya tiempo planeando algo así.


Antes de llegar a la puerta dudó, preguntándose si no debería ponerse una bata. De repente, se decidió a ir así mismo y abrió la puerta. La casa estaba desierta y ella suspiró aliviada. Recorrió el largo corredor con los pies descalzos, dirigiéndose a lo que esperaba que fuera la puerta de las habitaciones de Brian. Cuando llego, se quedó como muerta. El corazón le latía mucho más rápido de lo normal y pensó que nunca podría hacerlo. Tenía las manos empapadas de sudor y le ardía el rostro. Se secó las manos con el camisón, cerró los ojos y respiró profundamente antes de llamar a la puerta.


—¡Hola! ¡Hola! Mira a quién tenemos aquí.


Era Brian. Ella no estaba preparada en absoluto para tratar con él. Abrió mucho la boca y trató de ver lo que había en la habitación por detrás de él.


—¿Buscas a alguien, Paula? —le preguntó él bromeando—. Déjame ver. ¿A Eleonora? Entonces ¿a Eduardo? ¿No? Bueno, me pregunto a quién.


—Brian, por favor ¿está Pedro aquí?


Brian le guiñó un ojo malévolamente, pero pareció dudar.


—Ven. Está en la ducha. Lo llamaré.


Paula entró en la habitación; no le gustaba verse sorprendida de esa manera por Brian. ¿Por qué demonios estaría tan pronto en casa, precisamente esa noche? Estaba en medio de una discusión consigo misma cuando apareció Pedro, todavía chorreando agua por debajo del albornoz.


—Paula —le dijo mientras empezaba a secarse el cabello con una toalla—. ¿Qué pasa?


Parecía como si estuviera todavía enfadado y se estuviera conteniendo por estar presente su hermano.


—No, no pasa nada. Sólo que quería… bueno, ya sabes…


En ese momento, Pedro se dio cuenta de una vez de lo que Paula llevaba puesto. Ella se dio cuenta de que primero se puso blanco y luego, rápidamente, rojo. Luego miró a Brian, que estaba apoyado contra el sofá, evidentemente disfrutando de lo que estaba viendo. Pedro se volvió de nuevo hacia ella con los ojos echándole chispas.


—¿Qué Paula? ¿Qué quieres?


—Hablar. Quiero hablar contigo.


—Creo que ya has dicho suficientes cosas esta noche ¿no?


—Yo…


Ambos miraron entonces a Brian.


—No os preocupéis por mí —les dijo Brian inocentemente.


Pedro la agarró de un brazo y la llevó hasta la puerta, haciendo lo que pudo para ignorar la mirada de broma de Brian mientras se dirigía a su apartamento. Una vez dentro, cerró la puerta y se apoyó contra ella.


—¿De qué se trata, Paula?


Ella se apartó de él, poniéndose al otro lado del sofá.


—Ya te lo he dicho.


—¡Oh, sí! Querías hablar. Así que es por eso por lo que has desfilado semidesnuda por toda la casa y delante de mi hermano, sólo para hablar conmigo.


—¡Yo no he desfilado por ninguna parte! ¡Y tampoco semidesnuda!


—¿Ah, no? Entonces ¿cómo describirías ese… ese…?


Pedro, por favor, no hagas esto, no estropees…


Él se le acercó, luego se detuvo, un poco menos amenazante que antes.


—¿Qué no estropee qué? —le preguntó suavemente.


Ella lo miró, poniendo todo su corazón en la mirada.


—Todo.


Pedro recorrió los pocos pasos que los separaban y la abrazó, besándola a continuación. Sus labios eran suaves, cálidos y su cuerpo tan seductor. La agarró del trasero, haciendo que se amoldara a él, mientras que su lengua y labios continuaban su asalto.


De repente se apartó, su cuerpo estaba listo y la mente era un torbellino. Ella le había dicho «temporalmente». ¿Es que le había querido decir que lo deseaba físicamente, sin ningún otro compromiso?


—Mujer —le dijo al oído—. ¿Qué es lo que quieres de mí?


Paula le pasó los dedos por la barbilla, por el cuello, luego le metió las manos un poco por debajo del albornoz y le acarició la espesa mata de vello de su pecho. Eso era lo que quería; pero no sólo eso; más, todo lo que él le pudiera dar.


Le acarició la oreja con la lengua mientras le susurraba la respuesta a su pregunta.


—El postre.


Pedro se quedó quieto. Cuando la miró por fin, su mirada era algo salvaje.




EL TRATO: CAPÍTULO 44

 


El ambiente estaba lleno de un pesado silencio mientras llegaban a su casa. Ambos estaban perdidos en sus pensamientos. Todo había ido tan bien que ella no comprendía cómo se podía haber ido al traste en cuestión de minutos. ¿Qué pasaba con Darío que a Pedro le hacía ponerse así? Pedro decía que estaba tras las acciones, a pesar de que Darío no se lo había dicho nunca. ¿Es que esas acciones eran tan importantes para Pedro como para que les diera más importancia que a otras cosas en la vida? ¿Incluso que a ella? Se preguntó en qué consistiría la «proposición» de Darío.


—¿Qué pasa entre vosotros dos? —le preguntó a Pedro.


Pedro no contestó enseguida y ella se dio cuenta de que tenía la mandíbula apretada. Fuera lo que fuese era algo que le afectaba mucho. Cuando ya creía que no le iba a contestar, Pedro empezó a hablar.


—Lo de Darío y yo viene de lejos. Fuimos juntos a la universidad. Y, a pesar de que tengo que admitir que fui yo el primero en meter la pata, nos hemos intentado degollar el uno al otro durante años.


—¿Y qué fue lo que empezó todo?


Pedro le contó todo el episodio de la cafetería del club de campo.


—Desde ese día todo ha ido a peor, parece siempre que uno de nosotros está agazapado esperando al otro.


—Me parece bastante infantil.


—Estoy de acuerdo. Lo era… hasta hace cinco años.


—¿Cuando murió tu padre?


—Sí; papá llevaba meses trabajando para comprar una compañía llamada Bradford Ltd. Quería que nos expandiéramos y Bradford entraba de lleno en sus planes. Era la culminación de todo por lo que él había trabajado.


—¿Y qué tenía que ver Darío con eso?


—Todo. Nos fastidió el negocio. Se hizo con la compañía por tan poca cantidad de dinero de diferencia que nos convencimos de que tenía un espía en nuestra organización. Tenía que tenerlo. No podía haberse acercado tanto sin tener información interna. Mi padre no se recuperó nunca de eso y murió dos semanas después de perder la compra.


—Y tú le echas la culpa de eso a Darío.


—Sí. Todos nosotros. No nos fastidió tanto el hecho de que nos pisara la compra como la forma en que lo hizo. Nunca pudimos probar nada, así que lo tuvimos que dejar. Lo peor fue que mi padre fue el que le proporcionó ayuda en sus comienzos. Sin Roberto Alfonso, Dario estaría ahora trabajando en cualquier fábrica y probablemente acabaría borracho como una cuba, como su padre —le dijo Pedro mientras detenía el coche delante de la casa—. Ése fue el agradecimiento que recibió mi padre. ¿Comprendes ahora la razón por la que mi familia no puede, y no quiere hacer negocios con Dario Carmichael?


—Sí, comprendo cómo te sientes. Pero ya han pasado cinco años. ¿No crees que, por lo menos, deberíais darle una oportunidad de explicarse?


—¿De que explique qué? ¿Cómo lo hizo? No, gracias. No quiero oír ninguna de sus mentiras. Y tampoco debes hacerlo tú. Mantente apartada de él, Paula. No estoy dispuesto a negociar esto.


A Paula le fastidió su tono autoritario.


—Bueno, lo pensaré —le dijo mientras salía del coche.


Pedro cerró de un portazo el coche y se le acercó.


—No me discutas esto, Paula. Aquí no hay un camino intermedio. Se trata de él o yo.


—Y tú no me amenaces. Nada de esto tiene que ver conmigo.


—Eres mi esposa.


—Temporalmente.


Pedro se quedó helado por su respuesta. A Paula le hubiera gustado morderse los labios nada más pronunciar esas palabras, pero ya era demasiado tarde. Él le dio la espalda y subió las escaleras, abrió la puerta de la casa y desapareció en su interior